Introducción
La cuestión sobre cómo impulsar a las jóvenes para optar por una carrera científica tiene múltiples enfoques. Uno no menor es tratar de visualizar, difundir y elogiar públicamente el papel y la contribución de las mujeres profesionales al progreso científico, con el fin de potenciar vocaciones que animen a las futuras estudiantes a formarse y a elegir su carrera de manera libre e informada.
Los trabajos de investigación especializados que llevan a cabo científicas rigurosamente formadas son tan valiosos e influyentes como los de sus colegas varones. Destacar este hecho permite aflorar verdades al mismo tiempo que desechar tópicos y eliminar apolilladas discriminaciones. La lucha contra el sesgo androcéntrico que aún empapa el discurso científico forma parte de los esfuerzos dirigidos a conseguir la igualdad de oportunidades, derechos y responsabilidades entre hombres y mujeres.
Nuevas miradas a nuestra prehistoria: el papel de las plantas en la dieta
Centrando la atención en los agitados debates sobre la evolución humana, constatamos que las mujeres investigadoras están ocupando espacios cada vez más significativos. De hecho, en la actualidad existen diversos equipos de investigación dirigidos y/o integrados por científicas que están contribuyendo considerablemente a enriquecer la concepción que hoy tenemos de la prehistoria. Sus excelentes resultados son prueba indiscutible de lo inútil que es desperdiciar el talento humano y de las ventajas que conlleva alentar y animar a las jóvenes a explorar una carrera científica.
Concretamente en el ámbito de la paleoecología, un campo de trabajo de notable relevancia y actualidad que tiene como objetivo reconstruir el medio ambiente antiguo, destacan diversas expertas que aúnan un considerable impulso innovador junto a un gran rigor profesional en sus resultados y calidad de sus publicaciones.
La recuperación de ecosistemas del pasado es importante porque constituye el punto de partida para conocer los diferentes recursos alimenticios que los homínidos tenían a su alcance y las estrategias que seguían para aprovecharlos. Además, también ayuda a visualizar la complejidad del comportamiento de nuestros antepasados, cómo era su organización social, y en definitiva, su capacidad para adaptarse al entorno que habitaron.
Los seres humanos somos primates que a lo largo de un proceso evolutivo de miles y miles de años hemos ido cambiando de hábitos alimenticios. Como ha señalado la investigadora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH, Burgos) Ana Mateos Cachorro, la evolución humana está fuertemente relacionada con ciertos rasgos biológicos, pero también lo está con comportamientos alimenticios. Gran parte de los éxitos adaptativos de nuestro linaje pueden atribuirse a habilidades de aprovisionamiento, preparación y consumo de alimento a través de un dilatado abanico de recursos.
Hasta hace unas pocas décadas, la mayoría de los evolucionistas consideraba que la humanidad se desarrolló y evolucionó gracias a una alimentación primordialmente carnívora, que habría permitido a los homínidos aumentar el tamaño de su cerebro y de su cuerpo sin perder movilidad, agilidad o sociabilidad. Hoy, sin embargo, cada vez más autores sostienen que la carne ha sido sobrevalorada: existen vegetales igualmente válidos como fuente de alimentos de alta calidad y, además, los efectos de este tipo de nutrientes en el éxito evolutivo probablemente habrían sido los mismos.
Los nuevos descubrimientos de la arqueología, la reinterpretación de hallazgos ya existentes y la puesta a punto de métodos innovadores están, de hecho, cambiando nuestra visión sobre la ecología y el comportamiento de los homínidos, a modo de una nueva ventana que se abre al pasado. En este bullente ámbito de investigación y debates, destaca como pionera la respetada arqueóloga y paleobotánica Dolores Piperno, miembro del Museo Nacional de Historia Natural (National Museum of Natural History) de Washington y del Instituto Smithoniano de Investigación Tropical de Panamá.
El trabajo de Dolores Piperno se centra en el uso de microfósiles vegetales como marcadores que indican el empleo de plantas con fines alimenticios por parte de grupos humanos. Esos pequeños fósiles son restos microscópicos con una morfología tan definida que los expertos pueden identificar con certeza de qué vegetal proceden. Incluyen granos de polen, fitolitos, granos de almidón, y otras formas menos conocidas. Los granos de polen constituyen el gameto reproductor masculino. Los fitolitos son pequeños depósitos minerales formados en las hojas, cáscaras, tallos, frutos y en algunos órganos subterráneos, como raíces, rizomas o tubérculos. Por su parte, los granos de almidón son hidratos de carbono de reserva energética que se depositan formando corpúsculos principalmente en las semillas u órganos subterráneos.
Desde el punto de vista arqueológico, los granos de almidón, fitolitos y granos de polen tienen gran valor porque son restos perdurables que las plantas dejan tras sí cuando mueren y se descomponen. Aunque conocidos desde hace tiempo, su estudio ha avanzado intensamente en las últimas décadas y ha convertido a estas partículas vegetales en una poderosa herramienta para reconstruir los ambientes del pasado y para intentar deducir el uso humano de las plantas.
Dolores Piperno está especializada en la recuperación de microfósiles vegetales en yacimientos muy diversos, y ha desarrollado con notable maestría algunas de las técnicas habitualmente más usadas en arqueología y en paleobotánica. Las publicaciones de esta científica, acompañadas de numerosas y precisas ilustraciones, han contribuido a reconstruir el medio ambiente y las dietas alimenticias de poblaciones del pasado.
En 2005, por sus valiosos trabajos en micro fósiles vegetales, Dolores Piperno fue elegida miembro de la Academia Nacional de Ciencias (National Academy of Sciencies) de los Estados Unidos. Su perspectiva teórica, centrada en la confluencia entre la evolución y la ecología, ha logrado integrar las nuevas técnicas arqueológicas con el concepto de adaptación. En este contexto, sus inestimables contribuciones al campo de la ecología del comportamiento humano han tenido una profunda influencia.
Además de sus valiosas investigaciones, Dolores Piperno ha sabido formar excelentes alumnos que han ampliado las líneas de trabajo en paleoecología hacia diversas direcciones. Tal es el caso, por ejemplo, de Amanda Henry.
Amanda Henry es la directora de un grupo de investigación independiente llamado «Alimentos vegetales en la dieta ecológica de los homínidos», que pertenece al Departamento de Evolución Humana del Instituto Max Planck, en Leipzig. El equipo que dirige esta investigadora tiene como objetivo explorar algunas de las complejas relaciones que a lo largo de nuestro proceso evolutivo han surgido entre la alimentación, el comportamiento y la inclusión de las plantas comestibles en la dieta, partiendo de la premisa de que un mayor conocimiento de estas plantas permitirá comprender mejor la relación de los humanos con su entorno. Sus investigaciones son muy valoradas porque hasta hace poco tiempo existía escasa información directa sobre este tema.
Uno de los trabajos más influyentes de Amanda Henry, realizado en colaboración con Alison Brooks y Dolores Piperno, fue demostrar en el año 2011 que los neandertales, un grupo humano que vivió hace aproximadamente entre 230.000 y 35.000 años en un amplísimo rango de ambientes, desde la Península Ibérica hasta Siberia y desde el norte de Alemania hasta el Oriente Próximo, consumían plantas comestibles.
Partiendo de restos fósiles de unos 40.000 años de antigüedad, Amanda Henry sus colaboradoras investigaron la dieta de neandertales procedentes de dos yacimientos distintos: uno ubicado en una región cálida del este del Mediterráneo, lo que hoy es Irak, y el otro situado en un clima frío del norte de Europa, que ahora es Bélgica.
La gran trascendencia de los resultados de este estudio radica en que desafiaron una idea tradicionalmente asumida, que consideraba a los neandertales como exclusivamente carnívoros. La robustez general de sus esqueletos, con extremidades relativamente cortas y pesados troncos, inicialmente llevó a suponer que sus requisitos metabólicos los habrían forzado a consumir una dieta muy rica en energía; esto es, a obtener prácticamente todas sus proteínas a partir de fuentes animales. Como consecuencia, se consideró que ocupaban el nivel más alto en la red trófica de alimentos, similar a la de los animales carnívoros de la época.
El grupo investigador de Henry, sin embargo, tenía fundadas sospechas de que la explotación de las plantas del entorno formaba parte de las estrategias alimenticias de los neandertales. Para demostrar su hipótesis recurrieron al estudio meticuloso de los fósiles hoy más abundantes y mejor conservados: los dientes.
Nos parece de interés recordar al respecto las claras explicaciones dadas por la especialista Marian Martinón, actual responsable del Grupo de Antropología Dental del CENIEH, en una entrevista concedida a Javier San Martin e Izaskun Lekuona el 1 de abril de 2015: «Los dientes son fascinantes […]. Son como los diamantes: es el regalo en el que con menos espacio tienes más valor. […] tienen un tipo de morfología concreto, un número de cúspides, la posición de unas respecto a otras… todo codificado genéticamente de una manera muy conservadora. Así como otras partes del cuerpo varían según el ritmo de vida, el ejercicio, etc.… con los dientes no ocurre lo mismo. Su morfología no va a cambiar a lo largo de la vida de un individuo salvo que se rompa o se desgaste así que, en este caso, sólo viendo esa forma y aspecto ya nos da información sobre quién es. Nos puede dar información incluso sobre la dieta si ha cambiado la altura de las cúspides. El grosor del esmalte o la dentina, son también una serie de características que nos hablan del tipo de dieta o de la adaptación que podría tener en un momento determinado.»
En este contexto, Henry y colaboradores optaron por un componente muy concreto de los dientes: la placa dental, también llamada cálculo dental o «sarro», depositada en la dentadura procedente de diversos individuos. La investigadora de la Universidad de York, Anita Ramini, apuntaba con humor que «la placa dental no es lo más glamuroso que nos llega a la mente cuando pensamos en la arqueología». Sin embargo, sostienen los expertos, esa placa ofrece un inesperado valor como reservorio de información sobre las dietas del pasado.
En el año 2008, Amanda Henry y Dolores Piperno ya habían publicado que la precipitación de minerales en la superficie de los dientes atrapa y preserva muchos componentes del entorno oral, incluyendo bacterias y diversas partículas alimenticias. La placa dental, altamente mineralizada, sobrevive bien en el contexto arqueológico y, al ser fácilmente reconocible en los fósiles, representa una fuente fiable de granos de almidón, fitolitos y granos de polen.
En otras palabras, los depósitos presentes en los cálculos o placas pueden proporcionar información muy valiosa, por un lado, porque los dientes son los fósiles más abundantes y que mejor se conservan; y por otro, porque esas placas se forman lentamente y por lo tanto representan la dieta media de un extenso período de tiempo. Además, los resultados conseguidos son particularmente útiles por tratarse de uno de los pocos medios directos existentes para registrar la dieta de individuos fósiles.
A lo expuesto también hay que añadir que los microfósiles recuperados de la placa dental no solo constituyen un registro directo de lo que los individuos comían. También, permiten obtener conocimientos sobre la vegetación de un determinado entorno. Y esta no es una cuestión menor, porque, debido a que los restos de plantas no suelen sobrevivir bien en los yacimientos arqueológicos, rehacer un paisaje de tiempos antiguos puede ofrecer considerables dificultades que a veces incluso resultan insalvables.
Amanda Henry, Alison Brooks y Dolores Piperno, tras cuidadosos análisis, constataron que los dos grupos de fósiles estudiados no sólo incluían plantas alimenticias en sus dietas, sino que su espectro era sorprendentemente amplio; hallaron restos de semillas de gramíneas, de dátiles, de distintas legumbres, de diversos órganos de reserva subterráneos, y de otras plantas sin identificar.
Las evidencias del consumo de plantas mostraron una mayor riqueza las regiones de Oriente Próximo que en el norte de Europa. No obstante, en los yacimientos belgas también hallaron abundantes restos de microfósiles, sobre todo aquellos procedentes de plantas con órganos de reserva subterráneos. Las autoras constataron entonces que a través de un extenso rango de latitudes los neandertales fueron capaces de aprovechar los recursos nutritivos que ofrecía la vegetación de su entorno.
La asombrosa complejidad dietética revelada por el trabajo de Amanda Henry y sus colaboradoras está en la línea de las conclusiones publicadas en 2005 por la antropóloga norteamericana, profesora de la universidad alemana de Tübingen, Linda R. Owen. Desde hace más de una década, esta científica ha defendido, junto a algunos colegas, que las investigaciones paleobotánicas ponían en tela de juicio algunas de las afirmaciones iniciales sobre el valor de las plantas como alimentos.
Ciertamente, durante años Owen ha argumentado que un examen detallado de la literatura etnográfica, etnohistórica y paleobotánica muestra que la importancia de las plantas en la dieta ha sido habitualmente subestimada. Y, pese a que a menudo se han descrito como comida suplementaria o de emergencia, los estudios más cuidadosos reflejan con claridad que los alimentos de origen vegetal jugaron un papel vital en las dietas, no solo por su capacidad nutritiva, sino también porque añaden variedad. La variación, como es conocido, juega un papel muy importante en la nutrición humana.
En suma, el análisis de los restos vegetales en un rango cada vez más amplio de yacimientos revela con creciente nitidez el valor de las plantas como alimentos. Tan es así que los resultados están forzando a una revisión fundamental de las estrategias de subsistencia de nuestros antepasados. Según Linda Owen, este desequilibrio se debe a que «los datos han estado sistemáticamente sesgados a favor de los recursos de la caza y en detrimento de los recursos de la recolección».
Referencias
- Henry, Amanda (2012). «Recovering Dietary Information from Extant and Extinct Primates Using Plant Microremains». Int J Primatol, 33:702-715.
- Mateos Cachorro, Ana (2012). «Los orígenes de la alimentación humana: una perspectiva evolutiva». Centro de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH).
- Owen, Linda R. (2005). Distorting the Past. Kerns Verlag. Tübigen.
- Rosas, Antonio (2010). Los neandertales. Libros de la Catarata. CSIC. Madrid.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
2 comentarios
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