Aunque este artículo no está directamente relacionado con mujeres científicas, nos parece que puede ofrecer interés porque muestra cómo la ciencia, en demasiadas ocasiones, ha despreciado a las mujeres de color (y también a los hombres, aunque con ellas el ensañamiento ha sido mayor). Veamos.
La reacción de los habitantes de Europa ante la llegada de personas exóticas procedentes de países lejanos en general se ha caracterizado por una clara falta de respeto. El hecho quizás más ominoso de este comportamiento queda reflejado en la exhibición pública de gente de otros pueblos con el único fin de entretener a los espectadores. Hasta el siglo XIX, no sólo se diseccionaron y embalsamaron los restos de cuerpos de individuos de tierras remotas, principalmente los cráneos y los órganos sexuales, y se mostraban al público como formas de espectáculo, sino que también se aceptó con naturalidad la exposición de personas vivas.
De hecho, todavía existen en las colecciones de muchos museos europeos (por ejemplo, en el Museo Británico de Historia Natural de Londres o en el Museo del Hombre de París, aunque ya no expuestos al público) cabezas con valor de trofeos, fragmentos de algún cuerpo y restos de esqueletos. En un año tan cercano como 1997 se cerró el Museo de Historia Natural de Gerona (Cataluña) para retirar, después de una notable presión internacional, el cuerpo de un joven negro embalsamado —el llamado «Negro de Bañolas»— de una vidriera donde había estado expuesto de manera permanente durante casi un siglo.
Retornando a la Europa de los primeros años del siglo XIX, una época en la que teorías supuestamente científicas consideraban a los representantes de otros pueblos como subhumanos, la exhibición de personas de aspecto insólito —y sobre todo de mujeres cuya apariencia era popularmente considerada «aún más repulsiva que la de los hombres»—, no sólo era un divertimento, sino también un negocio rentable. Entre los nativos exhibidos por aquellos años destaca el caso de una joven mujer sudafricana, apodada La Venus Hotentote, que superó sin duda a todos.
Recordemos que los hotentotes y los bosquimanos (hoy llamados conjuntamente pueblos Khoi-san) proceden del sur de África, y están próximamente emparentados. En la escala racista del progreso humano, tan querida para los naturalistas decimonónicos, se consideraban que, junto a los aborígenes australianos, ocupaban el puesto humano más bajo, inmediatamente por encima de los chimpancés, gorilas y orangutanes.
Como han relatado diversos autores, entre ellos el respetado paleontólogo e historiador de la ciencia Stephen J. Gould en su libro La sonrisa del flamenco, reeditado en 2008, «La Venus Hotentote» era una sirvienta negra de unos granjeros holandeses cerca de Ciudad del Cabo, a la que habían bautizado con el nombre Saartjie Baartman, en el idioma afrikáans. Sus patronos le prometieron convertirla en una mujer rica a cambio de exhibirla en las capitales europeas. La joven, que por entonces contaba sólo veinte años, creyó en lo que le ofrecían y en el año 1810 llegaba a Londres. Allí fue expuesta inmediatamente en una jaula y se convirtió en uno de los espectáculos con mayor éxito de público.
En honor a la verdad, hay que apuntar que la exhibición de una joven mujer produjo importantes discusiones, y Baartman siempre tuvo defensores que expresaron su repugnancia ante la exposición de seres humanos como animales. La influencia de estos defensores, sin embargo, resultó insuficiente y las exhibiciones continuaron durante años.
Saartjie Baartman ejercía una gran fascinación sobre sus contemporáneos por múltiples razones. Una de ellas era que la veían como una criatura a caballo entre el ser humano y los animales. Sin embargo, no era el supuesto aspecto simiesco de Baartman lo que más atraía a los espectadores. La joven tenía unas peculiares características físicas que resultaban sumamente llamativas. Se trataba de dos rasgos relacionados con la anatomía sexual que las mujeres de su pueblo suelen presentar muy pronunciados: un prominente trasero y el llamado velo del pudor o delantal hotentote.
Fundamentalmente, Baartman mostraba una marcada esteatopigia; esto significa la presencia de grandes cantidades grasa en las nalgas, que sobresalen mucho hacia atrás, con su extremo superior muy marcado y descienden paulatinamente hacia los muslos. Esta característica anatómica estuvo entre las causas por las que decidieron exhibirla.
La segunda peculiaridad de Baartman fue fuente de quizás aún mayores especulaciones y curiosidad. Hacía dos siglos que se conocían informes acerca de una sorprendente estructura dispuesta sobre los genitales de las mujeres Khoi-san y que se suponía tapaba su sexo con un fragmento de piel: el citado delantal hotentote. La naturaleza de este velo venía acarreando un bullicioso debate en el que se discutía si se trataba del crecimiento de una parte de los genitales normales, de un largo pliegue de piel que pendía del propio bajo vientre, o de una estructura nueva que no aparecía en ningún otro pueblo.
A comienzos del siglo XIX muy pocos habían visto los genitales de estas africanas, lo que azuzaba la curiosidad de eruditos y profanos y podría explicar el desmedido interés del público por contemplar a Saartjie Baartman. Después de haber sido exhibida durante un largo periplo por distintas provincias inglesas, la joven Khoi-san fue traslada a París; aquí, un domador de animales la expuso al público durante quince meses, causando igualmente una gran sensación.
Todos los grandes naturalistas de Francia, con el respetado Georges Cuvier a la cabeza, la visitaron y convencieron para que posase en el Jardín del Rey (uno de los organismos científicos oficiales franceses más antiguos) con el fin de que pudieran observarla y pintarla. Como describe Londa Schiebinger (1993), la joven fue sometida por una comisión de zoólogos y fisiólogos, a un examen que duró tres días. Los propósitos de esta observación fueron, en primer lugar, proporcionar una detallado estudio comparado entre esta mujer, «representante la raza humana más baja (los negros)», y los tipos más elevados de simios (los chimpancés, en aquel tiempo llamados orangutanes); y en segundo lugar, realizar una descripción lo más completa posible de las anomalías de sus genitales.
La investigación requería que Baartman permaneciese desnuda en las salas del museo ante al menos tres hombres formalmente vestidos. Georges Cuvier anotó que ella fue lo suficientemente amable como para desnudarse y sentarse para dos retratos (la pintaron de frente y de perfil). Otros presentes, sin embargo, subrayaron que hubo grandes dificultades para convencer a la joven de que se desnudase. Sólo con «gran pesar» ella aceptó a dejar sus genitales brevemente al descubierto, pero ninguno de los presentes logró una clara visión de aquellos.
Finalmente, a medida que el interés público disminuía, Saartjie Baartman terminó por dedicarse a la prostitución y a malvivir en las frías temperaturas invernales. El 29 de diciembre de 1815, con sólo 26 años de edad, murió víctima al parecer de una enfermedad de tipo inflamatorio. Su cuerpo acabó en la mesa de disecciones de Cuvier, ya que, «con el fin de satisfacer la curiosidad de la ciencia», se decidió que el anatomista diseccionase sus restos y luego publicase una monografía con los resultados.
Cuvier estaba dispuesto a poner fin a la vieja discusión sobre el velo del pudor, y por tanto, «ese extraordinario apéndice con el que naturaleza concedía un atributo especial a una raza» fue para él interés de primer orden. En su informe sobre la disección de Baartman, que se hizo público en 1817, comenzaba señalando: «No hay en la Historia Natural nada más famoso que el [delantal o velo] de las hotentotes y, al mismo tiempo, ningún otro rasgo ha sido objeto de tantas discusiones».
Tras concienzudas observaciones, el científico afirmaba haber llegado a la conclusión de que supuesto velo del pudor era una prolongación normal de los labios menores o interiores de los genitales femeninos; estos labios, de manera natural se desarrollaban más de lo habitual y podían colgar hasta 8 o 10 cm por debajo del vientre; por esta razón, aseveraba el experto, daban la impresión de constituir una cortina de piel independiente y protectora.
Una vez completada su disección, Cuvier tuvo el honor, como él mismo expresara, de presentar a los hombres de la academia los genitales de Baartman, conservados en formol y preparados de tal manera que «no dejaban dudas sobre la naturaleza de su delantal».
Con respecto al otro carácter llamativo de Saartjie Baartman, su voluminoso trasero, Cuvier en su monografía, que incluía sus observaciones de la joven viva y de su autopsia, informaba: «Pudimos verificar que la protuberancia de sus nalgas no tenía base muscular alguna, sino que surgía de una masa [grasa] de consistencia temblorosa y elástica, situada inmediatamente por debajo de la piel. Vibraba con todos los movimientos que la mujer hacía».
En el resto de la descripción que hacía de Baartman, Cuvier subrayaba una serie de similitudes con los simios y los monos. Por ejemplo, escribía: «jamás he visto una cabeza humana más similar a la de los monos», y clasificaba a Baartman como estúpida a causa de su pequeño cráneo, atendiendo a «esa cruel ley que parece haber condenado a una eterna inferioridad a aquellas razas que tienen cráneos pequeños y comprimidos». (El anatomista, sin embargo, no hacía mención a que esta mujer sólo medía 1,35m y por lo tanto el tamaño de su cabeza era proporcional a la altura).
El científico afirmó asimismo haber detectado, cuando la joven aún vivía, una serie de respuestas supuestamente simiescas en su comportamiento, «sus movimientos tenían algo de brusco y caprichoso, que recordaba los movimientos de los monos. Por encima de todo, tenía una manera de enseñar los labios que era idéntica a la que hemos apreciado en los orangutanes». Cuvier hasta llegó a comparar el trasero de Baartman con el de los mandriles y otros monos que, durante ciertos períodos de sus vidas se hinchaban hasta alcanzar proporciones «realmente monstruosas».
No obstante, como ha señalado Gould, una lectura cuidadosa de toda la monografía contradice estas interpretaciones, ya que Cuvier afirma en más de una ocasión que Baartman era una mujer inteligente, con unas proporciones generales que no harían «fruncir el entrecejo a ningún entendido». Mencionaba que tenía una excelente memoria, hablaba bastante bien el holandés, tenía un cierto dominio del inglés y estaba empezando a aprender francés cuando murió. Admitía, además, que sus hombros, espalda y pecho «tenían gracia».
El artículo de Cuvier se volvió a publicar en 1824, al comienzo de su enorme tratado Historia natural de los mamíferos. En la obra se incluían también las dos pinturas, la de frente y la de perfil, realizadas a Baartman cuando posó en el Jardín del Rey, y que constituyen el único ser humano contenido en los cinco volúmenes de que consta el tratado.
Al igual que sucedía con gran número de animales, cuyos esqueletos y pieles eran vendidos o donados a los museos de Historia Natural, el cuerpo de Bartmann fue desarticulado y, hasta muy recientemente, partes de él se encontraban en el Museo del Hombre de París; de hecho, sus genitales y su cerebro se preservaron en formol en un frasco durante más de siglo y medio.
En el año 2002, después de largas negociaciones entre los gobiernos de Sudáfrica y de Francia, se acordó por fin que los restos de Saartjie Baartman fueran devueltos a su país natal donde se enterraron debidamente, acabando con esta lamentable y humillante historia de una mujer de color.
Referencias
- Davie, L., (2012), Sara Baartman, at rest at last, South Africa Info, 14 May 2012.
- Frith, S. (2009), Searching for Sara Baartman. John Hopkins Magazine. June 2009.
- Gould, S. (2008): «La Venus Hotentote» en La sonrisa del flamenco. Editorial Crítica. Barcelona.
- Schiebinger, L. (1993). Nature’s Body. Beacon Press. Boston.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
4 comentarios
Me revuelve el estómago ¡El colonialismo y el patriarcado han deshumanizado tanto a la gente!
Estoy trabajando en una obra de teatro que se está representando actualmente. Se llama Blackface y otras vergüenzas, de Silvia Albert Sopale. . He leído su artículo que amplia la historia ominosa de Sara Baartman. Me ha ilustrado muchísimo. Muchas gracias
Concha Fernández Soto
Hola Concha. Gracias por tu comentario. Me parece muy buena la idea de la representación que nos cuentas. Una buena manera de dar a conocer discriminaciones, y desde luego Sara Baartman es un claro ejemplo.
Un cordial saludo.
Carolina
[…] de los europeos que durante siglos utilizaron a los nativos americanos para su entretenimiento. “La Venus Hotentote y las mujeres Selk’Nam de Chile dan fe de ello”, explica Lux Lanchero en su cuenta de Instagram, […]