Los conocimientos sobre flora de California se vieron notablemente enriquecidos gracias a los extensos y valiosos estudios realizados por una extraordinaria botánica, Katharine Layne Brandegee (1844-1920). Según ha relatado la escritora y profesora de la Universidad de San Diego, principal biógrafa de la científica, Nancy Carol Carter, las contribuciones de esta destacada investigadora fueron tan significativas para la ciencia de las plantas de la costa oeste de los Estados Unidos, que se convirtió en un referente de la botánica de su tiempo.
Nacida en Tennessee, Katharine fue la segunda de los diez hijos que tuvieron sus padres, Mary Morris Layne, ama de casa, y Marshall Layne, granjero. En 1849, la familia se trasladó a California donde fijaron su residencia. La niña recibió una escasa formación y, aunque consiguió llegar a ser una buena maestra, nada presagiaba el papel que alcanzaría en la ciencia de su país. En 1866 se casó con un policía, del que enviudó ocho años más tarde. Este cambio en su vida, como se relata en la página web Early Women in Science, permitió a la joven emprender un acariciado deseo: estudiar medicina en la universidad.
Haciendo caso omiso a los prejuicios de la época, en 1867, cuando contaba con 33 años, Katharine Layne consiguió matricularse en la Facultad de Medicina de San Francisco. Por aquellas fechas las mujeres ya eran aceptadas en la Universidad, aunque con notables reticencias. Se veían obligadas a superar numerosos obstáculos administrativos, además de soportar el desagradable tratamiento de los compañeros varones y de la mayoría de los profesores, que no concebían la participación femenina en los centros profesionales (N. Carter, 2011).
Por otra parte, es de interés recordar que en el siglo XIX el material procedente de las plantas era la fuente con que se elaboraba la mayoría de los medicamentos, por lo tanto, el estudio de la botánica constituía un componente esencial de la formación del alumnado. En este contexto, el acreditado profesor de Farmacología, Hans Herman Behr (1818-1904), reconoció el talento y el interés de Katharine Layne y le aconsejó que, una vez graduada, se dedicase a la botánica en vez de a la práctica médica. La joven aceptó gustosa tales sugerencias y, bajo la dirección de Behr, empezó los estudios de botánica, que ocuparían su vida durante los siguientes 50 años.
Diversas autoras y autores, entre ellos la conservadora ayudante del New York Botanical Garden’s, Amy Weiss, han descrito que, gracias a la fortaleza de su voluntad, Katharine Layne alcanzó su objetivo. En 1878 se graduaba en medicina con el honor de ser la tercera mujer en lograrlo en la Universidad de California.
Hans H. Behr introdujo a su estudiante en las actividades de la Academia de Ciencias de California (CAS, por sus siglas en inglés), que en aquel entonces estaba escasa de personal preparado para organizar el material vegetal de que disponía. Behr recomendó a su ex alumna, al respetado conservador del herbario, Albert Kellogg, uno de los miembros fundadores de la CAS. Junto a este destacado médico y botánico, señala Nancy Carter, la joven empezaría a profundizar en su formación.
Katharine Layne dedicó gran parte de su tiempo al trabajo de campo, donde disfrutaba al aire libre. Muy pronto comprendió que observando las plantas tal como crecían en la naturaleza, podía registrar las características que no eran evidentes en los especímenes secos conservados en los herbarios. Bajo esta acertada perspectiva, comenzaría a realizar una taxonomía mejor y, por ende, una ciencia más fiable. Valga recordar que la taxonomía tiene como fin ordenar de manera jerárquica y sistemática los grupos de vegetales y de animales.
En sus frecuentes expediciones, Katharine Layne a menudo recorrió caminando largas distancias a través de terrenos desérticos o montañosos, no exentos de peligros; en otras ocasiones cabalgó en mula vestida con pantalones con el fin de atravesar zonas muy agrestes. Este comportamiento, considerado poco femenino, llamaba la atención de sus contemporáneos. Ella, indiferente a los comentarios, consiguió recolectar plantas a través de todo el estado de California (Carter, 2011).
De vuelta al herbario, estudiando meticulosamente los especímenes coleccionados, diferenciaba aquellos que pertenecían a nuevas especies, o sea, no descritas previamente, de los que solo eran variedades de especies ya conocidas. La científica fue claramente conservadora antes de proclamar el descubrimiento de una nueva especie, estudiando con sumo cuidado las variaciones de las plantas y su comportamiento en diferentes entornos. Esta ajustada metodología también permitió que sus valiosos ejemplares, fuesen posteriormente útiles para determinar con precisión los rangos definitorios de diversas plantas del oeste de Estados Unidos.
En 1879, ante sus excelentes trabajos en el herbario y sus importantes recolecciones procedentes de toda California, Katharine Layne fue nombrada miembra oficial de la Academia. Unos años más tarde, en 1883, cuando Kellogg se retiró, fue ascendida al cargo de conservadora botánica. Según ha especificado el destacado historiador de la ciencia Emanuel Rudolph (1927-1992), «sí hubo resistencia para colocar a una mujer en ese importante puesto de trabajo, ésta se deshizo ante la incontestable defensa de sus distinguidos mentores, los doctores Behr y Kellogg». Cabe no obstante señalar, continúa el experto, que si bien muchas mujeres del siglo XIX estaban interesadas en la botánica, muy pocas consiguieron empleo en este campo. Katharine Layne, tras asumir su nombramiento, se convirtió en la segunda mujer de todo el país en estar profesionalmente empleada en botánica.
En este nuevo cargo, la científica enfocó su energía en mejorar el herbario. Además, se comprometió con la escritura y la edición del Boletín de la Academia de la Ciencia de California. Su nombramiento fue el de «editora interina» porque la Academia no podía admitir que cedía a una mujer el control editorial de una revista científica. Sin embargo, por esas fechas Katharine Layne ya se había convertido en una destacada botánica y su capacidad para el buen desempeño de esta actividad, como revela Nancy Carter, resultó excelente.
Uno de sus éxitos más destacados como editora científica fue superar la tradicional situación de dependencia a la que se veía sometida la botánica de la Costa Oeste, ya que los y las especialistas estaban obligados a enviar sus especímenes a Harvard para que el prominente botánico, Asa Gray (1810-1888), los describiera y nombrara, ha destacado la profesora de biología, Diana Lipscomb. Basándose en firmes argumentos científicos, Katharine Layne sostenía que la capacidad para clasificar las plantas y darles un nombre apropiado era notablemente más acertada cuando se recolectaban y se observaban in situ. Los retrasos que acarreaban los envíos al este y, además, la imprecisión de un trabajo de clasificación realizado en la distancia, la inquietaban profundamente.
Su cargo de editora le permitió superar esta situación, ya que logró convertir al Boletín en un vehículo creíble con su propio programa de publicaciones. De esta manera, lograba romper con la hegemonía de Harvard al tiempo que dotaba a los y las profesionales de una herramienta para sacar a la luz sus propios hallazgos. Además, por esta senda se alcanzaba mayor rapidez y, sobre todo, la Academia de California potenciaba su independencia científica.
Con sus aportes a la institución, ha subrayado la respetada historiadora de la ciencia estadounidense, Margaret Rossiter, Katharine Layne ganó el respeto de los «poderosos» y se convirtió en una fuerza rectora con iniciativa y capacidad de liderazgo. Ella no tuvo reparos en comprometerse con diversos trabajos, desafiando un modelo en boga en aquellos años, según el cual las mujeres científicas evitaban comprometerse institucionalmente para eludir problemas. Se suponía que las mujeres debían mantenerse alejadas de las actividades competitivas y conservar un perfil bajo ante los compromisos. Katharine Layne demostró no tener miedo a correr riesgos y fue capaz de implicarse en cualquier tipo de trabajo que considerara de interés, por muy competitivo que este fuera.
Cuando esta perspicaz botánica cumplió 40 años, su vida había alcanzado una meritoria estabilidad. Tenía un cargo importante en la primera institución científica del oeste de los Estados Unidos, llevaba a cabo una rutina muy satisfactoria tanto en su trabajo en el herbario como en las expediciones al campo, al igual que en sus escritos y en el trabajo editorial. Entonces, como ha narrado Nancy Carter, «Townshend Brandegee realizó su primera visita a California y la vida de Katharine experimentaría un cambio totalmente inesperado».
Un enriquecedor encuentro
En el invierno de 1886-1887, se presentó en la Academia de California un joven de 35 años llamado Townshend Stith Brandegee (1843-1925), cuyas publicaciones sobre botánica le habían proporcionado una buena consideración entre la comunidad especializada. Se trataba de un ingeniero civil nacido en Connecticut, quién estimulado por su padre, desde muy pequeño había desarrollado una gran afición por la botánica. Según consta en distintos escritos, era un hombre tranquilo y reservado que tenía sus propias opiniones sin intentar presionar a los demás.
Durante su visita, conoció a Katharine Layne; sus numerosos intereses comunes los llevaron a compartir cada vez más tiempo y aficiones. Finalmente, lo que al principio fue una relación profesional terminó por convertirse en algo mucho más personal. Acabó en una animosa boda en el año 1889. Contrariamente a lo que podía pensarse, no fue una unión de conveniencia, sino que, sostiene Carter, «entre ellos había pasión y romance». Lo que parece cierto, ya que el matrimonio mostró a lo largo de varias décadas una gran complicidad y solidez.
Durante su luna de miel, relata Amy Weiss, los recién casados viajaron entre San Francisco y San Diego, y aprovecharon sus desplazamientos para recolectar diversas plantas de la región. De regreso, establecieron su hogar en San Francisco y mantuvieron sus vínculos con la Academia; ahora ella firmaba como Katharine Layne Brandegee. El flamante marido, decidió abandonar sus trabajos como ingeniero civil y dedicarse a la botánica a tiempo completo.
En 1890, gracias a una herencia recibida por T. Brandegee, fundaron una nueva revista científica privada llamada Zoe que, han apuntado diversos autores y autoras, «figuraba a nombre de él para para darle respetabilidad en un mundo científico dominado por los hombres». Katharine, además de continuar con sus ocupaciones en el herbario de la Academia, siguió realizando numerosos viajes de recolección; unas veces con su marido, otras sola.
Nancy Carter ha subrayado que la científica cultivó su propia vocación con notable profundidad, especialmente en lo referido a la taxonomía vegetal. Gracias a su riguroso entrenamiento y notable experiencia, Katharine Layne Brandegee fue capaz de desarrollar ideas muy claras sobre el estudio sensato de esta disciplina. «Desdeñaba la deriva egocéntrica de algunos botánicos al publicar nuevas especies únicamente para acreditarse el descubrimiento de una planta». Se sentía consternada, continua la biógrafa, «cuando se publicaban nuevas especies a partir de un trabajo descriptivo inadecuado, sabiendo que una investigación más profunda podría demostrar que la planta era simplemente una variación de una especie ya existente».
Katharine Layne Brandegee aprovechó las páginas de la revista Zoe como una valiosa atalaya para estimular buena ciencia con un nivel cada vez más elevado en el creciente campo profesional de la botánica. La científica, confirma Carter, «no tenía reparos en escribir feroces críticas y refutar punto por punto la mala ciencia, tal como ella la percibía».
Esta extraordinaria botánica empleó el poder de su intelecto en defensa de altos principios científicos, lo que le ganó la admiración de sus colegas. Al respecto, añade Carter, «las duras críticas a lo que consideraba como incompetencia botánica ilustran la intensidad de una mujer que logró gran parte del orden y respetabilidad que necesitaba la botánica de California […]. Sus escritos le han asegurado un lugar permanente en la historia de la botánica».
La vida en San Diego
En 1893, Katharine Layne Brandegee y su marido realizaron una serie de expediciones por la Baja California que despertaron en ellos un gran interés por la flora de México, hasta el punto que decidieron dejar la Academia y su vida en San Francisco para desplazarse a San Diego, donde compraron una propiedad, como ha detallado Marilyn Bailey Ogilvie, especialista en la historia de las mujeres estadounidenses en la ciencia.
En su nuevo entorno, continuaron realizando múltiples exploraciones por la Baja California con el fin de estudiar y clasificar las plantas del desierto. Sus recolecciones fueron tan abundantes y originales que decidieron crear un Jardín Botánico al que incorporaron un herbario y un invernadero. Algunos visitantes describieron este Jardín como «un paraíso botánico». También descubrieron una nueva palmera que posteriormente fue bautizada con su nombre, Erythea brandegeei, y que introdujeron en los Estados Unidos en 1902.
Con el transcurso del tiempo, sin embargo, la pareja empezó a añorar el clima intelectual de San Francisco, «su vertiginosa actividad botánica y las importantes bibliotecas» (Carter, 2011). Por otra parte, a pesar de su vigor y robustez, Katharine Layne Brandegee sufrió diabetes durante la mayor parte de su vida. A veces incluso debía cancelar sus planes de viajes y, dado que en aquellos años aún no se habían desarrollado los tratamientos con insulina, su situación era más delicada porque los efectos de la enfermedad no podían controlarse.
Un deseado retorno
En 1906, la científica y su marido resolvieron volver a San Francisco. Una vez instalados, tomaron la generosa decisión de donar su herbario y su biblioteca a la universidad. Este regalo fue una gran noticia para los y las estudiosas de la botánica de todo el país, dada la gran riqueza que ofrecía para futuras investigaciones.
Según ha especificado Nancy Carter, en los Archivos de la Universidad puede leerse: «Mr. y Mrs. Brandegee de San Diego han donado su colección botánica completa y su biblioteca a la Universidad de California. Como resultado de este regalo, las facilidades para la investigación en la universidad se han prácticamente duplicado, ya que ahora cuenta con la representación más completa existente de la flora del a Costa del Pacífico». Además, continuaba la crónica, «la biblioteca botánica que llega a la universidad mediante este regalo es de gran valor, [ya que] amplía sus fondos con numerosos libros, muchos de ellos raros».
La prestigiosa revista Science también publicó una carta donde consideraba al herbario de Katharine y Townshend Brandegee «uno de los más importantes en la ciencia occidental, debido a que contenía más de 100 000 piezas de plantas cuidadosamente seleccionadas, la mayoría representativas de la flora mexicana, de la de California y de estados vecinos». La universidad otorgó a T. S. Brandegee el cargo de conservador honorario del herbario, cuya colección, tras el valioso donativo, se había elevado a una de las mejores a nivel mundial.
Una vez instalados en San Francisco, Katharine Brandegee y su marido continuaron con sus viajes de recolección de plantas. Siguieron colaborando juntos hasta que la enfermedad y la muerte acabaron con sus fructíferas vidas. Katharine murió en 1920 a la edad de 75 años y T. S. Brandegee en 1925. Como ha señalado Amy Weiss «ellos fallecieron, pero sus contribuciones siguen vivas a través de sus colecciones y sus escritos».
Referencias
- Brandegee, Katharine Layne (1844-1920). University and Jepson Herbaria Archives University of California, Berkeley, 8 marzo 2010.
- Carter, Nancy Carol (2011). The Brandegees: Leading Botanists in San Diego. Eden: Journal of the California Garden & Landscape History Society 14 (4) 1-31.
- Lipscomb, Diana (1995). Women in Systematic. Annual Review of Ecology and Systematics 26 (1995): 323-341.
- Ogilvie, Marilyn et Joy Harvey (dir.) (2000). The Biographical Dictionary of Women in Science. Pionneering Lives from Ancient Times to the Mid-20th Century. Deux volumes. Routledge. New York.
- Rossiter, Margaret W. (1982). Women Scientists in America: Struggles and Strategies to 1940. Baltimore: Johns Hopkins University Press.
- Rudolph, Emanuel D. (1982). Women in Nineteenth Century American Botany: A Generally Unrecognized Constituency. American Journal of Botany 69 (8): 1346-1355.
- Weiss, Amy (2015).Katharine Brandegee: Blazing a Trail for Women in Science. NYBG.
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.