Mary-Claire King (1946). De la biología evolutiva al descubrimiento del gen del cáncer de mama

Vidas científicas

Mary-Claire King. Wikimedia Commons.

En las proximidades de la ciudad de Chicago, EE. UU., nació el 27 de febrero de 1946 Mary-Claire King, hija de Harvey W. King, que trabajaba en el departamento de personal de la Standard Oil of Indiana, y de Clarice King. Con el tiempo, Mary-Claire se convertiría en una experta altamente valorada en genética humana. En la actualidad es profesora de esta especialidad en la Universidad de Washington, y a lo largo de toda su carrera ha realizado excelentes trabajos a nivel nacional e internacional.

Mary-Claire King se graduó en matemáticas con la calificación de cum laude a los 19 años de edad en el Carleton College, una universidad privada situada en Minnesota. Posteriormente se trasladó a la Universidad de California, donde siguió un curso sobre genética que le resultó apasionante. Optó entonces por realizar su doctorado en esta disciplina bajo la dirección del reconocido bioquímico y genetista Allan Wilson (1934-1991), quien la estimuló para llevar a cabo un trabajo en el que podría aplicar su excelente formación en matemáticas y estadística.

Juntos, Wilson y King comenzaron un estudio que combinaba el talento de ambos y el amor de ella por la estadística, sumergiéndose en una exhaustiva investigación sobre biología evolutiva. Su objetivo primordial era analizar las similitudes moleculares entre humanos y chimpancés mediante el análisis comparado de proteínas; los resultados les permitieron demostrar que los seres humanos y los chimpancés son genéticamente idénticos en un 99 %.

La joven completó su tesis en 1972 con una investigación de notable calidad sobre evolución humana. Por esas fechas, King contrajo matrimonio con su colega, el zoólogo Robert Colwell, con quien en 1975 tuvo una hija, Emily; pero el matrimonio duró muy poco tiempo y terminó en divorcio.

En una entrevista concedida al Blog Q&A (de la fundación BCRF: Breast Cancer Research Foundation) el 1 de julio de 2014, Mary-Claire King comentaba con respecto a su formación profesional: «desde que era una niña he disfrutado con las matemáticas y me gradué en esta especialidad en el Carleton College. En 1966 me trasladé a Berkeley como estudiante graduada, allí seguí un curso de genética e inmediatamente me enamoré de esta disciplina. Terminé mi doctorado en Berkeley en 1972, estudiando el problema de la evolución molecular humana».

La disertación doctoral de la joven fue publicada por la Universidad de California (1973), y sus conclusiones convulsionaron a la opinión pública de entonces, provocando una verdadera revolución en la biología evolutiva, ya que la comunidad especializada en aquellos años no pensaba en un parentesco tan cercano entre nuestra especie y los chimpancés. Hoy, sin embargo, esta idea se ha convertido en un conocimiento de aceptación generalizada. ​

El trabajo de King contribuyó a apoyar la hipótesis de Allan Wilson, quien sostenía que los chimpancés y los humanos divergieron en el árbol evolutivo apenas hace 5 millones de años; además, tanto King como Wilson sugirieron que los procesos que controlan la actividad de los genes, esto es, la regulación genética, fueron seguramente la causa de las diferencias significativas existentes entre ambas especies, más que los genes en sí mismos. Esta hipótesis ha sido desde entonces considerada y apoyada por un creciente número de grupos de investigación; solo la fecha de divergencia entre ambas especies se ha modificado retrasándola a unos 6 o 7 millones de años hacia atrás.

Un cambio de especialidad: los estudios sobre el cáncer

En la citada entrevista concedida al blog Q&A, King ha relatado que en 1974 se incorporó a trabajar con el profesor de la Facultad de Medicina (Universidad de California, San Francisco), el Dr. Nicholas Petrakis (1922-2015), cuya línea de trabajo estaba centrada en investigar las causas que originan el cáncer de mama.

En un encuentro mantenido entre ambos, Petrakis había explicado a King que estaba trabajando en un proyecto muy importante pero notablemente complejo. «El problema era, ha narrado la científica, averiguar porqué algunas familias se veían tan severamente afectadas por el cáncer de mama». King se sintió profundamente interesada por la cuestión, y como ella misma confesara, «desde que empecé a trabajar en ese tema ya nunca lo he abandonarlo». En concreto, añade la investigadora, «el proyecto consistía en identificar los genes responsables de la predisposición hereditaria al cáncer de pecho y de ovario, y determinar qué factores no genéticos modificaban los efectos de estos genes».

Ubicación del gen BRCA1 en el cromosoma 17.
Wikimedia Commons.

Tras largos años de trabajo, en 1990 Mary-Claire King lograba demostrar que un solo gen localizado en el cromosoma 17, conocido como BRCA1 (breast cancer 1, cáncer de mama 1) podía sufrir diversas mutaciones que estaban implicadas en algunos tipos de cáncer, especialmente el de mama y de ovario. Valga recordar que todas las personas poseen el gen BRCA1, pero solo cuando éste sufre mutaciones se implica en la generación de un cáncer.

El descubrimiento del «gen del cáncer de mama» modificó una convicción hasta el momento ampliamente admitida entre los y las expertas, que se mostraban contrarios a la existencia de una relación entre la genética y algunas enfermedades humanas complejas. En otras palabras, hasta el hallazgo del gen BRCA1, solo algunas dolencias raras muy específicas (como la enfermedad de Huntington, la fibrosis quística o la anemia de células falciformes), se habían relacionado con la herencia. La comunidad especializada, sin embargo, se mostraba notablemente escéptica sobre la utilidad de la genética para enfermedades más comunes como el cáncer. El gen BRCA1 cambió por completo esa noción hasta el punto de modificar profundamente la forma de estudiar numerosas dolencias, el cáncer entre ellas, que aquejan a la humanidad.

Como escribía el 19 octubre 2020 la periodista científica Margarita Rodríguez, productora multimedia de BBC News Mundo: «Con su hallazgo, logrado tras casi 20 años de investigaciones y después de analizar varias familias, Mary-Claire King cambió la visión que se tenía acerca del rol de los genes en el cáncer y revolucionó el estudio de la genética humana».

Al principio, sin embargo, la hipótesis de King de que un solo gen podría contribuir a un mayor riesgo para desarrollar una enfermedad compleja en algunas familias fue vista con considerable escepticismo. Incluso muchos genetistas pensaron que la investigadora había cometido un error en su análisis estadístico (Margarita Rodríguez, 2020). No obstante, como apuntábamos más arriba, la técnica desarrollada por King para identificar el BRCA1 ha resultado muy valiosa y exitosa para el estudio de muchas otras enfermedades; hasta la propia King identificó el otro gen, el BRCA2, con la misma metodología.

Los avances en el estudio del ADN terminaron dando la razón a la investigadora, y en la actualidad se asume que su trabajo ha transformado el diagnóstico y el tratamiento del cáncer de mama. Al respecto, por ejemplo, en 2019 la doctora en biomedicina y experta en comunicación científica, Ushma S.Neill, escribía en un artículo publicado en The Journal of Clinical Investigation : «Pocos científicos han hecho una contribución más significativa a la genética que Mary-Claire King».

En suma, de acuerdo a un creciente colectivo de especialistas, los aportes de King van más allá del cáncer, y, de hecho, han tenido un impacto generalizado en la genética humana por su influencia sobre la forma en que los y las genetistas estudian muchas otras enfermedades. La enfermedad de Parkinson, la esquizofrenia, el autismo y muchas otras siguen el mismo patrón que el cáncer de mama, sostienen hoy diversos equipos de investigación.

Por su parte, Mary-Claire King ha hecho siempre énfasis en que «las principales beneficiadas de esta investigación son las mujeres procedentes de familias que presentan las mutaciones de los genes BRCA1 y BRCA2. Ellas pueden ahora saber si son o no son portadoras de alguna de las mutaciones de esos dos genes que predisponen al cáncer en su familia». En el caso de ser portadoras, continúa explicando la científica en la entrevista concedida a Q&A, «pueden someterse a una intervención que reducirá notablemente el riesgo de contraer cáncer. Estas intervenciones son quirúrgicas e invasivas, pero salvan vidas».

Desde la década de 1990, Mary-Claire King ha colaborado con científicos de todo el mundo para identificar las causas genéticas de diversas enfermedades, además del cáncer, dando un vivo ejemplo de cooperación científica internacional. La genetista permaneció en Berkeley hasta 1995, cuando fue contratada como profesora investigadora de la American Cancer Society en la Universidad de Washington donde aún permanece desempeñando tareas docentes y de investigación.

El trabajo en derechos humanos

Mary-Claire King también ha mantenido un intenso compromiso con la lucha por los derechos humanos. En 1984, aplicó por primera vez sus conocimientos genéticos a este tipo de trabajo al comenzar a colaborar con las Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina, quienes un año antes habían solicitado a la American Association for the Advancement of Science que les recomendara algún genetista que pudiera ayudarlas a identificar niños desaparecidos durante la dictadura 1976-1983. Se trataba de criaturas que habían sido sustraídas a sus madres asesinadas por los militares, y registradas con identidad falsa mediante certificados de nacimiento o adopciones simuladas. Para que pudieran recuperar su verdadera identidad biológica, eran necesarios análisis genéticos que acreditasen su relación de parentesco con las abuelas que los buscaban.

Mary Claire King explica a las Abuelas Estela de Carlotto y Nélida Navajas cómo se determina
el “índice de abuelidad” (1983). Imagen: Abuelas de Plaza de Mayo.

Mary-Claire King fue seleccionada para realizar ese trabajo. La científica aceptó gustosa y viajó a Argentina con el fin de adquirir amplia información sobre el problema al que iba a enfrentarse, como se relata en la biografía «Mary-Claire King». De vuelta en Estados Unidos, emprendió el proyecto junto a un grupo de especialistas, entre los que destacaba la figura del prestigioso genetista italo-norteamericano Luca Cavalli-Sforza (1922-2018), en aquellas fechas catedrático de la Universidad de Stanford.

Apuntemos que en esos años ya se hacían pruebas para determinar la paternidad, pero en ningún lugar del mundo, tal como ha señalado Margarita Rodríguez, se habían hecho para las abuelas, es decir, para establecer parentesco en ausencia de la generación de los padres. Un experto del equipo de trabajo comentaba al respecto que «el secreto era transformar estadísticamente la fórmula del índice de paternidad, teniendo en cuenta que estabas estudiando marcadores genéticos y había una generación de la cual no tenías datos, la de los padres desaparecidos […]. Esto requirió una serie de complejas manipulaciones estadísticas y probabilísticas».

La formación y experiencia de Mary-Claire King resultó crucial para llevar la investigación a buen puerto y lograr identificar a los nietos. Gracias a su ayuda, docenas de niños pudieron reunirse con sus familias biológicas. Además, la científica también colaboró con la justicia en la realización de pruebas de ADN en restos exhumados de padres y madres con el fin de que se pudieran iniciar acusaciones por casos criminales contra los asesinos.

El compromiso con los derechos humanos de King no se limitó a su excelente trabajo en Argentina. Ha participado también con organizaciones como Médicos por los Derechos Humanos (Physicians for Human Rights) y Amnesty International, ayudando a identificar personas en Chile, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Ruanda, los Balcanes y Filipinas.

Mary-Claire King ha atesorado numerosos galardones por su trabajo científico y humanitario, incluyendo la National Medal of Science, otorgada en 2014, o el Premio Shaw de 2018, conocido como el Nobel Oriental, que premia a «las personas, independientemente de su raza, nacionalidad y creencia religiosa, que han logrado importantes avances en los medios académicos y de investigación científica o aplicación, y cuyo trabajo ha dado lugar a un profundo y positivo impacto en la humanidad».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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