En el siglo XVIII, uno de los problemas centrales a los que se enfrentaban los naturalistas era descifrar la reproducción de los organismos vivos. Entre los estudiosos innovadores que tenían como objetivo entender este complejo proceso destaca el italiano Lazzaro Spallanzani (1729-1799), que dedicó su vida a la historia natural.
Las investigaciones de Spallanzani tienen un gran valor histórico porque muestran un conjunto de brillantes experimentos y reflexiones que ilustran el nacimiento de la biología moderna. Pero, además, son también un claro testimonio de la poca atención que, tras la revolución científica, prestaron los estudiosos a la participación de las mujeres en la ciencia.
Es sabido que las historiadoras de la ciencia, y algunos colegas varones, han denunciado en múltiples ocasiones la misoginia reinante en el ámbito científico, al tiempo que han puesto de manifiesto la valentía y arrojo de aquellas mujeres que no aceptaron quedarse al margen. En un número inesperadamente más alto de lo supuesto, han salido de las sombras decididas estudiosas que participaron en diversos descubrimientos y en las nuevas y prometedoras maneras de explicar el mundo. Aquí pretendemos destacar sólo unos pocos botones de una dilatada muestra.
Quizás para empezar lo mejor sea recordar que Spallanzani, con ingeniosos y creativos experimentos, anticipó gran parte de las técnicas experimentales actuales: supo ir más allá de la simple disección y de las rutinarias observaciones de sus colegas, mostrando una rica inventiva con nuevos métodos de manipulación para probar y clarificar sus ideas. Además, el científico estaba convencido de que a menudo los resultados dejan ver que los mecanismos naturales no son los mismos que los previamente supuestos, y sus trabajos revelan claros esfuerzos por eliminar prejuicios y ofuscaciones a la hora de interpretar los datos.
Determinado a demostrar que los organismos vivos descienden unos de otros, criticó con dureza resultados que pretendían probar que en los restos alimenticios o de otro tipo podían generarse seres vivos a partir de la nada. Sus esclarecedores experimentos fueron tan acertados y precisos que muchos historiadores lo consideran hoy un claro precursor de Louis Pasteur (1822-1895).
Una vez que estableció que la vida no surge por sí sola, Spallanzani se dedicó la búsqueda de una teoría para explicar la reproducción biológica. Centró entonces el foco de su atención en la función del esperma y sus componentes, a los que empezó a estudiar con enorme minuciosidad. Su gran legado fue demostrar que sin semen no hay fecundación y logró evidenciar este hecho empíricamente al extender sus observaciones a numerosas especies de animales.
Trabajando con anfibios, el sabio italiano había observado muchas veces que durante el apareamiento de numerosas especies de ranas y sapos, la hembra expulsaba sus óvulos al exterior y éstos eran bañados por el semen del macho; solo en este caso se generaba descendencia. Si los óvulos de la hembra se mantenían aislados, no había tal descendencia y éstos continuaban estériles.
Con el fin de establecer cuál era el verdadero papel del semen, Spallanzani ideó un experimento que ha pasado a la historia: fue capaz de colocar una especie de pequeños pantalones o calzones a sapos machos de tal modo que, cuando tuviera lugar el abrazo sexual característico del apareamiento de estos animales, al verterse el semen éste no pudiese entrar en contacto con los óvulos, sino que quedase retenido en la tela. Después de tan ingeniosa artimaña, el científico escribía: «La idea de los calzones, a pesar de lo caprichosa o ridícula que pueda parecer, no me disgustaba y resolví ponerla en práctica».
Tras numerosos y sutiles experimentos logró poner de manifiesto su premisa inicial: el contacto entre los óvulos y los espermatozoides resulta imprescindible para que el desarrollo de un embrión tenga lugar. Este hallazgo está entre los más importantes que logró el científico: evidencia la necesidad de contacto físico entre el líquido seminal masculino y el óvulo femenino para que se produzca la fecundación.
Resumidas estas aportaciones fundamentales a la biología de aquel tiempo, ahora cabe señalar que, aunque Spallanzani nunca se casó, su vida y su obra estuvieron profundamente influidas por importantes mujeres dedicadas a la ciencia. De hecho, su gran devoción por las ciencias naturales se desarrolló gracias a una profesora que le dio clases en la Universidad de Bolonia, la acreditada Laura Bassi (1711-1788).
Laura Bassi era una mujer con una personalidad extraordinaria, y como científica gozó de gran prestigio. Estudió matemáticas, filosofía, anatomía, historia natural e idiomas; en 1733 recibió su doctorado en Filosofía en la Universidad de Bolonia; con posterioridad publicó numerosos trabajos sobre física cartesiana y newtoniana. Fue la primera mujer en ocupar una cátedra de Física en aquella universidad, y por si fuera poco tuvo capacidad para combinar sus tareas domésticas, los historiadores le adjudican entre ocho y doce hijos con su intenso trabajo académico. Al final de su vida fue reconocida en toda Europa como una de las mujeres de ciencias más capaces del siglo XVIII.
Sin embargo, la memoria de Laura Bassi se perdió con el tiempo hasta caer en un olvido casi total. Por ejemplo, no está incluida en el monumental The Dictionary of Scientific Biography, editado por Charles G. Gillespie, publicado por primera vez en 1970 y reimpreso ocho veces; diccionario en el que sí figuran muchos de sus contemporáneos varones.
Afortunadamente, la labor de destacadas autoras ha conseguido que empecemos a recobrar la memoria. Por ejemplo, la historiadora de la ciencia Londa Schiebinger en su celebrado libro ¿Tiene sexo la mente? (publicado en 1989 y traducido al castellano en 2004) dedicado a las mujeres en los orígenes de la ciencia moderna hace justicia a Laura Bassi; recupera el recuerdo de la brillante italiana y le consagra tres páginas completas y un retrato.
Por su parte, la bióloga e historiadora de la ciencia Margaret Alic (1986) ha apuntado que aquella magnífica profesora universitaria, que era prima de Lazzaro Spalanzani, puso en juego su poderosa influencia y convenció a los padres del joven para que le permitieran estudiar ciencias. Originalmente la familia había decidido que se dedicase al derecho, carrera por la que él no sentía ninguna vocación ni interés. La autoridad de Laura Bassi resultó así crucial para la historia de la biología.
Asimismo, en su inmenso trabajo experimental el científico contó con la inestimable colaboración de su hermana Marianna Spallanzani. Esta investigadora, al igual que otras en incontables ocasiones similares, ha sido ampliamente ignorada por la literatura científica. Casi nadie la recuerda pese a que en sus manos estuvo durante mucho tiempo la organización del prestigioso Museo de Historia Natural de Pavía, del que su hermano era director y del que se ausentaba con frecuencia en los numerosos viajes que emprendió a lo largo su vida. Este museo fue un importante foco de atención científica en toda Europa.
El propio Lazzaro Spallanzani confesaba en más de una ocasión que su hermana sabía de las cuestiones de historia natural incluso más que él. Durante sus repetidas ausencias, Marianna enseñaba y explicaba el funcionamiento del museo y su laboratorio a distinguidos visitantes y, en palabras del científico, «ella conocía las propiedades de los especímenes que allí se contenían y era muy capaz de razonar sobre ellos».
Marianna Spallanzani se dedicó con gran éxito a sus estudios sobre historia natural y su mente, que se había moldeado junto a la de su hermano, era lúcida y precisa. Como apuntaba en 2009 Juan A. Bacart, en la casa donde nacieron tenían un laboratorio y un museo de historia que hoy pueden visitarse. Estas instalaciones domésticas tuvieron una considerable influencia tanto en uno como en otra.
Además, otra destacada mujer: Eleonora de Nápoles, marquesa de Fonseca (nacida en esa ciudad en 1768), también asistió a Spallanzani en los experimentos básicos que le ayudaron a invalidar la doctrina de la generación espontánea y a establecer los principios de la reproducción biológica. Eleonora de Nápoles poseía una gran vocación y desde los primeros años de su juventud se dedicó al estudio de las letras y de las ciencias. El volumen 6 del Diccionario histórico o Biografía universal (1832) le dedica la siguiente entrada: «se aplicó particularmente a una ciencia poco conveniente a la decencia de su sexo, cual es la anatomía. La estudió con tal afición que se encontró en estado de comunicar sus observaciones al célebre Spallanzani, y aún parece que por sus conocimientos anatómicos le fue útil a éste en muchos de sus descubrimientos». Eleonora de Nápoles también es recordada por las historiadoras de la ciencia Margaret Alic y Clara Pinto-Correia.
Una interesante información, publicada por Juan A. Barcat, señala que «es probable que en 1754 Lazzaro Spallanzani aprendiera a usar el microscopio simple de una lente, con el cual hizo sus observaciones, en el gabinete de historia natural de su amiga la Marchesa Olimpia Agnelli-Sessi, Signora di Rolo, a quien Spallanzani dedicó uno de sus libros recordando “vuestros libros, lámparas, y el mobiliario no femenino de finísimas maquinitas e instrumentos” (i vostri libri, e i vostri lumi, e l’arredo non femminile di finisseme macchinette, e stromenti).
Los casos de estas audaces y talentosas mujeres atareadas entre curiosos materiales e ingeniosos ensayos para explicar la reproducción biológica, incitan la curiosidad por indagar cuántas de las brillantes e influyentes investigaciones de los grandes sabios que han pasado a la historia habrían sido posibles sin la participación femenina.
Referencias
- Alic, Margaret (1986). El legado de Hipatia. Siglo XXI. México
- Barcat, Juan Antonio (2009). Lazzaro Spallanzani y la inseminación artificial, MEDICINA; 69: 483-486. Buenos Aires
- Martínez Pulido, Carolina (2004). Gestando vidas alumbrado ideas. Minerva Ediciones. Madrid
- Papavero, Nelson (2001). Historia de la biología comparada. UNAM.
- Pinto-Correia, Clara (1997). The Ovary of Eve. University of Chicago Press
- Schiebinger, Londa (2004). ¿Tiene sexo la mente? Cátedra. Madrid
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.