Roseli Ocampo: en busca de vida ‘marciana’ en la Tierra

Vidas científicas

Encontrar vida en los lugares más inhóspitos de la Tierra, seres capaces de vivir en situaciones tan extremas que quizás podrían haber sobrevivido en Marte. En tan fascinante mundo microscópico puso su foco la bióloga Roseli Ocampo. Junto a su esposo, Imre Friedmann, se convirtió en una referente de la búsqueda de vida extraterrestre. Sus hallazgos ayudaron a definir objetivos de las misiones espaciales y a validar modelos sobre la habitabilidad de otros entornos del Sistema Solar, el gran misterio que intenta desentrañar la humanidad. Científica tan aventurera como meticulosa, no dudó en visitar los lugares más inhóspitos del planeta para vivir condiciones tan extremas como las de los “criptoendolitos” que descubrió.

Roseli Ocampo-Friedmann. AWIS.

Roseli Ocampo nació el 23 de noviembre de 1937 en Manila (Filipinas) y desde niña se sintió atraída por las plantas y la ciencia. A los 21 años había conseguido la licenciatura en Botánica en la Universidad de Filipinas y decidió hacer el máster en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Fue allí donde conoció a Imre Friedmann, un científico judío de origen húngaro que había sobrevivido a los nazis y, trasladado a Israel, estaba empeñado en la ardua tarea de encontrar algas en el desierto del Néguév. Aquello parecía una locura, pero en 1961 un amigo geólogo le entregó una piedra porosa y verdosa recogida en ese lugar en la que, efectivamente, había algas vivas pese a que estaba en unas condiciones casi imposibles para que fuera posible. En realidad, hacia décadas que los organismos que habitan en fisuras de las piedras, llamados endolitos, se habían descubierto en la cordillera de los Alpes, pero habían pasado al olvido. Este nuevo hallazgo era lo que precisaba un entusiasta Friedmann para insistir en su búsqueda sobre los límites de la vida en la Tierra.

Roseli y otras estudiantes de postgrado no tardaron en sumarse a su proyecto. La joven filipina pasó muchas horas rompiendo piedras del Néguév para encontrar rastros de fotosíntesis en su interior, hasta que en 1966, acabados sus estudios, regresó a Manila para trabajar en el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología de su ciudad. Pero no duró mucho: en 1968, Imre Friedmann había conseguido trabajo en la Universidad Estatal de Florida (EE. UU.) y Roseli no dudó en irse con él. En Florida, se doctoraría en 1973 y, un año después, contraería matrimonio con su compañero y colega.

Juntos comenzaron entonces a viajar por el mundo a la caza de esos microorganismos extremófilos que podían ocultar claves de la biología. Imre estaba muy interesado en ampliar sus estudios a la inhóspita Antártida, pero no encontraba cómo financiarlos. En 1974, su amigo el científico Wolf Vishniac –uno de los implicados en las misiones Viking que la NASA envió a Marte en busca de rastros de vida–, se comprometió a recogerle muestras del interior del continente de hielo para que las estudiara en Florida. Por desgracia, Vishniac murió congelado en aquella expedición, pero su viuda envió a los Friedmann las rocas que éste les había recogido y, al analizarlas en su laboratorio, encontraron lo que querían: en su interior había cianobacterias fotosintetizadoras, como se las conoce ahora.

La publicación en 1976 de aquellos microorganismos polares, que bautizaron como criptoendolitos (ocultos en las rocas), hizo posible que la pareja pudiera, por fin, viajar al desierto antártico de Ross, en la región de los Valles Secos. Eran una zona gélida y árida, prácticamente sin hielo ni nieve, pero la vida que allí encontraban eran capaz de tolerar tan duras condiciones. Comprobaron que en verano se descongelaban, se rehidrataban y fotosintetizaban, logrando colonizar la arenisca de Beacon de las montañas Trasantárticas. Ya su primer trabajo fue citado por la NASA, que ese año había logrado aterrizar la sonda Viking 1 en Marte y recibía datos que indicaban que las condiciones ambientales eran similares a las antárticas. ¿Y si resulta que también había allí vida como la que habían encontrado los Friedmann? Esa fue la pregunta que, al hilo de la llegada al planeta rojo, lanzo al mundo el periodista de la CBS Walter Cronkite, lanzando a la pareja a un fugaz estrellato mediático.

Un legado para la astrobiología

Los viajes de Roseli e Imre a la Antártida se sucedieron. Roseli participó en muchas de las diecisiete campañas que su pareja promovía y que solían iniciar en la Base McMurdo, en la isla de Ross. Con helicópteros eran transportados al medio del desierto helado, donde instalaban su campamento de tiendas de campaña y pequeñas estufas para cocinar, aunque sin calefacción alguna. Allí, en los Valles Secos, pasaban semanas buscando colonias de microbios y configurando sus instrumentos para registrar datos hasta que el equipo regresara al año siguiente. Fue tal su dedicación que hoy existe un Pico Friedmann, en las montañas Darwin de la Antártida, en honor a la pareja. También investigaron en el permafrost siberiano junto a equipos rusos, como el de David Gilichinsky, confirmando la presencia de bacterias viables en sedimentos de Siberia con edades estimadas de entre uno y tres millones de años.

Imre Friedmann y Roseli Ocampo. Florida Memory.

En los orígenes de la astrobiología, sus nombres siempre figuran como auténticos pioneros. Se consideraba que, si hubo vida en Marte, podría aún estar preservada de forma similar a la que ellos encontraron en estas zonas polares, pero dentro del subsuelo congelado de ese planeta, protegida de la radiación y la desecación de la superficie. Es algo que no ha podido demostrarse aún, como tampoco se ha demostrado fehacientemente que haya fósiles, aunque si hay algunos indicios. Al demostrar que ciertos organismos pueden sobrevivir en condiciones que parecían imposibles, también dieron alas a la terraformación de Marte, sobre la que escribieron algunos artículos: es la hipótesis de que podrían utilizarse estas cianobacterias para iniciar un proceso biológico y producir oxígeno en ese planeta, con el fin de hacerlo habitable en el futuro. Imre Friedmann incluso visualizó el cultivo de estas bacterias en la superficie marciana, al estilo de lo que décadas después se vio, de forma exagerada, en la película The Martian (2015), de Ridley Scott.

A partir de 1987, Roseli se convirtió en profesora en la Universidad A&M de Florida, en Tallahassee, donde ambos vivían, pero los veranos colaboraba con su marido en la búsqueda incesante de esas formas de vida casi imposibles. De hecho, a lo largo de su vida, se sabe que recolectó más de mil tipos de microorganismos de ambientes extremos, desde los desiertos del Gobi o de Atacama a las profundidades del mar…

Más adelante, trabajó como consultora científica para el Instituto SETI, creado en 1984 por Thomas Pierson y Jill Turter como organización independiente dedicada a la búsqueda de vida inteligente extraterrestre.

Cuando su esposo se jubiló de la Universidad en 2001 –llegó a dirigir allí el Centro de Investigación del Desierto Polar–, Roseli también se retiró. Ya en 1978 había recibido un reconocimiento del gobierno de Florida y, en 1981, la Medalla de Servicio Antártico del Congreso de los Estados Unidos de la Fundación Nacional de Ciencias. Años después, comenzó a parecer párkinson, una batalla que acabó por perder el 4 de septiembre de 2005, cuando falleció por esta enfermedad en Kirkland, Washington.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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