Si aceptamos la premisa de que toda tecnología militar tiene como objetivo último hacer el máximo daño posible de la manera más eficaz posible (que es una premisa, de partida, difícil de aceptar a poco que nos paremos a darle una o dos vueltas), tenemos que reconocer que hay avances en ese campo que resultan asombrosos. Utilizar, por ejemplo, drones para disparar y bombardear, alejando tanto a quien dispara la bala de quien muere por ella que es capaz de sentir que entre eso y jugar a un videojuego tampoco hay tanta diferencia, resulta de una inteligencia innegable.

Pero los seres humanos en general nos sentimos incómodos pensando en estas cosas. Resulta más sencillo aceptar los avances militares cuando están centrados en el lado de la defensa, y no del ataque (como si no fueran ambos aspectos necesariamente complementarios). Imaginemos, por ejemplo, encontrar la manera de despistar al enemigo y que crea que le atacas con aviones que en realidad no existen, para que no dispare a los que sí existen y van hacia él.
Joan Curran, física galesa, descubrió cómo hacerlo durante la Segunda Guerra Mundial. Y aunque los principios físicos tras el método que desarrolló eran complejos, el método en sí mismo no lo era: consistía en liberar cientos de tiras de papel de aluminio para engañar a los radares y hacerles creer que había algo enorme acercándose, desviando su atención hacia zonas vacías y despejando el camino para los verdaderos objetos enormes que volaban en su dirección.
Notas excelentes, pero sin título de licenciada
Joan Curran nació con el apellido Strothers el 26 de febrero de 1916 en Swansea, Gales, Reino Unido. Desde pequeña destacó en las asignaturas de ciencias, y en 1934 obtuvo una beca para estudiar física en el Newnham College de Cambridge. Aunque completó todas las asignaturas con notas excelentes, no obtuvo el título de licenciada en Física porque la Universidad de Cambridge aún no otorgaba títulos a las mujeres.
Tras terminar la universidad, obtuvo una beca del gobierno británico para hacer su tesis en uno de los grupos de investigación del prestigioso Laboratorio Cavendish donde muy pronto demostró su habilidad, precisión y minuciosidad para el trabajo experimental. Sin embargo, la entrada de Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial obligó a detener el trabajo de su doctorado y a reorientar las investigaciones del laboratorio para contribuir al esfuerzo bélico.
Primero se trasladaron a uno de los cuarteles de la Fuerza Aérea, y poco después al departamento de Física de la Universidad de Exeter. Strothers trabajaba en un grupo centrado en desarrollar espoletas de proximidad, un tipo de proyectil que se utiliza a menudo para disparar a blancos difusos o en movimiento y que funciona detonándose cuando el objetivo está a menos de una determinada distancia, no siendo necesario por tanto acertarle de pleno, sino que basta con acercarse lo suficiente. Este desarrollo, una vez completado con éxito, se fabricó en Estados Unidos y fue utilizado más adelante en la misma contienda contra los cohetes bombarderos V2 que la Alemania nazi desarrolló y utilizó para atacar Bélgica y el sur de Inglaterra.
“¿Dónde está el avión: aquí o aquí?”
En 1940 Joan se casó con uno de sus compañeros de investigación, Sam Curran, y adoptó su apellido. Ambos fueron trasladados al Establecimiento de Investigación en Telecomunicaciones, donde ella pasó a formar parte del equipo que estudiaba cómo reducir la eficacia de los radares enemigos. Fue allí donde ideó y desarrolló el sistema chaff de reflectores antirradar.

de bombarderos que lo acompaña. Wikimedia Commons.
La idea era imitar la presencia de un avión donde no lo había liberando en el aire partículas de materiales que reflejasen las ondas de radar de vuelta a su receptor como lo habría hecho un avión de verdad. Tras probar con distintas opciones, la más eficaz resultaron ser tiras de papel de aluminio de uno o dos centímetros de ancho y 25 de largo que podían ser liberados por bombarderos en el aire.
El sistema fue puesto a prueba durante las incursiones para bombardear la ciudad alemana de Hamburgo, y el resultado fue una pérdida mucho menor de la habitual de aviones en el bando de los aliados. Este sistema fue también empleado para simular la presencia de aviones, que fueron detectados por los radares alemanes, y así introducir un elemento de distracción geográfica durante el desembarco de las tropas aliadas en Normandía en el Día D.
“Recuerdo que en casa, ella cortó una gran cantidad de papel de aluminio con sus tijeras de labores y organizó que fueran liberados por una avioneta desde el aeródromo de Christchurch y que se hicieran observaciones en las estaciones de detección por radar. El efecto en las pantallas de los radares fue alucinante, parecía como si hubiese una gran flota de aeronaves. Esta primera demostración de ‘Windows’ [otro de los nombres por los que se conoce esta técnica] fueron claramente de una extraordinaria importancia para el conjunto de la ciencia de radares”, explicaría años después su marido como parte del obituario que escribió para Philip Dee, el jefe de ambos.
Aún hoy despista a los sistemas de detección meteorológica

aluminio con el nombre en código WINDOW.
Wikimedia Commons.
Aunque en su época el clima militar, abrumadoramente masculino y machista, mitigó el reconocimiento a su logro, a día de hoy se considera que el invento de este sistema hizo que Joan Curren salvase cientos de vidas. El sistema se sigue utilizando hoy por parte de los ejércitos, y su eficacia causa en ocasiones situaciones de tremendo desconcierto entre la comunidad meteorológica. Ocurrió en 2013 en Huntsville, Alabama, cuando en un día totalmente despejado, los sistemas de detección comenzaron a captar una enorme masa acercándose a la ciudad que era inapreciable a simple vista. Se trataba de una maniobra de pruebas de la base militar cercana, en la que habían activado este sistema como parte de los ejercicios llevados a cabo.
Tras el fin de la guerra en Europa, en 1944, Curran y su marido emigraron a Estados Unidos y participaron en el proyecto Manhattan, que daría como resultado la primera bomba nuclear. Junto con otros científicos, estudiaron el proceso y los efectos de la separación de los isótopos del uranio.
En esa época, Curran tuvo su primera hija, que nació con una discapacidad, y con ello terminó su carrera científica. La familia se trasladó a Glasgow, en Escocia, y ella pasó el resto de su vida haciendo una intensa labor de activismo en favor de las personas con discapacidad y participando en asociaciones en su defensa e involucradas en el fomento de la salud pública y el acceso a la vivienda.
Joan Curran murió el 10 de febrero de 1999.
Referencias
- Irena Fischer-Hwang, The Woman Whose Invention Helped Win a War — and Still Baffles Weathermen, Smithsonnian magazine, 28 noviembre 2018
- Noelia Freire, Joan Curran, la científica que saboteó a Hitler con tiras de papel de aluminio, National Geographic, 3 agosto 2025
- Joan Curran, Wikipedia
- Curran, Joan, Foro Histórico de las Telecomunicaciones
- Suzanne Kelman, Two Women Whose Inventions Changed the Course of World War Two, Aspects of History, 2021
- 106: joan strothers (lady curran), Magnificent Women, 11 noviembre 2019
- Emma Petrie, Remarkable women of WW2 to be celebrated by Bomber Command Centre, BBC, 8 marzo 2025
Sobre la autora
Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.