Judith Graham Pool, la fisióloga que descubrió cómo ayudar a las personas hemofílicas a no desangrarse

Vidas científicas

Morir desangrado es un riesgo frente al que el cuerpo humano tiene un mecanismo de acción que, si la herida en cuestión no es demasiado grave, suele funcionar: las plaquetas de la sangre se colocan y solidifican, es decir, se coagulan, para evitar que la sangre siga saliendo. Salvando las distancias, es el mismo sistema por el que un albañil apañado cerraría un agujero en un dique de contención de aguas para que el líquido siga en el lado adecuado.

En la hemofilia, un trastorno hereditario de la sangre, el cemento del albañil no consigue fraguar, el agujero en el dique no se puede cerrar y el agua fluye y fluye sin parar hacia el lado donde no debería estar. El riesgo de morir desangrado no tiene un mecanismo eficaz que funcione. Los pacientes que lo sufren pueden ver en grave riesgo su salud por heridas que otros solucionarían con unas tiritas, una venda o, como mucho, un par de puntos.

Judith Graham Pool. Hemaware.

Judith Graham Pool fue bioquímica y fisióloga, se especializó en el estudio de la hemofilia y desarrolló un método para obtener de manera sencilla factores de coagulación que fuesen fácilmente almacenables y aplicables a los pacientes con esta patología en caso de sangrado, mejorando así su esperanza de vida y reduciendo el riesgo de desangrarse.

De las fibras musculares a la coagulación de la sangre

Judith Graham Pool nació en 1919 en Queens, Nueva York, Estados Unidos. Fue la mayor de los tres hijos que tuvieron un corredor de bolsa y una maestra de escuela. Tras terminar el instituto se matriculó en la Universidad de Chicago, donde estudió Físicas y Bioquímica. Se casó en su primer año de universidad, 1938, con un estudiante de ciencias políticas, con el que tendría dos hijos.

Tras terminar la carrera, trabajó durante un tiempo como asistente del mismo departamento, y luego como profesora de física en el Hobart College de Geneva, Nueva York, mientras escribía su tesis, centrada en el estudio por electrofisiología de las fibras musculares, en concreto el potencial eléctrico de una sola fibra muscular aislada. Finalmente obtuvo su tesis en 1946.

Ya con su doctorado en mano, la familia al completo se mudó a California, donde ella había obtenido un puesto en el Instituto de Investigación de Stanford. En 1953 obtuvo una beca del Banco de América y la Fundación Giannini y comenzó a estudiar el área que sería su especialidad el resto de su carrera, la coagulación de la sangre, en la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford. Al año siguiente publicó su primera investigación y ya trabajaba de manera independiente, algo poco frecuente en alguien que solo llevaba un año en ese campo.

Poco después había ascendido a investigadora asociada senior, y pudo realizar una estancia en Oslo, Noruega, también gracias a una beca. En 1972 su reputación ya era tan generalizada que fue directamente ascendida a profesora, saltando varios escalones en el progreso habitual docente e investigador.

La obtención del factor VIII y su efecto en las personas hemofílicas

En el campo de la coagulación sanguínea, la contribución más recordada de Pool fue el trabajo que llevó a cabo junto a otros dos colegas para aislar el factor antihemofílico, o factor VIII. Este factor se usaba, y aun se usa, en las transfusiones que se hacen a las personas hemofílicas para controlar los sangrados. Pool consiguió desarrollar un método, llamado crioprecipitación, para obtener de forma controlada una solución con una alta concentración de proteínas que contienen ese factor VIII a partir de plasma sanguíneo.

Factor VIII recombinante para autotratamiento.

Esto permitía obtener una gran cantidad de esta sustancia a partir de un solo donante de sangre, o a partir de grandes cantidades de sangre donada, convirtiendo el tratamiento de los hemofílicos en algo mucho más sencillo y barato: tras una herida, se les administraba este componente para ayudarles a controlar el sangrado, en vez de hacerles varias transfusiones que repusieran la sangre perdida. También se podía administrar al paciente antes de una cirugía, reduciendo el riesgo posterior del paciente, abriendo así la posibilidad de practicar operaciones que antes no se hacían aunque pudieran ser necesarias por el alto riesgo que suponían.

El proceso que desarrollaron Pool y sus colegas se hizo público por primera vez en 1964 y en poco tiempo se convirtió en el tratamiento estándar de las personas hemofílicas.

Su legado para las personas hemofílicas y las mujeres investigadoras

Otra de sus aportaciones fue el estudio de técnicas para medir la coagulación de la sangre. En concreto se centró en medir la presencia de una sustancia inhibidora del mismo factor VIII, algo que desarrollan entre el 10 y el 20 % de las personas hemofílicas que han recibido numerosas transfusiones y que hace que sus sangrados empeoren notablemente.

El descubrimiento del crioprecipitado del factor VIII hizo a Pool mundialmente reconocida dentro de su campo. Recibió invitaciones para ser conferenciante en universidades y centros de investigación de todo el mundo, y fue nombrada miembro de los comités asesores del Programa de Donación de Sangre de la Cruz Roja y de los Institutos Nacionales de Salud, además de recibir numerosos premios.

Ella utilizó su prestigio también para promover la igualdad de género en la ciencia y aumentar la presencia y las oportunidades para las mujeres, algo sobre lo que habló públicamente: “Ahora tenemos cierto entendimiento de la resistencia que se encuentran las mujeres al entrar en las escuelas profesionales y de graduados, y somos cada vez más conscientes de ese prejuicio, tanto sutil como evidente, ante sus avances en las universidades, las agencias gubernamentales y la industria”, declaró en la prensa en una ocasión. Fue copresidenta de la Asociación de Mujeres en la Ciencia, y la primera mujer presidenta de la asociación de Mujeres Profesionales del Centro Médico de la Universidad de Stanford.

Pool no pudo seguir ampliando su legado porque murió relativamente joven, a los 56 años, a causa de un tumor cerebral. Tras su muerte, la Fundación Nacional de la Hemofilia le dio su nombre a sus becas anuales de investigación.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.

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