Cuando Helen Alma Newton Turner nació en 1908, el conocimiento de la genética estaba en pañales. Acababa de recuperarse del olvido al genetista Gregor Mendel y sus leyes sobre la herencia, gracias a los guisantes, pero aún se sabía muy poco sobre esa base fundamental de la vida a la que acabaría dedicándose Helen con pasión, en su caso centrada en la mejora de la lana de las ovejas, ese material que hace décadas era tan valioso, aunque hoy ha perdido su interés.
Nuestra científica nació el 15 de mayo de ese año en Lindfield, Sydney (Australia), hija del funcionario público Alphonse Joseph Newton Turner y de Jessie Newton (Bowmaker de soltera), una de las primeras mujeres graduarse en la Universidad de Sydney, en 1901, en filosofía y francés. A su hija, sin embargo, no le interesaban las ciencias sociales, sino que desde muy niña sintió atracción por las matemáticas, en las que pronto destacó. Como la única salida en el ámbito de la ciencia para las mujeres era la docencia, Helen optó por estudiar arquitectura en la misma universidad que lo hizo su madre, donde se graduó con honores en 1930.
Con ese expediente bajo el brazo, enseguida consiguió un contrato con los arquitectos Kent & Massie, pese a estar en plena Gran Depresión, un trabajo que compaginaba recibiendo clases de taquigrafía y mecanografía con la intención de tener otra salida como secretaria. Aquello dio un vuelco a su futuro porque fue como administrativa que, en 1931, entró a trabajar con el científico Ian Clunies Ross en el recién creado Laboratorio de Salud Animal FD McMaster. Y Ross estaba inmerso en la investigación en genética en Australia.
El descubrimiento de la genética
Helen Alma no tardó en interesarse por esa novedad que era aplicar análisis estadísticos a experimentos agrícolas y recuperó su fascinación por las matemáticas, matriculándose de nuevo, en este caso en clases nocturnas de estadística. En 1938, era ya un peso importante dentro del laboratorio, así que Ross, reconociendo su potencial, le pidió que se fuera a estudiar a Inglaterra con dos grandes científicos: Ronald Fisher, del University College de Londres, fundador de la estadística agrícola; y con Frank Yates, jefe de estadística de una Estación Experimental Agrícola en Hertfordshire.
Antes de regresar a Sydney, con 30 años, aún pasó diez semanas en los Estados Unidos, donde visitó varios laboratorios de investigación que trabajaban con ovejas. Al regresar al Laboratorio McMaster, fue nombrada oficial técnica y consultora en estadística de la División de Salud y Producción Animal de la agencia.
En 1940, en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, la joven investigadora se unió a la bióloga marina Isobel Bennett para crear y formar parte del Ejército Terrestre de Mujeres de la Universidad, con el ánimo de colaborar en lo que pudieran. Cuando Japón entró en la guerra, en diciembre de 1941, Helen pasó a ser estadística en el Departamento de Seguridad Interior de Canberra, trabajando al final a tiempo parcial con su laboratorio, al que regresó al término del conflicto, en concreto a la División de Salud y Producción Animal, CSIRO (que después sería la Organización de Investigación Científica e Industrial de la Commonwealth desde el año 1949).
Fue a partir de entonces cuando comenzó su fructífera carrera científica, ya centrada en la investigación de la producción de lana. Para ello, realizaba experimentos de cría de ovejas merinas en varias zonas de su país, como son Cunnamulla, Queensland, y Armidale y Deniliquin. Sus resultados positivos comenzaron a tener cada vez más eco, sobre todo a partir de 1951, cuando publicó un análisis estadístico que demostraba que la herencia genética representaba más del 30 % de la variación en el peso del vellón de las ovejas. Aquello despertó el interés de los productores de lana, pues ponía en cuestión los criterios de los ganaderos a la hora de seleccionar los ejemplares para la reproducción. Su trabajo experimental y estadístico sobre los gemelos en ovejas produjo aumentos espectaculares en las tasas de reproducción. Siempre deseosa de aprender, durante todo el año 1954 se dedicó a viajar por el mundo para estudiar métodos de cría de ovejas y visitar otros laboratorios. Estuvo en India, Noruega, Suecia, Dinamarca, Alemania, Francia y también en España y Portugal.
En 1956 ya era responsable de la sección de cría de animales de la División de Genética Animal, a cargo de las investigaciones en CSIRO sobre cría de ovejas. No sólo buscaba aumentar la producción de lana, sino que inició un proyecto para averiguar qué características eran genéticas, como su peso, el número de rizos, el diámetro de la fibra, la longitud o la densidad del folículo. Helen diseñó y puso en marcha rigurosos procedimientos de medición de estos parámetros, dado que hasta entonces lo que se tenía eran impresiones subjetivas basadas en la vista. Al principio, esa metodología más rigurosa no fue bien acogida por los criadores de sementales y los clasificadores de lana, pero al final se adaptaron porque los rendimientos mejoraban mucho. De hecho, la lana comenzó a venderse según sus medidas.
Descrita como «alta, vivaz y de ojos brillantes», durante años viajó por toda Australia, un país que sigue siendo el principal productor de lana del mundo, impartiendo seminarios y hablando directamente con ganaderos o través de la radio. Durante dos décadas (entre 1960 y 1980), llegó a ser muy conocida en todas las zonas rurales del país, una tarea de divulgación que compaginaba con su trabajo científico: publicó más de cien artículos. Su libro Quantitative Genetics in Sheep Breeding (Genética cuantitativa en la cría de ovejas), firmado en colaboración con Sydney Young en 1969, se convirtió en una referencia internacional para la cría ovina. También volvió a viajar por el mundo, participando en numerosos programas de mejoramiento en África, América del Sur, Europa, Asia y el Pacífico. Eran tiempos de la Revolución verde, en la que la frontera agraria y ganadera se extendía por doquier. De aquel ir y venir quedó el relato de sus viajes, And Yonder Lies, que se publicó póstumamente.
Con tanto trabajo tuvo que esperar hasta 1970 para obtener un doctorado en ciencias por la Universidad de Sydney por su tesis, Genética cuantitativa en la cría de ovejas. A los tres años de aquello se jubiló, pero no cayó en el olvido en su país, pese a que se la recuerda como una persona muy humilde que no alardeaba de sus muchos logros. En 1974, fue la primera mujer que recibió la medalla del Farrer Memorial Trust y al año siguiente la hicieron miembro de la Academia Australiana de Ciencias Tecnológicas.
Soltera, murió el 26 de noviembre de 1995 en Sydney, donde fue incinerada. Hoy, la Medalla Helen Newton Turner, establecida en 1993 por la Asociación para el Avance de la Genética y la Cría Animal, sigue manteniendo viva su memoria.
Referencias
- Doug McCann, Helen Alma Turner (1908–1995), Australian Dictionary of Biography
- Dr Helen Newton Turner, 25th AAABG Conference 2023
- Helen Alma Newton Turner, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.