Edith Schwartz Clements, botánica, pionera ecóloga y artista

Vidas científicas

Edith Schwartz Clements. Imagen: U. Nebraska.

La botánica estadounidense Edith Schwartz Clements (1874-1971) fue una de las primeras mujeres en estudiar los efectos de los factores ambientales sobre las plantas, consiguiendo grandes avances en la naciente ecología vegetal de su tiempo. Durante sus años más destacados trabajó junto a su marido Frederic Clements, con tan buenos resultados que fueron informalmente elogiados como «el equipo marido-mujer más ilustre desde los Curies».

Nacida en el estado de Nebraska, Edith era hija de Emma Young y George Schwartz, un hombre de negocios. Desde pequeña fue una niña con notable curiosidad por su entorno, dotada de una manifiesta habilidad para el dibujo y de notable facilidad para los idiomas. Optó por estudiar alemán en la Universidad de Nebraska (UNL), donde se graduó en 1898, y empezó su carrera profesional dando clases de este idioma en el mismo centro, siendo una actividad que mantuvo hasta 1900.

Durante este periodo conoció a su futuro marido, Frederic Edward Clements (1874-1945), un profesor asistente de laboratorio del departamento de botánica, quien impulsó y estimuló el interés de la joven estudiante graduada por la biología vegetal. Edith Schwartz y Frederic Clements se casaron en 1889, y comenzaron una larga vida de colaboración botánica en el suroeste de Estados Unidos.

La creciente vocación de Schwartz Clements por la botánica alimentó su deseo de doctorarse en esta materia, objetivo que logró en 1904 cuando leyó una interesante tesis titulada The Relation of Leaf Structure to Physical Factors. Señalemos que el estudio de la estructura de las hojas es particularmente adecuado para analizar la reacción de las plantas a su ambiente físico, debido a que éstas, las hojas, responden rápidamente a las alteraciones de los factores ambientales; esa respuesta ya era conocida desde principios de siglo y, por lo tanto, podía detectarse y certificarse con claridad.

La lectura de su brillante tesis doctoral no solo le valió a Edith Schwartz Clements conseguir un anhelado propósito, sino que también le proporcionó el honor de ser la primera mujer en de la Universidad de Nebraska en obtener el título de doctora.

En los primeros años del siglo que empezaba, la joven pareja decidió dedicar varios veranos a viajar por su entorno con el fin de recolectar plantas. Consiguieron coleccionar valiosos especímenes con los que fueron elaborando un herbario que con el tiempo recibiría el nombre Herbaria Formationum Coloradensium. Se trataba de una valiosa colección con cerca de 530 especies cuidadosamente descritas de las montañas de Colorado, a las que añadieron unas 100 fotografías a modo ilustrativo, como ha descrito el médico e historiador William F. Ganong (1864-1941), en la revista Science. El trabajo fue publicado en 1903, compuesto por 24 colecciones que los autores vendieron a distintas instituciones científicas. Unos años más tarde, añadieron otra colección compuesta por alrededor de 615 especímenes de criptógamas, esto es las plantas que carecen de semillas y no tienen flores. El conjunto fue posteriormente publicado (1972) por New York Botanical Garden.

Como se describe en el diccionario biográfico Woman’s Who’s Who of America, en 1909, Edith Schwartz Clements fue contratada como instructora de botánica por la Universidad de Minnesota, donde Frederic trabajaba desde hacía dos años dirigiendo el departamento de botánica.

El 1911, ha relatado el doctor y escritor de la Universidad de Nebraska, Jon Oberg «Edith y Frederick viajaron a Europa con el fin de visitar y debatir primicias con los botánicos y ecologistas más destacados de la época. Disfrutaron de productivas estancias y dejaron su huella permanente en el escenario europeo». El viaje, además, dio lugar a que, años más tarde, acudieran especialistas de Europa a Estados Unidos que, continúa Oberg, «permanecieron más tiempo en el laboratorio de Edith y Frederic que en cualquier otro lugar».

La destacada organización Carnegie Institution de Washington, que cuenta entre sus fines el proporcionar fondos para la investigación científica, financió a partir de 1917 el trabajo de Frederic Clements, quien entonces abandonó la enseñanza. Unos años más tarde, la institución sufragó el trabajo conjunto de ambos, y Edith Schwartz Clements fue nombrada asistente de la Carnegie Institution (Wikipedia).

Imágenes de Flowers of mountain and plain.
Pueden verse un total de 25 en este enlace (Wikimedia Commons).

Valga subrayar, como han acentuado diversas autoras y también autores, que la científica nunca fue una figura secundaria, situada a la sombra de su marido, por el contrario, siempre estuvieron a un nivel igualitario, al que ella añadió su gran capacidad como artista ilustradora botánica, así como sus conocimientos de idiomas. «Indiscutiblemente trabajaron como una pareja de iguales, publicando de manera individual y conjuntamente», se explicita en el blog Female Botanists and Botanical Illustrators. De hecho, «ambos escribieron libros de texto, y las destacadas habilidades de Edith como ilustradora, le permitieron incluir bellas láminas en sus propios libros, así como en sus publicaciones conjuntas con Frederic».

Una vida profesional altamente productiva

Desde 1917, Edith Schwartz Clements y su compañero Frederic Clements, se dedicaron fundamentalmente a la investigación, primero en Arizona y luego a partir de 1925 en California.

La escritora y naturalista estadounidense Marcia Myers Bonta, entre otros autores, ha narrado que la pareja organizó su tiempo de forma que dedicaron los inviernos a sus proyectos de supervisión y desarrollo de los jardines experimentales de Santa Barbara, California (hoy Santa Barbara Botanic Garden). Durante los veranos, acudían al llamado Alpine Laboratory situado en la parte oriental de las Montañas Rocosas en el estado de Colorado; se trataba de una estación botánica que habían montado ellos mismos con fondos procedentes de la Carnegie Institution. Constaba de un laboratorio ecológico cuyo fin era determinar el impacto provocado por los factores físicos del entorno en la evolución de las especies vegetales.

En este centro de montaña, ambos especialistas investigaron a lo largo de casi cuatro décadas, desarrollando el llamado modelo de sucesión ecológica. Con esta denominación hacían referencia a los cambios producidos en los caracteres de las especies de una comunidad a lo largo del tiempo, pudiendo abarcar décadas o bien periodos más o menos largos. Recordemos que una comunidad representa a un grupo o asociación formado por dos o más especies que ocupan la misma área geográfica al mismo tiempo. Sin entrar en detalles técnicos, valga señalar que, tanto los conceptos de sucesión ecológica como de comunidades vegetales, eran tan controvertidos en la primera mitad del siglo pasado como lo son ahora.

Los intereses botánicos, principalmente de Edith Schwartz Clements, se extendían más allá de la investigación. Deseaba despertar en el público general el aprecio por las plantas nativas, es decir, aquellas evolutivamente desarrolladas en un lugar determinado antes de la llamada civilización. En el laboratorio alpino, la científica se esforzó por realizar estudios sobre plantas autóctonas o nativas, subrayando que su presencia en esa región era el resultado de fenómenos naturales sin intervención humana (pasada o actual). Los resultados alcanzados en este centro llevaron a que la pareja fuera considerada pionera en la disciplina de ecología vegetal.

Mientras llevaban a cabo sus innovadores proyectos de investigación, estos precursores, gracias a su influencia en la Carnegie Institution, atrajeron a personas de diversas disciplinas procedentes de todo el mundo. Formaron a numerosos botánicos y ecólogos de ambos sexos, que a menudo acudían al centro alpino interesados en estudiar problemas relacionados con la botánica, con la agricultura, con los problemas forestales, ambientales y de conservación.

Recordando a Edith Schwartz Clements, el citado Jon Oberg ha sintetizado claramente el significado de aquella estación botánica, escribiendo que «el sueño de Edith era crear un laboratorio de ecología, lo que consiguió junto a su marido en las laderas de Pike Peak [en las montañas del centro de Colorado]. El laboratorio existió durante 40 años, desde 1900 hasta 1940. Ayudó a formar a docenas de alumnos en botánica y ecología, muchos de los cuales permanecieron en Nebraska, y muchos otros se repartieron por todo el país. En múltiples lugares, estos discípulos dejaron duraderas huellas de las ciencias naturales para las siguientes décadas».

Imágenes de Rocky mountain flowers.
Pueden verse un total de 25 en este enlace (Wikimedia Commons).

Oberg continúa apuntando que «Edith dirigió el laboratorio. Organizó la logística, supervisó a los estudiantes, alentó las actividades sociales y enseñó ecología […]. Además, ilustró y publicó libros guías cuyo buen gusto fue elogiado por la gran escritora miembra de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, Willa Cather (1873-1947), quien afirmaba en una entrevista celebrada en 1921 que «hay un libro del que me gustaría haber sido autora más que de todas mis novelas. El de la botánica de Edith S. Clements que trata de las plantas silvestres del oeste» (Wikipedia).

Nos parece de interés abrir aquí un breve paréntesis para anotar que los autores Cheryl C. Swift y John N. Swift, han subrayado que Willa Cather fue bien conocida «por ser una aguda observadora de las plantas y por el empleo literario del mundo floral»; inclinación probablemente surgida como resultado de «sus tempranas experiencias universitarias con especialistas en botánica», sobre todo, por su estrecha amistad con Edith Schwartz Clements. Cabe asimismo mencionar que la considerada obra maestra de la escritora, Mi Antonia (1918), se desarrolla en Nebraska, donde la escritora ofrece una cuidada descripción de la flora. Por otra parte, Cather estuvo muy implicada en la lucha por la igualdad de género, tema que enfatiza con notable rigor en la citada obra.

En suma, son numerosas las y los eruditos que han demostrado que la visión sobre la naturaleza de Edith Schwartz Clements dio forma al marco que envolvió la premiada ficción de Willa Cather (new scholarship shows how the Clementsian scientific view of nature shaped Cather’s fiction).

En tal sentido, interesa insistir en que Edith Schwartz Clements fue una extraordinaria artista botánica, como puede admirarse, por ejemplo, en el bello post de Maria Popova. Ilustró gran parte de sus publicaciones, como hemos apuntado, tanto las realizadas conjuntamente con su marido como las que produjo de forma individual. Esas pinturas confirieron un enorme atractivo a sus obras, por lo que su mérito fue reconocido por la institución científica más destacada de aquellos días, The Carnegie Institution, como «un monumental trabajo». Tal esfuerzo estaba en gran parte apoyado en el interés de esta botánica por compartir con el público en general, la hermosura y la fascinante diversidad de las plantas nativas del suoroeste estadounidense.

Solo por citar algún ejemplo de las numerosas ilustraciones de la científica, recordemos que las láminas en colores incluidas en su primer libro dedicado a las flores de las Montañas Rocosas (Rocky Mountain Flowers, 1914), eran tan bellas que en 1916 se publicaron de manera independiente en un libro guía de la región titulado Flowers of Mountain and Plain, considerado como «uno de los libros más hermosos y llamativos de las flores de las montañas y llanuras del suroeste [norteamericano]», siendo Edith Schwartz Clements la única autora.

Fuente de la imagen: Gutenberg.org.

Con relación a este libro, en la página web de la novedosa biblioteca de la biodiversidad (Biodiversity Heritage Library, BHL), se ha subrayado que «con cada lámina en color, el aburrido texto botánico adquiere una visión exuberante de vida. Las láminas son tanto funcionales como artísticas, mostrando las partes de las plantas dibujadas con gran precisión y fidelidad; y, además, muchas de esas láminas constan de numerosas especies bellamente distribuidas. En la esquina derecha inferior de la página figura el nombre de la artista: Edith S. Clements».

En la citada BHL se afirma que «obviamente Edith era una artista muy hábil. Así lo atestiguan, por ejemplo, dos artículos por ella publicados en National Geographic (Wild Flowers of the West, 1927, y Flower Pageant of the Midwest,1939) cuyas láminas demuestran su gran capacidad artística». La página web continúa apuntando que «no se conoce con certeza si Edith tuvo alguna formación en pintura o quizás el dibujo era algo natural en ella. En sus memorias, la científica ocasionalmente menciona sus ilustraciones botánicas, pero no da detalles sobre sus comienzos. Solo explicita que “no me llevó mucho tiempo descubrir que mi habilidad con el lápiz y el pincel podía darme buenos rendimientos en el laboratorio con relación a mis estudios sobre la vida de las plantas”».

Es necesario reiterar que en los magníficos libros y artículos ilustrados, Edith S. Clements no solo era quien pintaba; su participación como autora de los textos era altamente reveladora, incluso en aquellos traducidos a otros idiomas, ya que la traductora era ella. El propio Frederic, como ha referido el escritor Jon H. Oberg, opinaba que Edith habría alcanzado un lugar entre los mejores ecologistas del mundo si hubiera pasado menos tiempo ayudándolo en su carrera.

Un notable reconocimiento: el «Salón de la Fama» de Nebraska

En el año 2012, Oberg propuso a los científicos Edith Schwartz Clements y su marido, Frederic Clements, para formar parte del Salón de la Fama de Nebraska (Nebraska Hall of Fame), que reconoce oficialmente a personas destacadas de este estado. Según ha apuntado el autor, «el proceso de nominación en sí mismo sirvió para recordar al menos a unos pocos ciudadanos los logros de una extraordinaria mujer».

Tras destacar la magnífica carrera profesional de esta científica, Oberg continúa exponiendo que una de «las mayores contribuciones de Edith Schwartz Clements a Nebraska, a las Grandes Llanuras [situadas al este de las Montañas Rocosas], y a su país como un todo, llegarían más tarde en su carrera profesional, cuando el Dust Bowl destruyó el medio de vida de incontables granjeros en todas las praderas».

Oberg está haciendo referencia a un período de fuertes tormentas de polvo que en la década de 1930 dañaron enormemente la ecología y la agricultura de las llanuras y praderas que se extienden desde el golfo de México hasta Canadá. Multiplicó los efectos de la Gran Depresión de 1929 en la región, provocando el mayor desplazamiento de población ocurrido en un corto espacio de tiempo en la historia de Estados Unidos (La célebre película dirigida en 1940 por John Ford, Las uvas de la ira, trata de este acontecimiento).

Jon Oberg, refiere también que Edith Schwartz Clements, reaccionó activamente a este fenómeno; «ocultando la delicada situación de la salud de Frederic, Edith condujo su coche para acudir a los mítines celebrados en las ciudades de las Grandes Llanuras y el suroeste con el fin de diseñar contramedidas de conservación frente esas devastadoras tormentas de polvo y tierra. Su finalidad fue poner la ciencia ecológica, que era la gran causa de su vida, en beneficio de la humanidad». De esta manera, la valerosa botánica participó en el diseño de medidas de conservación que contribuyeron en la lucha frente a la destructiva pérdida de granjas y tierras.

Oberg también ha relatado que esta dinámica científica continuó activa hasta el final de su vida. En este sentido, apunta que unos años más tarde, «después de la muerte de Frederic en 1945, Edith prosiguió por más de dos décadas, escribiendo y defendiendo su visión de la disciplina que crearon juntos y que ha dominado el mundo durante medio siglo».

Ciertamente, en 1960 a la edad de 86 años, Edith Schwartz Clements publicó unas vívidas memorias en las que describía las aventuras por las que pasaron ella y su marido durante las largas distancias que juntos recorrieron «entre el barro y el pavimento» (Adventures in Ecology: Half a Million Miles: From Mud to Macadam). Estas memorias, incluidas en un libro editado por Marcia Myers Bonta, resultan altamente reveladoras porque narran la historia de dos ecologistas vegetales y el esfuerzo emprendido para llevar a cabo sus expediciones, desde la coordinación del chofer, la mecánica y la comida, hasta el taquígrafo, el fotógrafo y los artistas botánicos involucrados.

Además de hacer públicas estas memorias, Edith Schwartz Clements continuó trabajando en los manuscritos aún sin publicar correspondientes a las investigaciones realizadas junto a Frederic y las suyas propias. La gran científica, injustamente relegada durante décadas tras el nombre de su esposo, no dejó de escribir e ilustrar artículos hasta su muerte en La Jolla en 1971. Afortunadamente, como en tantos otros casos, en los últimos años su extraordinaria obra ha sido rescatada, expuesta y admirada en diversos medios tanto especializados como de divulgación, consiguiendo así que un amplio público pudiera recuperar su recuerdo.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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