Los argumentos clásicos de la paleoantropología han sostenido hasta hace pocos años que las primeras herramientas de piedra fueron elaboradas por miembros de nuestro linaje, esto es, el género Homo. Sin embargo, el artículo publicado en la revista Nature (2015), firmado por la prestigiosa arqueóloga francesa Sonia Harmand y su equipo de investigación, que comentamos en el post anterior, sugería que dichos utensilios eran notablemente más antiguos que los primeros representantes de Homo.
Ciertamente, la comunidad especializada dispone de información suficiente para aceptar que nuestro género surgió hace unos 2,8 millones de años; sin embargo, las citadas herramientas halladas por Harmand y sus colaboradores tienen más edad, ya que se han datado en 3,3 millones de años. Esta edad se calculó en base a estudios realizados sobre una capa de ceniza volcánica presente en Lomekwi, el yacimiento donde el equipo realizaba sus excavaciones, situado en la cuenca del lago Turkana al noroeste de Kenia.
Es interesante resaltar que los meticulosos trabajos de datación, además de permitir calcular la antigüedad del yacimiento, proporcionaron una interesante información sobre el ecosistema de la zona. Pese a la aridez actual de la región, pudo comprobarse que en aquellos lejanos tiempos el entorno consistía en un área boscosa con abundante presencia de arbustos. Este hecho provocó una profunda agitación porque apuntaba a que la tecnología habría empezado a desarrollarse en un ambiente frondoso, y no como respuesta a un cambio en el clima y a la expansión de la sabana, según afirmaba el modelo tradicionalmente asumido.
Entre los agitados debates generados en torno a lo revelado por el yacimiento, alcanzó gran relevancia averiguar qué especie de hominino, que habitara en aquellas zonas boscosas hace más de tres millones de años, podría haber fabricado las herramientas halladas. La cuestión ha permanecido candente porque su principal desafío ha sido un torpedo en la línea de flotación de una acariciada y arraigada teoría, defendida durante muchas décadas, que ha venido sosteniendo con firmeza la capacidad única y exclusiva del género Homo para crear sus propios utensilios.
Al igual que en tantos otros aspectos convulsos de la investigación de vanguardia actual, la participación de las científicas ha jugado un papel muy considerable. Valga subrayar que el equipo de investigación, dirigido con gran profesionalidad por Sonia Harmand, formaba parte de un excelente proyecto de investigación, llamado West Turkana Archaeological Project, cuyo objetivo es la búsqueda de evidencias sobre los orígenes humanos; un equipo que fue creado en 1994 por la prestigiosa arqueóloga francesa Hélène Roche.
Una cuestión con difícil respuesta
La identidad de los homininos que produjeron los utensilios desenterrados en Lomekwi es desconocida. El codirector de Atapuerca, José María Bermúdez de Castro apuntaba en 2015, cuando el descubrimiento salió a la luz, que «una vez superada la barrera de los tres millones de años tenemos que sugerir muy seriamente la posibilidad de que la fabricación de utensilios no fue un logro de la primera especie atribuida al género Homo».
En la misma línea, Sonia Harmand ha explicado a la conocida editora de la revista Scientific American, Kate Wong, que, si fueran representantes del género Homo, entonces éstos tendrían que haber evolucionado mucho antes de lo que indica el registro fósil actual. Además, Harmand argumentaba que «otro escenario más plausible sería que homininos como Kenyanthropus platyops o Australopithecus afarensis fuesen los autores de las herramientas de Lomekwi, puesto que vivían en la zona hace 3,3 millones de años.
Llegados a este punto, nos parece conveniente detenernos en algunos aspectos generales sobre los citados homininos.
Kenyanthropus fue un asombroso hallazgo realizado en Lomekwi por la reconocida investigadora de Museo Nacional de Kenia en Nairobi, Meave Epps Leakey, cuyos trabajos han contribuido significativamente a los estudios sobre la evolución humana. Esta científica también ha dirigido el equipo del West Turkana Archaeological Proyect con notable acierto, poniendo de manifiesto su gran capacidad como líder de un grupo de trabajo y su profunda formación como paleoantropóloga. En el año 1999, la científica y sus colaboradores, del que también formaba parte su hija Louise Leakey, encontraron en aquella región los restos de un cráneo fuertemente distorsionado, aunque la cara estaba mejor preservada, además de algunos dientes, que podrían pertenecer a un hominino que parecía constituido por un llamativo mosaico de estructuras.
Cuando lograron reconstruir el fósil, éste ofreció una desconocida combinación de características avanzadas y primitivas. A pesar de que su antigüedad oscilaba entre 3,6 y 3,2 millones de años, su cara era curiosamente parecida a la de los humanos modernos; chata en vez de protuberante, con las mejillas verticales y los molares inesperadamente pequeños. El cerebro, sin embargo, tenía entre 400 y 500 centímetros cúbicos, un volumen ligeramente mayor que el de un chimpancé.
El reciente descubrimiento ponía de manifiesto un dato novedoso: en un momento temprano de nuestra evolución apareció un rostro plano, parecido al del humano moderno, junto a una variedad de otras formas faciales. Es interesante que tengamos en cuenta que, antes de este fósil, la mayoría de los y las especialistas creía que los homininos no desarrollaron una cara plana hasta hace aproximadamente dos millones de años. O sea, que la nueva especie indicaba que este tipo de rasgo habría surgido un millón y medio de años más pronto de lo calculado. En opinión de Meave Epps Leakey, la forma de la cara diferenciaba claramente su hallazgo de otras especies, razón por la cual ella y su equipo decidieron darle un nuevo nombre: Kenyanthropus platyops.
Como hemos apuntado, el otro candidato a elaborar herramientas de piedra era Australopithecus afarensis, una de las especies de homininos antiguos mejor conocida. Según se informa en la Institución Smithoniana (Smithsonian Institution), se han recuperado restos de más de 300 individuos, algo excepcional en fósiles de homininos tan antiguos. Afarensis vivió en el este de África (Etiopía, Kenia y Tanzania), hace entre 3,9 y 2,9 millones de años, y sobrevivió durante más de 900 000 años, lo que implica un tiempo más de cuatro veces mayor del que hasta ahora ha sobrevivido nuestra especie.
Australopithecus afarensis tiene caracteres tanto de simios como humanos; las proporciones de su cabeza eran semejantes a las de un simio (nariz chata, y una mandíbula inferior que se proyectaba fuertemente hacia delante), acompañadas de un cerebro pequeño, usualmente menor de 500 centímetros cúbicos, alrededor de un tercio el tamaño del cerebro humano moderno. Sus brazos eran largos y fuertes con dedos curvados adaptados a trepar a los árboles. Sin embargo, eran bípedos, regularmente caminaban erguidos de una manera semejante, aunque no idéntica a la de los humanos modernos. Sus adaptaciones para vivir tanto en los árboles como en el suelo les permitieron sobrevivir durante casi un millón de años, mientras el clima y el ambiente iban cambiando.
Cuando a finales del siglo pasado se hizo pública la existencia de Kenyanthropus platyops, la comunidad científica reconoció una mayor diversidad de homininos en el este de África, ya que hasta ese momento solo se había hallado una especie de hominino, Australpopitecus afarensis, en aquella región. Este hecho, sin embargo, no fue aceptado de forma consensuada, lo que ha generado un tenso debate con cierto grado de acritud.
Como ha relatado Michael Balter, corresponsal científico de la revista Science, en un seminario realizado en la Royal Society de Londres en 2009, «resucitó» el acalorado debate sobre Kenyanthropus platyops. Ya desde su descubrimiento, el acreditado paleoantropólogo de la Universidad de California Berkeley, Tim White, había puesto en duda que este único espécimen fuera en realidad una nueva especie. Consideró que el cráneo hallado estaba tan fragmentado y distorsionado que no se trataba de una especie aparte, sino que algunos de los caracteres que supuestamente lo diferenciaban eran en realidad deformaciones ocurridas a lo largo del tiempo. Según este experto, Kenyanthropus probablemente caía dentro del rango de variación conocido para los fósiles de A. afarensis, y simplemente podría representar una «variante temprana keniana» de esa especie.
En el seminario de 2009, el científico Fred Spoor del University College London y Meave E. Leakey respondieron a los argumentos de White con unos nuevos y datos obtenidos a partir de estudios de tomografía computada, según los cuales habían llegado a la conclusión de que Kenyanthropus estaba claramente fuera del rango de variación de los australopitecos. Afirmaron entonces que «la diversidad de especies existente hace 3,5 millones de años justifica asignarlo a una nueva especie».
El corresponsal de Science, Michael Balter, tras presenciar largas discusiones, informaba que los argumentos de Spoor y Leakey no convencieron a Tim White, quien mantuvo su punto de vista. En suma, los desacuerdos continúan dejando claro que es necesario recuperar más material, especialmente un cráneo menos distorsionado para resolver el asunto (abril 2018).
En cualquier caso, pese a estas desavenencias, existe consenso al asumir que Kenyanthropus o posiblemente los australopitecos, o sea, homininos anteriores al género Homo, ya elaboraban herramientas hace 3,3 millones años. La cuestión relevante se ha centrado en averiguar qué caracteres anatómicos permitieron esa evolución temprana para la capacidad de elaborar utensilios. Veamos.
¿Cómo reconocer un hominino capaz de elaborar herramientas?
Las inferencias sobre la capacidad de modificar objetos por los primeros homininos y averiguar su potencial uso, deben apoyase principalmente en las pruebas procedentes del registro fósil. Durante las últimas décadas, se han llevado a cabo diversos estudios de anatomía comparada entre las características morfológicas de las manos de homininos extintos y las de los humanos modernos, con el fin de identificar diferencias y semejanzas que justifiquen aptitudes.
Los resultados apuntan con meridiana claridad que, en la evolución de la mano, el desarrollo de un dedo pulgar oponible fue clave para manipular objetos. O lo que es lo mismo, sin un agarre preciso que implique una fuerte oposición del pulgar frente a los demás dedos, la tecnología de las herramientas no podría haber emergido.
La acreditada paleoantropóloga y profesora de Antropología Física de la Universidad de Kent, Canterbury, UK, Tracy Kivell, especializada en la morfología funcional de las manos de homininos fósiles, ha subrayado que los hallazgos de Lomekwi sugieren una larga historia de mejoras en la destreza manual y en la producción y uso de herramientas. Asimismo, sostiene que ese extenso periodo es anterior al reconocimiento de los primeros utensilios de piedra en el registro arqueológico. Según esta experta, las evidencias hoy disponibles «muestran que los homininos anteriores a Homo ya fabricaban y usaban herramientas».
Tracy Kivell coincide con la citada Sonia Harmand, quien había afirmado que las herramientas descubiertas por ella y su equipo no fueron las primeras elaboradas por los homininos; y añade, «muestran que quienes las elaboraron tenían un conocimiento mayor acerca de cómo pueden romperse intencionalmente las piedras, del que habría tenido el primer hominino que accidentalmente golpeó dos piedras juntas y generó una afilada lasca». Además, Sonia Harmand está convencida de que «en Lomekwi hay artefactos por descubrir más viejos y por ende más primitivos», de los encontrados por su equipo. (Aclaremos que en arqueología un «artefacto» es un objeto o los restos de un objeto, que fue creado, adaptado o usado por los humanos).
Recordemos que también la gran maestra de la arqueología moderna, Mary Leakey (1913-1996), ya en la década de 1960 se mostraba convencida de que las primeras herramientas de piedra fueron elaboradas en tiempos muy anteriores a los detectados en el registro arqueológico disponible.
En este contexto, el corresponsal científico de la revista Science, Michael Balter, describía en abril de 2015 el notable entusiasmo mostrado por la respetada paleoantropóloga de la Universidad George Washington, Alison S. Brooks, con relación a los hallazgos de Lomekwi. «Son muy emocionantes», afirmaba. «No pueden ser el resultado de fuerzas naturales, [y] la evidencia de la datación es bastante sólida». Brooks también se manifestaba de acuerdo con que las herramientas son demasiado antiguas como para haber sido elaboradas por el género Homo, lo que sugiere que «la tecnología jugó un papel de notable importancia en la aparición de nuestro género».
Finalmente, cabe destacar otra cuestión que ha cobrado gran interés: ¿para qué utilizaron aquellos lejanos homininos las herramientas halladas en Lomekwi? El profesor de la Universidad de Rutgers (EE. UU.), Jason Lewis, codirector del proyecto y marido de Sonia Harmand, ha hecho hincapié en la incógnita que encierra el tema pues no se sabe con certeza cuál fue su utilidad, aunque muy probablemente estuvo relacionada con el aprovechamiento de los recursos alimenticios.
Aunque Lewis respalda la idea de que los utensilios líticos pudieron emplearse para extraer carne a partir de cadáveres abandonados, también reconoce que los huesos de animales recuperados en el yacimiento no muestran ninguna señal o huella concreta de actividad de homininos con ellos. El científico sugiere que, dado el tamaño de los utensilios, es probable que se usaran para muchos fines y, teniendo en cuenta que habitaban en un entorno boscoso en el que podrían acceder a diversas plantas, también los utilizarían para romper nueces, cortar tubérculos, extraer insectos o pequeños gusanos de los troncos de los árboles, y otros menesteres relacionados con facilitar el acceso a la comida.
Sea como fuere, los nuevos hallazgos han puesto de manifiesto que en el estudio de la elaboración y uso de herramientas aún queda mucho por conocer. E igualmente, como en tantos otros casos, resulta innegable el destacado papel desempeñado por las científicas, siendo alentador las entusiastas jóvenes que en las últimas décadas se han ido incorporando a este atractivo campo de trabajo.
Referencias
- Balter, Michael. What ever happened to Kenyanthropus platyops? Science. 29 octubre 2009
- Balter, Michael. World’s oldest stone tools discovered in Kenya. Science. 14 abril 2015
- Bermúdez de Castro, José María. La tecnología de Lomekwain: ¿Modo 0? Reflexiones de un primate. 12 noviembre 2015
- Brahic, Catherine. Human ancestors got a grip on tools 3 million years ago. New Scientist. 22 enero 2015
- Wong, Kate. Archaeologists Take Wrong Turn, Find World’s Oldest Stone Tools. Scientific American. 20 mayo 2015
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.