Cuenta Rosalyn Yalow, biofísica, en la breve autobiografía publicada en la web de los premios Nobel (que ella ganó en la categoría de Fisiología o Medicina en 1977) que uno de sus primeros recuerdos es el de ser una niña muy testaruda. “A través de los años mi madre ha comentado a veces que fue una suerte que yo decidiese hacer con mi vida algo aceptable, porque si hubiese elegido otra cosa, nadie habría podido hacerme cambiar de idea”.
Yalow nació en Nueva York en 1921 y vivió allí prácticamente toda su vida. Hija de una mujer alemana que llegó a Estados Unidos a los 4 años y de un hombre nacido ya en Estados Unidos pero de origen también europeo, ninguno de ellos tuvo acceso a una educación más allá de la primaria. Sin embargo, el plan para sus dos hijos siempre fue que pudiesen continuar sus estudios hasta llegar a la universidad. Ávida lectora desde muy pequeña, la falta de libros que había en casa se suplía con visitas semanales a la biblioteca de la mano de su hermano mayor, Alexander.
Física, la ciencia más emocionante del mundo
El interés de Yalow estuvo siempre fijado en la ciencia: primero fueron las matemáticas, pero después un apasionado profesor de Química del Walton High School hizo despertar su habilidad por esta rama científica. Cuando comenzó a acudir al Hunter College, una escuela femenina de Nueva York, era la Física lo que más la atraía. “A finales de los años 30, cuando yo comencé a ir a la universidad, la física, y en concreto la física nuclear de partículas, era el campo de estudio más emocionante del mundo. Era como si cada gran experimento llevase consigo un premio Nobel”. Por entonces, Ève Curie acababa de publicar la biografía de su madre, Marie Curie, que se convirtió en una lectura imprescindible para cualquier mujer joven que aspirase a ser científica.
Yalow no fue menos y la leyó con atención. También cuenta que estaba presente como estudiante novata cuando Enrico Fermi dio una conferencia en el aula de Física de la Universidad de Columbia en enero de 1939 en la que explicó un proceso de fisión nuclear recientemente descubierto, un procedimiento que se haría famoso y que no solo daría pie a una amenaza y miedo globales en vista de una posible guerra nuclear, sino que también abriría todo un abanico de posibilidades para la investigación médica con radioisótopos y otras aplicaciones pacíficas y positivas para la humanidad.
Era la investigación en esta nueva y emocionante física que se estaba descubriendo lo que atraía a la científica. Su familia, sin embargo, buscaba para ella una ocupación más práctica como profesora de escuela primaria, teniendo en cuenta además que no era muy común que universidades y escuelas superiores ofreciesen puestos con remuneración suficiente a mujeres. Sin embargo, sus profesores de la universidad apoyaron sus empeños y ella decidió persistir en ellos. A la vez que comenzaba su último año de estudios se le presentó una buena oportunidad.
Una puerta de atrás para seguir estudiando ciencia
Gracias a sus habilidades en mecanografía, algo que muchas mujeres dominaban como complemento profesional, obtuvo un empleo a tiempo parcial de Rudolf Schoenheimer, bioquímico de la Escuela de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia. Era una forma de acceder a cursos de postgrado en esa prestigiosa universidad, pero a cambio tenía que cursar también estudios de taquigrafía, algo a lo que accedió a regañadientes.
Tras su graduación en enero de 1941, entró en la escuela de negocios de la universidad, pero no permaneció matriculada allí demasiado tiempo: en febrero recibió una oferta como profesora asistente de Física en la Universidad de Illinois. Los tres años que pasó allí fueron los únicos de su vida que no vivió en Nueva York. “Rompí mis libros de taquigrafía, seguí trabajando como secretaria hasta junio y en enero hice dos cursos de física financiados por el gobierno en la Universidad de Nueva York” como preparación para su nuevo destino.
La única mujer entre 400 personas
Llegó a la Universidad de Illinois en septiempre de ese año y ya en la primera reunión del personal de la Escuela de Ingeniería se dio cuenta de que destacaba vivamente entre todos sus compañeros: era la única mujer entre las 400 personas allí reunidas. Cuenta que el decano la felicitó por su logro y le dijo que era la primera mujer en ese lugar desde 1917. La fecha no le pasó desapercibida: como entonces, el reclutamiento de hombres jóvenes para participar en la guerra, incluso antes de que Estados Unidos entrase en ella oficialmente, había hecho posible la incorporación de mujeres a los estamentos académicos.
Fue un año muy atareado para ella entre las clases que impartía y las que recibía. Recibió sobresalientes en varias de sus asignaturas, aunque uno de ellos bajo (en Estados Unidos la nota fue una A-) en las prácticas de Laboratorio de Óptica. El presidente del Departamento de Física, al ver su expediente, comentó que “Esta A- confirma que las mujeres no son buenas en el trabajo de laboratorio”. Yallow no se amedrentó ante el trabajo y esa sutil discriminación constante: ya no era una niña cabezota, sino una estudiante cabezota y seguiría adelante con sus estudios.
El 7 de diciembre de 1941 tuvo lugar el ataque a Pearl Harbour y EE. UU. entró oficialmente en la guerra. Esto significó que muchos más hombres jóvenes fueron reclutados tanto para el combate como para la investigación científica secreta con fines de guerra. El Departamento de Física de la universidad se fue quedando vacío mientras que la carga docente de los que quedaban allí aumentaba. Yallow tenía además que trabajar en su propia tesis echando largas horas en el laboratorio. En 1943 se casó y su vida doméstica también consumía gran parte de su tiempo. En 1945 leyó su tesis doctoral en física nuclear.
De vuelta a Nueva York
Volvió a Nueva York con su marido, primero a un puesto de ingeniera asistente en el Laboratorio Federal de Telecomunicaciones, donde de nuevo era la única mujer, y después al Hunter College, donde ella misma había estudiado años antes, como profesora de física dentro de un programa de preingeniería para veteranos que volvían de la guerra.
Acostumbrada a la multitarea, esta actividad se le hacía escasa. A través de su marido, que trabajaba en el departamento de Física Médica del Hospital Montefiore, en el Bronx, entró en contacto con el doctor Gioacchino Failla, Decano de los Físicos Médicos de América. Tras charlar un rato con él, cuenta ella, descolgó el teléfono, marcó un número y dijo: “Bernie, si quieres montar un servicio de radiología, tengo aquí a alguien a quien debes contratar”. Bernie era Bernard Roswit, Jefe del Servicio de Radioterapia del Hospital de Veteranos del Bronx. Yallow tenía desde ese momento un nuevo empleo.
Fue durante estos años en los que estableció y equipó el nuevo servicio cuando hizo sus grandes aportaciones científicas a distintos campos de la investigación clínica gracias al desarrollo de estas nuevas técnicas de física nuclear aplicadas a la imagen médica y la medicina. Una de sus primeras investigaciones consistió en la aplicación de radioisótopos para determinar el volumen de sangre en el cuerpo, las enfermedades de la tiroides o el metabolismo del yodo. Ampliaron el uso de estas técnicas para estudiar la distribución de globina en el organismo, algo que se creía que podía servir para expandir el plasma en caso de transfusión y las proteínas del suero que forma parte de la sangre. El siguiente paso fue utilizarlas en las terapias con péptidos pequeños, como las hormonas.
De ellas, la insulina era la hormona más fácilmente accesible, ya que ya anteriormente se había conseguido purificar con suficiente calidad. Dedujeron, por el ritmo al que desaparecía la insulina de la sangre de los pacientes tratados con ella, que estos pacientes desarrollaban anticuerpos que atacaban la insulina de origen animal. Y se dieron cuenta de que habían obtenido una herramienta, que recibiría el nombre de radioinmunoensayo de péptidos pequeños y que le valdría un premio Nobel varios años después, capaz de medir la cantidad de esta hormona que circulaba en la sangre del paciente en cada momento. Aunque fueron necesarios algunos años de trabajo para su perfeccionamiento y automatización, este sistema fue utilizado ampliamente en laboratorios de todo el mundo.
Ambición científica y abnegación familiar
Yalow era conocida por su poderosa ambición científica y una gran capacidad de trabajo, que combinaba con una gran abnegación a su familia: a menudo interrumpía su jornada laboral para ir a su casa y cocinar para su marido y sus dos hijos, y luego volvía al laboratorio el resto de la tarde. No compartía los argumentos y objetivos del movimiento feminista, al que veía contrario a sus ideas tradicionales y al objetivo femenino que consideraba que era ser esposa y madre, pero por otro lado defendió con ímpetu la igualdad de oportunidades de las mujeres en la ciencia y animaba a las estudiantes de instituto a seguir carreras científicas.
Fue la primera mujer nacida en América que obtuvo un premio Nobel de Fisiología o Medicina, y la segunda en total en conseguirlo solo detrás de Gerty Cori, también de nacionalidad estadounidense pero nacida en territorio del Imperio Austro-Húngaro.
Referencias
- Rosalyn Yalow, The Nobel Prize
- Eugène Strauss, Rosalyn Yalow, her life in medicine, Perseus Books, 1998
- Neus Cols, Rosalyn Sussman Yalow, Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular, 2012
- Rosalyn Sussman Yalow, Wikipedia
Sobre la autora
Rocío P. Benavente (@galatea128) es periodista.
4 comentarios
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