La respuesta al dolor en la prehistoria

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Ilustración de los cuidados en la Prehistoria, expuesta en el Museo de los Dólmenes de Antequera. Esperanza Martín.

Hoy asumimos con naturalidad hospitales, diagnósticos y fármacos, pero la preocupación por aliviar el dolor nos acompaña desde hace miles de años. El registro arqueológico documenta los estragos de la enfermedad en el ser humano desde el Paleolítico. Fracturas consolidadas, signos de artritis y patologías dentales muestran una larga convivencia con el sufrimiento y la limitación física en neandertales y Homo sapiens arcaicos.

Tratamientos neandertales

Estos mismos registros también aportan las primeras evidencias de mitigación del dolor, como uso de plantas medicinales, manipulación dentaria o cuidados a individuos con discapacidad.

Una de las respuestas más antiguas frente al malestar fue el consumo de plantas y hierbas con propiedades curativas. Por ejemplo, sabemos que los neandertales que habitaban la cueva de El Sidrón (Asturias) tomaban analgésicos y antibióticos naturales como camomila (Chamaemelum nobile), ácido salicílico y Penicillium procedente de brotes de álamos y hongos.

Con el sedentarismo, más infecciones

Con la llegada del Neolítico, el panorama biosanitario cambió radicalmente. El sedentarismo, la convivencia estrecha con animales domésticos, las dietas cerealistas, la densificación demográfica y el surgimiento de nuevas actividades económicas crearon la tormenta perfecta para la proliferación de infecciones, trastornos metabólicos, patologías osteoarticulares, problemas dentales y parasitosis.

La salud se deterioró en muchos aspectos, pero también lo hicieron las respuestas: se multiplicaron las prácticas destinadas a prevenir, tratar y mitigar el sufrimiento.

Cráneo de mujer procedente del yacimiento de La Saga con trepanación por incisión en el parietal sin supervivencia. Sonia Díaz.

Las pruebas de que hubo trepanaciones craneales cada vez más complejas, cuidados prolongados a personas dependientes, uso sistemático de plantas medicinales y sustancias psicoactivas, procedimientos quirúrgicos rudimentarios y tratamientos sobre infecciones, dolores crónicos o trastornos intestinales muestran un profundo conocimiento empírico del cuerpo humano y del entorno vegetal y animal.

Boticas sacadas de la naturaleza

La misma familiaridad con el poder terapéutico de la flora aparece en otros lugares del mundo. El análisis de heces fosilizadas de 8000 años de antigüedad procedentes de la cueva brasileña de Boqueirão da Pedra Furada demuestra un gran conocimiento de los pobladores sobre plantas medicinales.

El estudio permite corroborar el uso de diferentes variedades de árboles y plantas para aliviar problemas intestinales y respiratorios, así como la utilización de otras como antiparasitarios, analgésicos o expectorantes.

El paciente “de hielo”

Reconstrucción plástica del cuerpo de Ötzi, tal como se conservó. Wikimedia Commons. CC BY.

El testimonio más completo de medicina prehistórica es el de Ötzi, el “hombre de hielo”, hallado en los Alpes y fechado en el IV milenio a. e. c. Su cuerpo revela una salud muy dañada: artritis en cadera y columna, lesiones vasculares tempranas, problemas pulmonares por inhalación de humo, caries y periodontitis, anemia leve, osteomalacia e infecciones intestinales causadas por Helicobacter pylori y el parásito Trichuris trichiura.

Pero también portaba remedios. Entre su equipamiento, aparecieron el poliporo de abedul (Fomitopsis betulina), un hongo con propiedades antihelmínticas, y restos de un helecho medicinal, eficaces contra parásitos como los que padecía.

Además, sus más de sesenta tatuajes se concentran en zonas doloridas, lo que sugiere un uso terapéutico, con técnicas de presión, para aliviar molestias crónicas.

El caso de Ötzi muestra que, junto a una vida dura y enfermedades frecuentes, las comunidades prehistóricas desarrollaron conocimientos empíricos sobre plantas, hongos y cuidados corporales. Incluso hace más de 5000 años, enfermar y tratarse ya formaba parte de la experiencia humana.

Tatuajes presentes en el cuerpo de la momia Ötzi. Samadelli et al. Journal of Cultural Heritage. 2015.

Drogas sagradas… y anestésicas

El consumo de sustancias psicoactivas capaces de alterar la percepción tampoco es una novedad reciente.

Plantas como la adormidera (Papaver somniferum), la efedra (Ephedra fragilis), el beleño (Hyoscyamus niger), la mandrágora (Mandragora officinarum) o el estramonio (Datura stramonium) están presentes en numerosos yacimientos arqueológicos prehistóricos europeos.

Su hallazgo en sepulturas, depósitos rituales o espacios ceremoniales sugiere que se usaban para acompañar prácticas simbólicas, trances o experiencias vinculadas a la muerte y lo sagrado.

Sin embargo, su papel no siempre fue estrictamente espiritual: el cráneo masculino de Can Tintorer (Barcelona), sometido a dos trepanaciones, es el único individuo del yacimiento con evidencias de consumo de adormidera, lo que apunta a un posible uso calmante o analgésico para afrontar el dolor y la convalecencia.

Un legado que sigue vivo

Muchos de aquellos recursos vegetales continúan siendo hoy la base de medicamentos modernos. De las cortezas con salicilatos derivó el principio activo de la aspirina, de hongos como los del género Penicillium surgieron antibióticos y de plantas como la efedra o la adormidera proceden compuestos que siguen utilizándose en fármacos respiratorios, analgésicos u opiáceos.

Estos indicios nos recuerdan que la medicina en su forma más humana no empieza con la escritura ni con los tratados clásicos, sino con la necesidad de comprender el cuerpo y el sufrimiento. Allí donde existieron dolencias, surgió también la búsqueda de alivio.The Conversation

Sobre la autora

Sonia Díaz Navarro, Postdoctoral research fellow, Universidad de Burgos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

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