Mary Kingsley, la antropóloga cautiva de África

Vidas científicas

Aventurera, pionera, culta autodidacta, valiente y subversiva en un mundo ‘salvaje’ que era un misterio. Todo esto y más fue la viajera y antropóloga Mary Henrietta Kingsley, una investigadora «trotamundos» que se salió de los márgenes del país victoriano en el que nació, en la segunda mitad del siglo XIX, para dejarnos unas obras que hoy son fundamentales para conocer, no solo los pueblos que habitaban el continente africano, sino su fauna, su flora y su geografía. Dos libros que nos dejó, Travels in West Africa (1897), un éxito de ventas inmediato, y West African Studies (1899), son dos joyas plagadas de las historias fascinantes de una «exploradora con enaguas», como dirían de ella, que vivió poco, pero intensamente.

Mary Kingsley.

Mary Kingsley había nacido el 13 de octubre de 1862 en Londres, hija de un conocido médico y su criada, con la que acabó casándose. George Kingsley, que fue capellán de la reina Victoria, nunca quiso que su hija estudiara, pero ella se encerraba a leer libros de física y biología en la biblioteca paterna, así como las cartas que su progenitor enviaba durante sus largos viajes por el mundo. Encerrada en su casa, haciendo tareas del hogar, esos mundos que su padre describía despertaron su ansia por conocer lugares remotos. Nada hacía presagiar que lo haría, en un hogar donde solo le permitieron aprender alemán para que pudiera traducir libros sobre antropología que interesaban a George, cuando no cuidaba a su hermano enfermo.

Esta vida anodina de la que no veía escapatoria dio un vuelco cuando tenía 30 años. A comienzos de 1892, repentinamente, se quedó huérfana de sus dos padres y su hermano decidió viajar al Lejano Oriente, así que se quedó sola y con recursos suficientes. Pergeñó entonces un plan «subversivo», en palabras el prólogo del libro que recoge su vida, que según diría buscaba morir en cualquier lugar del África negra occidental, una zona repartida entonces entre colonias europeas de la que poco se sabía. Antes de partir, haría en Alemania un cursillo de enfermería, consciente de que la salud era fundamental en el periplo que tenía en mente.

Tras un primer viaje a Canarias ese mismo año, al verano siguiente, en 1893, Mary partió de Liverpool en un carguero comercial que le puso en contacto con una actividad que acabaría considerando una explotación infame, y desembarcó en Sierra Leona. Para justificar su presencia en un mundo de hombres (como mucho había esposas de misioneros), siempre decía que era investigadora y que, además, buscaba a un esposo (ficticio) perdido en la selva. Atrapada por todo lo que veía, desde Freetown viajó, ligera de equipaje y compañía, hasta Angola, cruzando Liberia, la Costa de Oro (Golfo de Guinea), Benín y Camerún. Acabó quedándose un tiempo en lo que era el Congo belga, el «corazón de las tinieblas» según publicaría en 1902 Josep Conrad. Y comprobó en primera persona la brutalidad de la supuesta obra civilizadora de Leopoldo II, contra la que haría una furibunda campaña a su regreso a Inglaterra.

Sorprende al leer sus memorias su arrojo, su humor y cómo compaginó un entorno hostil con su estilo. Mary, cómo describiría después con gran talento literario, no dudó en internarse en la selva con la aparatosa vestimenta de la época, incluidas sayas, largas faldas negras y grandes sombreros. En sus memorias cuenta que más de una vez sus rocambolescos vestidos la salvaron de afiladas estacas envenenadas puestas en pozos en la selva para cazar y cómo le permitían ocultar una navaja y un revólver, útiles en momentos de inoportunos encuentros. En sus travesías, se hacía acompañar siempre guías y pobladores locales que la enseñaban técnicas de supervivencia en la naturaleza, a la vez que la hacían partícipe de sus culturas. A menudo, se internaba sola en zonas peligrosas, de las que, para sorpresa de todos, lograba salir indemne. Si a la vuelta tenía a mano una taza de té, todo era soportable.

El retorno a África en busca de ‘caníbales’

Es de imaginar que cuando regresó a Londres, meses después, su pequeño apartamento se le cayera encima. Su excusa había sido completar trabajos de su padre, pero traía mucho material propio así que fue a ver al zoólogo del Museo de Historia Natural, Albert Günther, quien la animó a regresar y le entregó material científico para que recogiera especies que encontrara en los ríos Congo y Níger. También logró que la editorial MacMillan se comprometiera a publicar los relatos de sus viajes. No necesitaba más: con este equipaje, y con la excusa de acompañar a la esposa de un gobernador británico, en 1994 volvió a África, ahora vía la colonia española Fernando Poo, donde pasaría una temporada.

Mary Kingsley.

Mary Kingsley tenía muy claro su objetivo: anhelaba estudiar a las personas «caníbales», sus religiones tradicionales (que se conocían como «fetiches») y sus costumbres ancestrales. En la expediciones que haría por el centro del continente, visitó con poblados de los temidos fang, que comían carne humana, y convivió como una africana blanca entre los bubis, los igalwa, los igbo, los ibibio y los efik. También fue la primera mujer en subir a la cima del monte Camerún, a 4000 metros de altitud. Y la primera persona blanca en navegar el río Ogüe de Gabón. A la vez que documentaba estas sociedades, recogía especímenes con un método que ella misma diseñó, descubriendo especies nuevas, tanto acuáticas como de insectos. Tres de peces llevan su nombre –entre ellas, el Paramormyrops kingsleyae o el Chromidotilapia kingsleyae, lo que le hizo mucha ilusión.

Ese segundo viaje duró un año. Lo que no imaginaba es que a su regreso su labor científica quedaría eclipsada por el sensacionalismo de sus aventuras (incluidos los ataques de leopardos a los que se enfrentó) frente a sus importantes hallazgos científicos. Además, era polémica en otros asuntos: la sociedad británica no veía bien su denuncia de los misioneros como agentes del colonialismo ni entendía sus contradicciones: Kingsley, por un lado, renegaba de la eliminación de culturas de los africanos, pero a la vez defendía que éstos debían adquirir las europeas. Se oponía al racismo imperante («un negro no es un blanco subdesarrollado igual que un conejo no es una liebre sin desarrollar», diría) pero tampoco les creía al mismo nivel que los blancos. Y lo mismo pasaba con su oposición al feminismo: pese a sus méritos, por los que ingresó en la prestigiosa Sociedad de Antropología, siempre se posicionó en contra de la igualdad entre hombres y mujeres y consideraba el sufragio universal una cuestión menor.

En 1897, a los dos años de su regreso, publicó Travels in West África, más de 700 páginas que no tardaron en convertirse en un auténtico superventas de la época. Le siguieron West African Studies (1899) y The Story of West Africa (1900). Con ellos, se ganó el respeto del público y, debido a su enfoque erudito, también el de la comunidad académica. De ella diría Rudyard Kipling que era “la mujer más valiente” que conoció en su vida. Y para muestra esas escenas en las que relata cómo enfrentó a un hipopótamo con una sombrilla o a un cocodrilo con un remo: «Tuve que retirarme a proa para mantener el equilibrio (en la canoa) y darle un golpe en el hocico con un remo… No sirve de nada decir que tenía miedo, porque eso es subestimar miserablemente el caso», escribe en uno de sus libros.

Al estallar la segunda guerra de los bóeres contra los colonos británicos, esta «reina de África«, como la califica en su novela Cristina Morató, no dudó en embarcarse rumbo al sur del continente que no conocía como enfermera voluntaria, acabando en Ciudad del Cabo curando heridos bóeres. Fue allí donde enfermó de tifus y falleció el 3 de junio de 1900, cuando contaba tan solo 37 años de edad. Su cuerpo, siguiendo sus deseos, fue tirado al mar en el Cabo de Buena Esperanza. Y desapareciendo en ese inmenso océano lleno de tiburones blancos, orcas y pingüinos, seres tan indómitos como lo fue la irrepetible Mary Kingsley.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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