Margaret Crosfield, la sufragista que buscaba trilobites

Vidas científicas

La geóloga Margaret Crosfield ha pasado a la historia como una de las primeras geólogas y paleontólogas profesionales, pero también como una pionera en la lucha de las mujeres por su derecho al voto. Fue una activa sufragista que tuvo que bregar con numerosas dificultades para hacerse un hueco en el masculino mundo de la ciencia de la geología, hasta ocupar oficialmente el primer puesto como mujer en la Sociedad Geológica de Londres.

Margaret Crosfield. Exploring Surrey’s Past.

Margaret Crosfield nació el 7 de septiembre de 1859 en la localidad inglesa Reigate, hija de Joseph Crosfield, un próspero comerciante cuáquero, y su segunda esposa, Sarah. La familia vivía en una gran finca llamada «The Dingle», desde donde Margaret fue a estudiar al Mount School de York. El contacto continuo con la naturaleza desarrolló en ella y sus hermanos la pasión por la historia natural, la ornitología, la botánica y la geología desde la infancia. Con 20 años se trasladó a estudiar al Newnham College, en Cambridge (1878-1879), pero durante el primer curso enfermó tras la muerte de su padre, abandonando los estudios durante una década, hasta 1888. Afortunadamente, su padre le dejó recursos suficientes para poder dedicarse al estudio y la investigación sin tener que ganarse la vida con un trabajo.

Aquel retraso acabaría siendo ventajoso para su carrera, pues a su regreso se encontró en Ciencias a otras jóvenes que se convertirían en amigas y colegas de por vida, como Ethel Woods, Gertrude Elles o Mary Sophia Johnston. Margaret pidió permiso para estudiar específicamente Ciencias de la Tierra y no todas las ciencias. Fueron dos de sus profesores quienes la animaron, junto a Woods, a investigar y hacer trabajo de campo para entender mejor la estratigrafía del Paleozoico Inferior, es decir, los estratos de hace más de 540 millones de años que tenían cerca. Eso suponía aprender a encontrar y clasificar especímenes fósiles de aquel pasado remoto, algo que se consideraba entonces «muy poco femenino». Decían algunos geólogos que las mujeres no podían hacer excursiones geológicas porque eran «difíciles, húmedas y arduas». Para ella, aquello no tenía sentido y se empeñó en participar de sociedades científicas donde las mujeres no eran nada bien vistas.

A lo largo de su carrera como geóloga, publicó tres artículos importantes: el primero, con Ethel Woods en 1893, fue sobre Carmarthen, sentando la base del mapa geológico del British Geological Survey para la zona. Para hacer este artículo, inspeccionó cuatro millas alrededor de la ciudad y descubrió un sinclinal en el que recogió especies de trilobites que no se conocían. Luego, en 1914, con Mary Johnston, publicó un segundo trabajo sobre la caliza Wenlock de Shropshire. Y más tarde, en 1925, el tercero de ellos (el segundo con Ethel Woods) sobre la geología de las rocas silúricas de la cordillera Clwydian.

Ya en 1894, logró ser miembro de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia (actualmente, Asociación Británica de Ciencias), donde figura como una de las primeras en conseguirlo. Al poco de llegar, se convirtió en un adalid contra los prejuicios machistas de sus compañeros de asociación. Nunca dudaba en alzar su voz en las reuniones y asambleas en contra de la discriminación de género. Hay que recordar que por entonces también la Sociedad Geológica de Londres celebró varias asambleas (especialmente entre 1889 y 1909) para abordar la inclusión femenina, pero fue rechazada hasta 1919, tras la Primera Guerra Mundial, cuando en una votación por fin se aprobó su entrada de pleno derecho por cincuenta y cinco votos a favor y doce en contra. En realidad, desde 1907 podían ser socias si tenían un distinguido trabajo como geólogas, pero no podían votar. Ese año, entre las primeras ocho en ser admitidas, estuvieron Margaret Chorley Crosfield y sus colegas Mary Sophia Johnston y Ethel Woods.

Margaret Crosfield en un viaje de campo de la Asociación de Geólogos a Leith Hill. Fuente: GSL.

Interesada en la geología de Surrey, entre 1899 y 1911 dirigió varias excursiones de campo para aficionados cerca de su casa, en Reigate; la conocía tan bien que escribió el capítulo sobre su geología en el libro Flora of Surrey (1931) de Charles Edgar Salmon. Miembro del Club de Historia Natural de Holmesdale, una de las sociedades de historia natural más antiguas del país, le gustaba estudiar la geología y la paleontología locales.

Activista sufragista

Tan importante como el estudio de las rocas, fue para ella su activismo a favor del sufragio femenino. De hecho, utilizaba cuadernos sufragistas para sus meticulosas anotaciones de campo, en las que registraba las ubicaciones de los especímenes que encontraba en sus numerosos viajes. En realidad, todos los Crosfield estaban a favor de la causa y, desde 1866, participaban en la campaña y apoyaban a una de sus caras más visibles, Caroline Biggs, editora de The Englishwoman’s Review.

Desde que en 1906 se formó en Reigate una rama de la Sociedad Central para el Sufragio de las Mujeres, Margaret se hizo miembro del grupo, del que llegó a ser presidenta en 1909. Como tal, daba charlas y asistía a reuniones en otros lugares del condado, siendo parte destacada en la elaboración de propuestas en torno a mejorar la situación de las mujeres. Además, donaba fondos para las actividades, muy necesarios para la lucha, y buscaba colaboradores financieros, como sus propios hermanos. Era un activismo feminista que no dejó ni siquiera cuando estalló la guerra, participando en un evento sobre «El trabajo de las mujeres en tiempos de guerra», aunque aparcaron la campaña por el voto para centrarse «en servir a la nación».

Tampoco dudaba en contestar públicamente a quienes, como Harold Marsh, en 1912, afirmaban que la participación desigual de las mujeres en la vida pública se debía a la naturaleza inherente de las mujeres, no a barreras. Margaret Crosfield le cuestionó en un artículo sus tradiciones caducas. No mucho después, escribió a Thomas Farrer, un diputado liberal pro sufragio, sobre las «graves injusticias entre marido y mujer» en materia de impuestos y pagos, que ella describió como «gastos incidentales incurridos por la posesión de una ama de llaves no remunerada ‘una especie de esclava’«. Finalmente, en 1928 vio como se aprobaba el derecho al voto de las mujeres.

Margaret Chorley Crosfield nunca se casó y falleció en 1952, a los 93 años. Ni sus hallazgos de rocas y fósiles ni su papel en esa lucha por un derecho fundamental pueden pasar desapercibidos para la historia.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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