Roxie C. Simpson Laybourne, la ‘dama’ de las plumas

Vidas científicas

El nombre de Roxie Collie Simpson Laybourne no se ha olvidado en el Smithsonian Institute. Experta en identificación de plumas, esta investigadora y naturalista fue una pionera de la ornitología forense, disciplina por la que se convertiría en consultora para el ejército de los Estados Unidos, del Servicio de Pesca y Vida Silvestre estadounidense, el FBI, de la Administración Federal de Aviación y de la Junta Nacional de Transporte a lo largo de su vida. Descrita por quienes la conocieron como una mujer del Renacimiento, historiadora de la naturaleza y, además, entusiasta de los coches deportivos, la “Dama de las plumas”, como se la llamó, desarrolló unos métodos que aún hoy están en vigor para casos de accidentes aéreos. Gracias a ellos, se rediseñaron aeronaves y los aeropuertos pusieron en marcha medidas para evitar colisiones con aves, evitándose muchos desastres.

Roxie Laybourne. Smithsonian Institution Archives, Accession 04-086, Image No. SIA2014-07444.

Roxie C. Simpson Laybourne nació en Fayetteville (Carolina del Norte, EE. UU.) el 15 de septiembre de 1910, como la mayor de quince hermanos en una familia en la que su padre era mecánico de coches, por entonces un sector en expansión, y su madre ama de casa. Se cuenta que de niña parecía más interesada en el béisbol o los motores que en estudiar, mucho menos aún en las llamadas ‘tareas femeninas’. Quizás por ello, sus padres la matricularon en la escuela de mujeres Meredith College, donde se graduó a los 22 años en matemáticas y ciencias. Allí ya destacó como una rebelde para la época. Fue la primera alumna del Meredith en usar ‘jeans’ y contaba que se metió en problemas por faltar a clases para ver la llegada de la aviadora Amelia Earhart al aeródromo local. También actuaba en obras de teatro, una habilidad que, según confesaría más tarde, le resultó útil cuando una vez testificó ante un tribunal.

Al terminar los estudios, Roxie encontró trabajo en el Museo Estatal de Historia Natural de Carolina del Norte como taxidermista, una tarea manual que comenzó a alimentar su curiosidad por las ciencias naturales. En 1944, cuando un miembro de la División de Aves del Museo Nacional de Historia Natural fue llamado a filas durante la Segunda Guerra Mundial, le propusieron trasladarse temporalmente al Museo Nacional de Historia Natural en Washington D.C., y aceptó. Allí era una de las pocas científicas y se percató de que su trabajo estaba bajo un escrutinio que no tenían sus colegas masculinos, así que comenzó a poner en marcha la que sería una máxima a lo largo de su vida: «La mejor manera de evitar la discriminación es hacer el mejor trabajo posible y mantener la boca cerrada: la perseverancia supera los obstáculos».

Desde 1946 y hasta finales de la década de 1980, continuó con su trabajo en el Smithsonian, pero también en el Laboratorio de Aves y Mamíferos del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los Estados Unidos (USFWS, ahora parte del Servicio Geológico del país). En este lugar trabajó hasta 1988, si bien siguió investigando en la identificación de plumas con el Smithsonian hasta su muerte. Además de investigar, en 1950 se doctoraría en botánica en la Universidad George Washington con una tesis sobre musgos.

Fue durante sus primeros años colaborando con el USFWS, cuando Roxie C. S. Laybourne comenzó sus trabajos de identificación de plumas con tan solo unos fragmentos, y logró desarrollar una técnica que le permitía conocer de qué especie se trata con muy poco de este material, utilizando microscopía óptica y de electrónica de barrido, además de su exhaustivo examen de las pequeñas variaciones del plumaje que observaba al comparar un plumaje con los especímenes que había en el museo.

Investigadora de accidentes

En 1960, tras un accidente de avión en el aeropuerto de Boston en el que murieron 62 personas, su carrera dio un giro inesperado. Las Fuerzas Armadas pidieron su ayuda al comprobar que había restos de aves que se habían cruzado en la pista al momento del despegue. Roxie determinó que una bandada de estorninos europeos dañó los motores, lo que ayudó a los ingenieros de aviación a diseñar aeronaves más seguras. También se promovió desde entonces que los aeropuertos pusieran en marcha medidas para desviar a las aves. Aquello no solo comenzó a salvar vidas, humanas y de las aves, sino que allanó el camino para la creación del primer laboratorio dedicado en exclusiva la identificación de plumas. Son métodos que se han seguido utilizando en todo el mundo y que no solo demostraron ser útiles en colisiones de este tipo, sino en pruebas de crímenes o con artefactos antropológicos. La técnica de la ornitóloga forense no solo era capaz de identificar cada especie sino hasta detalles de los comportamientos, de forma que llegó a a resolver más de mil casos al año.

Un tren de alta velocidad ICE 3 tras chocar contra un pájaro. Wikimedia Commons.

También a principios de los años 1960, desarrolló una técnica para determinar el sexo de las grullas trompeteras, fundamental para recuperar y salvar una especie que ya entonces estaba en peligro de extinción.

“Comparte tu conocimiento”, era la primera de las reglas del éxito de esta incansable científica. En una entrevista para The St. Petersburg Times, titulada “Roxius Amazingus”, reveló cuales eran esas reglas y muchos de los obstáculos a los que se enfrentó por ser mujer. Por ejemplo, contó su frustración cuando le negaron la entrada a la escuela de aviación en los años de la Gran Depresión por ser mujer. Tenaz, ante este boicot, optó por hacer un curso por correspondencia e incluso, cuando estudiaba en la universidad, llegó a trabajar con aviones. Recordaba también que no tuvo fácil ser investigadora en sus inicios en el Smithsonian, donde casi todas las mujeres eran secretarias o docentes.

Sus alumnos recordaban tras su muerte cómo retumbaba en la División de Aves su risa estridente y su acento de Carolina del Norte, así como su interés por implicar a los jóvenes en su pasión, ya fuera organizando viajes de observación de aves para los Boy Scouts o enseñándoles el desollado de ejemplares que luego pasaban a las colecciones del Smithsonian. Pese a ello, pocos de esos estudiantes siguieron investigando sobre la estructura de las plumas con ella –sí lo hicieron Beth Ann Sabo, Carla Dove y Marcy Heacker– porque decía que requería de una paciencia que no les veía y, además, era muy exigente y les pedía una dedicación exclusiva al trabajo y los estudios.

Pese a su intensa labor investigadora, no fue hasta 1980, cuando recibió algún reconocimiento. Ese año, el Meredith College le otorgó el premio ‘Alumna del Año’. En 1984, la Universidad George Washington le dio otro premio por sus logros al mejorar la seguridad de la aviación; y en 1996, la Fuerza Aérea de los EE. UU. le rindió homenaje por trayectoria del Comité de Choques con Aves.

Se ha escrito que Roxie C. Laybourne nunca se tomó vacaciones, pero tuvo tiempo para casarse dos veces y tener dos hijos, el segundo con Edgar G. Laybourne, un conocido taxidermista del Smithsonian donde estuvo durante más de 40 años. También para disfrutar de su pasión por los coches deportivos, a sus 72 años, se compró un Datsun 280ZX, que según se dice “conducía como un demonio”.

Roxie Laybourne. Smithsonian Institution Archives, Accession 04-086, Image No. SIA2014-07445.

Falleció el 7 de agosto de 2003, a los 92 años, en su casa de Manassa (Virginia, EE. UU.), pero todavía hoy el de Roxie Laybourne es un nombre que se escucha con admiración en el Smithsonian y entre el mundo de la aviación que conoce sus méritos.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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