El cerebro humano es un cóctel bioquímico en el que mantener el equilibrio de sus elementos es fundamental, pero no siempre ocurre, y éste fue el campo de trabajo por el que pasó a la historia de la medicina la bioquímica británica Evelyn Hickmans. A mediados del pasado siglo, Hickmans dirigió y participó del hallazgo de un tratamiento que permite evitar graves discapacidades mentales congénitas. Hasta sus investigaciones, esa malformación implicaba el encierro de quienes la sufrían en instituciones mentales, sin posibilidad de mejoría alguna. Evelyn, que no obtuvo el reconocimiento que merecía durante su vida laboral, puso así las bases de la clínica química pediátrica que tantos problemas de salud ha solucionado a nivel mundial desde entonces.
El origen de Evelyn Hickmans está en Coseley, un pueblo minero cercano a Wolverhampton y Birmingham. Allí nació el 9 de abril de 1882 de un padre maestro y una madre que tenía una tienda de alimentación. No se sabe por qué se le encendió la mecha de la ciencia, pero sí que a los 20 años (1902) ya fue la mejor estudiante del Colegio Técnico de Wolverhampton, lo que le permitió tener una beca para estudiar química en la Universidad de Birmingham. Solo por eso ya en eso fue una pionera: en 1905, fue una de las dos únicas mujeres que se licenciaban en esa institución.
Tras terminar la carrera, empeñada en seguir la profesión científica, dejó su casa paterna para estudiar, en el King’s College de Londres, un curso de los que entonces se dedicaban a las mujeres sobre ‘ciencias domésticas’, como la nutrición. Eran tiempos en los que no las dejaban ingresar en la Sociedad de Química, aunque Evelyn se significó en la defensa de su inclusión. En todo caso, sus posibilidades de encontrar trabajo se truncaron con la Primera Guerra Mundial y no surgieron hasta 1919, cuando logró un puesto de profesora en la Universidad de Toronto (Canadá), adonde no dudó en marcharse.
Tres años después, la muerte de su madre precipitó su regreso a Inglaterra. Fue entonces cuando su primo, el pediatra Leonard Parsons, le pidió crear un laboratorio en el Hospital Infantil de Birmingham, relacionado con la universidad, para hacer análisis destinados a sus investigaciones sobre desnutrición, y ella aceptó de inmediato. Mientras instalaba el laboratorio en una diminuta habitación, casi sin recursos, la joven científica se propuso crear el que sería el primer departamento de bioquímica pediátrica del país, pese a que reconocía que “no sabía nada sobre química sanguínea excepto a nivel teórico”. Pero lo logró. En poco tiempo, y de forma autodidacta, dominaba el mundo de las muestras biológicas y estableció toda una gama de ensayos químicos para el calcio, cloruros, grasas y proteínas. Además, seguía formándose en el mundo académico, obteniendo su segundo máster en bioquímica en 1923 y un doctorado en 1925, con 43 años.
Para inicios de la década siguiente, ya había contratado a otras mujeres químicas y recibía fondos para sus investigaciones sobre el efecto de las dietas y de la desnutrición. Descubrió, por ejemplo, que la luz solar mejoraba la carencia de vitamina D. Atraído por sus trabajos, en 1940, el joven médico alemán Horst Bickel se unió a su equipo en el laboratorio. Juntos, perfeccionarían la técnica de la cromatografía de aminoácidos que sería fundamental para el logro que la hizo pasar a la historia de la ciencia médica: el mencionado tratamiento para la fenilcetonuria, discapacidad mental conocida por las siglas PKU.
La PKU es un defecto hereditario raro que ocurre en el metabolismo del aminoácido fenilalanina y que fue descrito por primera vez en 1934. La mayoría de las personas afectadas acababan con graves problemas de aprendizaje y eran institucionalizadas en asilos desde la niñez. En esos años, se estimaba que en Reino Unido había unas 1600 personas encerradas por este motivo, aunque podían ser muchas más sin diagnosticar. De hecho, hasta la década de 1950 no comenzó a detectarse esta mutación en bebés.
En este contexto, la madre de Sheila, una niña de dos años que no podía hablar ni andar, la llevó al hospital, donde el equipo de Hickmans la diagnosticó PKU. Tras la presión incesante de la madre para que le buscaran un tratamiento, Evelyn se puso en acción y decidió probar a ver si funcionaba una dieta que no incluyera el aminoácido que le causaba el problema, algo que no se había experimentado nunca. Gracias al conocimiento químico de Evelyn, en colaboración con Horst Bickel y John Gerrard, se consiguió. Y no fue fácil. Durante meses, se encerraron los tres en el laboratorio para lograr crear esa mezcla contuviera las proteínas que requiere el cuerpo humano pero no la que dañara a la niña, que tenía hasta 40 veces más fenilalanina de lo normal. El resultado fue un compuesto químico de sabor terrible que Sheila debía ingerir dos veces al día, y pronto comenzó a mejorar, aunque con altibajos porque también se descubrió que era importante iniciar el tratamiento al poco de nacer.
Tras probarse que era posible tener un pionero tratamiento para la PKU, en poco tiempo (1954) se inició la producción a nivel comercial de un producto dietético para esta malformación y comenzaron a realizarse pruebas de detección temprana en los recién nacidos, de forma que pudieran ser tratados eficazmente y llegar a tener una vida normal. Desde entonces, la historia de quienes tienen PKU cambió para siempre. Aún hoy, eso si con mejor sabor, prácticamente la composición sigue siendo la misma.
Pero para cuando se reconoció a nivel internacional aquel gran avance médico, a comienzos de la década de 1960, Evelyn ya estaba jubilada y fuera del foco. De hecho, había dejado el laboratorio a mediados de los años 50, ya con el camino abierto para la clínica química pediátrica, que hoy es fundamental para comprender tantas enfermedades infantiles, entre otras muchas congénitas. Quienes trabajaron con ella han contado que nunca buscó el reconocimiento, pero también es cierto que vivió en un momento en el que el papel de las mujeres quedaba invisibilizado y que nadie la promovió profesionalmente cuando estaba en activo pese a que, gracias a sus pioneros logros, la bioquímica clínica se convirtió en una disciplina y que, en 1949, fue una de las impulsoras de la Asociación de Bioquímicos Clínicos de Midlands. Es la precursora de la organización británica de químicos que hoy existe.
Además, fue un acicate para otras muchas mujeres, a quienes animaba a seguir carreras científicas. De hecho, ellas eran mayoría en su laboratorio e incluso participó activamente en la Federación Británica de Mujeres Universitarias. «Siempre me metía en problemas, no creo que le gustara tener ‘niños‘ en su laboratorio», recuerda Tom Day, uno de los pocos jóvenes que trabajó en su departamento. También es verdad que durante la Guerra Mundial no había muchos hombres disponibles para investigar y realizar análisis.
A lo largo de su vida, Evelyn Hickmans escribió, como autora o coautora, numerosas publicaciones sobre química sanguínea y enfermedades infantiles. Finalmente, falleció el 16 de enero de 1992, a la edad de 89 años. El único importante reconocimiento que recibió en vida, junto con sus colegas, fue en 1962: el premio John Scott, creado en 1816 en su país para reconocer la labor de hombres y mujeres cuyos inventos mejoraron «la comodidad, el bienestar y la felicidad de la humanidad» de manera significativa. Desde luego, su legado científico cumplía los requisitos.
Referencias
- Anne Green, The First Treatment for PKU: The Pioneers—Birmingham 1951, Int. J. Neonatal Screen. 2021, 7(1), 19
- Anne Green, The lifesaving work of Evelyn Hickmans, Chemistry World, 13 septiembre 2021
- Louise Robertson, A bit of PKU history, Dietitian’s Life
- Evelyn Hickmans, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.