La sociedad medieval estaba estructurada en diversos estamentos que tenían la función de contribuir al beneficio colectivo. La figura de las matronas adquirió, en ese orden, una relevancia destacada.
Eran las mujeres que acompañaban a las embarazadas a conseguir un parto exitoso. Lo hacían en una época en la que, por cuestiones morales relacionadas con la intimidad femenina, no era frecuente que el médico estuviera presente. Solo intervenía si se presentaba un peligro para la vida del nonato.
En todas las culturas y tradiciones hasta finales de los siglos XVI-XVII, las matronas ejercían sin haber recibido formación específica. A pesar de que algunas habían aprendido de memoria el manual de Trótula de Salerno, De curis mulieribus, que trataba sobre el cuerpo femenino, no necesariamente mostraban conocimientos técnicos. Su trabajo se basaba en la experiencia.
Eran, además, transmisoras del saber, y enseñaban a futuras matronas a administrar los remedios terapéuticos para asistir a las parturientas.
Curiosamente, las funciones de la matrona iban más allá del parto y del posparto: tenían carácter testimonial. Existen bastantes documentos sobre esta función jurídica de la matrona. Por ejemplo: pleitos sobre herencias, testamento en caso de muerte de la parturienta, nulidad matrimonial, infidelidad, integridad del cuerpo de la mujer en caso de violación, etc.
Responsables del inicio de la vida
Los tratados médicos medievales explicaban todo el ritual para asegurar un buen parto. En la tradición occidental el manual de referencia era el Lilium medicinae de Bernardo de Gordonio, del siglo XIV, que se tradujo a diversos idiomas.
Es un tratado de medicina general en el que se recogen las enfermedades y recomendaciones para la curación. En él se tratan los partos en varios capítulos. Se recomendaba escoger una matrona con las manos delgadas y los dedos largos para ayudar a dilatar la matriz. Cuando la parturienta rompía aguas, la matrona debía introducir sus manos para facilitar el parto. Para prevenir un aborto natural se aplicaban recetas con ingredientes como el hisopo, la raíz de lirio, el orégano y la hierba gatera.
Los textos archivísticos constatan que las matronas conocían las propiedades de las hierbas aromáticas. Aplicaban remedios, como los baños con artemisa, para acelerar el parto, disminuir el dolor y ayudar en la dilatación de la parturienta. Esta hierba mezclada con vino servía para expulsar a la criatura en caso de un mal parto.
Se consideraba que las matronas debían ser buenas cristianas y conocer oraciones destinadas a evitar un parto complicado. Las más usuales eran el Padrenuestro, el Credo y el Avemaría.
También utilizaban objetos religiosos que auguraban un buen desenlace, como la cinta de la Virgen, que las parturientas se aplicaban sobre el abdomen. Además, tenían que saber pronunciar un bautismo de emergencia (sub conditione) cuando había peligro de muerte y en caso de recién nacidos con malformaciones, llamados “monstruos”.
Era fundamental encender velas en la habitación donde se desarrollaba el parto y usar amuletos. A estos objetos se añadía el valor de las piedras preciosas, como el coral. La parturienta debía coger esta piedra en la mano derecha o llevarla colgada en el cuello.
¿Cualidades sobrenaturales en las matronas?
Durante mucho tiempo el momento del parto se asoció con aspectos misteriosos u ocultos. Se llegó a atribuir poderes sobrenaturales a la placenta y al cordón umbilical.
Entonces, cuando la figura de la matrona comenzó a ser mal vista por la Iglesia católica, porque el oficio se asociaba a los cultos paganos que podían provocar el mal, éstas se convirtieron en claros objetivos de la Inquisición. Se las acusaba de cometer crímenes, de asociarse con el demonio, de ser brujas y hechiceras. La muerte de la criatura en el vientre materno y el aborto espontáneo se interpretaban como signos de maldiciones, resultado de su mal ejercicio.
Tanto es así que en 1376 Nicolau Eimeric publicó el Directorium inquisitorum. En este tratado se dedicaba atención a la nigromancia y a la invocación al demonio, sobre todo por parte de las mujeres. Sus dotes de sanación se vinculaban a la hechicería.
Pero los procesos contra las sanadoras, en concreto de las matronas, se agudizaron con el Malleus maleficarum (1486), de los inquisidores Henry Kramer y Jacob Sprenger. Todos los juicios que se realizaron contra las matronas durante casi dos centurias utilizaron como guía este manual. En él, se arremetía contra las mujeres que, sin conocimientos profesionales, prescribían el uso de hierbas, ungüentos y otros remedios populares.
Los inquisidores destacaron la autoridad de las matronas, que podían provocar abortos y embrujar a los nonatos en el útero materno solo con la mirada. Por ejemplo, afirmaban que después del parto la matrona sacaba de la habitación al recién nacido y lo ofrecía a Lucifer. Este acto se realizaba junto a los fogones de la cocina.
Se detallaron ejemplos de matronas capaces de lanzar hechizos a las parturientas, hasta el punto de paralizarles el cuerpo y la lengua.
Además de este colectivo se marginó también a las nodrizas. Y eso que, después del parto, esta figura cumplía una función esencial en caso de fallecimiento de la madre o cuando esta tenía producción insuficiente de leche materna.
De hecho, en España, desde el siglo XII era común la presencia de nodrizas reales. Su trabajo estaba regulado por ley en las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio: en la Ley XVIII de la Tercera Partida se refiere a las señales del momento del parto; y en la Ley III de la Segunda Partida se indicaba que la matrona debía ocuparse de la atención de la parturienta durante el embarazo y, después, del recién nacido.
Las matronas en los textos literarios
La literatura de la época resalta la visión mágica que rodea al nacimiento y al posparto. En el Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita se alude a la partera, que tiene oficio de “herbolera” y causa mal de ojo en la parturienta.
El valenciano Jaume Roig describió en el Espill que el ejercicio de la matrona en general se asociaba a la superstición. Incluso se recurre a ejemplos de sanadoras capaces de provocar el parto o causar la muerte del nonato con sus dotes de hechicera.
San Vicente Ferrer, por el contrario, predicaba que cuando se acercaba el momento del parto, Cristo enviaba un buen ángel. De esta manera se preservaba a la criatura de cualquier mal, incluso de las madres que mataban a sus criaturas.
Los textos didácticos, literarios e históricos son el testimonio de que el fracaso en el parto se asoció a las malas prácticas de las matronas. La experiencia adquirida y transmitida a lo largo de diferentes generaciones se interpretó como una influencia de la superstición, la magia y la invocación al demonio.
Sobre la autora
Anna Peirats, IVEMIR-UCV, Universidad Católica de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.