Un cráneo más grande acoge un cerebro más grande que otro más pequeño, que acogerá un cerebro más pequeño. Y un cerebro más grande es el que tiene una persona más inteligente que otra persona que tiene un cerebro más pequeño y por tanto será menos inteligente. Resulta difícil discutir esta lógica, ¿no? Blanco y en botella…
Si eres de los que los silogismos del párrafo anterior le han parecido completamente razonables deberías saber que vas aproximadamente un siglo por detrás del avance del consenso científico. Pero no importa: obviemos el hecho de que has llegado tarde a la fiesta y celebremos el hecho de que has venido, que es lo importante.
Durante décadas el argumento, que hoy sabemos erróneo, de que un cerebro más grande suponía una mayor capacidad intelectual, sirvió para dar un barniz supuestamente científico a la discriminación sexista que durante toda la historia había separado la actividad de los hombres de la de las mujeres. Ellos eran los listos, inteligentes y capaces, ellas las delicadas, emotivas y maternales. Pero ahora, además, con el respaldo de la ciencia. Y si lo dice la ciencia… será verdad.
Alice Lee demostró que esto no era cierto. Esta matemática aplicó métodos estadísticos para trazar la verdadera relación entre capacidad craneal, género e inteligencia y terminó por demostrar que, en realidad, no había ninguna. Oh, sorpresa. Gloria Steinem, periodista y reconocida activista por los derechos de las mujeres en los años 60, consideró a Alice Lee como una de las artífices del derrumbe de la craneología a principios del siglo XX, aunque no del todo: los prejuicios que supo ver en torno a la discriminación sexual, no supo verlos, e incluso los reforzó, en cuanto a la discriminación racial.
La primera mujer licenciada en matemáticas
Lee nació el 28 de junio de 1858 en Dedham, Essex, Reino Unido. En 1876 se matriculó en el Bedford College, el primero en dar educación para chicas en el país. Allí asistió a la primera clase de matemáticas avanzadas que se impartía a mujeres, y fue la primera en graduarse en la Universidad de Londres, a la que pertenecía el Bedford College. Permaneció en esta institución hasta 1916, primero como profesora de matemáticas y física, también como asistente de los residentes, obteniendo a cambio alojamiento y manutención gratuitas, y en los últimos años también como asistente en las clases de Latín y Griego.
A partir de 1895, Lee asistió como alumna a las lecciones de estadística que impartía Karl Pearson, estadístico y defensor de teorías eugenésicas, que proponen la intervención humana en la mejora de los rasgos genéticos seleccionando quién y con quién deberían tener descendencia, y quiénes no. Tras escucharle, Lee se interesó por la aplicación de métodos estadísticos en el estudio de la biología evolutiva. Bajo la dirección de Pearson, Lee investigó la variabilidad de la capacidad craneal en los seres humanos y su relación con la capacidad intelectual.
Por entonces, la teoría de que los hombres eran más inteligentes que las mujeres, y así lo demostraba el mayor tamaño de sus cráneos, era generalmente aceptada. Por eso su primer artículo, publicado en 1901, causó mucha controversia. En él analizaba tres grupos de personas: mujeres estudiantes del Bedford College, profesores de la universidad y una selección de distinguidos anatomistas varones. A través de una fórmula estadística calculó su capacidad craneal a partir del tamaño exterior de sus cráneos, y colocó sus medidas en orden decreciente dentro de cada grupo, identificando a cada uno por su nombre completo.
Hombres de cabeza pequeña, mujeres de cabeza grande
Y sus conclusiones demostraban que no existía una correlación entre el tamaño de los cráneos y la inteligencia de las personas que conformaban estos grupos: había personas de trayectorias científicas brillantes con grandes hallazgos en su campo que poseían en cambio cabezas en absoluto prominentes, sino más bien pequeñas. Su principal mérito fue demostrar, midiendo el cráneo de personas vivas, que los cráneos de los hombres mostraban una gran variedad de tamaños, igual que los de las mujeres, y que de hecho había solapamiento en muchos casos: había hombres con cráneos más pequeños y mujeres con cráneos más grandes que personas del sexo opuesto. “Sería imposible determinar ningún grado de correlación entre la capacidad de los cráneos de estos individuos y la apreciación de sus capacidades intelectuales”, escribió Lee en su tesis.
El motivo de la controversia no fue solamente que pusiera en duda una idea comúnmente aceptada y sobre la que descansaba en gran medida el statu quo social y científico de la época, como que los hombres eran, sin duda alguna y con base científica que lo demostraba, más inteligentes que las mujeres. Es que además uno de los revisores de su tesis era mencionado en el estudio, en una de las últimas posiciones en el ranking de capacidad craneal.
El estudio despertó también fuertes críticas por parte de algunos eugenistas, que pusieron en duda la calidad y la originalidad de su trabajo científico. Pearson tuvo que intervenir para que le fuera concedido el doctorado que merecía, que obtuvo por fin en 1901. Sin embargo el impacto de su trabajo fue tal que en una década desde su publicación, el campo de la craneología, que estudiaba precisamente el tamaño y característica del cráneo y su relación con las capacidades del individuo, dejaría de existir como rama científica, quedando ya relegado al campo de la pseudociencia.
Argumentos científicos para la discriminación racial
No obstante, hay que señalar que si bien Lee contribuyó a derribar este prejuicio sobre las diferentes capacidades intelectuales de las mujeres respecto a los hombres, no hizo lo mismo con el prejuicio que atribuía a las personas de etnias distintas a la blanca europea menos inteligencia. De hecho, tras esta investigación Lee aplicó sus métodos al estudio de la capacidad craneal de distintos grupos raciales y terminó por afirmar que a través de mediciones craneales sistemáticas se podía diferenciar a esos grupos y sus distintas habilidades intelectuales. Estas teorías sirvieron en definitiva para justificar la colonización británica de pueblos indígenas en territorios de ultramar.
En 1909 otro investigador se basó en los argumentos de Lee contra la discriminación de género para señalar las inconsistencias de la misma materia aplicada a la discriminación racial. Eso terminó de desacreditar la craneología, un camino que Lee había comenzado, pero no terminado.
Lee llevaba trabajando en el laboratorio biométrico de Pearson desde 1892, primero como voluntaria y después por un salario de 90 libras al año por un trabajo de tres días a la semana. Entre sus tareas estaba la recolección y el tratamiento de datos, pero además actuaba de facto como la secretaria del laboratorio, llevando a cabo tareas de gestión, logísticas y administrativas.
Lee participó en el esfuerzo de guerra británico durante la Primera Guerra Mundial. Trabajó para el gobierno durante esa época: entre 1916 y 1918 se dedicó al cálculo de trayectorias de proyectiles y a recopilar datos de todo tipo de desarrollos e invenciones de munición antiaérea. Trabajó también en un proyecto especial sobre computación para el alto mando militar.
Referencias
- Leila McNeill, The Statistician Who Debunked Sexist Myths About Skull Size and Intelligence, Smithsonian Magazine, 14 enero 2019
- Rosaleen Love, «Alice in Eugenics-Land»: Feminism and Eugenics in the scientific careers of Alice Lee and Ethel Elderton. Annals of Science 36(2) (1979) 145–158
- People of Science: Alice Lee, Google Arts & Culture
- Alice Lee, Wikipedia
Sobre la autora
Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.
2 comentarios
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[…] https://mujeresconciencia.com/2024/03/28/alice-lee-estadistica-para-demostrar-que-un-craneo-mayor-no… […]