Ruth M. Patrick, un siglo salvando ríos con las ‘joyas del mar’

Vidas científicas

La bióloga norteamericana Ruth Myrtle Patrick es uno de esos personajes de la historia de la ciencia mundial que más han aportado al conocimiento de los impactos de la contaminación fluvial y, más en concreto, de la extraordinaria capacidad para detectarla que tienen las llamadas “joyas del mar», las diatomeas, unas algas unicelulares que regulan el clima y sirven de sustento a las redes tróficas marinas a través del fitoplacton. La trascendencia que tendría su dedicación a la conservación ambiental poco se intuía cuando, con siete años, ya usaba su primer microscopio en una pequeña ciudad del interior de Estados Unidos que había sido fundada medio siglo antes (1855) por un grupo de colonos antiesclavistas.

Ruth Patrick. Wikimedia Commons.

Ruth nació en 1907 en Topeka (Kansas, EE.UU.) y el suyo es un claro ejemplo de vocación por influencia familiar. Su padre, abogado de profesión, la contagió desde muy niña su pasión por la naturaleza, llevándola a menudo a recolectar materiales en los bosques cercanos a su casa, para luego verlos por un microscopio en casa. Fue ahí donde, en las muestras de agua de arroyos cercanos, vio sus primeras algas diatomeas, quedándose fascinada por ese mundo invisible que estaba tan lleno de vida. A los siete años, su padre ya le compró su propio microscopio y mientras otras niñas se entretenían jugando con muñecas, Ruth se sumergió en ese mundo de lo pequeño en el que estaría el resto de su larga y fructífera vida. «No cocines ni cosas. Puedes pagar a otras personas para que lo hagan por ti. Lee y mejora tu mente”, es un consejo de su padre que siguió a rajatabla.

Más tarde, mientras estudiaba ciencias en el Coker College de Carolina del Sur, pasaba los veranos en el Laboratorio de Cold Spring Harbor. Allí se licenciaría en biología con 20 años, unos estudios que continuó en la Universidad de Virginia, donde obtuvo el doctorado en botánica en 1934. Fue durante una estancia en Cold Spring Harbor donde conoció al entomólogo Charles Hodge IV, con el que se casó poco después. La pareja se fue a vivir a Pensilvania, donde él daba clases de zoología. Cuando se doctoró, también Ruth comenzó a dar clases de horticultura, algo que compaginaba con su trabajo como voluntaria de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, donde había una excelente colección de algas diatomeas.

En la Academia, comenzó a investigar y a aumentar la colección recogiendo más especies en sus salidas al campo o adquiriéndolas donde las encontraba disponibles. En 1939, fue nombrada como su conservadora, un cargo desde el que hizo posible que esta colección sea hoy de las más grandes del mundo, con más de 220 000 preparaciones microscópicas de estas algas. Ruth puso en marcha un sistema de archivo para los nuevos taxones y para clasificar toda la literatura sobre diatomeas que hizo posible la organización de tan ingente material. En 1945, ya era jefa de microscopía. Sobre esta faceta suya, destaca el trabajo que publicaría décadas después junto su colega Charles Reimer, el primero de los dos volúmenes que harían de la serie “The Diatoms of the United States Exclusive of Alaska and Hawaii”, un clásico sobre la taxonomía de estos organismos.

Una pionera, aunque fuera «solo una chica»

Ruth, no obstante, no sólo recopilaba y clasificaba estos microorganismos. Sus investigaciones sobre ellos direon lugar a resultados fundamentales. Por ejemplo, estudiando sus fósiles descubrió las correlaciones que había entre las diatomeas y los cambios climáticos o tectónicos y también con la existencia o no de bolsas de petróleo.

Más importantes fueron sus aportaciones en el campo de la ecología, donde encontró una nueva fórmula para estudiar las condiciones ambientales de los ecosistemas acuáticos y la calidad de sus aguas, utilizando las diatomeas como indicadores de contaminación. Este enfoque surgió de un trabajo que dirigió en 1948, un año después de haber fundado en la Academia un departamento destinado a la limnología. Allí reunió a un grupo de personas especializadas en diversas disciplinas (química, física, biología…) para investigar la biodiversidad en ríos, lagos, embalses o humedales. El trabajo consistía en analizar las aguas de la cuenca del río Conestoga (Pensilvania), en el que había vertidos agrícolas, industriales o residuales de las ciudades en algunos de sus tramos. La investigación fue posible, curiosamente, gracias a un empresario petrolero que había escuchado una de sus conferencias y ofreció 50 000 dólares a la Academia si Ruth investigaba sobre la contaminación del agua fluvial. “Pero si es solo una chica, no puede manejar tantos fondos”, le contestó el presidente de la institución. Ante la amenaza de quedarse sin ese dinero si no lo dirigía la joven científica, el responsable no tuvo más remedio que ponerla al frente. Afortunadamente.

Ruth Patrick. The University of South Carolina.

Pionera en ese enfoque multidisplicinar tan fundamental hoy en día para el avance científico, gracias a ese trabajo, Ruth reveló la estrecha relación que hay entre la contaminación y la biodiversidad, lo que se conoce como “principio de Patrick”. Se basa en que las diatomeas tienen una gran sensibilidad a los cambios ambientales de su entorno, de modo que modificaciones químicas de las aguas que habitan hacen que se reproduzcan más unas especies o aumenten sus poblaciones según qué elemento varíe, de forma que es posible saber qué tipo de contaminación existe en un entorno acuático en función de su análisis. Para estudiar estos organismos en corrientes de agua, diseñó un dispositivo, el diatómetro.

Asesora en contaminación acuática

A medida que veía deteriorarse el medio ambiente a su alrededor, su interés en la conservación de la biodiversidad fue en aumento. En 1970, Ruth comenzó a investigar la posibilidad de utilizar marismas y humedales como sistemas naturales de tratamiento de aguas residuales, inspirando proyectos de gestión de cuencas hidrográficas en todo el mundo.

Para entonces, su exhaustivo conocimiento de la ecología en sistemas acuáticos la había convirtido en una asesora fundamental de entidades dependientes del Gobierno, pero también de asociaciones conservacionistas y de la industria, llegando a ser consultora y a estar en la junta directiva de empresas químicas como la DuPont Company. Esta compañía es famosa por desarrollar materiales tan cotidianos como el nylon, el teflón, la licra o el neopreno, pero también por sus casos de contaminación de aguas, con sentencias multimillonarias en su contra. Entre quienes requirieron de sus consejos están los presidentes Lindon Jonhson (sobre aguas contaminadas) y Ronald Reagan (sobre la lluvia ácida). Además, colaboró en la nueva redacción de llamada Clean Water Act, la ley para proteger el agua en Estados Unidos, reescrita en 1972. Los encargos se multiplicaban en unos tiempos de desarrollismo industrial exponencial, que tenían graves impactos ambientales.

Son muchos los reconocimientos que recibió a lo largo su vida. No sólo fue parte de la Academia Nacional de Ciencias, la Sociedad Filosófica Estadounidense y la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias, sino que obtuvo el Premio Eminente Ecologista de la Sociedad Ecológica de América, el Premio a la Trayectoria de la Sociedad Estadounidense de Limnología y Oceanografía y la Medalla Nacional de Ciencias.

Ruth Patrick en el invernadero del Stroud Water Research Center.

Y nunca dejó de hacer trabajo de campo. Se calcula que estudió entre 800 y 900 cursos de agua por todo el mundo, siempre investigando cómo detectar y solucionar la polución a través del conocimiento de los ecosistemas naturales. De hecho, lideró y participó en expediciones a Perú, México o Brasil con este fin. Ese convencimiento de que era fundamental averiguar cómo estaban estructurados los sistemas fluviales, la llevó a fundar el Centro de Investigación del Agua Stroud en 1967, un laboratorio a orillas del arroyo White Clay Creek, que fue financiado por la Fundación Rockefeller, la Fundación Stroud y Francis Boyer. Sus estudios, también multidisciplinares, dieron lugar a otro paradigma científico: la teoría del río continuo, que se utiliza en la actualidad para clasificar las cuencas hidrográficas.

A principios del siglo XXI, con casi 100 años, Ruth M. Patrick seguía investigando, ahora interesada en las técnicas genéticas que se usaban para identificar larvas acuáticas de insectos. Quería utilizarlas con las diatomeas. De hecho, el último artículo científico del que fue coautora se publicó en 2015, dos años después de su fallecimiento, que tuvo lugar en Pensilvania en 2013, cuando tenía 105 años. Se trata de un estudio que se hizo a lo largo de 25 años sobre la influencia en el agua de las radiaciones de la central nuclear de Three Mile Island, que sufrió un accidente en 1979. El trabajo descubrió que las diatomeas eran sensores de la radiactividad, algo que fue muy útil en estudios posteriores tras los desastres de Chernobil y Fukushima.

Hoy varios centros de investigación que llevan su nombre, entre los que destacan el Centro Patrick de Investigación Ambiental de la Universidad Drexel (heredero del departamento de Limnología que fundó) o el Centro de Educación de la Ciencia Ruth Patrick, en la Universidad Aiken de Carolina del Sur.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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