La buena ciencia debe hacerse integrando el género

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Las medidas de género a veces se perciben como algo exclusivamente ideológico. Sin embargo, sirven para prestar mayor atención a la compleja realidad que nos rodea: desde el diseño de cinturones de seguridad y trajes espaciales a la investigación de nuevos fármacos, cuando la ciencia no atiende a esa complejidad, genera sesgos.

La Integración del Análisis de Género en Investigación (IAGI) no responde solo a la gran sensibilidad social actual sobre las cuestiones de género, sino que es fruto de décadas de replanteamiento de los modelos de conocimiento imperantes.

Cuando nos referimos en ámbitos públicos al “género y la investigación” integramos aspectos muy variados que van desde el ámbito de los recursos humanos (la composición de las plantillas de investigación) a cuestiones puramente epistemológicas. Esta visión quedó ya recogida en 2012 como una de las prioridades del Espacio Europeo de Investigación.

Desde 2003, los informes She Figures monitorean diversos indicadores relativos a la distribución de género en las instituciones científicas y de educación superior europeas.

De forma análoga, los organismos del sistema español de ciencia y tecnología han ido adoptando medidas similares como parte de sus propias políticas. En el caso del CSIC, por ejemplo, integrando ya en su plan estratégico de 2004 medidas al respecto.

Todos nos sentimos interpelados por determinados temas, mientras que otros nos resultan ajenos o ni siquiera tenemos la formación adecuada para percibirlos. Los sesgos androcéntricos en los estudios sobre evolución humana y primatología, por ejemplo, se identificaron gracias a la incorporación masiva de las mujeres a la academia en los años 70.

Así, una mayor diversidad en los equipos de investigación puede promover añadir nuevos puntos de vista sobre un problema o metodología a desarrollar.

Todo ello implica asumir también que las disciplinas científicas poseen inercias fruto de su propia historia, que generan conceptos y marcos teóricos que condicionan nuestras maneras de mirar y evaluar esa realidad. Pero por encima de todo, la Integración del Análisis de Género en Investigación supone reconocer la enorme complejidad biológica y social (de sexo y género, respectivamente) de la realidad que nos rodea y la necesidad de desarrollar metodologías ad hoc para abordarla.

La importancia de abordar la complejidad del género y del sexo

El sexo puede conllevar en los individuos diferencias de tipo físico, anatómico y fisiológico. Es decir, una apariencia física diferente y también otras cuestiones bioquímicas o de comportamiento específicas. No sólo eso, sino que algunas especies de peces, por ejemplo, mutan su sexo en función de la temperatura, lo cual puede llegar a poner en riesgo a esa población y producir un efecto cascada de cambios en el ecosistema.

En medicina, la mayoría de estudios clínicos se han realizado sobre varones. Esta selección se ha justificado con la dificultad que implica identificar la respuesta femenina a determinados fármacos y tratamientos como consecuencia del ciclo hormonal. Pero el argumento oculta esa complejidad biológica, constituida por varones y hembras, así como por individuos intersexuales y actualmente también transgénero.

Todos estos grupos presentan particularidades naturales o adquiridas mediante tratamientos que deben ser tenidas en cuenta para evaluar su salud, por ejemplo. Siguen faltando datos desglosados por sexo en numerosas investigaciones, de manera que nos falta comprensión sobre ciertos fenómenos (la aplicabilidad universal de algunos resultados de la investigación puede ser debatida).

Aunque frecuentemente el género se use como sinónimo de sexo, el género (desde una perspectiva binaria) se define y se construye como el conjunto de valores y comportamientos asociados a cada sexo que varían histórica, social y culturalmente. Ser (y comportarse como) una mujer o un hombre en la Inglaterra victoriana implicaba cosas diferentes de lo que implica en el siglo XXI.

Además, asociamos actividades y roles a uno y otro género, generamos ideas en torno a la masculinidad y feminidad e incluso producimos lo que podríamos denominar ecosistemas de ideas, conceptos, valores e imágenes para cada uno de ellos. Participamos en gran medida de la realidad de manera diferenciada y tenemos pautas de consumo diferentes incluso con respecto al uso de los espacios públicos.

Cuando la ciencia simplifica la realidad

El uso del cuerpo del varón como modelo universal se ha repetido hasta el presente. Es conocido el ejemplo de los cinturones de seguridad de los vehículos, en cuyo diseño (en su momento por razón de género, ya que las mujeres no conducían) no se tuvo en cuenta la anatomía femenina.

De forma similar, la NASA fue muy criticada en 2019 cuando en una misión integrada totalmente por mujeres no fue posible realizar un paseo espacial debido a un problema de tallas con los trajes espaciales.

Reconocer la complejidad con respecto al sexo y al género tiene profundas consecuencias en cómo abordamos las diferentes etapas del proceso de investigación. No sólo conceptualmente, sino en la elaboración de las preguntas, el muestreo, los criterios y métodos de análisis, la interpretación de los resultados y su divulgación.

El conocimiento científico es incrementista: se construye sobre la base de conocimiento previo y, aunque pueda sorprendernos, no siempre o no en todas las áreas de conocimiento se ha registrado esa complejidad (los datos desagregados por sexo y género). Todo ello configura la realidad que estudia la ciencia y el día a día de las y los investigadores. Por ello, las investigaciones que no tienen en cuenta la dimensión de género no se consideran neutras, sino “ciegas” al género (del inglés, gender-blind).

Integrar la dimensión de género pone sobre la mesa cuestiones éticas importantes que tienen que ver con el reconocimiento a los demás y de su propia voz y con la inversión de recursos públicos en la mejora realmente colectiva de las condiciones de vida.

La Integración del Análisis de Género en Investigación, además, evalúa las disciplinas, se hace consciente de los sesgos y de la relación de la academia con su contexto y genera una mayor calidad de los métodos de análisis. En definitiva, y como numerosas académicas han reivindicado, se trata fundamentalmente de hacer ciencia de calidad o “buena ciencia”.The Conversation

Sobre la autora

Débora Zurro, Científica Titular en Arqueología Prehistórica, Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF-CSIC)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.

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