La historia de amor entre humanos y antibióticos comenzó hace miles de años, se formalizó hace relativamente poco y, si no cambia algo próximamente, terminará cumpliendo el verso que cantaba Rocío Jurado, “se nos rompió el amor de tanto usarlo”. El abuso y mal uso de estos medicamentos que tantas vidas han salvado ha dado pie a un terrorífico fenómeno, el de las resistencias antimicrobianas, esto es, la aparición de cepas de superbacterias capaces de resistir su efecto y de transmitir esos mecanismos de defensa tanto a sus descendientes como, de manera horizontal, a otras bacterias.
Esto ya es un problema del que no hablamos lo suficiente, una de las diez mayores amenazas para la salud pública según la OMS, y de momento las previsiones de futuro no son buenas: se calcula que para el año 2050 el número de víctimas de infecciones por superbacterias supere al número de víctimas de cáncer.
Para evitar que esto ocurra, decenas de equipos de investigación en todo el mundo buscan nuevas armas contra estos microorganismos, y una estrategia común es volver a emplear antibióticos antiguos, descubiertos y utilizados hace décadas, ya sustituidos por otros más eficaces o precisos pero que ya no son conocidos por las actuales bacterias. Uno de ellos es la fosfomicina, descubierto entre otros por la microbióloga española Sagrario Mochales en 1968.
Un antibiótico en la cuneta
No conocemos demasiados detalles de su biografía, pero sí que fue una de los tres españoles que, junto con otros once colegas estadounidenses, publicó en 1969 un artículo en la revista Science con el descubrimiento de este antibiótico. La sustancia fue de hecho hallada por primera vez en la carretera de Jávea a Gata de Gorgos, en Alicante.
En esa época, todo el equipo de CEPA (Compañía Española de Penicilina y Antibióticos) tenía por costumbre viajar siempre equipado con distintos recipientes para coger muestras de tierra allí donde fuese en busca de nuevas sustancias terapéuticas interesantes. En 1966, otro miembro del equipo, Sebastián Hernández, recogió una muestra en la cuneta de esa carretera mientras hacía el trayecto.
La llevó al laboratorio y fue entonces cuando Mochales entró en escena: la microbióloga cultivó distintos organismos que encontró en ella y observó en uno, la cepa Streptomyces fradiae, una aceptable actividad microbacteriana. Tras los correspondientes controles y estandarización, Mochales envió la muestra a Estados Unidos donde la farmacéutica Merck llevó a cabo los estudios clínicos necesarios para comercializar el nuevo antibiótico, empleado desde entonces y durante décadas principalmente para el tratamiento de infecciones de orina.
La primera estatina contra el colesterol
Hoy es una de las posibles armas que se busca rescatar del pasado para hacer frente al problema presente y futuro que suponen las resistencias a los antibióticos. Pero este no es el único descubrimiento en el que Mochales participó que a día de hoy sigue siendo útil y sigue salvando vidas, la lovastatina, una de las primeras estatinas conocidas y de las más utilizadas en el mundo.
Las estatinas son un grupo de fármacos muy utilizados en todo el mundo porque ayudan a combatir un problema cada vez más común: el de los niveles de colesterol y triglicéridos altos, a menudo causados por un estilo de vida demasiado sedentario y rico en alimentos grasos y que aumenta el riesgo de padecer problemas cardiovasculares.
La lovastatina se deriva de un hongo llamado Aspergillus terreus y fue descubierto por Mochales en la década de los 70 y comercializado de nuevo por Merck primero bajo la marca Mevacor y tras una evolución, como Zocor, uno de los más vendidos en la historia de la farmacéutica.
Antifúngicos en el río Lozoya
Mochales siguió haciendo descubrimientos farmacológicos relevantes en la década de los 80, cuando ocupó el puesto de directora del Centro de Investigación Básica de España. Fue entonces cuando, de nuevo, de la muestra recogida por un investigador del equipo en las aguas del río Lozoya, en Madrid, trajo consigo el potencial medicamento.
Se trataba de un hongo llamado Zalerion arboricora que demostró después ser eficaz para tratar muchas infecciones causadas precisamente por otros hongos, entre ellos el Candida albicans, uno de los patógenos habitualmente causantes de las infecciones vaginales por hongos, entre otras.
Sabemos poco de la vida de esta fructífera microbióloga, especializada en encontrar nuevos medicamentos en los suelos y los ríos de la península porque, según sus propias palabras: «En cualquier lugar puede encontrarse todo tipo de microorganismos», incluidos algunos que sirven para curar una vez ‘domesticados’, como ella explicaba en este artículo publicado en 1996 por el periódico El País.
Referencias
- Pedro Romero Pérez, Rediscovering fosfomycin in its 50th anniversary (1969-2019), Global Journal of Medical and Clinical Short Communications 7(1) (2020) 022-023
- Martín Mucha, Este pueblo puede salvar a España del colesterol, El Mundo, 2017
- José Prieto Prieto, Fosfomicina, el genuino antibiótico español, Sociedad Española de Quimioterapia
- Gerardo Muñoz, De la penicilina al antibiótico alicantino, Informacion.es, 27 marzo 2018
- José Prieto Prieto, Fosfomicina, el genuino antibiótico español, Esferasalud
- Pablo Francescutti, Un hongo del río Lozoya brinda una nueva clase de antibióticos, El País, 31 julio 1996
Sobre la autora
Rocío Benavente (@galatea128) es periodista.