A pesar de los avances que se han logrado contra el VIH, en el mundo hay 37 millones de personas que aún conviven con la enfermedad. Además, 680 000 personas murieron en 2020 por causas relacionadas con el sida. Aunque la prevención de la transmisión maternofilial y la provisión de tratamiento como prevención suponen un gran éxito, todavía existen lagunas. En 2020 se registraron más de 1,5 millones de nuevas infecciones por el VIH.
En ese año, las adolescentes y las mujeres jóvenes de entre 15 y 24 años representaron el 25 % de las nuevas infecciones, mientras que solo constituían el 10 % de la población. Seis de cada siete nuevas infecciones por VIH entre los adolescentes (de 15 a 19 años) se produjeron entre las chicas, a pesar de que los chicos viven en contextos similares. Las mujeres jóvenes de 15 a 24 años tenían el doble de probabilidades de vivir con el VIH en comparación con los hombres.
Además de la diferencia de riesgo entre sexos, existen otros factores de riesgo y de protección que pueden influir. Así, en la población de chicas adolescentes y mujeres jóvenes, las diferencias en sus perfiles de riesgo únicos se traducen en que algunas pueden tener un mayor riesgo de infección por el VIH que otras.
Entender los perfiles de riesgo nos ayuda a comprender que el VIH es más que un simple virus. Estos perfiles ponen de manifiesto cómo el riesgo de contraer el VIH y la adopción de medidas de prevención están influidos por factores biológicos, socioconductuales y estructurales.
Por lo tanto, aunque haya nuevas opciones de prevención del VIH, las adolescentes y las mujeres jóvenes sopesarán las ventajas de utilizarlas. Ellas tienen en cuenta factores como la confianza de la pareja, el valor social de las relaciones, el riesgo que perciben y las consecuencias económicas y sociales que se producen como resultado del uso de dichas medidas de prevención. Todo esto ocurre en el contexto de las desigualdades estructurales que sustentan el riesgo, cosas que los individuos no siempre pueden controlar.
Los perfiles de riesgo (la combinación única de factores que median en el riesgo de contraer el VIH) deberían orientar la respuesta a la evolución de la pandemia. Se necesitan enfoques más matizados y que den respuesta a nivel local.
Factores de riesgo
A medida que el mundo se dirige a los objetivos 90-90-90 es útil ver quién se está quedando atrás. Los datos mundiales apuntan a que, en 2020, el 84 % de las personas que padecían el VIH conocía su estado serológico, el 73 % de ellas accedía al tratamiento del VIH y el 66 % en tratamiento tenía supresión viral.
En medio de estos éxitos están las personas a las que todavía no han llegado los esfuerzos de prevención y tratamiento del VIH, que están en riesgo por la desigualdad, la exclusión y la vulnerabilidad social y económica. ¿Cuál es el perfil de aquellos a los que todavía no se ha llegado? ¿Qué factores de esos perfiles nos impiden llegar a ellos? ¿Cómo podemos adaptar las intervenciones a los contextos locales de riesgo? Un gran número de estudios y programas ya han aportado algunas de estas respuestas.
El poder en las relaciones. Las adolescentes y las mujeres jóvenes que son sexualmente activas corren mayor riesgo de infección por el VIH. Retrasar el inicio de las relaciones sexuales es un objetivo clave de la prevención del sida, a pesar de que las relaciones sexuales se inician a menudo en la adolescencia. El ciclo de transmisión del VIH pone de manifiesto que las adolescentes y las mujeres jóvenes que mantienen relaciones sexuales con personas de edades más avanzadas a las suyas (es decir, hombre maduro adinerado) corren un mayor riesgo que las que mantienen relaciones entre iguales.
Las relaciones entre personas de distintas edades suelen tener un valor social, emocional, económico y sexual que puede compensar los posibles riesgos. Sin embargo, suelen caracterizarse por una dinámica de poder que dificulta las conversaciones sobre salud sexual. En contextos de elevada pobreza femenina y dependencia de la pareja, las desigualdades de poder y de género de estas relaciones aumentarán el riesgo de infección por el VIH y pueden limitar la capacidad de las adolescentes y las jóvenes para negociar prácticas sexuales seguras.
Violencia de género. Las adolescentes y las mujeres jóvenes que son víctimas de la violencia de género tendrán perfiles de riesgo que las harán más vulnerables a la infección por el VIH. En contextos en los que la pobreza femenina es elevada y conservar las relaciones es fundamental para la supervivencia, la capacidad de decisión en materia de salud sexual puede resultar difícil. En Sudáfrica, donde más extendida está la pandemia de VIH, más de 10 000 mujeres fueron violadas entre abril y junio de 2021. Muchos de estos incidentes tuvieron lugar en la casa de la víctima o en la del violador. En el mismo periodo, se denunciaron más de 15 000 casos de agresión por violencia doméstica. Estas elevadas tasas de violencia de género subrayan que el acceso a los servicios de prevención del VIH es necesario aunque no suficiente para proteger a las mujeres de la infección por el VIH.
Para luchar contra la desigualdad económica, la dependencia femenina en las relaciones de pareja y la violencia de género, es fundamental la educación de las mujeres. Además, cambiar las costumbres de género en los chicos jóvenes y asegurar convicciones de género más igualitarias a medida que los hombres crecen creará un ambiente en el que la voluntad femenina sea respetada y no negociable.
Servicios e intervenciones
El uso de los servicios de prevención del VIH está condicionado por las desigualdades para acceder a ellos y por las normas sociales y de género. El acceso no equivale a la aceptación. La falta de conocimiento sobre la salud sexual, las normas de género no equitativas en torno al sexo y las normas sociales tradicionales sobre el bienestar sexual de los adolescentes contribuyen a la escasa aceptación de los servicios de salud sexual y reproductiva entre las adolescentes y las mujeres jóvenes.
Para luchar contra la pandemia del VIH entre la juventud es esencial involucrar a las parejas sexuales, desafiar las normas sociales y de género, proporcionar una educación sexual integral y crear servicios de salud igualitarios y positivos respecto a las relaciones sexuales.
Si no se comprende el contexto social en el que las adolescentes y las mujeres jóvenes gestionan y negocian el sexo, y si no se adaptan las intervenciones para romper el ciclo de transmisión, será difícil lograr el control de la epidemia en las adolescentes y las mujeres jóvenes.
En África subsahariana, resulta esencial tener una visión más matizada de los riesgos a los que se enfrentan las adolescentes y las mujeres jóvenes para desarrollar intervenciones específicas y relevantes. Estos esfuerzos también ayudarán a reducir las desigualdades y a construir sociedades más resistentes a futuras pandemias.
Artículo traducido con la colaboración de Casa África.
Sobre el autor
Hilton Humphries, Behavioural Scientist, Centre for the AIDS Program of Research in South Africa (CAPRISA)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.