Si ahora no se hacen radiografías a las mujeres embarazadas y se protegen con planchas opacas los órganos reproductores de mujeres y hombres cuando se realiza una se lo debemos a Alice Mary Stewart, epidemióloga especializada en medicina social y en los efectos de la radiación sobre la salud.
Stewart nació en Sheffield, Inglaterra, en 1906. Fue la tercera de ocho hijos de dos pediatras que trabajaban en los barrios más pobres de la ciudad, de los que heredó la intención y el empeño de mejorar las condiciones de estas comunidades y la renuncia a las ganancias económicas al dedicarse a la prevención de las enfermedades por encima de su cura. Estudió medicina preclínica en Cambridge, y fue una de las cuatro mujeres de su promoción, junto con 300 hombres que se dedicaban a patear el suelo cuando ellas entraban en el aula. Sus variados intereses intelectuales la ayudaron a hacer muchos amigos en la facultad de humanidades de la universidad, e inició una relación de seis décadas con el poeta William Empson, aunque Stewart se casaría después con otro hombre.
En 1934 terminó sus estudios clínicos en el Royal Free Hospital de Londres, y adquirió experiencia clínica en hospitales de Manchester y Londres antes de volver al Royal Free Hospital en un puesto superior. Durante la Segunda Guerra Mundial atendió heridos en distintos hospitales, y después se trasladó al departamento de medicina clínica de Oxford donde comenzó a investigar los efectos de la exposición al explosivo TNT (trinitrotolueno) por parte de los trabajadores que habían fabricado munición durante la guerra y la incidencia de la tuberculosis entre los trabajadores de la industria del calzado.
En busca de la causa de la leucemia infantil
Como resultado de su ímpetu en estos temas, Stewart fue reclutada para trabajar en temas de salud pública infantil en la universidad. En esas décadas la incidencia de la leucemia infantil iba en aumento y algunas hipótesis apuntaban a algún factor ambiental que aumentaba el riesgo, pero nadie sabía cuál podía ser. Ella pensó que quizá las madres recordasen algunos detalles que los doctores no estaban teniendo en cuenta, así que empezó a realizar entrevistas y encuestas y enseguida detectó la correlación con los rayos X.
En ese momento las radiografías eran una herramienta nueva y muy apreciada, se utilizaba sin mesura y sin protecciones: desde tratar el acné o los trastornos menstruales hasta comprobar la posición del feto durante el embarazo. Había máquinas de rayos X en sitios donde hoy sería impensable encontrarlas, por ejemplo, en las zapaterías, donde a los niños les encantaba observar los huesos de sus propios pies.
Los gobiernos británico y estadounidense trataban de que el público confiase y viese con buenos ojos en la energía y la tecnología atómica y, a pesar de que cada vez había más evidencias de la relación entre ambas cosas, no querían que circulase la idea de que los rayos X, incluso en pequeñas dosis, podían afectar a la salud de los niños hasta matarlos.
La oposición a las evidencias del daño de los rayos X
Así que los resultados que Stewart fue consiguiendo y consolidando fueron aceptados tras cierta reserva por otros médicos, pero se toparon con la rotunda oposición de físicos, radiobiólogos, la Junta Nacional de Reino Unido para la Protección ante la Radiación, la Comisión Internacional de Protección Radiolígica (ICPR por sus siglas en inglés) y por poderosos lobbies pronucleares. Aceptarlos suponía reconocer que estas radiaciones que ya formaban parte de la vida cotidiana de los trabajadores del sector nuclear, de las fuerzas armadas e incluso del público general, podían ser, incluso en dosis pequeñas, mucho más dañinas de lo que se creía o lo que se quería admitir.
Al final el reconocimiento de sus investigaciones fue inevitable, y las radiografías dejaron de realizarse tanto en mujeres embarazadas como en niños pequeños. Sin embargo, hicieron falta más de dos décadas para que esta práctica se asentase y generalizase.
Una evaluación de los límites de radiación supuestamente seguros
Otro de sus trabajos más reconocidos ocurrió años después, cuando de hecho estaba ya oficialmente retirada. En 1974 se puso en contacto con ella Thomas Mancuso, el hombre elegido por la Comisión de la Energía Atómica de Estados Unidos para estudiar el estado de salud de los trabajadores de la industria nuclear. Puesto que estas empresas estaban obligadas a asegurar que los niveles de exposición se encontraban por debajo de lo establecido como seguro por el ICPR, este trabajo era también una forma de comprobar la validez de esos niveles.
El trabajo de Stewart y Mancuso, con la colaboración del estadístico George Kneale, halló que la incidencia de cáncer en esta industria era diez veces mayor de lo esperado en los estudios realizados sobre los supervivientes de la bomba A. Esto causó una reacción de indignación de la industria y las autoridades de este área. Mancuso perdió su puesto y las colaboraciones externas tuvieron que terminarse, pero aún así el trabajo siguió adelante. Stewart enfadó a sus oponente aún más al señalar que hasta que no se conociese mejor el efecto de la radiación sobre los genes, las predicciones sobre daños genéticos a largo plazo y sobre posibles daños a siguientes generaciones eran algo prematuro.
Stewart dedicó los últimos años de su vida a comparecer en juicios y audiencias que evaluaban el daño a los trabajadores nucleares y sus posibles compensaciones. Ella siempre pensó que por ser mujer se había encontrado más ayuda que obstáculos: “Si hubiese sido un hombre nunca lo habría aguantado: el sueldo era muy bajo, las expectativas eran muy malas, habría apuntado solo a la meta”.
Alice Mary Stewart murió en Oxford en 2002, a los 95 años.
Referencias
- Alice Mary Stewart, Wikipedia
- Caroline Richmond, Alice Mary Stewart, British Medical Journal 325 (7355) (2002) 106
- Alice Mary Stewart, The Right Livelyhood Award
- D. Hewitt, A. Stewart and J. Webb, Malignant Disease in Childhood and Diagnostic Irradiation In-Utero, The Lancet 271 (6940) (1957) 447
- T. F. Mancuso, A. Stewart and G. Kneale, Radiation exposures of Hanford workers dying from cancer and other causes, Health Phys 33 (1977) 369-385
Sobre la autora
Rocío P. Benavente (@galatea128) es periodista.