Aún recuerdo aquel brillo en sus ojos, una mirada llena de ilusión y admiración por ese saber. Una mirada que acertó, como si de un proyectil se tratase, al corazón científico que había en mi interior, encendiendo de nuevo la llama de la ciencia.
Me hizo recordar todas aquellas veces en las que mi mente se las apañaba para comprender algún concepto, para llegar a alguna conclusión, para aprender. Siempre me apasionó todo esto… ¿Qué me sucedió? ¿Maduré y acabé con mi niñez? ¿Realmente era eso lo que yo quería, o era lo que se supone que tenía que hacer?
Con no más de 7 años, me pasaba el día leyendo cosas sobre ciencia, aprendiendo sobre lo que nos rodea, la verdadera naturaleza del universo. Tenía algunos libros sobre astronomía, paleontología, física e incluso me llegué a leer alguna novela de Julio Verne. Tenía claro qué quería hacer con mi vida, era muy feliz aprendiendo sobre lo que me gustaba, pero… Todo eso había acabado.
Cuando pretendí hacerlo, las personas de mi entorno me lo negaron, alegando que no sería capaz, que no tendría ni la más mínima oportunidad de conseguirlo. ¿Por qué sí que soy capaz de dedicarme a cualquier otra cosa, pero no a la ciencia? ¿Qué tienen aquellas personas que no tenga yo?
En mi resignación, destruí mis expectativas y me dediqué durante mucho tiempo a, simplemente, seguir con mi vida. Fueron pasando los años y encontré a una de las personas más importantes para mí, mi pareja. A pesar de aquella enorme espina clavada en mi alma con el nombre “Ciencia” escrito en ella, conseguí volver a ser feliz. Lo que no sabía es que aquella pasión por la ciencia estaba enterrada en mis pensamientos, no desaparecida, pues jamás se puede destruir lo que se ama.
Años sin vivir aquello que de pequeña me hacía tan feliz, sin sentir lo que es descubrir cosas, ver el mundo con otros ojos, los ojos de la curiosidad.
Resultaba ciertamente doloroso escuchar a alguien hablando de ciencia o de algún descubrimiento que se había llevado a cabo recientemente, pues en mi cabeza comenzaban a aparecer pensamientos, conocimientos científicos que había podido guardar en mis memorias como un valiosísimo tesoro; para, segundos más tarde, recordar aquellas voces que me dijeron lustros atrás que eso no era lo mío, y que no lo intentara.
Fue pasando el tiempo y la vida nos dio un maravilloso regalo, nuestra hija. Quien, a pesar de su corta edad, me ha enseñado muchísimo más que la mayoría de personas que han aparecido por mi camino. Ella me enseñó a recordar aquella bonita época en el que yo tenía sueños, esperanzas y, sobre todo, curiosidad. Fue por ella por quien decidí volver a la universidad, pero esta vez, a aprender lo que de verdad me apasiona y que, a pesar de haberlo tenido guardado, siempre me ha apasionado.
También me gustaría recordar a aquellas mujeres que, como yo, por su género, han sido apartadas de la ciencia durante toda la historia. A pesar de que nos digan que no podemos, a pesar de que nos digan que no lo intentemos, a pesar de que pretendan que enterremos ese espíritu científico y nuestra curiosidad, jamás podrán evitarlo.
Es por todo esto que debo agradecer a mi familia, mis amistades, a todo el profesorado y el alumnado, además de los trabajadores de la universidad y toda persona que ha hecho posible que yo haya conseguido este Doctorado.
Pero, más que a nadie, a mi hija, porque el verdadero punto de inflexión fue cuando la encontré leyendo aquellos libros llenos de polvo, que yo misma, de pequeña, había leído y disfrutado aprendiendo. Aún recuerdo aquel brillo en sus ojos, una mirada llena de ilusión y admiración por ese saber. Una mirada que acertó, como si de un proyectil se tratase, al corazón científico que había en mi interior, encendiendo de nuevo la llama de la ciencia.
Nota del autor
El anterior es un relato en el que una mujer, a través de su discurso en el momento de obtener el Doctorado en Ciencias, narra el recorrido de su vida y el impedimento que el machismo de la sociedad le impuso para aprender, estudiar y dedicarse a lo que a ella le apasionaba realmente, la ciencia.
Sobre el autor
Ibai Del Estal Alonso es estudiante de física y divulgador científico, propietario del canal de divulgación SCIENTIS y colaborador en KAIROS.