Anna Wessels Williams (1863-1954): La patóloga que no podía permitir más errores

Vidas científicas

Anna Wessels Williams (principios 1900).

En la novela La extranjera, su autora, Claudia Durastanti, pone en duda que «solo la tragedia pueda extraer lo que somos». ¿Hay situaciones con una carga tan terrible que de manera irremediable nos empujan a tomar decisiones? ¿Solo lo trágico es capaz de encender una luz dentro de nosotros? En el caso de Anna Wessels Williams podría decirse que sí. En el año 1887, su hermana Millie enfermó gravemente durante el parto debido a una negligencia médica; perdió a su bebé y ella estuvo a punto de morir. Ese hecho catastrófico puso a Williams en el camino de la investigación científica; trabajó desarrollando vacunas, tratamientos y test diagnósticos de muchas enfermedades como la difteria, la rabia, la escarlatina, la gripe y la viruela. La razón podría haber sido algo menos perturbadora, pero no lo fue.

Williams, siguiendo su nuevo sino, se matriculó en Women’s Medical College de la New York Infirmary y se graduó en medicina. No pudo tener más suerte; no todo el mundo puede decir que ha tenido como profesoras a las científicas Elizabeth Blackwell y Mary Putnam Jacobi. Una vez terminados los estudios, impartió clases de patología e higiene en la universidad. Además de su grado, desde 1892 a 1893, se formó en Viena, Heidelberg, Leipzig y Dresde.

Tras su regreso a la ciudad, en 1894, se ofreció como voluntaria para trabajar en el primer laboratorio diagnóstico municipal del Departamento de Salud de Nueva York que se había abierto recientemente a causa de un brote de cólera. Allí, trabajó junto con el director William H. Park en sus proyectos sobre la difteria. Esta enfermedad infecciosa ya había sido descubierta y existía un tratamiento para tratarla (el bacteriólogo Emil Adolf von Behring está detrás de este descubrimiento que le valió el Nobel) pero el objetivo de Williams consistía en crear una antitoxina de mayor rendimiento –la bacteria Corynebacterium diphteriae segrega una toxina y para contrarrestarla es necesaria esa antitoxina–. En solo un año consiguió que se produjera en masa; de hecho, los departamentos de salud pública la distribuyeron de forma gratuita en Estados Unidos y Gran Bretaña. En 1985, fue contratada como bacterióloga asistente.

El diagnóstico de la rabia

En 1896, Williams viajó a París, concretamente recaló en el Institut Pasteur con el objetivo de estudiar la escarlatina pero enseguida se centró en la rabia, la enfermedad que en aquel momento se estaba investigando. Se llevó un cultivo para poder examinarlo a su regreso a Nueva York y enseguida se convirtió en un tema prioritario. Llegó a producir pequeñas cantidades de una vacuna y para 1898 ya había conseguido una que fuera efectiva a gran escala.

Sin embargo, a la estadounidense le seguía preocupando su diagnóstico. A pesar de la vacuna, muchos seguían sucumbiendo a la enfermedad; necesitaban conseguir un análisis más precoz. Entonces descubrió que antes de que aparecieran los síntomas, el virus causaba cambios en las células cerebrales. Paralelamente, el patólogo Adelchi Negri, en su laboratorio de la Universidad de Pavía (Italia), había llegado a la misma conclusión. El italiano fue más rápido y publicó sus resultados en 1904. Por esta razón, se ha utilizado su apellido para nombrar los cambios que se crean en algunas neuronas a causa de la rabia: los cuerpos de Negri. De todas formas, parece que Williams fue la primera en reconocer esta estructura distintiva de células cerebrales pero esperó demasiado tiempo para publicar sus resultados.

Anna Wessels Williams.

Williams no le dio demasiada importancia a ese hecho y siguió investigando. En 1905, desarrolló un método para preparar y teñir el tejido cerebral para mostrar la presencia de los cuerpos de Negri. Gracias a esta prueba de diagnóstico los resultados llegaban en minutos y no en días. Su descubrimiento se convirtió en la técnica estándar por excelencia y así se mantuvo los siguientes treinta años.

Ese mismo año la nombraron subdirectora del Departamento de Salud del laboratorio donde había trabajado desde 1894. Bajo su supervisión se llevaron a cabo muchas investigaciones sobre la gripe, las enfermedades venéreas, la poliomielitis y el tracoma, entre otras. Durante la Primera Guerra Mundial, Williams fue una de las pocas mujeres que trabajó para identificar el patógeno de la gripe española.

En 1934, llegó el momento de retirarse a pesar de que científicos, médicos y otros profesionales de la salud pública pusieron en marcha una campaña de petición para que pudiera seguir ostentando ese cargo. Al final, Williams se vio obligada a renunciar a él porque la edad de jubilación obligatoria establecida era de 70 años.

Más allá de esa vida de laboratorio, Williams fue coautora de dos libros con Park que fueron la base para entender las enfermedades contagiosas: “Pathogenic Micro-organisms Including Bacteria and Protozoa: A Practical Manual for Students, Physicians and Health Officers” (1905) y “Who’s Who among the Microbes” (1929), uno de los primeros libros de referencia biomédica escritos para un público generalista. Asimismo, fue presidenta de la Asociación Médica de la Mujer (1915) y la primera mujer presidenta de la Sección de Laboratorios de la Asociación Americana de Salud Pública (1932).

Referencias

Sobre la autora

Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.

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