Flores de voz

Ciencia y más

El arte y la ciencia han ido de la mano en múltiples ocasiones. Hay muchas creaciones artísticas que unen tecnología y física con fascinación y belleza. En este ámbito innovador y experimental muchas mujeres han aportado grandes ideas y siguen haciéndolo en la actualidad. Uno de estos campos es el de la música visual. ¿Música que se ve?, ¿imágenes que se oyen? La definición no es fácil porque se usa este término con diferentes sentidos. Normalmente hace alusión a la música de un cierto tipo de cine abstracto en el que el sonido juega un papel fundamental. Aunque también es común referirse a ella como el repertorio de piezas artísticas que surgen de la relación entre una imagen y el sonido asociado a ella de alguna manera. En este mundo un poco mágico descubriremos a cinco mujeres pioneras en el arte de la acústica y la óptica, pero son muchas más las investigadoras que usan la ciencia e innovan en lo audiovisual.

Una de ellas fue Margaret Watts-Hughes (Reino Unido, 1842-1907), cantante, compositora y científica. Investigó y experimentó sobre el fenómeno de visualizar un sonido y lo hizo utilizando un dispositivo que ella diseñó llamado eidófono.

En 1885, mientras hacía sus ejercicios de canto, descubrió accidentalmente lo que llamó “flores de voz”, patrones creados por el fenómeno natural de la resonancia de onda estacionaria.

A finales del XIX la curiosidad por las creaciones audiovisuales estaba aderezada con un sentimiento algo esotérico. Incluso Alexander Graham Bell sintió esta curiosidad de mezclar lo auditivo y lo visual y trasteó con un dispositivo que llamó el fotófono. Cuando lo probó, le gritó a su sobrino: ¡He escuchado cantar a la luz solar! ¡He escuchado reír y toser a un rayo de sol!… ¡He podido escuchar una sombra, el paso de la nube a través del disco solar! Así estaban las cosas a finales del siglo XIX en ciertos ámbitos innovadores con esta inquietud por traducir diferentes tipos de energía y formas sensoriales. En este contexto, Margaret y su dispositivo combinaba los fenómenos auditivos con los ópticos. Su eidófono consistía en una boquilla unida a una cámara receptora sobre la que se estiraba una membrana. Margaret describió lo que ocurría en este dispositivo cuando ella cantaba y explicó los detalles del proceso que le fascinó al hacer vibrar con su voz arena y polvo de licopodio y más tarde agua o leche. Observó que la glicerina de color añadida producía intrincados patrones de flores en los líquidos. Estaba generando formas que ya habían estudiado Sophie Germain o Ernst Chladni. Su voz y las figuras que creaba se fueron sofisticando y en una ocasión, mientras cantaba, notó que las semillas que había colocado en la membrana, en lugar de esparcirse en varias direcciones, formaban figuras geométricas perfectas. Siguió experimentando y avanzó desde una clara jerarquía a partir de las simples y geométricas, hasta figuras más complejas que se parecían más a imágenes florales. Estas flores de voz sugieren un efecto estructural para la física en juego que explica como las gotas o el líquido que fluye por la membrana siguen la frecuencia de vibración del diafragma a medida que se extiende por el pigmento.

No hay ninguna película de sus experimentos porque estamos hablando de antes de la invención del cine. Sin embargo, existen imágenes recientes creadas a partir de las descripciones de la elaboración de sus piezas artísticas.

Algunos ejemplos de imágenes realizadas con eidófono por Margaret Watts Hughes. Imágenes: Wikimedia Commons.

La historia de la música visual ha evolucionado desde las películas más o menos abstractas del inicio del cinematógrafo acompañadas por sonidos hasta la aplicación de complejas tecnologías digitales. Mary Hallock-Greenewalt aportó su investigación en esta evolución de imagen y sonido. Esta mujer siempre quiso ser conocida como inventora. Nació el 8 de septiembre de 1871 en Beirut, de madre siria y padre estadounidense. Estudió música en Filadelfia. Dedicó algunos años a su carrera como concertista de piano y, aunque estaba por encima de la media, adivinó un mundo empresarial difícil. Tendría que ofrecer algo novedoso si quería vivir de su destreza musical. Quería destacar por su arte, no por su cuerpo o por un personaje inventado para atraer al público. Fue entonces cuando tuvo la idea de conjugar su música con la luz, creando un espectáculo audiovisual. Se centró en la construcción de un órgano de color y en 1919 desarrolló un fonógrafo preparado especialmente para ser sincronizado con luces de colores. Sus investigaciones culminaron en el Sarabet (en honor a su madre, Sara Tabet). Se parecía a un órgano con dos pedales y una serie de palancas que activaban reóstatos y emitía luces de colores con intensidades y matices que se sincronizaban con la música de un fonógrafo asociado. Para desarrollar el sarabet tuvo que patentar más de una decena de componentes. Algunos de ellos se convertirían en elementos básicos para instrumentos electrónicos. En 1932, la General Electric infringió una de ellas, la de un reóstato no lineal y Greenwalt demandó a la compañía. El juez determinó que el reóstato era demasiado complejo para haber sido inventado por una mujer. Pero Greenewalt apeló y ganó el caso. Sus inventos pueden no ser muy conocidos pero fueron esenciales para la creación de muchos instrumentos electrónicos, en particular el sintetizador, que revolucionaría la industria de la música en la década de 1960.

Mary Hallock-Greenewalt, con un Sarabet. Imagen: Wikimedia Commons.

Otra mujer que también experimentó en el campo de las ondas fusionando lo auditivo y lo visual fue Mary Ellen Bute que sigue siendo un modelo para artistas audiovisuales actuales. Nacida en 1906, Mary Ellen Bute fue a la Academia de Bellas Artes de Pensilvania para estudiar pintura, pero pronto encontró esta forma de arte demasiado restrictiva. Comenzó a investigar instrumentos de movimiento de la luz. Experimentó con la conversión electrónica de señales acústicas en ópticas, sobre conceptos matemáticos de composición y completó su primera película «Rhythm in Light», que se estrenó en el Radio City Music Hall en 1935, probablemente la primera película abstracta estadounidense que se muestra públicamente.

Con el apoyo de su marido Ted Nemeth, produjo una serie de películas que sincronizaban imágenes abstractas con piezas de música popular. Utilizó patrones de osciloscopio al que ella consideraba la visualización directa y más física del sonido, fusionando arte y ciencia. Fue cofundadora de Women Independent Film Exchange, una compañía que intentaba organizar a las mujeres contra su discriminación como artistas empleadas en la incipiente historia del cine. Entre las décadas de los treinta y los sesenta sus películas se proyectaban en cines de toda Norteamérica antes de los estrenos de la semana. Es una de las pocas cineastas experimentales que ha tenido un público masivo.

La cuarta mujer que nombramos por sus aportaciones en el terreno audiovisual es Daphne Oram (1925-2003). Daphne es la desconocida pionera de música electrónica que transformaba imágenes en melodías. Es difícil no haber entrado en contacto con su legado de una manera u otra: ayudó a dar forma a los sonidos y temas que escuchamos hoy en día. Fue la autora de Still Point, de 1949, considerada como la primera obra que manipula sonidos electrónicos en tiempo real. Tenía un interés desmedido por el misticismo que la llevó a inventar teorías excéntricas sobre las conexiones entre ondas sonoras y el alma, el sonido de los sueños. A los 18 años rechazó un trabajo en el Royal College of Music y prefirió entrenarse como asistente de audio en la BBC. En poco tiempo ya trabajaba como ingeniera de sonido, creando efectos de sonido electrónicos y música.

Sus experimentos eran considerados radicales para la época. Sin embargo, no se tomó en serio el magnífico enfoque vanguardista por tratarse de las ideas de una mujer joven. Profundamente frustrada, Oram presentó su renuncia. La BBC era una institución dirigida por hombres en un mundo machista.

Oram decidió montar su propio estudio. A partir del osciloscopio de rayos catódicos, un instrumento que muestra una imagen visual de ondas sonoras, concibió el Oramics. Esta máquina permitía crear composiciones sonoras a partir de dibujos sobre cintas de película de 35 mm. Conforme las cintas pasan por los elementos sensibles a la luz, las marcas de las películas podían ser leídas, alterando aspectos del sonido, como el tono, la vibración o el timbre. Ella quería que las imágenes sonaran como algo orgánico, divertido y sin la perfección como objetivo. Sólo había que hacer un dibujo en su máquina y aparecía música que salía de él. Es considerada una visionaria de la composición electroacústica.

Máquina Oramics. Imagen: Wikimedia Commons.

Llegamos a nuestra última pionera en animación con música o música animada. Lillian F. Schwartz (1927) comenzó a dibujar de niña en los papeles arrancados de las paredes de su casa y con una tiza en la acera.

Esta mujer se convertiría en una de las primeras en el uso del ordenador para lo que posteriormente se llamaría “arte computacional”. En su infancia en Japón, durante la ocupación, enfermó de polio. La enfermedad le llevó a un tratamiento para superar la parálisis que consistía precisamente en ejercicios de caligrafía, los trazos tan precisos y ligeros de la escritura japonesa. Este incidente despertaría el interés de la autora por las artes plásticas. Las terribles visiones experimentadas en el contexto bélico de Hiroshima se convertirían en sombras que se plasmaron en sus tempranos acrílicos.

Más adelante, empezó a experimentar con fluidos cinéticos, móviles electrónicos e imágenes plásticas creadas a partir de experimentos químicos. Es así como el interés por la innovación del medio artístico le llevó a entrar en los Bell Labs en 1968, donde desarrolló programas informáticos, técnicas de edición y animación gráfica en 2D y 3D. Estas y muchas más innovaciones técnicas han marcado una carrera artística que siempre llevó al límite, hasta el extremo de forzar los medios con los que crear. Es un referente en el arte mediado por ordenador. Muchos de sus proyectos innovadores se realizaron en las décadas de 1960 y 1970, mucho antes de que la revolución de los ordenadores de mesa pusiera el hardware y el software a disposición de los artistas.

En 1968, el MOMA de Nueva York expuso su escultura cinética Proxima Centauri. Esta escultura fue utilizada más tarde en un episodio de Star Trek en el que sirvió como prisión para el cerebro de Spock.

En 1975, nuestra desarrolladora de software, junto a Knowlton, había realizado diez de las primeras películas animadas por ordenador creadas digitalmente para ser exhibidas como obras de arte. En todas ellas combinó diferentes tecnologías, a menudo de vanguardia.

Schwartz ha contribuido a la investigación científica sobre la percepción del color y el sonido. A sus 92 años sigue imaginando películas con enormes espirales de luz y color, con diseños de vanguardia, con técnicas innovadoras, con recuerdos de imágenes creadas por ella tiempo atrás. Desde la pobreza y un lienzo de cemento hasta la parálisis curada a través de la práctica precisa con pluma y tinta, desde aceites hasta metales cinéticos y 2D / 3D, evolucionó con cada nuevo hallazgo.

Estas cinco mujeres son solo una pequeña muestra de artistas que experimentaron con ciencia. Científicas que crean obras de arte, que usan matemáticas cuando cantan para dibujar flores y física cuando convierten la luz en sonido. Ellas tienen la respuesta a estas preguntas: ¿Por qué confinar en compartimentos estancos las inquietudes de una mente curiosa?, ¿por qué encerrar el cerebro de Spock en prisiones de ciencias o letras?

Referencias

Sobre la autora

Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google