Envejecer no es igual para hombres y para mujeres. Podemos enfocar esta etapa vital desde una visión positiva según el paradigma del Envejecimiento activo y saludable que propugna la Organización Mundial de la Salud. Entre las pautas para alcanzarlo que sugiere en su informe de 2015 están las que consideran la diversidad de personas mayores y, por lo tanto, con necesidades diferentes que es conveniente cubrir para disfrutar durante más tiempo de una calidad de vida óptima. Sabemos que es inminente un envejecimiento demográfico a nivel mundial y que esto conlleva retos en varios frentes. Es preciso tener en cuenta cuestiones económicas, sociales y sanitarias para atender a este sector de la población. Junto a estos condicionantes es imprescindible una perspectiva de género por varios motivos. Un punto de partida es el hecho de que las mujeres son mayoría dentro de este grupo de edad y aún hoy, son un colectivo vulnerable tanto en cuestiones de salud física y mental como en situaciones de dependencia, recursos económicos o contextos familiares y sociales. Muchas de las circunstancias que marcan la madurez de las mujeres están provocadas por roles que se prolongan desde las etapas vitales anteriores.
Es fundamental remarcar la tradicional responsabilidad de las mujeres en cuanto a tareas domésticas y asistenciales. El cuidado de hijos se mantiene incluso cuando éstos han abandonado el hogar y hay que sumar además que son ellas las que habitualmente se hacen cargo de padres cada vez más mayores o de familiares con alguna discapacidad. De igual modo, la gestión doméstica, con todo lo que implica, ocupa buena parte del tiempo de las mujeres aun compartiendo el espacio diario con hombres, sus parejas, que ya no tienen la excusa del horario laboral porque finalizaron sus carreras profesionales. Todo esto influye en la diferente distribución del tiempo entre hombres y mujeres. Si pensamos en mujeres que trabajan fuera de casa a partir de los cincuenta, sigue siendo una realidad para muchas de ellas una ocupación desigual en las tareas domésticas. Podemos señalar también las diferencias ya conocidas de salarios rosas y azules, oportunidades acristaladas de ascensos, cuestiones sobre conciliación, dificultad para completar periodos de cotización o para encontrar un nuevo trabajo después de los 45 años, etc., todos ellos aspectos que promueven desigualdades en el establecimiento de pensiones.
Como consecuencia, los hombres suelen envejecer con sentimientos de satisfacción y seguridad económica, mientras que las mujeres afrontan mayor inseguridad sobre sus carreras profesionales y el final de las mismas. Es cierto que ellas cuentan con un tejido social que se suele mantener durante toda la vida y no desaparece al dejar de trabajar como sucede en muchos casos con las relaciones establecidas por los hombres. También es importante anotar que habitualmente son las mujeres mayores las que se implican en actividades de voluntariado, culturales o en asociaciones con objetivos de su interés. Podemos hacer un inciso y plantear el avance que podría suponer para su crecimiento acceder a información, ocio, redes sociales y aprendizaje desde un entorno altamente digitalizado como es la sociedad en la que vivimos. Esta tecnología tendría posiblemente una influencia muy positiva en cuanto a participación y pensamiento crítico de estas mujeres, y, sin embargo, encontramos estudios que indican su poco interés por estos dispositivos; su uso se reduce en ocasiones a la comunicación y contacto con sus seres queridos, lo que perpetúa la construcción de una identidad femenina del cuidado. Así, retomamos la idea crucial de que las mujeres mayores arrastran los papeles desempeñados en etapas anteriores.
Varias investigaciones recogen que ellas, a partir de una franja flexible entre los cincuenta y sesenta, están limitadas al ámbito familiar y esto tiene consecuencias en su salud física y mental; el sedentarismo y la falta de inquietudes, el desgaste emocional y la depresión, los estados de ansiedad y la percepción de su estado de salud, la soledad y el mayor riesgo de pobreza, son características de muchas de ellas.
Si centramos la atención en la participación pública y política, la ocupación de puestos de poder, el dinamismo empresarial a partir de los sesenta o la construcción de una figura respetada, resulta evidente la diferencia entre hombres y mujeres. Los informes en estos aspectos ponen el acento en la doble discriminación, por sexo y por edad, que sufre la mujer mayor.
Por todo esto, es evidente su vulnerabilidad social, consecuencia de impactos acumulativos diferentes a los masculinos que les impiden disfrutar de su madurez de forma plena y satisfactoria. En este sentido, la evaluación de programas para mujeres muestra el desarrollo de sentimientos negativos de competencia y autoestima. Parece que queda mucho por hacer hasta alcanzar el objetivo de un envejecimiento saludable para 2050 que se propone la OMS: tener en cuenta a cada persona mayor y tratar de mantener durante más tiempo lo que para ella es valioso. Al menos para muchas mujeres, aún es una meta lejana. Está aún más lejos si consideramos situaciones que la extensión de este artículo no permite desarrollar. Sin embargo, dejamos anotadas las siguientes reflexiones: es interesante señalar el contraste de envejecer en un entorno rural y en uno urbano, envejecer siendo mujer y con algún tipo de diversidad funcional, afrontar esta etapa sufriendo violencia machista, pertenecer a etnias minoritarias, etc. Entre estas especificidades merece la pena señalar que una visión distinta sobre roles asumidos entre las mujeres lesbianas les ha facilitado construir su identidad de género desde sus propias premisas y esto parece haberles dado una cierta ventaja en la etapa vital que nos ocupa.
Si volvemos a los datos sobre la mayoría, podemos deducir que el género, como construcción social, pone al descubierto diferencias de pensamiento, de rol, de salud, laborales, económicas, políticas, etc. que se acentúan en la vejez. La mujer mayor es socialmente vista como un sujeto inactivo e improductivo.
Esta realidad es desalentadora para muchas mujeres que se acercan a las edades que estudiamos. Parece que vivirán más pero en peores condiciones que sus homólogos masculinos. Sin embargo, está surgiendo una mujer segura que deja de ser ignorada y comienza a experimentar un mayor dominio sobre su trayectoria vital. Si la comparamos con mujeres mayores de generaciones anteriores, tiene mejor salud, es probable que cuente con ingresos propios y tiene indudablemente más recursos para su formación. Empieza a tomar forma una mujer sólida a partir de sus cincuenta o sesenta que se abre paso en el imaginario social. El movimiento #MeToo ha impulsado una cierta revolución a este respecto, tanto en la cantidad de mujeres mayores que trabajan, como en la percepción positiva de su experiencia y su capacidad. Es un hecho que las mujeres con un nivel educativo alto y con mayores ingresos trabajan durante más tiempo y, además, lo hacen en mejores condiciones. Aún es poco común encontrar a mujeres de sesenta o más años que ocupen altos cargos o dirijan grandes instituciones. Son más relevantes las mujeres mayores en el mundo artístico y creativo, incluso comenzando sus carreras profesionales con sesenta o más. Sin embargo, no son demasiado visibles en otros ámbitos tan mediáticos como la industria del cine, por ejemplo. Un informe actual que analiza las 120 películas más taquilleras entre 2007 y 2018 ha encontrado que sólo once actrices con más de 45 años tienen un papel protagonista o coprotagonista.
En aspectos sociales, en política, en puestos que hasta hoy se reservaban para hombres incluso con setenta u ochenta cumplidos, las mujeres mayores son reconocidas y merecedoras de esos cargos. Esto empieza a ser así porque a muchas les gusta trabajar y seguir aprendiendo, consecuencia de lo que vivieron por primera vez cuando se les presentaron oportunidades en las décadas de 1970 y 1980. Ahora son mujeres que en el pasado lucharon por un puesto de trabajo adecuado a su formación, crecieron en sus carreras profesionales, trabajaron con éxito en sus especialidades y están viendo el resultado de todo ese esfuerzo. Se sienten cómodas y confían en ellas mismas, y es patente una sororidad que impulsa ese sentimiento de logro.
Así, se hace visible una nueva generación de mujeres mayores que está recolocando ideas de autoridad e inclusión, de visibilidad y poder. Estas mujeres no cuentan con referentes y son ellas las que van conformando su identidad y abriendo camino. Fueron pioneras en acceder a una educación, a un trabajo que les ilusionaba, a un dinero propio y a la libertad que todo esto proporciona. Los estereotipos que tradicionalmente circunscribían la autoridad al genio masculino y que etiquetaban el envejecimiento femenino como algo despreciable, como algo que hay que asumir de forma pasiva, como una etapa para disimular canas y camuflar arrugas, son en la actualidad cuestionados y descartados. Las mujeres mayores son significativas en el terreno público y mantienen su saber y preeminencia. Desde los despachos o a pie de calle, les toca a ellas revisar sus vidas, afectos, sexualidades y expectativas. Es fundamental resolver la espiral de cargas familiares y precariedad de ingresos para avanzar hacia una interesante y satisfactoria madurez sin la necesidad de buscar la aprobación de nadie. Más allá de los mandatos patriarcales, estas mujeres tienen sus propios criterios.
Referencias
- Abellán García A, Aceituno Nieto P, Pérez Díaz J, Ramiro Fariñas D, Ayala García A, Pujol Rodríguez R (2019). Un perfil de las personas mayores en España, 2019. Indicadores estadísticos básicos. Informes Envejecimiento en red nº 22
- Fernández-Mayoralas G, Schettini R, Sánchez-Román M, Rojo-Pérez F, Agulló MS, Forjaz MJ (2018). El papel del género en el buen envejecer. Revista Prisma Social 21, 149-176
- Smith SL, Choueiti M, Pieper K, Yao K, Case A, Choi A (2019). Inequality in 1,200 Popular Films: Examining Portrayals of Gender, Race/Ethnicity, LGBTQ & Disability from 2007 to 2018
- World Health Organization (2015). World Report on Ageing and Health
Sobre la autora
Marta Bueno Saz es licenciada en Física y Graduada en Pedagogía por la Universidad de Salamanca. Actualmente investiga en el ámbito de las neurociencias.