La investigación china en la meseta del Tíbet y la dimensión asiática de la evolución humana

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En la región siberiana de Altai, se encuentra un yacimiento hoy considerado clave para el estudio de antiguas poblaciones humanas, la cueva de Denisova, donde se han hallado restos fósiles de homininos llamados denisovanos. La comunidad científica piensa que estos homininos se extendieron geográficamente desde las estepas siberianas hasta los bosques tropicales del sudeste asiático y Oceanía. Pese a ese supuesto amplio rango espacio-temporal, hasta hace muy poco aquellos humanos arcaicos solo se conocían a partir de unos pocos fragmentos de huesos y algunos dientes, todos procedentes de la citada cueva siberiana.

En este contexto, en mayo de 2019, la revista Nature publicaba un celebrado artículo: se había hallado la primera prueba física de denisovanos fuera de la cueva de Denisova. Ciertamente, en una fría caverna situada al este de la meseta del Tíbet, sobre un acantilado a 3.200 metros de altitud por encima del nivel del mar y mirando hacia un abrupto valle, se encontró un fragmento de mandíbula con dos grandes dientes adheridos a ella. Por su aspecto, se pensó que podría haber pertenecido al grupo de los enigmáticos homininos hallados en Rusia.

Mandíbula de Xiahe. Imagen: Dongju Zhang, Lanzhou University.

El fósil, llamado mandíbula de Xiahe que significa «acantilado blanco» en cantonés, en realidad se conocía desde mucho antes. En 1980, lo descubrió un monje tibetano quien creyó que tenía algún sentido religioso porque el lugar era un santuario budista, decidiendo guardarlo cuidadosamente. La mandíbula permaneció almacenada durante largos años hasta que se donó a la Universidad de Lanzhou (Lanzhou University, Gansu), uno de los centros de investigación más importantes dependientes del Ministerio de Educación de China.

Un equipo internacional con destacada presencia femenina. El relevante aporte de Dongju Zhang

Al igual que está sucediendo en numerosos grupos de investigación, la participación de las científicas en el ámbito de la evolución humana es cada vez más notable, tanto por sus valiosas aportaciones como por la amplitud de su representación.

Dongju Zhang.

En lo que respecta a los estudios sobre la mandíbula tibetana, sobresale la presencia de la doctora y profesora de la Universidad de Lanzhou, Dongju Zhang, codirectora del equipo de trabajo que dirigió la investigación. Años atrás, en 2010, D. Zhang era una joven recién doctorada que había leído su tesis bajo la dirección del profesor de la Universidad de Lanzhou y miembro de la Academia de Ciencias China, el respetado geógrafo y geólogo Fahu Chen. Por esas fechas, llegaron a sus manos los restos del hominino de la cueva tibetana.

Tal como se describe en la página web del Instituto Max Planck (Max Planck Gesellschaft), el grupo liderado por Dongju Zhang y Fahu Chen encontró que la mandíbula estaba bien preservada. Su forma robusta y primitiva y sus grandes molares todavía unidos a ella, sugerían que alguna vez perteneció a un hominino que compartía estructuras anatómicas con los neandertales y los denisovanos.

La mandíbula de Xiahe presentaba en su superficie una gruesa costra de carbonatos, cuyo análisis mediante isótopos radiactivos permitió averiguar que tendría al menos 160.000 años. «Como mínimo, su edad iguala a la de los especímenes más antiguos de la cueva de Denisova», concluyeron. De hecho, probablemente representa el fósil de hominino más arcaico de la meseta tibetana, y su edad significó un profundo salto temporal, ya que hasta el momento los restos humanos de mayor antigüedad hallados en la zona correspondían a Homo sapiens que tenían entre 30.000 y 40.000 años.

La morfología de la mandíbula revelaba, además, que no pertenecía ni a Homo erectus (considerada la primera especie humana que llegó a Asia) ni a Homo sapiens. Lo más significativo de este nuevo fósil era el tamaño de los dientes, similar al de los hallados en la cueva de Denisova, y por tanto apuntaban a un parentesco cercano.

Fahu Chen.

En un esfuerzo por ampliar el registro fósil disponible, Dongju Zhang y sus colaboradores emprendieron una expedición arqueológica a la cueva de donde procedía la mandíbula. El resultado fue el hallazgo de huesos de animales con marcas de cortes y de dientes, además de varias herramientas de piedra. Todo ello era una señal de ocupación humana. La doctora Zhang ha revelado a la revista National Geographic que están analizando estos utensilios, pero aún no han logrado averiguar qué grupo de homininos fue el que fabricó las herramientas o dejó las marcas de dientes en los restos de fauna. «Nos llevará mucho tiempo hacerlo paso a paso», afirma la científica.

Todos estos hallazgos resultaron tan novedosos que Dongju Zhang decidió enviar unas fotos de la mandíbula a Jean-Jaques Hublin, reconocido paleoantropólogo del Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology (MPI-EVA). Este científico ha relatado en varias ocasiones que, al observar las fotografías se sintió tan intrigado que optó por viajar a China para examinar detenidamente el fósil. Muy poco después, en 2016, ante el evidente interés del hallazgo, Hublin empezó a colaborar con Dongju Zhang y Fahu Chen, formando un equipo internacional al que pronto se unieron otros especialistas.

Sus primeros pasos estuvieron dirigidos a obtener ADN a partir de la mandíbula y de los dientes asociados a ella, pero los diversos intentos realizados resultaron infructuosos. Comprendieron que el material genético se había destruido con el tiempo. Optaron entonces por aplicar una novedosa técnica, llamada huella del colágeno (collagen fingerprinting), que permite el análisis de proteínas antiguas. Ahora sí tuvieron éxito, logrando extraer muestras de colágeno de uno de los molares.

Para este trabajo contaron con la colaboración del experto en el estudio de proteínas antiguas, Frido Welker, investigador del Instituto Max Planck (Max Planck Institute for Evolutionary Anthropology, Department of Human Evolution) y del Museo de Historia Natural de Dinamarca (Natural History Museum of Denmark, University of Copenhagen). Tras estudiar el fósil tibetano, Welker explicita en la página del Instituto Max Planck que «aunque las proteínas estaban muy degradadas eran claramente distinguibles de las proteínas modernas, que podrían haber contaminado la muestra, y por tanto útiles para su análisis». Seguidamente afirmaba que «nuestros resultados han demostrado que la mandíbula de Xiahe perteneció a una población hominina estrechamente relacionada con los habitantes de la cueva de Denisova». Basaba su conclusión en que «las proteínas del molar se parecían más a las de los denisovanos de Altái que a las de los neandertales o de los humanos modernos».

La mandíbula del Tibet despierta asombro

Los resultados de Frido Welker constituyeron la primera prueba confirmando que los denisovanos también habían habitado entornos distintos a la cueva de Denisova. Y no solo esto, pues evidenciaban asimismo la notable fortaleza física del grupo, ya que la mandíbula se encontró en un lugar situado a más de 2.200 kilómetros del refugio siberiano.

Cueva Xiahe. Imagen: Dongju Zhang, Lanzhou University.

Además, la nueva información sacaba a luz otro aspecto importante de aquellos homininos: su capacidad para vivir en altitudes elevadas. Señalemos que la cueva de Denisova está a solo 700 metros sobre el nivel del mar, mientras que la de Xiahe se encuentra a 3.280 m de altura.

La altitud es un dato significativo porque, como apunta Dongju Zhang en la página del Instituto Max Planck, «los homininos arcaicos ocuparon la meseta tibetana hace más de 160.000 años, y se adaptaron con éxito a un entorno de altura elevada y bajo nivel de oxígeno mucho antes de la llegada a la región de los modernos Homo sapiens».

En esta misma línea, en una entrevista concedida a la antigua editora de The Times y actual corresponsal científica de The Guardian, Hannah Devlin, doctorada por la Universidad de Oxford y conocida defensora de la participación de las mujeres en la ciencia, Jean-Jacques Hublin confesaba que «hasta hoy, nadie imaginaba que los humanos arcaicos fuesen capaces de habitar en un ambiente tan extremo». El científico explica que, en función de la edad de la mandíbula, el clima de la meseta debió haber sido incluso más duro que el actual, donde hoy las temperaturas pueden caer hasta -30ºC.

Por su parte, el paleoantropólogo de la Universidad de Toronto, experto en morfología de los denisovanos, Bence Viola, que no estuvo directamente involucrado en el estudio del material tibetano, también muestra su sorpresa acerca del entorno en que fue hallado el fósil. Entrevistado por la escritora científica de la revista National Geographic, Maya Wei-Haas, alega que «las altas montañas de Asia son muy poco conocidas […]. La gente solía asumir que allí no vivía nadie». Asimismo, continúa el experto, con sus 160.000 años de antigüedad, la mandíbula cuadruplica en edad a las pruebas más antiguas de actividad humana en el desafiante clima de la meseta del Tíbet, confirmando de este modo la increíble resistencia de aquellos antiguos homininos.

La directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH), María Martinón-Torres, experta paleoantropóloga que ha estudiado ampliamente el registro fósil asiático opinaba, también en National Geographic, que «gracias a este estudio, estamos “acorralando” a los denisovanos […]. El retrato es cada vez menos borroso». La científica sostiene que el fósil podría utilizarse para «identificar a otros denisovanos entre la cantidad creciente de fósiles de homininos hallados en Asia que no encajan del todo en las ramas conocidas de nuestro árbol familiar, cada vez más frondoso».

El respetado paleogenetista Svante Pääbo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, ha comentado al periodista científico de El País, Nuño Domínguez, que «es muy interesante que se empiecen a encontrar denisovanos más allá de la cueva de Denisova. Presumiblemente ocuparon la mayoría de Asia en el pasado, así que espero que se descubran muchos más restos en el futuro», comentaba con optimismo el experto.

Equipo dirigido por Dongju Zhang excavando en la cueva del karst de Baishiya en 2018.
Imagen: Dongju Zhang, Universidad de Lanzhou.

Por su parte, Antonio Rosas, distinguido paleoantropólogo del CSIC y director del Grupo de Paleoantropología del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, revela a El País, que el trabajo publicado en Nature revalida al continente asiático como una segunda cuna de la evolución humana, más allá de África. «En China se conocen muchísimos fósiles humanos raros o inclasificables que ahora podrían ser adscritos a los denisovanos con las nuevas técnicas de análisis de ADN y de proteínas antiguas», sostiene Rosas.

El citado Jean-Jaques Hublin, aseveraba en mayo de 2019 a la escritora científica y editora Clare Wilson en la revista británica NewScientist : «Predigo que la mayor parte del registro fósil de homininos de China menores de 350.000 años y con más de 50.000 está compuesta por denisovanos». Junto a más especialistas, cree Hublin que probablemente existen numerosos restos de Denisovanos en museos de todo el mundo a los que todavía no se ha dado nombre.

Si Hublin tuviera razón, estos fósiles añadirían leña al fuego del ya encendido debate sobre si nuestros antepasados evolucionaron solamente en África, o si también se dieron pasos importantes en Asia. Un creciente número de expertas y expertos está empezando a considerar que una parte de los todavía enigmáticos descubrimientos realizados en China podrían ser especies intermedias entre Homo erectus y Homo sapiens. En realidad, esta idea sugiere un desafío a la ortodoxia dominante: nuestra especie podría haber evolucionado en el este de Asia.

La doctora en antropología por la Universidad de Washington St. Louis, Sheela Athreya, actualmente acreditada profesora de la Universidad de Texas A&M (TAMU), considera que relacionar fósiles asiáticos sin identificar con denisovanos y su posible papel en la evolución humana, significaría algo así como «poner el carro delante los bueyes». La científica reflexiona en NewScientst que aún conocemos muy poco de los denisovanos, de sus características físicas, su comportamiento, de dónde y cuándo vivieron. De hecho, afirma que «aún no sabemos qué es un denisovano».

Los recientes descubrimientos en torno a tan novedosa especie están afectando profundamente al siempre agitado debate sobre nuestros orígenes y evolución. En esta tesitura, es cierto que las incógnitas aún por resolver son numerosas ya que todo nuevo descubrimiento genera más y más preguntas, pero no es menos cierto que la comunidad de especialistas, donde científicas con excelente formación académica están jugando un papel cada vez mayor, se muestra entusiasmada por las nuevas pistas abiertas, que con toda probabilidad contribuirán a descorrer el velo que durante largos años ha ocultado la importancia de la evolución humana en Asia.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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