Asumir nuevamente tu vida tras haber aceptado la muerte, que primero impacta sobre ti y luego te engulle, es difícil. Es como cuando te despides de alguien que te encuentras por la calle pero sigues allí plantado porque no sabes si te debes marchar ya o quedarte porque continúan hablándote. Te sientes confundido y dudas, es una decisión que da vértigo. Para Dottie Thomas era una alegría ver cómo sus pacientes salían del hospital dispuestos a enfrentarse otra vez a la vida, aunque ya hubiesen hecho un pacto con la muerte. Ella misma explicó que cuando observaba aquello, sentía “una de las emociones más grandes que puedes llegar a experimentar”.
Dottie salvaba vidas pero no en el sentido figurado como lo pueden hacer una canción o un abrazo en un mal momento. Su trabajo pionero en la técnica para el trasplante de médula ósea y sus infinitas investigaciones sobre la leucemia y otros trastornos de la sangre que realizó junto a su marido Edward Donnall Thomas le otorgaron esa etiqueta. A pesar de lo importante que fue su trabajo, y tras cerca de sesenta años de investigación conjunta, solo su marido recibió el Premio Nobel en Fisiología o Medicina en 1990 (compartido con Joseph Edward Murray) por sus descubrimientos acerca del trasplante celular y de órganos en el tratamiento de enfermedades humanas. Su nombre no apareció en la lista de galardonados –sí en el discurso de agradecimiento de Donnall– pero se ganó un lugar en el corazón de los pacientes, y en la historia.
Si no fuera por el trabajo incansable de esta hematóloga, su marido no hubiese conseguido ni la mitad de sus logros. Ella se dedicó enteramente a él y a su familia. La hija de esta pareja, Elaine Thomas, médica y profesora de la Universidad de New México, lo corroboró cuando dijo que su madre tenía “una mente brillante y que podría haber hecho lo que ella hubiese querido pero en ese tiempo había que quedarse al lado de tu marido y ayudarlo. Ella hizo todo lo que estaba en su mano para llevar a mi padre a lo más alto y cuidar de la familia”.
Periodismo: una primera elección que no terminó de cuajar
Dottie Thomas nació en 1922, en Estados Unidos. Comenzó a estudiar Periodismo en la Universidad de Texas porque quería convertirse en reportera. Allí conoció a su marido tras un encuentro accidental cuanto menos curioso. Tal y como relató la pareja, en el invierno de 1940 hubo una gran nevada y se encontraban en el campus cuando ella le tiró por error una bola de nieve que iba dirigida a otro compañero. Ese lapsus fortuito hizo que ambos se conocieran y empezaran a salir; en 1942 se dieron por fin el “sí quiero”. Un año más tarde, cuando su marido fue admitido en la Escuela de Medicina de Harvard, ella se unió al programa de entrenamiento de tecnología médica en el Hospital New England Deaconess dejando atrás la idea de dedicarse al mejor oficio del mundo. Después de graduarse, Dottie trabajó como técnico médico para varios médicos hasta que su marido recibió su título de Medicina y construyó su propio laboratorio.
Comenzaron a trabajar juntos en 1955, después de que él fuera nombrado médico jefe del Hospital Mary Imogene Bassett, en Cooperstown (Nueva York). Años más tarde, se trasladaron a Seattle, donde comenzaron a trabajar en la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington y posteriormente en el Centro de Investigación contra el cáncer Fred Hutchinson, lugar en el que la pareja desarrolló su investigación más importante.
Científica y editora
Dottie, eficaz y persistente, era capaz de combinar a la perfección su conocimiento científico con el de la gestión, no solo para ayudar a su marido sino al centro, que se convirtió en la primera opción para llevar a cabo el trasplante de médula ósea. Siempre tenía algo que hacer; si no era extraer sangre de los pacientes o investigar en el laboratorio, trabajaba como editora y corregía los artículos científicos de su marido y del resto de integrantes del equipo. En este centro llegó a ser jefa administrativa de la División de Investigación Clínica. Este cargo le permitió gestionar todo lo referente a los programas de investigación y llevar el registro de las anotaciones y grabaciones de su marido. También se encargó de editar el libro que Donnall publicó en 1994, titulado Bone Marrow Transplantation. A sus tareas administrativas y científicas se le sumaron las del hogar, ya que ella también cuidaba de sus hijos.
Dottie estuvo muy ligada a la ciencia hasta su muerte. En 2014, se convirtió en la mayor benefactora del Fred Hutchinson y creó una dotación económica bajo el nombre Dottie’s Bridge para impulsar a jóvenes investigadores. El team Thomas hizo realidad lo que hasta ese momento parecía algo imposible. Nadie se imaginaba que los trasplantes de médula ósea iban a poder curar leucemias y otras enfermedades graves de la sangre. Esta unión salvó vidas, y aunque ella no ganó el Nobel, queda patente que su trabajo fue primordial: se encargó de que todo a su alrededor siguiera funcionando.
Bibliografía
- Diane Mapes, Dottie’s Bridge. ‘Mother of bone marrow transplantation’ Dottie Thomas establishes endowment to assist young researchers, Fred Hutchinson Cancer Research Center, 12 marzo 2014
- Diane Mapes, Dottie Thomas, ‘mother of bone marrow transplant,’ dies at age 92, Fred Hutchinson Cancer Research Center, 10 enero 2015
Sobre la autora
Uxue Razkin es periodista y colaboradora del blog de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU Zientzia Kaiera.