Maud Menten, la bioquímica imparable que no descansó hasta ser profesora

Vidas científicas

Maud Menten. Imagen extraída de la U. de Pittsburgh.

El nombre de Maud Menten no es muy conocido fuera de los círculos científicos más cercanos a su especialidad, la bioquímica, pero algunos que los comparten, como el profesor José Manuel López Nicolás, la sitúan en el reducido grupo de mujeres científicas que todo el mundo debería conocer, con Marie Curie a la cabeza y formado por Rosalind Franklin y Jocelyn Bell entre otras.

Porque Menten, nacida en 1879 en Ontario, fue una científica imparable y todoterreno, que cambió varias veces en su vida de laboratorio, de país y de campo científico. Aunque su mayor aportación la hizo en el campo de la cinética enzimática (la velocidad a la que las reacciones químicas son catalizadas) con la formulación de la ecuación Michaelis-Menten, dedicó parte de su tiempo a otros aspectos de la bioquímica y la medicina, como los niveles de azúcar en la sangre, la hemoglobina y las funciones del riñón. Fue también una de las primeras científicas que, recién descubierto el radio por Marie y Pierre Curie, lo aplicó al que sería uno de sus principales campos de investigación: el cáncer.

Y eso que, como muchas otras mujeres de su época, sus primeros estudios universitarios fueron sobre Arte (algo que practicó durante toda su vida y de hecho participó en varias exposiciones pictóricas), pero pronto se pasó a las ciencias: tras estudiar en la Universidad de Orlando, en 1911 se convirtió en una de las primeras mujeres del mundo en doctorarse en Medicina, y en la primera que lo hizo en esa universidad.

Sin embargo, en Canadá había pocas perspectivas para una mujer investigadora, así que decidió coger sus cosas y marcharse. En 1912 llegó a Berlín, donde tampoco era fácil dedicarse a la ciencia si eras una mujer. Por fin fue admitida en el laboratorio de Leonor Michaelis, un científico de origen judío solo cuatro años mayor que ella y no demasiado bien considerado. Los dos eran unos outsiders, unos extraños en los círculos científicos de la época.

Su colaboración resultó ser valiosísima para la ciencia: entre ambos desarrollaron la mencionada ecuación de Michaelis-Menten sentando las bases de la llamada cinética enzimática, una disciplina que mide a qué velocidad se producen las reacciones catalizadas por enzimas, algo clave para entender muchos procesos bioquímicos del cuerpo humano.

Las enzimas son complejas máquinas moleculares, la mayoría proteínas, que funcionan con otras moléculas, llamadas sustratos, para facilitar cambios (que llamamos reacciones) como la transferencia de electrones, recombinaciones moleculares o la expulsión de agua. Muchos procesos necesarios para la vida requieren de estas enzimas para llevarse a cabo.

Maud Menten. Imagen extraída de Wikipedia.

A principios del siglo XX, Michaelis había comenzado a investigar en este campo, analizando la relación entre el ratio de formación de un producto y las concentraciones de enzimas y de sustratos que lo habían generado, es decir, cómo de eficientes eran esas enzimas realizando su trabajo.

Menten se unió a él en las primeras fases del trabajo. Fue una de las cuarenta personas que llegó a este modesto laboratorio entre 1905 y 1921. Su colaboración fue fructífera: consiguieron expresar matemáticamente esa relación que estaban analizando, demostrando por el camino que cada enzima tiene su propio sustrato con el que trabaja y que las cantidades de una y de otra son importantes a la hora de alcanzar la máxima eficacia durante la reacción química.

Sin embargo, poco antes de que empezase la Primera Guerra Mundial, ambos salieron de Alemania y ya nunca volvieron. Menten se marchó a Estados Unidos donde en 1916 obtuvo un segundo doctorado en Bioquímica en la Universidad de Chicago, donde mientras tanto investigaba sobre el cáncer. Ese mismo año se incorporó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburg, donde desarrolló el resto de su carrera.

Sin cesar en su actividad investigadora, que pasó de estudiar los efectos hiperglucémicos de las toxinas de la Salmonella a un análisis con colorometría en el riñón que se considera el principio de la histoquímica (o química de los tejidos), Menten avanzó en el escalafón universitario pasando de instructora a profesora asistente, profesora asociada y por último a profesora titular a los 69 años. Este había sido uno de sus objetivos profesionales durante toda su vida y no descansó hasta conseguirlo.

En 1950 se retiró pero siguió investigando sobre el cáncer en British Columbia todo el tiempo que su salud se lo permitió. Los que conocieron a Menten la describían como imparable, ávida y versátil, cualidades que la ayudaron a desarrollar múltiples investigaciones en un puñado de campos distintos en tres países diferentes.

Referencias

Sobre la autora

Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.

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