Aleen Cust, la valentía al servicio de la Medicina Veterinaria

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Para las mujeres estudiantes, solo admitidas en la London Veterinary College desde 1927, Cust era una leyenda y un ejemplo. Su nombre era un grito de batalla privado en sus momentos más oscuros.

Connie Ford.

Las palabras son de Connie Ford, una veterinaria londinense licenciada en 1933 y que llegaría a ser distinguida en la década de los 70 como miembro de la Orden del Imperio Británico (MBE) por sus grandes aportaciones en el Servicio de Investigación Veterinaria del Gobierno del Reino Unido (VIS). Tras cerca de treinta años de trabajo en ese departamento, Ford logró convertirse en una prestigiosa y reconocida especialista en infertilidad del ganado.

“Cust”, ese misterioso grito de combate al que se refiere Ford, murmurado por las jóvenes alumnas de veterinaria de Inglaterra durante sus noches de estudio, como una secreta consigna de lucha y resistencia, un santo y seña de camaradería en una profesión aún tomada por los hombres en los albores del siglo XX, proviene del apellido de Aleen Cust, la primera médico veterinaria de Reino Unido. Una de las primeras del mundo, con permiso de las rusas Krusewka y Dobrowilskaia, quienes se licenciaron en la Escuela de Veterinaria de Zurich (Suiza) en 1889. Irónicamente, la propia Cust tuvo que renunciar a su nombre para acceder a la profesión. En las aulas de la facultad solo había hombres, y el examen de colegiación vetaba a las mujeres. Para franquearse el paso, esta irlandesa con voluntad y determinación de acero decidió ocultar su identidad tras un nombre falso e iniciar sus estudios bajo el pseudónimo de A. I. Custance, un apellido que tal vez tomase de un famoso jinete de la época: Henry “Harry” Custance. Su carrera estuvo desde luego a la altura del mejor y más enérgico jockey. Hoy la recordamos gracias en parte a la biografía escrita por Connie Ford.

El próximo 7 de febrero se cumplirá un siglo y medio del nacimiento de Aleen Cust. Oriunda de Tipperary, Irlanda, vino al mundo en el seno de una familia de alta clase –mantenía lazos con la realeza–, como la cuarta de seis hermanos. Tras la muerte de su padre, Leopold, cuando ella apenas tenía diez años, los Cust decidieron abandonar Irlanda y trasladarse a Inglaterra. Aunque Aleen empezó a formarse como enfermera en el London Hospital, decidió encaminar sus pasos hacia una profesión entonces ejercida en exclusiva –al menos con un reconocimiento oficial– por hombres: la Medicina Veterinaria. A mediados de la década de 1890 se matriculó en el New Veterinary College, de Edimburgo, con el falso nombre de A. I. Custance. Su propósito –explica R. Scott Nolen– era evitar a su familia el escándalo que podría provocar en el encorsetado Reino Unido victoriano que una joven de alcurnia quisiese desempeñar un “trabajo de hombres”. Se sospecha que para convencer al decano Cust tuvo que demostrar su gran talento académico, del que seguiría dando sobradas muestras hasta graduarse.

Retrato de Aleen Cust.

Acceder al New Veterinary College no fue sin embargo la única prueba que tuvo que superar Aleen. Ni siquiera la más dura. Cuando quiso realizar su primer examen profesional, en 1897, el Consejo del Royal College of Veterinary Surgeons (RCVS) rechazó su solicitud. El argumento que esgrimieron sus responsables es digno de las disputas escolásticas más macarrónicas. Dictaminaron que las pruebas se habían pensado para “estudiantes”, ergo solo estaban abiertas a “hombres estudiantes”, no a “mujeres estudiantes”, que era –sostenían sus miembros– cosa bien distinta. Las actas de la reunión en la que se alcanzó ese acuerdo se publicaron en The Veterinary Record –que aún hoy sigue siendo el periódico de la British Veterinary Association (BVA)– en abril de 1897 y dieron pie a un considerable debate. Cust no se dio por vencida. Decidió recurrir el dictamen, aunque –de nuevo por los prejuicios de la sociedad victoriana– no en Inglaterra, donde su familia podía verse envuelta en la polémica, sino ante una instancia escocesa. Aunque la RCVS tenía varios colegios veterinarios en Escocia, la sala esquivó la disputa alegando que carecía de jurisdicción.

La joven irlandesa no apeló. Regresó al New Veterinary College asumiendo que, al menos por el momento, no podría ser una veterinaria con título oficial. En 1900 el director del centro le entregó una acreditación en la que se explicaba que Cust había finalizado su formación y demostrado sus competencias. El diploma convencional al que tenían acceso sus compañeros varones era otra cosa, inaccesible para ella por aquel entonces. Aleen trabajó como aprendiz con Andrew Spreull, un veterinario de Dundee; y como asistente de William Byrne, en Roscommon. Poco a poco su reputación profesional fue creciendo y consolidándose, con independencia de lo que considerasen los directivos de la RCVS. Por aquella época asistió también a congresos de veterinaria. En 1906 llegó a dar una conferencia en la Irish Central Veterinary Association. Prueba de su valía es que el Galway County Council decidió nombrarla inspectora veterinaria a tiempo parcial, una decisión que volvió a toparse con los reparos de la RCVS.

Durante el verano de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, lo que hizo que el ejército británico necesitase de caballos para la batalla y expertos en hipiatría, como la habilidosa Cust. Al año siguiente, en 1915, la irlandesa se trasladaba al noroeste de Francia, como voluntaria de la Young Men’s Christian Association. La ubicación de la entidad, en Abbeville, cerca del cuartel general del cuerpo veterinario del ejército de Gran Bretaña, lleva a la nada descabellada idea de que la intención de Cust era ayudar a los cirujanos que cuidaban de los equinos. “Extraoficialmente ayudó a los veterinarios en el Remount Hospital para caballos”, apunta Catharine Haines. Años después –entre enero y noviembre de 1918, justo coincidiendo con el final de la contienda global–, aparece vinculada al Queen Mary’s Army Auxiliary Corps. Como recuerda R. Scott Nolen, el papel desempeñado por Aleen en el ejército fue clave para normalizar su carrera y tumbar los ridículos y anquilosados prejuicios de la RCVS.

Ni sus brillantes méritos académicos; ni su extraordinario tesón, que la llevó a prosperar en su carrera pese a los convencionalismos de principios del siglo XX; ni siquiera su contribución durante los años de la Primera Guerra Mundial. Lo que finalmente abrió las puertas de la Medicina Veterinaria oficial a Cust fue la Sex Disqualification (Removal) Act, un avance legislativo que recibió luz verde en el Parlamento de Reino Unido a finales de 1919. La nueva ley impedía que una mujer fuese excluida de una profesión por su sexo. Ese nuevo panorama permitió a Aleen retomar la lucha que había iniciado más de dos décadas antes, cuando intentó por primera vez que se la tratase de tú a tú, en las mismas condiciones que a sus colegas varones, en la RCVS. Cust solicitó su examen en octubre de 1922. Poco después el presidente de la RCVS –la misma organización que la había marginado desde finales del siglo XIX– en persona, Henry Summer, presentaba a la “nueva” veterinaria de la sociedad. Hacía más de dos décadas que Aleen había finalizado su educación en el New Veterinary College.

Reunión del Consejo del RCVS en 1927.

Hoy la RCVS incluye 1922 entre las “fechas clave” que destaca en su propia web con la leyenda: “Aleen Cust, la primera mujer en convertirse en una MRCVS”. En cualquier caso, la catedrática María Castaño Rosado señala que la Ley de Descalificación Sexual tampoco acabó con todas las trabas que dificultaban a Aleen alcanzar su sueño. La profesora recuerda que el RCVS tardó aún tres años en permitir la colegiación oficial de Cust –la nueva normativa se aprobó en 1919 y Cust no realizó su prueba hasta 1922– y comenta además la “dureza” del examen que tuvo que superar en el 22. “Aunque no fue hasta 1927 cuando las mujeres fueron oficialmente admitidas para su colegiación por parte del Royal College of Veterinary Surgeon”, remarca Castaño.

Durante los últimos años de su vida en Hampshire siguió vinculada a la profesión, examinando animales y participando en reuniones de la National Veterinary Medical Association. Se cuenta además que fue una gran criadora de perros de raza Pomerania y Cocker spaniels, así como de faisanes. Murió el 29 de enero de 1937, con 68 años, en Kingston, Jamaica, mientras visitaba a unos amigos. Las crónicas relatan que se derrumbó después de tratar a un perro herido. Poco antes había dejado escrito: “He tenido el inestimable privilegio de alcanzar la ambición de mi vida”.

El periplo vital de Cust es digno de las grandes pioneras que abrieron caminos en campos de la ciencia por los que, hasta hace poco, solo se permitía transitar a hombres. Su ejemplo y el de otras mujeres, como las americanas Elinor McGrath, Florence Kimbali y Mignon Nicholson, la holandesa Jeannette Voet, la argentina Amalia Pesce De Fagonde o las españolas María Josefa Cerrato y Justina González Morilla, fue decisivo para que Veterinaria sea hoy una disciplina en la que las profesionales han ocupado su lugar. Si en 1897 Cust tuvo que luchar con denuedo para que se la reconociese plenamente como una profesional, en 1965 las mujeres alcanzaban ya el 4% del estudiantado de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y cuatro décadas después, en el curso 2005/2006, suponían más del 75%. El paso dado por Aleen en ese largo pero firme camino fue decisivo.

Bibliografía

Sobre el autor

Carlos Prego Meleiro (@CarlosPrego1) es redactor en Faro de Vigo. Colabora con las webs de divulgación Acercaciencia y E-Ciencia.

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