Soraya de Chadarevian: intérprete destacada en la historia de la biología molecular

Ciencia y más

Soraya de Chadarevian.

A partir de mediados del siglo XX hasta el presente, las ciencias biológicas han experimentado un poderoso desarrollo, en gran parte, gracias al impacto generado por el nacimiento de una nueva disciplina: la biología molecular, esto es, el estudio de los procesos genéticos a nivel de importantes macromoléculas que forman parte de los organismos vivos.

La envergadura de esa vigorosa explosión ha sido tan grande que no es de extrañar que numerosos historiadores de la ciencia hayan dedicado sus esfuerzos a investigar las raíces de tan influyente fenómeno: ¿Dónde surgió por primera vez? ¿Cuándo lo hizo? ¿Cómo explicar sus efectos?… La búsqueda de respuesta a cuestiones como estas ha estimulado una catarata de libros, artículos, debates… escritos por multitud de estudiosos en casi todo el mundo.

Entre los diversos autores que han producido serios y rigurosos trabajos, queremos destacar a la historiadora de la ciencia Soraya de Chadarevian, hoy profesora de la UCLA (Universidad de California, en Los Ángeles). Esta notable investigadora ha indagado intensamente la historia de la biología molecular, poniendo sobre todo el acento en el complejo proceso cultural que ha impregnado el desarrollo esa rama o disciplina después de la Segunda Guerra Mundial. Acerca del tema, la científica ha escrito varios libros, capítulos de libros y artículos en prestigiosas revistas; además, ha dado conferencias en distintos y cualificados foros, y participado en numerosos debates de alto nivel científico.

Aquí nos interesa sobre todo destacar una de sus obras más valoradas: Diseños de vida: la biología molecular después de la II Guerra Mundial (Designs for Life: Molecular Biology after World War II), publicada en 2002.

Nos parece muy enriquecedor aproximarnos a este trabajo de la mano de una entrevistadora de notable autoridad, la doctora en medicina Jane Gitschier, profesora emérita desde 2013 de la Universidad de California, quien realizó a Soraya de Chadarevian una excelente entrevista (publicada en 2006) cuando la investigadora trabajaba en el célebre Laboratorio de Biología Molecular (Laboratory of Molecular Biology, LMB) de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. Anotemos también que Jane Gitschier es editora de la valorada revista PLoS Genetics, habiendo alcanzado su trabajo un indiscutido respeto por la calidad de las entrevistas realizadas a científicas y científicos de autoridad internacional.

Sobre su vida personal y formación académica, Soraya de Chadarevian ha referido a Jane Gitschier que «mi nombre de pila es árabe y mi apellido es armenio. Pero mi madre era alemana, por esta razón fui al Colegio Alemán en Roma [ciudad donde nació]. Luego conseguí una beca para estudiar una Diplomatura de cinco años en la Universidad de Friburgo. Como proyecto final, incluía un año extra de trabajo experimental que opté por realizar en Bolonia». Tras esta primera graduación en biología, continua la científica, «decidí hacer mi doctorado en filosofía. Finalmente, opté por un posdoctorado en historia de la ciencia en Berlín».

Soraya de Chadarevian explica que su formación siguió esta senda poco usual, porque «después de la graduación empecé a interesarme y a pensar en asuntos relacionados sobre cómo funciona la ciencia, cómo se produce el conocimiento, y sobre el lugar de la ciencia en la sociedad. En aquellos años esto significaba entrar en la filosofía, ya que la historia de la ciencia en Alemania en esa época era una especie de antigualla –quien inventó qué y cuándo– y yo pensaba que era muy aburrido». Una vez doctorada, continua Chadarevian, «tuve conocimiento de un programa de becas de Alemania dirigido a introducir nuevas aproximaciones a la historia de la ciencia, y me convertí en parte de la primera generación de becarios de ese programa en Berlín». A partir de entonces, la joven investigadora empezó a vislumbrar una nueva manera de pensar la ciencia. Una novedosa perspectiva que surgía por la convergencia de diferentes disciplinas.

En este sentido, rememora que, acabado el programa, «estaba trabajando en un proyecto sobre el siglo XIX que me gustaba mucho. Pero en mi entorno me sugirieron que si quería permanecer en historia de la ciencia debería considerar pasarme al siglo XX así podría hacer uso de mi formación científica». En este punto, la investigadora reconoce que se enfrentó a una vieja e interesante cuestión, en sus propias palabras: «¿Es o no necesario tener una formación en ciencia cuando se trabaja en la historia de la ciencia? La respuesta siempre constituye un tema de discusión, aunque en mi caso creo que ambas cosas son posibles. No obstante, debo reconocer que para mí ha sido una gran ventaja tener formación científica».

Sobre el asunto de la formación, la investigadora sostiene que poseer conocimientos científicos no solo le ha facilitado mucho las cosas, sino que, además «personalmente pienso que es difícil escribir sobre el tipo de temas que yo escribo sin haber estado en un laboratorio, sin tener una idea de qué significa hacer ciencia». A título ilustrativo, señala que teniendo en cuenta que una de las herramientas de las que dispone un historiador son las entrevistas, «cuando debo entrevistar a un científico, me habla de manera muy diferente si sabe que puedo entender lo que me dice. Creo que me respetan más. Me parece que para mí ha sido crucial el haber hecho un grado en ciencias».

Ante la oportuna pregunta de la entrevistadora sobre qué tipo de investigación realizó durante su trabajo experimental en Bolonia, Soraya de Chadarevian responde: «Trabajé en bioenergética, en los mecanismos de formación de ATP en la célula […]. En aquel momento me dieron un proyecto propio, y eso para mí fue fantástico. Mi experiencia sobre cómo funciona el trabajo científico resultó, de hecho, muy importante para mi futuro como historiadora de la ciencia […]. Me pareció muy relevante, por ejemplo, la noción de que hay conocimientos tácitos cuando se realizan experimentos que no están escritos en la sección de metodología de los artículos publicados. Como aprendería más tarde, esto es trascendental para abordar la historia […]. También conocí un caso de fraude. Para mí todas estas experiencias fueron lecciones sobre cómo funciona la ciencia y cómo se construye el conocimiento científico».

Soraya de Chadarevian.

El transcurso del tiempo y el inevitable florecimiento de novedosos métodos de aproximación a los estudios históricos, llevaron a esta investigadora a valorar que «durante la década de 1980, la historia de la ciencia se volvió realmente interesante porque allí había gente venida desde muchas disciplinas diferentes, con distintas formaciones y que trabajaban juntas de una manera nueva, examinando lo que los científicos hacían en sus laboratorios y más allá de éstos. Fue una dinámica muy especial que resultó extremadamente productiva».

«Se configuró un momento histórico muy particular, apunta la científica, porque empezaban a proponerse nuevas preguntas sobre el papel de la ciencia en la sociedad y sobre el papel de los expertos. Muchas de las personas que planteaban estos cuestionamientos fueron los propios científicos. Ya desde finales de la década de los sesenta habían emergido numerosas críticas sobre el rol de la ciencia y de la tecnología en la guerra de Vietnam».

Llegado este punto, Jane Gitschier sugiere encauzar la entrevista para hablar del libro de Soraya de Chadarevian, Diseños de vida. Al respecto, la investigadora empieza confesando que al principio el proyecto del trabajo en realidad no estaba muy bien definido. «Los organizadores creían que dado que Watson y Crick habían estado aquí, [en el LMB de Cambridge] de alguna manera la biología molecular habría comenzado en este lugar. Por lo tanto, su objetivo primordial era saber cómo a partir de estos inicios se estableció la nueva disciplina».

«Uno de los expertos del panel directivo con quien primero me entrevisté, relata Soraya de Chadarevian, fue John Kendrew [prestigioso científico británico galardonado con el premio Nobel de Química en 1962]. Hablando con él, y más tarde con otros especialistas, me impactó reconocer lo trascendental y profunda que había sido la experiencia de ser un científico durante la guerra en la vida de los investigadores. Comprendí que se trataba de un hecho tan significativo que debía ser parte de la historia que iba a narrar. Y en particular me afectó porque yo venía de Alemania. ¡Los científicos alemanes habrían hecho cualquier cosa para evitar este tema!»

«Lo primero que hice al empezar mi trabajo –prosigue la investigadora– fue especificar el amplio contexto histórico en que la ciencia y los científicos se encontraban en aquel tiempo. Muchos lectores podrían sentirse sorprendidos porque el primer capítulo del libro tratara de la movilización de los científicos en la guerra, incluso a pesar de que su subtítulo es Biología molecular después de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, puedo explicar cómo llegué a esto».

En una detallada Introducción a esta obra, Soraya de Chadarevian refiere la historia del laboratorio Biología Molecular, advirtiendo que «Cambridge ya lucía una larga y glamurosa tradición en la investigación en ciencias naturales con anterioridad al descubrimiento de la estructura del ADN». No obstante, el gran florecimiento comenzó a mediados de los años 40, recuerda la investigadora, «cuando las oportunidades creadas en la ciencia aumentaron significativamente gracias a que gran parte de las inversiones de fondos para la reconstrucción durante la posguerra empezaron a utilizarse para establecer nuevas vías de producción de conocimiento».

Al respecto, Soraya de Chadarevian detalla a su entrevistadora Jane Gitschier que «las experiencias y habilidades conseguidas por los científicos en proyectos relacionados con el conflicto bélico, se volvieron muy importantes para sus carreras y para su investigación después de la guerra». Seguidamente afirma: «Resultó fundamental que el dinero destinado a la ciencia cambiase radicalmente en tiempos de paz. Los fondos dedicados a proyectos científicos se habían incrementado durante la guerra, y los expertos consideraron que tales inversiones debían mantenerse también en la paz. Convencieron a los políticos logrando que el asunto en Gran Bretaña adquiriese mucho peso. Los científicos habían contribuido a ganar la guerra –por ejemplo, con el radar o con la bomba atómica– y ahora ayudarían al país a ganar la batalla por la paz, según la retórica de aquel tiempo».

Sobre este significativo tema, la estudiosa relata a su entrevistadora: «Tecnologías procedentes de la física, que a menudo se habían desarrollado en la investigación relacionada con las armas, ahora interesaban con fines biológicos y médicos: la biofísica atraía muchos fondos. En la actualidad disponemos de gran cantidad de investigación realizada en las décadas de 1940 y 1950».

En la Introducción de su libro, Soraya de Chadarevian revela que la opinión de los británicos en general era que el radar había salvado al país de la ocupación de las tropas de Hitler. Además, la penicilina (un descubrimiento británico) y la bomba atómica (desarrollada con la decisiva ayuda de científicos e ingenieros británicos), había salvado miles de vidas; la primera gracias al control de las infecciones de los soldados heridos, la segunda dando fin a la guerra.

Sobre el tema, la investigadora insiste: «los trabajos realizados, por ejemplo, en la historia de los radioisótopos y su uso en biología y en medicina, se han visto activamente promocionados por la Comisión de Energía Atómica en los Estados Unidos (Atomic Energy Commission), o sea, la cara pacífica, la cara buena de la física, que de alguna manera podría redimir la capacidad de destrucción de la bomba». En este contexto, revela la estudiosa, «diversos investigadores han afirmado que el uso médico de la radiación pudo salvar más vidas de las que se perdieron en Hiroshima y Nagasaki».

En esta interesante Introducción a su libro, Soraya de Chadarevian explica que «las décadas de 1950 y 1960 vieron una extraordinaria expansión de estudios científicos, sumados a la formación de nuevas redes de influencia y al uso de la ciencia en el ámbito político. La interconexión de todas estas actividades logró establecer un escenario favorable al nacimiento de una nueva disciplina, hoy conocida como biología molecular».

Fue en este ambiente, cuando en el año 1962 se inauguró el LMB de Cambridge, coincidiendo con que cuatro de sus destacados científicos, James Watson y Francis Crick, por un lado, y John Kendrew y Max Perutz, por otro, resultaron galardonados con sendos premios Nobel por sus trabajos sobre la estructura del ADN y de proteínas globulares. «Este acto fue la principal ratificación pública y constituyó un importante factor de reconocimiento general de la biología molecular como nueva disciplina científica», afirma Soraya de Chadarevian.

«El citado laboratorio, continúa la experta, se convirtió entonces en un símbolo internacional del espectacular desarrollo de la biología molecular. Allí fue donde Watson y Crick presentaron por primera vez su modelo de doble hélice para el ADN». Sin embargo, puntualiza la investigadora, «este acontecimiento, que en aquel momento atrajo menos atención de la que atrae ahora, no puede explicar por sí mismo el explosivo crecimiento del laboratorio o la creación de una nueva disciplina». En diversas ocasiones, la autora insiste en que debe tenerse presente que «la biología molecular fue producto tanto del trabajo en el laboratorio como de las relaciones tejidas en el ámbito político y público».

Algunos autores sostienen, anota Soraya de Chadarevian en su extensa Introducción, que «para explicar el meteórico ascenso de la biología molecular hay que recordar que muchos de los biólogos moleculares eran parte del nuevo establishment científico que después de la guerra dirigió el flujo de dinero hacia determinados y específicos proyectos de investigación». Desde la perspectiva actual, subraya la historiadora, resulta evidente que en los años 60 los biólogos moleculares de Cambridge usaron con gran habilidad canales políticos y conexiones de influencia para promocionar su nueva disciplina a nivel nacional e internacional.

Otro aspecto determinante que, según sostiene la autora de Diseños de vida, permitió el protagonismo alcanzado por el LMB, fue su crucial papel en la «exportación de cultura investigadora». Ciertamente, este laboratorio pronto atrajo a Cambridge un gran número de estudiantes, en su mayor parte norteamericanos. «En esos años, continúa la científica, la expansión de las universidades americanas propició que a estos jóvenes investigadores les aguardaran a su regreso muy buenas carreras profesionales. De esta manera, la cultura del LMB se exportaba a otros centros. En la propia Gran Bretaña, el laboratorio representaba un ámbito dominante en la ciencia del momento». Las becas posdoctorales, además, jugaron un significativo rol en la economía del laboratorio. Así pues, los jóvenes becarios aportaban fondos y nuevas ideas, al tiempo que exportaban formación investigadora británica a múltiples destinos.

En el Institute for Society and Genetics (UCLA), en 2011, de izquierda a derecha:
Jessica Lynch Alfaro, Eric Vilain, Hannah Landecker y Soraya de Chadarevian.

Uno de los pilares a los que Chadarevian atribuye el espectacular éxito de la biología molecular, es el que hace referencia a cómo «los biólogos moleculares han sido particularmente activos al escribir la historia de su campo de trabajo». El que muchos de los protagonistas todavía estuvieran vivos, puede explicar el desarrollo «fantásticamente rápido de la nueva disciplina, algo que permitió a los científicos mirar hacia atrás en su propia investigación y en las de sus colegas con una perspectiva histórica sin precedentes. La mayor parte de los relatos son autobiográficos, y precisamente por esta razón desprenden autenticidad», una variable clave «para entender su descomunal éxito».

Finalmente, Soraya de Chadarevian argumenta que, al contrario de lo que hoy suele pensarse, «la doble hélice solo jugó un papel subordinado en las negociaciones sobre el futuro de Cambridge. Fue más bien en el curso de los acontecimientos y en los debates que siguieron en relación al origen y límites de la disciplina cuando la doble hélice alcanzó su papel central».

Como soporte a este razonamiento, la científica pone el acento en «las incertidumbres que rodean al destino del modelo físico original del ADN, del cual hoy solo sobreviven unas pocas piezas. Hecho que refleja una construcción en retrospectiva de la importancia de la doble hélice». Y continúa relatando: «Las pocas láminas sobrevivientes y algunos fragmentos de aquel modelo fueron posteriormente usados para reconstruir una representación lo más aproximada posible a la original y exponerla en el Museo de la Ciencia de Londres, tal como se indica en la etiqueta que hoy puede leerse al pie de la escultura».

Otros datos favorables a esta tesis de la autora pueden detectarse en el tiempo transcurrido desde que la estructura de la molécula fue publicada, abril de 1953, y la fecha en que se concedió el premio Nobel a los autores, en 1962. Asimismo, reafirman este argumento los años que separan la publicación del modelo molecular y la aparición del libro de James Watson, La doble hélice, que se publicó en 1968, y el de Francis Crick, Qué loco propósito, que salió a la luz en 1988.

Analizando aspectos como los citados, la Dra. Chadarevian concluye que «colocando de nuevo a la doble hélice en su contexto histórico local, podemos reconstruir el proceso que llevó a que se convirtiera en el icono de la disciplina». No obstante, la investigadora advierte con claridad que de ninguna manera «pretende subestimar el trabajo científico de Watson y Crick». Sin embargo, insiste: «la construcción de una disciplina requiere más que un solo “salto” científico hacia delante».

En suma, el análisis de Soraya de Chadarevian en relación a los mecanismos por los cuales el Laboratorio de Biología Molecular (LMB) de Cambridge llegó a asumir una posición tan privilegiada en el nacimiento de una disciplina, combina los trabajos realizados en la poyata del laboratorio con las estrategias políticas empleadas para establecer el campo a un excelente nivel, tanto en la escala local como en la internacional, junto a una cuidada administración de los fondos de reconstrucción en la posguerra y la admisión de becarios posdoctorales procedentes de todo el mundo.

Valga citar a modo de compendio, la valiosa reseña del libro Diseños de vida escrita por la profesora Laurette Geldenhuys, de Dalhousie University, Halifax, Canada. Según esta doctora en medicina, «la detallada historia sobre el origen y desarrollo de la biología molecular en la Universidad de Cambridge que proporciona Soraya de Chadarevian, es un relato dentro de un contexto no únicamente científico, sino que también considera los factores económicos y políticos que dieron forma al desarrollo del tema desde la posguerra hasta la década de 1970 […]. Chadarevian es capaz de mantener al lector orientado dentro de una fascinante y compleja historia. El uso de numerosas fotografías de los principales protagonistas, instrumentos científicos y modelos moleculares, ayudan a mostrar la historia de la vida».

¿Y la perspectiva de género?

Al ser preguntada por el papel de las mujeres en tan destacada historia y el poco espacio que les dedica en su libro, Soraya de Chadarevian señala: «Dado que las capacidades y las redes de trabajo adquiridas o construidas durante la movilización de los científicos en la guerra jugaron un importante papel en la reconstrucción posbélica de la ciencia, no es de extrañar que las mujeres se quedasen en una situación de clara desventaja».

Tal menoscabo puede apreciarse, argumenta la investigadora, simplemente echando una mirada a las numerosas fotografías incluidas en su libro: éstas son suficientes para confirmar que la historia que aquí se cuenta está dominada por actores masculinos. En las imágenes citadas, la mayor parte de las mujeres están relegadas a tareas claramente subordinadas, ocupando la parte de atrás del escenario, lavando el instrumental, dibujando láminas, manejando un aparato o simplemente gestionando la cafetería. «La biología molecular, afirma la autora, fue en este aspecto muy poco diferente de otras disciplinas científicas u otros dominios públicos».

Soraya de Chadarevian considera que en Diseños de vida «quizás lo más importante es que contribuyó a visualizar cómo las nociones teóricas, clave de la biología molecular, estuvieron profundamente influidas por el género […]. Aunque fuera del marco del presente trabajo, esos análisis parecen esenciales para entender el sello cultural de la biología molecular».

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

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