La rectora Isabel, al descubierto

Vidas científicas

los nombres de la Rectora
Las diferentes versiones de los apellidos de Isabel, según los
historiadores (Ramírez y Tuells. Revista Vacunas, 2007).
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Isabel Zendal Gómez fue una de las columnas maestras de la Expedición Filantrópica –contra la viruela– que, entre 1803 y 1814, distribuyó la primera vacuna de la historia por el mundo entero y de manera gratuita. Debería ser una heroína conocida y reconocida, sin embargo la niebla alrededor de su vida es tan densa que, a los 250 años de su nacimiento, los historiadores aún siguen manejando hasta 11 versiones diferentes de su nombre y apellidos.

Imaginar una iniciativa médica que dedicase diez años a recorrer el mundo distribuyendo, gratis, la vacuna del sida es una buena balanza para calibrar la transcendencia histórica de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. La REFV –dirigida por Francisco Xabier Balmis y financiada por Carlos IV– demostró al mundo, hace ya 200 años, que la inmunización perfecta contra enfermedades contagiosas es infectarse, estando sano, con el mismo mal que se quiere evitar. Lo demostró frente a la viruela, desterrando del planeta Tierra la epidemia que más muertes ha causado en la historia de la Humanidad. Naciendo el siglo XIX, la Historia observaba, boquiabierta, el transporte de un antídoto procedente de vacas enfermas de viruela: la vacuna viajaba, viva y activa, mediante las inoculaciones de brazo a brazo que posibilitaban los expósitos reclutados para la Expedición. Cuidar de los 22 niños que llevaron la vacuna de la viruela desde A Coruña hasta México y de los 26 que viajaron desde Acapulco a Filipinas fue responsabilidad directa de Isabel Zendal Gómez, la rectora de la coruñesa Casa de Expósitos, cuya existencia –personal y laboral– flotaba, hasta ahora, en el limbo de las especulaciones.

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Mapa de las rutas por donde la Expedición Filantrópica distribuyó la vacuna de la viruela.
Tomada de «Medicina Militar, vol. 60, no. 2, página 106».

Ni vasca ni irlandesa

El hilo que permitió desenmarañar la madeja de la vida de Isabel estaba entre las hojas del Libro de altas y bajas de Enfermos del Hospital de la Caridad (Archivo Histórico Municipal de A Coruña). Con el número 167 de ingreso, el capellán anotaba que «María Zendal Gómez –hermana de Isabel–, de edad de 20 años, soltera, hija de Jacobo Zendal y de María Gómez, esta difunta, ambos vecinos de Santa Marina de Parada, arzobispado de Santiago, entró en 20 de agosto. Salió en 29 agosto de 1796». Era la primera vez que los apellidos Zendal Gómez aparecían ligados y fijados en un territorio concreto: una parroquia del coruñés municipio de Ordes, limítrofe con el de Tordoia. Hasta este momento y siguiendo a Susana Ramírez y José Tuells –las mayores autoridades nacionales sobre la Expedición Balmis–, «siempre se ha dado por sentado que la rectora debía ser gallega, pero nunca se han encontrado versiones de su primer apellido en esa región». Esta ausencia fue empujando a algunos investigadores a considerar que los Zendal tendrían que ser de origen vasco –como los oficiales de los Correos de las rutas A Coruña-La Habana y Buenos Aires, con apellidos iniciados en «z», desde Zárraga hasta Zulueta–. Una segunda línea prefería el origen irlandés o inglés– en las variaciones Sendall o Sandall–, de la mano de comerciantes y peregrinos asentados en Galicia, lo que explicaría, según Ramírez y Tuells, dos rasgos de la rectora coruñesa: «un cierto desarraigo para tomar decisiones y un carácter forjado en más variedad de experiencias».

Día de confirmación

Tirando del hilo de los fondos del Archivo Diocesano de Santiago, aparecerán los Libros Sacramentales de Bautizados y de Difuntos de Santa Mariña de Parada, una ancha pista para rastrear los avatares de la familia Zendal Gómez.

La primera referencia es del 5 de mayo de 1774, en que aparece registrado el nacimiento de Juan, «hijo legítimo y de legítimo matrimonio de Jacobo Zendal, natural de Santa Cruz de Montaos y vecino de Santa Marina de Parada, y de Ygnazia Gómez, vecina y natural de dicha feligresía». El 29 de marzo de 1776 nacía María –la muchacha que, a los 20 años, ingresaría en el Hospital de Caridad de A Coruña– y, en 27 de agosto de 1779, Jacobo e Ignacia tenían una nueva hija: Francisca Antonia. Eran presagios positivos pero, después de revisar los fondos parroquiales entre 1773 y 1780, la futura rectora seguía sin aparecer.

El 19 de agosto de 1781 llegaba, a Santa Mariña de Parada, el obispo Juan Varela Fondevila con la misión de confirmar en la Fe Católica a todos los feligreses y, de paso, traía novedades administrativas: «ponga el señor cura en las partidas de bautismo siguientes el nombre y vecindad de los abuelos paternos y maternos de cada bautizado».

Recibirán el sacramento de la confirmación 259 feligreses, pertenecientes a 58 familias, y de todos quedará constancia en el registro parroquial. Entre ellos, «Jacovo Zendal, Ygnazia Gómez, su mujer; Ysavel, Juan, María y Francisca, sus hijos».

Es el primer documento en que la enfermera de la Expedición de la Vacuna aparece rodeada de su familia y en su aldea de origen. La importancia de este hallazgo no puede ocultar que los hermanos Juan, María y Francisca aparecen anotados según el orden de su nacimiento, lo cual significa que Isabel sería mayor y que habría nacido antes del 26 de febrero de 1773, que es cuando arranca el libro parroquial más antiguo.

Dos años después de morir la madre de Isabel, el Libro parroquial de Bautizados registra, en agosto de 1790, el nacimiento de su primera sobrina –habrá seis más–. «Hija de Domingo Vázquez y de su mujer Bernarda Zendal, vecinos del lugar de Grela de Arriba, en la parroquia de Santa Marina de Parada; sus abuelos paternos, Bernardo Vázquez y María da Raña; los maternos, Jacobo Zendal y Ygnazia Gómez. Púsele nombre Ysabel Jacoba». Este bautismo está sugiriendo que hay una segunda hermana que también nació antes de febrero del 73, la cual estaría –trabajando– fuera de la aldea, en el momento de la ceremonia de la confirmación. Hay un tercer detalle: la niña lleva el nombre del abuelo y el de la tía, con seguridad los dos cabezas de la familia Zendal Gómez en ese momento.

Las desgracias, juntas

En mayo de 1778, se daba sepultura a un hermano de Isabel al que ni posibilidad tuvieron de bautizarle. Tampoco vivirían mucho tiempo los gemelos Joseph y Cathalina («sus abuelos paternos, Pablo Zendal y María Varela, esta natural de San Martín de Oroso y aquel de Santa Marina de Parada»); en el propio registro de bautismo –marzo de 1782–, se lee «murió» (el niño) y «murió a 28 de febrero de 1783» (la niña). El octavo de los hermanos Zendal Gómez será Joseph, nacido el 17 de abril de 1784; la partida de bautismo incluye el nombre de los abuelos paternos pero, por segunda vez, nada se anota sobre los abuelos maternos.

Bien se podría dividir la Historia de la Medicina en dos mitades: antes y después de la vacuna. Para asombro del mundo, el antídoto contra la viruela estaba anclado a los brazos de quienes ocupaban el último peldaño de la escala social: recién nacidos abandonados en campos de labor, en baptisterios de iglesias, a las puertas de casas pudientes o, como mal menor, en los tornos de las Inclusas. Y de estos expósitos cuidaba una coruñesa «pobre de solemnidad». Para muestra, las actas de defunción de la madre y del padre de Isabel. «En 31 de julio de 1788 se dio sepultura, dentro de la iglesia de Santa Marina de Parada y en una de tres reales, al cadáver de Ygnacia Gómez. No hizo disposición por ser pobre». «Dentro de la iglesia de Santa Marina de Parada y en una de seis reales, que es entre las de su clase la tercera a mano derecha al entrar por la puerta principal, se dio sepultura al cadáver de Jacobo Zendal, viudo, que murió el 17 de marzo del año presente de 1800 y se sepultó el día siguiente. No hizo disposición por ser pobre de solemnidad».

Por no tener ni un real y, en consecuencia, no hacer «disposición litúrgica», las almas de Jacobo Zendal y de Ignacia Gómez viajaban, con lo puesto, al Más Allá. Mejor abrigada iba su consuegra María da Raña que dejara encargada una misa de dos reales –a la Peregrina– y dos misas de cuatro reales –a San Pedro y a las Ánimas–. Equipado contra temporales viajaba su medio compadre Andrés Zendal: «deja 30 misas en la capilla de las Ánimas de Santiago, cada una de tres reales; asimismo mandó se le diga una misa rezada a Nuestra Señora de los Desamparados, otra a San Pedro, otra a San Antonio –cada una con limosna de cuatro reales– y otra al Glorioso San Campio; su limosna, cinco reales».

Con los expósitos

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Hospital de Caridad de A Coruña. Integraba un
hospital de pobres, una “sala de partos secretos” y la
Casa de Expósitos, donde Isabel ejercía como rectora.
Fotografía: Archivo Histórico Municipal de A Coruña.

Los libros de cuentas de la Caja de Expósitos precisan que Isabel entró a trabajar como rectora de la Inclusa, en sustitución de Lucía Pérez «que fue despedida», el 24 de marzo de 1800, con un salario mensual de 50 reales y el pago en especie de una libra diaria de pan –con harina fina, de primera criba–. A partir de mayo de 1801 recibirá media libra diaria de pan para su hijo y, desde agosto, media libra de carne al día. Aunque el cuidado y repaso de la ropa de los hospicianos ya era una de sus responsabilidades, en marzo de 1803 empezará a recibir una extra mensual de 16 reales por «la composición de ropa de uso»: hacer camisas y pañales de sábanas viejas, remendar pantalones y chaquetas, reponer cordones y botones en los calzones, confeccionar sábanas y batas o patenar el vestuario de los expósitos «que asistían a la extracción de los números de la Lotería Nacional». También recibía un aguinaldo de frutas y dulces en Nochebuena y dos bulas de carne en Cuaresma. Más que su salario, eran estas gratificaciones las que daban algo de lustre al cargo de rectora. 40 reales cobraba la tornera, que recogía las criaturas expuestas en el torno, las llevaba a bautizar y las cuidaba mientras no se daban a lactar. La maestra de hilado y calceta recibía 60 reales y otros 60 reales percibía el maestro de primeras letras. Cuando el Hospital de Caridad carecía de fondos para pagar la lactancia de amas de cría, los expósitos eran entregados a la Inclusa del Hospital de los Reyes Católicos; por cada viaje a Santiago la conductora cobraba 30 reales, si llevaba un único niño, o 48 reales, si transportaba dos criaturas.

Al mes de entrar a trabajar, hasta las paredes sabían que había chica nueva en la oficina: se habían montado camas nuevas y se habilitaran dos piezas «a fin de que esté separado un sexo del otro». Así se continuó Isabel, a obra por mes: retejar, instalar el farol de las habitaciones, montar celosías en las cuatro ventanas del cuarto de los expósitos «para impedir que caigan por ellas a la calle», encalar las piezas y emplazar dos trampas para ratones y ratas. Donde también se ganó Isabel su futuro contrato como enfermera de la Expedición Filantrópica fue en las batallas diarias por la salud: cambiar la paja de los jergones y lavar la ropa de las camas de los expósitos a los que les ha entrado la sarna, afeitarles la cabeza, comprar pinzas de hierro para quitarles las raíces de la tiña, llevarlos a tomar aires, levantarles la paletilla, darles friegas de aguardiente con paños calientes o proporcionarles pan blanco y carne cuando enfermaban. La vida no sería fácil para los expósitos pero tampoco les faltaban chispazos de alegría: manzanas cocidas en vino por Pascua, sus cuartillos de vino por la Octava de Corpus o ferrados de castañas por Difuntos. Hasta días radiantes habría: hacia la Escuela salían como pinceles, con libros y catones, tinteros y plumas; de sombrero, los niños y, con cestitas de mimbre, las niñas.

Sobre el óleo de la vacunación, la referencia íntegra es: “El baron Jean Louis Alibert practicando la vacunación contra la viruela en el castillo de Liancourt” (óleo sobre lienzo, 1820). Museo de Asistencia Pública. Hospital de París. No es Isabel, pero es la mejor ilustración que conozco (se aprecian perfectamente los dos puntos de vacunación y el atuendo de la mujer me encaja perfectamente con el perfil de la rectora).
Fragmento de “El baron Jean Louis Alibert practicando la vacunación contra la viruela en el castillo de Liancourt”,
Constant-Joseph Desbordes (1761-1827), óleo sobre lienzo, 1820. Museo de Asistencia Pública. Hospital de París.

Las travesías en barco desde A Coruña hasta Veracruz y desde Acapulco a Manila no eran plazas cómodas para encerrarse con expósitos, que eran novillos bravos, de natural desafecto a las normas. De esta lidia, la coruñesa Isabel Zendal Gómez saldrá a hombros de Francisco Xabier Balmis, el director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna: «La rectora, con el excesivo trabajo y rigor de los diferentes climas que hemos recorrido, perdió enteramente su salud; infatigable noche y día, ha derramado todas las ternuras de la más sensible Madre sobre los 26 angelitos que tiene a su cuidado, del mismo modo que lo hizo desde La Coruña y en todos los viajes y los ha asistido enteramente en sus continuadas enfermedades».

Madre soltera

Cuenta Michael M. Smith, autor de la esclarecedora The Real Expedición Marítima de la Vacuna in New Spain, que entre los 22 niños que desde A Coruña llevaron la vacuna de la viruela hasta América, había uno de nombre Benito, que era hijo adoptivo de Isabel. Calificativo que no recoge ninguna de las 30 anotaciones con las que el administrador de la Casa de Expósitos de A Coruña registra el coste mensual de proporcionar pan a la rectora y a su hijo: «31 libras de pan de peneira consumidas con la rectora en el mes»; «15 ½ libras consumidas con su hijo, a quien se le ha concedido este auxilio desde primero de mayo (de 1801) por providencia del señor Prefecto» de la Congregación de los Dolores, la cofradía a la que Teresa Herrera había encomendado la Gestión del Hospital de Caridad.

El niño que roía pan tendría ya afilados dientes y, persiguiendo esta pista, apareció el acta de bautismo de Benito, hijo extramatrimonial de la futura rectora. «En treinta y uno de julio de mil setecientos noventa y seis, yo, el doctor don Lorenzo Antonio Folgueira, rector de la parroquial iglesia de San Nicolás de La Coruña, baptizé solemnemente y puse los santos óleos a un niño que nació a las tres de la madrugada, hijo natural de Ysabel Celdam Gómez, natural de Santa Mariña de Parada y vezina de esta parroquia de San Nicolás. Púsele por nombre Benito. Fueron sus padrinos Benito López y Liberata Pérez, vecinos de esta parroquia, que no supieron decir los nombres y apellidos de los abuelos maternos ni menos de el padre de el baptizado».

Sobre el artículo original

La rectora Isabel, al descubierto fue publicado el 28 de abril de 2013, en el suplemento dominical de LA OPINIÓN de A Coruña. El reportaje fue galardonado con el Premio Prismas a la Divulgación Científica 2014 en la categoría de “mejor artículo periodístico«.

Un especial agradecimiento a la empresa editora del diario por autorizar su reproducción –adaptada– en Mujeres con ciencia.

Sobre el autor

Antonio López, periodista. El trabajo publicado es resultado de una investigación conjunta con Joaquín Pedrido.

1 comentario

  • […] Las diferentes versiones de los apellidos de Isabel, según los historiadores (Ramírez y Tuells. Revista Vacunas, 2007). Pulsar sobre la imagen para aumentar el tamaño. Isabel Zendal Gómez fue una de las columnas maestras de la Expedición […]

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