Clémence Royer y los ecos de ‘El Origen de las especies’

Vidas científicas

Si no creemos en nosotras mismas, nadie lo hará.

Rosalyn Yallow

Un debate agitado

La publicación en 1859 del célebre libro del naturalista inglés Charles R. Darwin El origen de las especies generó, como es ampliamente conocido, un considerable revuelo en la sociedad de su época, primero en Gran Bretaña, luego en el resto de Europa, en los Estados Unidos y finalmente dio la vuelta al mundo. La evolución de los organismos vivos y la selección natural como mecanismo para explicarla, provocó una sacudida tan profunda que impulsó el nacimiento de la biología como ciencia moderna.

Pero aquellos comienzos fueron convulsos. La explicación darwiniana de la gran diversidad del mundo vivo en función de las leyes de la naturaleza, sin recurrir a ninguna fuerza sobrenatural, mágica o divina, irritó profundamente a los estamentos más conservadores y a las jerarquías religiosas, que alzaron poderosas y destructivas barreras en contra de la obra del naturalista británico.

Sin pretender ahondar en los debates de aquellos años, queremos detenernos en un hecho singular: en los tiempos de Darwin destacó la primera mujer que osó manifestarse públicamente sobre El origen de las especies. Fue la francesa Clémence Royer (1830-1902), original prologuista y traductora al francés del célebre libro que, además de dar a conocer el darwinismo en su país y exponer con audacia sus propias opiniones, tuvo una significativa influencia en la recepción del evolucionismo en España.

Los intelectuales españoles del momento apenas leían inglés y el acceso a esta obra (cuya traducción completa al castellano tardó casi veinte años) por parte de los pocos interesados en leerla fue la versión francesa publicada en 1862 y prologada, como decíamos, por Clémence Royer. La personalidad de la prologuista aumentó considerablemente el impacto de la obra darwiniana en aquellos primeros años.

Una estudiosa original y brillante

Clemence_Royer_1865_Nadar
Fotografía de Clémence Royer
(realizada por Félix Nadar, 1865)

Augustine-Clémence Audouart nació en Nantes el 21 de abril de 1830 y, tal como ha relatado la investigadora Oliva Blanco Corujo, recibió el apellido Royer en 1837 tras el matrimonio de sus padres. Esa boda retrasada, al parecer, influyó en sus posteriores ideas sobre la familia, a la que siempre consideraría independiente de las reglas jurídicas y sociales. Su infancia la vivió exiliada en distintas capitales europeas, lo que le permitió dominar varias lenguas. Regresó a Francia en 1848. En su vida privada fue muy poco convencional pues vivió abiertamente con un hombre casado, despertando innumerables comentarios entra la timorata sociedad que la rodeaba.

Clémence Royer fue una autodidacta de excepcional erudición para su tiempo, anarquista y agnóstica. Volcaba sus ideas en unos escritos que perturbaban a muchos lectores, por ejemplo cuando afirmaba que «el misticismo en general es para los humanos una especie de enfermedad, una pasión viciosa, un síntoma de decrepitud social.»

A partir de 1857, Clémence Royer se dedicó a escribir y a impartir conferencias y cursos, sobre todo a mujeres, durante los cuales hubo de enfrentarse con algunos conflictos, como ella misma ha relatado: «Mi curso se dividía en cuarenta lecciones […] y asistían unas cincuenta mujeres. Me siguieron durante las treinta primeras clases con mucha asiduidad. […] pero cuando pasé […] a afirmar la verdad sobre las teorías de Lamarck [sobre la transformación de las especies; el libro de Darwin todavía no se había publicado] volaron todas como si se tratase de una bandada de gorriones en medio de la cual se arroja una piedra. Me quedaron sólo tres alumnas.»

Clemence-Royer2En 1862, tradujo al francés El origen de las especies de Charles Darwin, apenas tres años después de su publicación en Inglaterra. Lo interesante de su trabajo es que no se limitó a la labor de traducción, sino que también escribió un largo prefacio y numerosas notas que encendieron un debate ya de por sí acalorado. Oliva Blanco ha puesto de manifiesto que Royer tuvo la «osadía intelectual» de colocarse en una posición de igual a igual respecto a Darwin, al que consideraba, quizás con cierto prejuicio nacionalista, «un discípulo aventajado de Lamarck».

De hecho Royer, siempre dispuesta a desafiar la ortodoxia dominante, incluía en su prólogo una considerable crítica anticlerical, negaba las creencias religiosas sobre la revelación y discutía la aplicación de la selección natural a la humanidad. Asimismo, en este escrito impulsaba su concepto de evolución progresiva, que tenía más en común con las ideas de Lamarck que con las de Darwin. No obstante, el propio Darwin, cuando recibió una copia de la traducción del libro escribió que «Mlle. Royer debe ser una de las mujeres más inteligentes y originales de Europa», opinión que más tarde modificaría.

El largo prólogo de la escritora, ocupaba casi sesenta páginas, integraba las principales tesis darwinistas en una visión muy particular. Según señalaba José Sala Catalá en 1987, deliberadamente decidió traducir el término «selección» por el de «elección», lo que confería un sentido teleológico a la teoría darwiniana ajeno a la intención del autor. A partir de la segunda edición francesa, de 1866, la autora modificó su criterio y recuperó el término «selección natural», pero indicaba en una nueva nota que no prescindía del sentido que originalmente le había conferido. En las sucesivas ediciones de El origen de las especies aparecidas en 1866 y 1870, Royer añadió al texto nuevas notas y comentarios personales, aunque, al parecer, se negó a incluir ciertas matizaciones solicitadas por el autor, razón que podría explicar por qué a partir de 1873 Darwin decidió cambiar de traductor.

L'origine des espècesEn el prólogo a la primera edición francesa, la escritora daba de lleno en el blanco al denunciar las precauciones con que Darwin hacía referencia a los orígenes humanos por temor a escandalizar las conciencias puritanas. La valiente Clémence Royer fue lo suficientemente firme como para exponer sus propias conclusiones sobre los orígenes de la humanidad, en vez de dejarlas, como hacía el propio Darwin, para ocasiones venideras.

La prologuista, por ejemplo, escribía: «Me he permitido añadir al texto algunas observaciones personales en forma de notas. A menudo no son más que desarrollos de la teoría, detalles que la apoyan, una visión de conjunto que la resume a grandes rasgos y más sintéticamente de lo que acostumbran a hacerlo los naturalistas en general y el señor Darwin en particular […]. Confieso que, desde mi punto de vista y partiendo de una disposición mental más especulativa que empírica, el señor Darwin no me parece lo suficientemente audaz.»

A pesar de esta crítica, Royer no escatimó su admiración por Darwin, sosteniendo que la teoría del naturalista lograría con el tiempo profundizar su impacto y ampliar el rango de su influencia. En palabras de la escritora: «Nunca nada tan vasto ha sido concebido en la historia natural […] esta obra es el código de los seres vivos de todas las razas y de todas las épocas […] con ella tenemos ya un criterio absoluto para juzgar lo que es bueno y lo que es malo desde un punto de vista moral.»

Royer, sin embargo, en su traducción tuvo la audacia de incluir un cambio el subtítulo original de la obra insertando la lamarckiana frase de las leyes del progreso en los seres organizados, mientras que Darwin había escrito preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Hecho que para muchos lectores era una temeraria falta de rigor. Pero Royer no se quedaba ahí. También se rebelaba ante la afirmación de Darwin de que las mujeres eran naturalmente inferiores a los hombres, apuntando que «la mujer es el animal que el hombre menos conoce.»

clemence-royer 1Lo que resulta significativo, aunque no fuese infrecuente, es que las críticas que se hicieron a su trabajo siempre hacían referencia al género de la traductora. Un conocido estudioso definía en 1862 a Royer como «un individuo singular cuyos intereses no son los de su sexo». Mientras que un famoso filósofo E. Renan afirmaba que «casi tenía el genio de un hombre.» En el contexto científico, el papel de una mujer era «actuar silenciosa y diligentemente para ayudar al fluir de las ideas de los hombres». Asumir un rol más activo y público significaba, como refleja la caricatura de Royer publicada en Los hombres de hoy (Les hommes d’aujourd’hui, 1881) un intento por desplegar una característica inequívocamente masculina.

Clémence Royer, probablemente por su postura rebelde y su gran espíritu de lucha, recibió abundantes críticas que, en algunos casos, alcanzaron un considerable grado de acritud. A título ilustrativo señalemos que en una ocasión, al presentar la segunda edición del tratado darwiniano, la escritora se defendía de los fuertes ataques recibidos desde las jerarquías conservadoras denunciando, de forma muy provocativa para aquel tiempo, que «toda mujer que ose actuar, hablar o incluso pensar sin acudir al consejo de un director espiritual […] ha de soportar estas cóleras religiosas».

En España el prefacio del libro de Darwin escrito por Royer fue definido como y un «prólogo insurgente ». Sin embargo, como muy bien apuntaba José Sala Catalá (1987), el uso del término «elección natural» en vez de «selección natural» por algunos de los primeros autores españoles que hicieron referencia a Darwin, constituía una prueba inequívoca de que su fuente original era la primera edición francesa de El origen de las especies traducida por Clémence Royer.

Sirva de «paradoja» una anécdota que ayuda a comprender cuál era la atmósfera que rodeaba a ese tema: en la inauguración de curso 1872-1873 un profesor de Historia Natural de un instituto de Granada pronunció una conferencia en la que exponía de manera completa y explícita la teoría de la evolución; a su término, fue recriminado por el obispo de la diócesis en medio de una gran agitación social. En realidad, tal disertación era un alineamiento con el prólogo de Clémence Royer. Al respecto, varios estudiosos han señalado una característica común de los polemistas católicos españoles: elegían como blanco de sus ataques en casi todos los casos a la primera o a la segunda traducción francesa de El origen de las especies realizada por Clémence Royer. Parecía como si hubieran escogido la versión de la prologuista y traductora, a la que calificaron de «entusiasta propagandista de la doctrina de Darwin», como modelo de los males que se querían combatir.

En este contexto valga también recordar que la primera tentativa por difundir en castellano la obra de Darwin tuvo lugar en 1872. Llevaba dos prefacios, uno el de Clémence Royer y el otro del español Jacobo María Luenco, junto a una curiosa nota en la que se advertía que la traductora francesa no tenía nada de católica ni de cristiana, lo que era conveniente tener en cuenta para «leer con prevención sus temerarias afirmaciones».

Statue de Clemence Royer, philosophe et anthropologiste (1830-1902) Godet Henri (1863-1937) , sculpteur
Estatua de Clemence Royer
Escultor Godet Henri (1863-1937)

Clémence Royer, hay que destacarlo, hizo en su vida mucho más que traducir a Darwin. Fue una activa escritora, librepensadora y de profundas convicciones republicanas. Su pensamiento crítico y rebelde la convirtió en persona conocida, y en no pocos casos objeto de escarnio, que supo enfrentar con considerable dignidad.

En 1870, Royer fue la primera mujer francesa elegida miembro de una sociedad científica, la prestigiosa Sociedad de Antropología de París (Société d’Anthropologie de Paris) fundada y dirigida por el célebre Paul Broca y compuesta sólo por hombres. La elección causó un gran revuelo, pero ella desplegó una interesante actividad: publicó diversos artículos importantes, impartió conferencias de notable interés y participó en serias discusiones sobre un amplio rango de temas. Fue la única mujer miembro de la Sociedad durante los quince años siguientes.

En ningún momento Royer olvidó su defensa de la mujer. Así, en 1874 criticó públicamente el control masculino de la ciencia en términos nada ambiguos: «Hasta ahora la ciencia, como la ley, elaboradas exclusivamente por los hombres, demasiado a menudo han considerado a la mujer como un ser absolutamente pasivo, sin instintos ni pasiones de su propio interés; como un material plástico capaz de tomar sin resistencia cualquier forma que se le imprima; un ser sin recursos interiores para reaccionar contra la educación que recibe o contra la disciplina a la cual se somete ya sea la ley, las costumbres o las opiniones.» Y la gran pensadora concluía tajante: «La mujer no está hecha así.»

Las críticas de ominoso contenido misógino no dejaban de brotar. En 1884, ante una serie de comentarios que llovían cargados de claros contenidos sexistas sobre su aspecto físico, tuvo el arrojo de afrontarlos afirmando: «Sólo los profesores machos tienen derecho a ser feos […], o a tener una voz chillona. Sólo ellos tienen licencia para vestir como les place, traje, chaqueta, pantalón, mientras que siempre llamará más la atención la forma o la tela de un vestido femenino, que la verdad de su discurso».

Años más tarde, cuando en 1897 la activa periodista Marguerite Durand sacó a la luz el periódico feminista La Fronde, Royer se convirtió en una excelente colaboradora, contribuyendo con valiosos artículos dedicados tanto a temas científicos como sociales. Algunos de sus biógrafos han afirmado que, pese a que Clémence Royer presentaba reticencias ante el movimiento feminista «organizado», el colectivo de las feministas en general siempre la consideró una de las suyas. Para ellas fue una figura emblemática, acreditada por el prestigio que le confería su condición de filósofa y científica en una época donde tales atributos estaban reservados a una minoría elitista dominante. En 1900 fue premiada con la valiosa Legión de Honor (Légion d’honneur).

Clémence Royer murió el 6 de febrero 1902, y hoy se la recuerda como una pensadora adelantada a su tiempo: expresó y defendió numerosas teorías humanistas, filosóficas y científicas muchas de las cuales posteriormente fueron desarrolladas en el siglo XX.

Referencias

  1. Blanco Corujo, O., «Bajo el nombre de Darwin: Clémence Royer o la osadía intelectual», Pasajes, 14, pp: 87-92, 2004
  2. Harvey, J., Almost a Man of Genius: Clémence Royer, Feminism and Nineteenth-Century Science, London, 1997.
  3. Sala Catala, J., Ideología y Ciencia Biológica en España entre 1860 y 1881, CSIC. Madrid, 1987.
  4. Wikipédia (en francés)

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.

3 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *.

Este sitio está protegido por reCaptcha y se aplican la Política de privacidad y los Términos de servicio de Google