El primer reconocimiento oficial que recibió Amparo Poch y Gascón tuvo lugar el 15 de octubre de 2002, en el centenario de su nacimiento. Ese día el rector de la Universidad de Zaragoza, Felipe Pétriz, descubrió una placa que bautizó una de las salas del Paraninfo Universitario con el nombre de esta zaragozana, una de las primeras licenciadas en Medicina por esa universidad.
Era una forma de reconocer el trabajo de Poch y Gascón a favor de la dignidad de las personas. A este le siguieron otros muchos homenajes. Como suele ocurrir, fue otra mujer, la escritora e historiadora Antonina Rodrigo, quien la rescató del olvido a través de su extensa biografía Una mujer libre: Amparo Poch y Gascón, médica y anarquista (Flor del Viento Ediciones, 2002).
Amparo Poch y Gascón (1902-1968) era la mayor de los cinco hijos de José Poch Segura –militar del Cuerpo de Pontoneros– y de Simona Gascón Cuartero.
Amparo deseaba estudiar Medicina, pero ante la oposición de su padre –«No es carrera propia de mujer»– no le quedó más remedio, como a muchas mujeres de su época, que estudiar Magisterio. En 1922, tras obtener su título de maestra, se matriculó en la Facultad de Medicina de Zaragoza.
La contundente frase de su padre la persiguió durante su carrera. Tuvo que soportar el desprecio de sus compañeros y la indiferencia de sus profesores. Siete años después se licenció con veintiocho matrículas de honor –la carrera constaba de veintiocho asignaturas–. En su promoción otra mujer y 97 hombres obtuvieron su título de Medicina. También obtuvo el Premio Extraordinario de licenciatura del curso 1928-1929 al que aspiraban, además de ella, seis compañeros.
Ayudando a reducir la mortalidad infantil
En octubre de 1929 se inscribió en el Colegio de Médicos de Zaragoza. Atendía en su propia casa a mujeres y niños y dedicaba un horario especial a mujeres obreras.
Además de su labor como médica, Amparo promovió programas de educación sanitaria para reducir la alta tasa de mortalidad infantil de la época. Publicó documentos con consejos para mujeres durante el embarazo y la lactancia, con especial atención a las mujeres de la clase obrera.
Entre otros escritos educativos redactó el informe titulado La vida sexual de la mujer y lo publicó en Cuadernos de Cultura de Valencia. Su documento trataba de la educación, la higiene, los órganos reproductores, la regulación de los embarazos y las enfermedades sexuales.
Entre algunas de sus actividades fundó y presidió el Grupo Ogino que dio a conocer este método anticonceptivo, que consiste en llevar la cuenta del ciclo menstrual y mantener relaciones sexuales en los días no fértiles.
Durante la Guerra Civil española impartió cursos de puericultura y prácticas hospitalarias para enfermeras, dio conferencias sobre orientación sanitaria, participó en mítines y viajó para inspeccionar las colonias de niñas y niños refugiados.
La lucha libertaria y el exilio
En 1936, junto a la poeta Lucía Sánchez Saornil y la activista Mercedes Comaposada, fundó la revista Mujeres Libres. Se trataba de una revista para mujeres y escrita por mujeres, que vetó la colaboración masculina a excepción del dibujante y escultor Baltasar Lobo –marido de Mercedes–, quien ilustraba y maquetaba la publicación.
Era portavoz de la Federación Mujeres Libres que luchaba por la liberación de las mujeres obreras. Aunque militaban en el movimiento libertario, se sentían marginadas por sus compañeros y por ello decidieron fundar una organización específica para desarrollar plenamente su lucha política. Con la educación y la capacitación profesional como principios, buscaban la emancipación de las mujeres de la sumisión, la ignorancia y el sometimiento sexual.
Amparo defendió la unión en pareja sin documentos, el amor libre y la libertad sexual de las mujeres.
La mujer nueva no puede llenar con el amor su existencia. Necesita buscarse y encontrarse a sí misma en variadas actividades, en la profesión elegida, en el estudio a que se ha consagrado, en el taller, en la fábrica y en la Universidad.
Durante la II República, entre 1936 y 1937, trabajó en el Ministerio de Sanidad, con Federica Montseny, como directora de Asistencia Social. Se ocupó de niños huérfanos, organizó expediciones a otros países, granjas escuela y les ayudó a encontrar hogares dignos.
A principios de febrero de 1939, cuando se acercaba el final de la Guerra Civil, huyó a Francia. En septiembre de ese mismo año recibió la autorización para vivir en ese país, pero sin permiso de trabajo. Junto a su compañero sentimental, Francisco Sabater, sobrevivía a duras penas pintando tarjetas y pañuelos, bordando, haciendo bolsos de rafia y plegando sobres.
Hacia finales de 1945 Amparo y Francisco se trasladaron a vivir a Toulouse, en donde residían casi 18 000 refugiados españoles. Allí ella pasaba consulta médica clandestina. A partir de la aprobación del Estatuto Jurídico de los Refugiados Españoles normalizó su vida laboral y pudo ejercer la medicina atendiendo a pacientes españoles.
En 1965 le diagnosticaron un cáncer cerebral. Sola –Francisco Sabater había regresado a Valencia tras una grave enfermedad–, Amparo quiso volver a su Zaragoza natal, junto a su familia. Sus padres ya habían fallecido y sus hermanas no querían volver a verla, acusándola de ser la «ignominia de su casa».
Falleció en Toulouse, el 15 de abril de 1968. El Comité de la Solidaridad Internacional Antifascista distribuyó sus pocas pertenencias entre las personas más necesitadas y conservaron sus numerosos escritos.
Aunque su familia no la quiso acoger al final de su vida, muchas personas agradecieron su lucha y su entrega. El periódico Espoir de Toulouse le dedicó unas líneas:
[…] Vivió las penalidades propias de todos los que abandonamos España, por no querer aceptar el triunfo del fascismo… A su última morada la acompañaron muchos hombres y mujeres, de todos los partidos políticos y organizaciones, que sabían cuán abnegada y ejemplar había sido su vida, como médico, dedicada a ayudar y a curar a los que más lo necesitaban.
Sobre la autora
Marta Macho-Stadler, Profesora de matemáticas, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.