Cuando en los años 40 del siglo pasado la microbióloga Elizabeth Lee Hazen y la química Rachel Fuller Brown descubrieron y aislaron uno de los primeros fungicidas aplicables en humanos, la nistatina, lo hicieron gracias a su talento y perseverancia, pero también en parte gracias a la eficacia del servicio de correos estadounidense de la época.
La primera trabajaba en Nueva York, la segunda lo hacía desde Albany. Aproximadamente unos 240 kilómetros separaban el laboratorio de una y de otra. Pero su empeño, y los servicios de reparto, salvaron la distancia para que su colaboración fuese un éxito, y gracias a eso llevamos décadas tratando infecciones por hongos en la piel y las mucosas.
Lee Hazen, una microbióloga en busca de hongos
Hazen llegó al departamento de Laboratorios e Investigación de la ciudad de Nueva York en 1931. Llevaba a sus espaldas una azarosa carrera científica. Nacida en Mississippi el 24 de agosto en 1885, ella y sus hermanos se quedaron huérfanos cuando tenía 3 años. Vivieron una temporada con su abuela materna y luego con un hermano de su padre que tenía otros tres hijos. Comenzó su educación en una escuela con una sola aula en la que estudiaban todos los niños sin importar su curso o su edad. Después se matriculó en lo que más tarde sería la Universidad de Mississippi para Mujeres.
Dio clases en institutos, continuó sus estudios universitarios durante los veranos y por fin consiguió que la aceptasen en la Universidad de Columbia, reticente al principio por su desestructurada formación y educación sureñas. A pesar de esos recelos, allí consiguió completar su máster en biología.
Comenzó un programa de bacteriología médica en la Escuela para Médicos y Cirujanos de Columbia que tuvo que interrumpir para sumar sus conocimientos al esfuerzo bélico en la Primera Guerra Mundial: sirvió en los laboratorios de diagnóstico del ejército en Alabama y Nueva York. En 1923 volvió a Columbia y terminó su doctorado en microbiología.
En 1931 llegó al departamento de Laboratorios e Investigación de la Ciudad de Nueva York, una institución pública conocida por fomentar la libertad de investigación y acoger con brazos abiertos a las mujeres científicas, algo poco común en aquella época. Hazen fue puesta muy pronto a cargo del Laboratorio de Diagnóstico Bacteriano, y cuando en 1944 se planteó comenzar una investigación sobre infecciones por hongos, ella era la más indicada para dirigirla.
Años antes, el microbiólogo Selman Waksman ya había establecido que los hongos eran un agente infeccioso en competición con bacterias y otros microbios. Hazen se formó en micología y estableció un registro de hongos extraídos de muestras de tierra del suelo que fue utilizado para identificar las ejemplares que después enviaron los especialistas dispersos por todo el estado de Nueva York. En 1948 había logrado identificar nuevos agentes antifúngicos entre un filo de bacterias llamadas actinobacterias.
Brown, una química al rescate
Pero aquí se hacía necesario el trabajo de un químico para identificar las sustancias concretas responsables de esas propiedades antifúngicas. De un químico… o de una química, porque en este momento entra en escena la otra protagonista de nuestra historia, Rachel Fuller Brown.
Fuller Brown nació el 23 de noviembre de 1898 en Springfield, Massachusetts. Después de mudarse con su familia a otro lugar, volvió a su ciudad natal con su madre tras la separación de sus padres. Allí pudo estudiar Historia y Química en el Mount Holyoke College gracias a una pequeña beca de su instituto y al patrocinio de una mujer adinerada de Springfield. La jefa del departamento de Química del Mount Holyoke, conocida por animar a sus alumnas a continuar sus estudios a pesar de las dificultades que suponía entonces siendo mujeres, Brown se matriculó en un máster de Química en la Universidad de Chicago.
Durante su época de estudiante dio clases en escuelas para mujeres y luego trabajó como profesora asistente, con el objetivo de devolver las ayudas de las que se había beneficiado para poder a estudiar. Con el tiempo, uno de sus objetivos sería ayudar a los jóvenes a proseguir sus estudios igual que ella lo había podido hacer gracias a la ayuda de otros.
Antes de defender su tesis doctoral, Brown ya había obtenido un puesto de trabajo en la sede de Albany de la división de Laboratorios e Investigación de la Ciudad de Nueva York y en poco tiempo era conocida y respetada por su trabajo a la hora de identificar los polisacáridos característicos de varios tipos de neumococo responsables de neumonías.
Una colaboración a distancia
Brown era la química con el talento y los conocimientos que la microbióloga Hazen necesitaba para avanzar en su trabajo. Y aquí fue donde el servicio de correos hizo su aparición. El sistema de trabajo era el siguiente: en su laboratorio en Nueva York, Hazen cultivaba organismos encontrados en muestras de tierra enviados desde todo el mundo y los probaba buscando actividad contra dos tipos de hongos, Candida albicans y Cryptococcus neoformans. Si la encontraba, enviaba el cultivo a Brown en un frasco.
En Albany, Brown utilizaba complejos sistemas para identificar, aislar y purificar el agente activo del cultivo, y lo volvía a enviar a Nueva York, para que fuese probado de nuevo contra los dos hongos. Si demostraba ser efectivo, se evaluaba su posible toxicidad en pruebas con animales.
Prácticamente todas las sustancias que actuaban contra los hongos demostraban ser altamente tóxicas para los animales, lo que descartaba su uso en humanos. Curiosamente, de las cientos de muestras que les fueron enviadas de todo el mundo, la que terminó pasando todas las pruebas positivamente salió del jardín de un amigo de Hazen, llamado Walter B. Nourses, y por eso fue bautizada como Streptomyces noursei. Contenía una sustancia que empezó llamándose fungicidina, un nombre que ya había recibido anteriormente otro compuesto y que por tanto tuvieron que cambiar. La renombraron como nistatina (nystatin, en inglés, bautizada así por haberse descubierto en el estado de Nueva York).
Los siguientes pasos de la investigación se dieron apresuradamente para asegurar la patente de la nueva sustancia. Estudios clínicos primero pequeños y luego con cientos de pacientes, producción a gran escala, formulación de medicamentos… Tras pasar todas las fases necesarias, la nistatina se convirtió en uno de los primeros tratamientos para las infecciones por hongos en la piel, la boca, el esófago y la vagina.
Con el beneficio por la patente las dos codescubridoras formaron el Fondo para la Investigación Brown-Hazen, con la que utilizaron ese dinero para otorgar becas científicas a investigadores en ciencias de la salud durante todo el tiempo que durase la patente de la nistatina.
Referencias
- Elizabeth Lee Hazen and Rachel Brown, Chemical Heritage Foundation
- Eulalia Pérez Sedeño, Rachel Fuller Brown, SEBBM, 2012
- Elizabeth Lee Hazen, Wikipedia
Sobre la autora
Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.
6 comentarios
Que interesante articulo …gracias !!
¡Gracias Yimmy! Me alegro mucho de que te haya gustado.
Me ha encantado el artículo. No conocía a estas científicas y sin embargo tod@s hemos usado alguna vez medicamentos que contienen la sustancia que descubrieron.
Directo a mí grupo de ciencias (y también de científicas) «Carl Sagan y la serie Cosmos».
Muy interesante y entretenido artículo, sobre dos mujeres muy inteligentes y altruistas, solo así avanza la humanidad. ¡Formaron un excelente equipo!
[…] en el quehacer científico. Entre otras historias que ratifican la anterior afirmación, recuerdo el caso de la microbióloga Elizabeth Lee Hazen y la química Rachel Fuller Brown que, en 1950, descubrieron y aislaron la nistatina, un fármaco que impide […]