
microorganismos hace que los tratamientos pierdan eficacia. Kateryna Kon/Shutterstock
Actualmente, la capacidad de bacterias, virus y hongos de evadir los efectos de tratamientos diseñados para combatirlos está considerada como una de las diez amenazas principales para la salud pública. Se estima que esa resistencia a los fármacos antimicrobianos se cobra cada año 5 millones de vidas.
Sin embargo, este grave problema no sólo se debe a la alta capacidad adaptativa que tienen los microorganismos patógenos: gran parte de la culpa es nuestra. ¿Cuántas veces nos han dicho, cuando nos encontrábamos mal: “Tómate tal medicamento, en un par de días te encontrarás mejor”? ¿O cuántas veces hemos guardado los restos de un antibiótico “por si acaso”?
Malas prácticas con consecuencias
Según una encuesta realizada en 14 países europeos con más de 8500 participantes, 1 de cada 3 de personas consumió antibióticos sin receta médica; en algunos países el porcentaje ascendía incluso a más de la mitad. La gran mayoría parecía ser consciente de que un mal uso de los medicamentos pueden hacerlos menos efectivos, pero casi el 50 % también afirmó que un antibiótico es funcional frente a un virus, cuando sólo resulta efectivo frente a bacterias.
Por otro lado, ¿alguna vez ha dejado un tratamiento antibiótico a medias porque ya se encontraba mejor? Si un especialista ha pautado el fármaco durante 7 días cada 8 horas, interrumpirlo porque “ya estoy bien” no es lo mismo que hacerlo porque “ya he combatido por completo la infección”. Del mismo modo, tratar resfriados o gripes con antibióticos es error muy común, ya que un antiviral no es lo mismo que un antibiótico.
Esta amplia lista de malas prácticas explica en buena medida el aumento de las resistencias microbianas.
Antibióticos con eficacia decreciente
Sin duda, el descubrimiento de los antibióticos marcó un hito en la historia de la humanidad. Su edad de oro se extendió entre las décadas de 1940 y 1960, periodo durante el cual se hallaron antibióticos naturales procedentes de bacterias como las tetraciclinas, de origen fúngico como las penicilinas y sintéticos como las sulfonas.
Aunque estos fármacos se siguen empleando, ha disminuido notoriamente su eficacia. De hecho, los tratamientos betalactámicos (gran familia de antibióticos que matan bacterias al inhibir la formación de su pared celular) son frente a los que más microorganismos han desarrollado resistencia desde 2014, y cada vez hay menos terapias eficaces.
Por eso, ante un caso de infección con bacterias multirresistentes se suele recurrir en el hospital a cócteles de antibióticos de amplio espectro. Esto tiene sus inconvenientes porque nuestro organismo alberga bacterias no patógenas que también acaban destruidas con esas terapias tan agresivas.
Péptidos antimicrobianos al rescate
Una nueva estrategia para combatir a las bacterias multiresistentes son los péptidos antimicrobianos (AMP), considerados agentes evolutivos –agentes que cambian con el tiempo– de nuestro sistema inmune innato.
Los AMP, que se encuentran en gran variedad de organismos, actúan como primera línea de defensa contra bacterias, virus y hongos. Se caracterizan por sus propiedades anfipáticas (presentan aminoácidos que interaccionan con el agua y otros que la repelen) y por su pequeño tamaño. Concretamente, contienen no más de 50 aminoácidos, las piezas diminutas que conforman las proteínas. Para hacernos una idea, una cadena de 50 aminoácidos es aproximadamente 40 veces más pequeño que un virus.
En las dos últimas décadas, los AMP han ido ganando la atención de los investigadores debido a su capacidad de discernir entre las membranas procariotas y eucariotas, es decir, entre las envolturas celulares de las bacterias y de las células humanas. Esto se debe a que, al tener carga positiva, los péptidos antimicrobianos solo interaccionan con las membranas bacterianas (carga negativa), sin afectar a las células eucariotas, que son neutras (no presentan carga).
Usar AMP como tratamiento antimicrobiano dificultaría el desarrollo de las resistencias, ya que estos péptidos actúan sobre toda la superficie de la membrana y cambiar la carga de esa cobertura no es una estrategia sencilla para el microorganismo por el elevado coste energético que supone. Además, para que esto ocurra se deberían acumular miles de eventos evolutivos, que podrían tardar muchos años en ocurrir.
No obstante, los péptidos antimicrobianos aún no se usan como tratamiento antibacteriano, ya que producen efectos negativos en el organismo y se degradan por las enzimas que produce nuestro cuerpo. Pero la comunidad científica sigue haciendo grandes avances para superar estos obstáculos. Por ejemplo, el proyecto FORMAMP (UE) estudió la manera de formular AMP con nanopartículas con el fin de mejorar su estabilidad y eficacia.
A la espera de que lleguen soluciones como las AMP, debemos seguir siendo conscientes de que la automedicación es una de las principales causas de resistencia a los antibióticos. El uso prudente de estos fármacos ayudará, por lo menos, a no agravar el problema.![]()
Sobre las autoras
Ainhoa Roldán Terrones, Estudiante predoctoral en el área de la biofísica de membranas, Universitat de les Illes Balears y Marta Salvador Castell, Investigadora senior. Doctora en el ámbito de la biofísica de membranas., Universitat de les Illes Balears
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.