La ‘revolución bioquímica’ de Alberte Pullman

Vidas científicas

Conocer mejor las propiedades cancerígenas de sustancias como los hidrocarburos aromáticos, esos compuestos que se forman al quemar combustibles fósiles, madera o materia orgánica, y aplicar para ello un método pionero, como es la bioquímica cuántica, es el legado revolucionario que nos dejó la científica francesa Alberte Pullman, un trabajo que realizó junto a su marido y por el que fue reconocida a nivel mundial. Hoy, cuando el cáncer es una enfermedad en alza, no solo por una mayor longevidad humana, sino también entre los jóvenes por las sustancias a las que se expone la especie, hay que recordar que sus trabajos permitieron abrir una nueva vía de investigación al demostrar que la actividad cancerígena de un compuesto depende de la reactividad electrónica en unas regiones moleculares específicas de las células.

Bernard y Alberte Pullman. Wikimedia Commons.

Alberte Pullman (de soltera Bucher) nació el 26 de agosto de 1920 y a los 18 años comenzó a estudiar en la Universidad de la Sorbona, justo antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Allí conoció a Bernard Pullman, su compañero de vida. Para poder costearse sus estudios, la joven estudiante trabajaba en el cercano Instituto Poincaré, dedicado a las matemáticas. Allí, el Centro Nacional para la Investigación Científica (CNRS) tenía un centro de cálculo que durante el conflicto, con regla en mano y calculadoras mecánicas, trabajaba en las trayectorias de los proyectiles. Aquello le permitió tener experiencia con cálculos matemáticos prácticos, hasta el punto que mucha gente pensaba que era esa su especialidad.

Fue a partir de 1943 cuando inició sus colaboraciones con el científico Raymond Daudel. Cuenta en una entrevista que el Instituto del Radio, donde había estado la Nobel Marie Curie, se encontraba cerca de donde trabajaba. Cómo le cambió la vida tiene mucho que ver con el profesor y oncólogo Antonie Lacassagne de ese otro instituto. Lacassagne había animado a su entonces ayudante Raymond Daudel a profundizar en una reciente investigación sobre el posible impacto cancerígeno de algunos compuestos; pero en plena guerra, éste le dijo no podía dedicar tiempo suficiente al asunto y le pidió ayuda para poder aplicar a este trabajo la química cuántica. Lacassagne, entonces, logró recabar fondos para una beca que le permitiera contratar a esa joven química que estaba ya licenciada y se veía que tenía una mente privilegiada.

Fue así como comenzó a especializarse en química cuántica, aplicándola a unos hidrocarburos cuya extracción estaba entonces en plena expansión. Durante un tiempo, Daudel se fue al servicio militar y la dejó a cargo de los trabajos. Cuando el conflicto terminó, no solo pudo casarse con Bernard, que había estado destinado en África, sino que le ayudó a que siguiera sus pasos. Desde entonces trabajarían juntos, y también tendrían dos hijos.

En 1946, a los 26 años, Alberte presentó su tesis de doctorado de un tema que había trabajado en profundidad: las reacciones de intercambio y la naturaleza del enlace químico. Su carrera investigadora no podía tener mejor comienzo. El colaboración con Bernard, comenzó a publicar novedosos artículos científicos, algunos implicando también a científicos prestigiosos del momento, como Paul Rumpf o Buu-Hoï. Eran tiempos en los que en Francia no solo se desconocía que la mecánica cuántica podía aportar algo a la química, sino que los químicos experimentales se mostraban reticentes. Pero eso no los impidió avanzar por un camino que aplicaba la mecánica cuántica al estudio de estructuras, propiedades y comportamiento de las moléculas.

Los Pullman trabajaron en el Instituto del Radio hasta 1954. Al principio, Bernard se quedó con la misma beca que había conseguido antes Alberte, mientras que ella consiguió un puesto fijo en el CNRS. La pareja logró hacerse con su propio equipo y trasladó su laboratorio a una pequeña sala en el edificio viejo del Instituto Curie.

Una fecha que tenía muy grabada era la del simposio científico que tuvo lugar en París en 1948 con todas las figuras relevantes de esta área de la ciencia. Allí Alberte pudo codearse con los mejores químicos del mundo. “Hasta entonces los químicos aprendían las propiedades de sus moléculas mediante experimentos, pero ahora podíamos descubrir otras manifestaciones de las propiedades. Queríamos saber qué había detrás de ese comportamiento”, diría al recordar aquellos años.

Eran tiempos en los que había muy pocas científicas en mi país. Recuerdo que en el congreso de 1948 yo era la única francesa. No me lo podía creer: tener veintitantos y estar sentada al lado de grandes como Robert S. Mulliken”.

Finalmente, en 1959 a Bernard le ofrecieron liderar el nuevo Departamento de Bioquímica Cuántica del Instituto de Biología Fisicoquímica, un centro que llegó a dirigir en 1963 y estaba muy especializado en sus investigaciones. Que no fuera ella la elegida no se sabe si tuvo que ver con esa desigualdad de género tan presente en el ámbito científico. El centro, si bien estaba en el CNRS, era financiado en gran parte por la Fundación Rothschild. Según el recuento de Alberte, en total hicieron unas 800 publicaciones a lo largo de los años, aunque otras fuentes hablan de 400 de Bernard y 300 de ella. En todo caso, números asombrosos. También escribieron libros. “Él tenía un don para escribir y eso era muy valioso”, diría ella después.

Una fructífera carrera

Su fructífera carrera tiene mucho que ver con las innovaciones que introdujeron en la metodología para poder trabajar a gran escala con grandes compuestos. Eran años en los que la química cuántica estaba en pleno desarrollo tras los hallazgos de Friedrich Hund y Robert S. Mulliken, investigaciones a las que durante la guerra no habían tenido acceso los Pullman. Al saber de ellas, decidieron aplicar ese método a los hidrocarburos policíclicos. En la década de 1950, dado que la teoría sobre posibles carcinógenos estaba en su apogeo, se les pidió que estudiaran también algunos agentes utilizados en quimioterapia para analizar su estructura electrónica y ver si tenían algo en común. Esto los llevó a estudiar los ácidos nucleicos cuando aún Watson y Crick no habían publicado su trabajo sobre la estructura del ADN. “No sabíamos mucho, nadie sabía mucho. Pero conmutamos los agentes quimioterapéuticos y eso nos llevó, tras la publicación de Watson y Crick, a estudiar las bases en los ácidos nucleicos y avanzar mucho”, comentaría la química.

Siempre activos, casa y su laboratorio era un hervidero de ciencia. Cuando llegaban colegas extranjeros a Francia, los invitaban a su hogar para compartir experiencias.

No hay constancia de la fecha concreta a la que ambos se jubilaron, aunque lo oficial era hacerlo a los 65 años. Para entonces, Alberte era directora honoraria del Departamento de Bioquímica Teórica que dirigía Benard. También le otorgaron el título Doctora Honoris Causa en Lieja, Uppsala y Turín, además de numerosos reconocimientos a nivel mundial por sus aportaciones a la medicina, especialmente a la oncología. En 1981 obtuvo la Legión de Honor francesa y en 1989, la Orden Nacional del Mérito.

Sobre los últimos años, escasea la información. Se sabe que falleció el 7 de enero de 2011 en París, la ciudad en la que siempre vivió.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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