Alice Mary Weeks, geóloga “minera” del uranio

Vidas científicas

Cuando se pregunta a la IA cuántos minerales han sido descubiertos por mujeres no da una respuesta clara, pero hay una que sin duda forma parte de ese especial elenco y que, además cuenta con un mineral con su nombre, la weeksita. Se trata de Alice Mary Weeks, una científica que tuvo que disfrazarse de hombre para investigar en algunos entornos pero que logró convertirse en una referencia para las muchas geólogas que, siguiendo su ejemplo, se empeñaron es desvelar los misterios que ocultan las piedras.

Alice Dowse Weeks.

Alice Mary Dowse, su nombre de nacimiento, y su hermana gemela Eunice nacieron el 26 de agosto de 1909 en Massachusetts (Estados Unidos). Su madre, Jessie Parker, fue una pionera universitaria que se había licenciado en Matemáticas en 1904 y había dado clases de esta materia hasta que se casó con un rico banquero de su ciudad, tras lo que dejó su profesión. Con este antecedente familiar, no resulta extraño que Alice tuviera una clara inclinación a los estudios. En un texto biográfico, una sobrina de la geóloga recuerda que Jessie siempre fue una gran defensora de los derechos de las mujeres y que desde muy niñas animaba a sus dos hijas a no dejarse avasallar por las convenciones sociales. Todavía con más de 90 años, y casi ciega, comenta que seguía con gran orgullo los trabajos de su hija científica.

Los primeros años de estudio de Alice y Eunice fueron en su propia casa. Ya tenía cierta edad cuando nuestra protagonista se diplomó en la Academia Sawin y luego en una escuela secundaria de su ciudad natal, Sherborn, a los 17 años. Cuatro años después, en 1930, se graduaba ‘Cum Laude’ en Matemáticas y Ciencias en la misma Universidad de Tufts a la que había ido su madre. Y comenzó a dar clases para niñas en la escuela de Lancaster.

Pero Alice Weeks quería seguir estudiando, así que a los dos años y medio regresó a Tufts con una beca para recibir unos cursos de geología y luego se matriculó en la Universidad de Harvard para un postgrado en Geología, que logró en 1934. Su deseo era matricularse allí para el doctorado, pero era demasiado costoso. Cuentan que como no podía asistir a las clases, la joven se sentaba en el pasillo fuera del aula y desde allí tomaba apuntes de lo que decía dentro. Finalmente, aceptó dejar Harvard e irse con una beca de investigación al Bryn Mawr College, la primera universidad para mujeres que ofrecía estudios de postgrado y ayudas. Allí estuvo un año como alumna y otro más como instructora de laboratorio, consiguiendo así unos ingresos.

Finalmente, en 1936, regresó a Harvard para iniciar su doctorado, a la vez que trabajaba en el Wellesley College de Massachusetts de nuevo como instructora de laboratorio de geología histórica, física, geomorfología o cartografía. Llegaría a ser profesora adjunta. En ese periodo, Alice no solo comenzó a destacar por sus conocimientos, sino que el hecho de ser ambidiestra la convertía en alguien muy habilidosa con los mapas, por lo que durante la Segunda Guerra Mundial contaron con ella para enseñar cartografía a los oficiales de la Marina. Precisamente debido al conflicto no pudo acabar los trabajos de campo que precisaba para su doctorado, que no obtendría hasta 1949.

Pocos meses después lograrlo, en 1950, Alice Dowse se casaba con Albert Weeks, un geólogo petrolero al que conocía desde hacía algún tiempo y que la había apoyado en su tesis. El año anterior, ya se había tomado una excedencia en Wellesley para trabajar en el Servicio Geológico de Estados Unidos y allí se quedaría durante una década. Tras las bombas atómicas inventadas dentro del Proyecto Manhattan por el equipo de Robert Oppenheimer –que pusieron fin al conflicto mundial causando más de 200 000 víctimas directas en Japón–, y en plena Guerra Fría, el interés en el uranio en Estados Unidos iba en aumento y Alice comenzó a trabajar en el Laboratorio de oligoelementos estudiando la mineralogía de los depósitos radiactivos para comprenderlos mejor.

A la mina, disfrazada de hombre

Weeksita.

Para 1951, ya era la líder de proyecto que estudiaba esos depósitos en la meseta del Colorado, un trabajo que la obligaba a realizar un intenso trabajo de campo en minas que rara vez eran visitadas por mujeres. Aunque solía ser bien recibida, muchos mineros tenían supersticiones sobre la mala suerte que podía dar la presencia femenina en las galerías subterráneas, así que a veces tenía que disfrazarse de hombre para poder acceder y recoger muestras, o esperar a que no hubiera nadie. En 1953, ella y Mary E. Thomson, que trabajaba con ella en el Servicio Geológico, identificaron el uranofano, un mineral amarillo radiactivo que no se conocía. Fue una de sus muchas aportaciones sobre estos yacimientos. En 1960, en reconocimiento a sus contribuciones en la mineralogía del uranio, un mineral del grupo de los silicatos de uranio descubierto entonces fue bautizado como weeksita. Asociado al uranio, puede ser utilizado en estudios de geocronología y para entender procesos geoquímicos en rocas sedimentarias y volcánicas.

Tras pasar en el Servicio Geológico Nacional más de una década, en 1962 aceptó una oferta para volver a la academia, en concreto a la Universidad de Temple, con el reto de crear un programa de grado viable en geología. En ese momento, solo había una persona que ofrecía cursos introductorios a unos mil estudiantes, pero la expansión de las explotaciones mineras para el desarrollo industrial aventuraba que iba a ser un área fundamental. Gracias a a su experiencia liderando proyectos, la nueva carrera fue todo en éxito. Y no por ello dejó sus investigaciones sobre el uranio, sobre todo en el sur de Texas. Allí continuó hasta su jubilación, en 1976, a los 67 años. Cuatro después se celebraría un importante simposio sobre el uranio en su honor en la Sociedad Geológica de Estados Unidos, en Filadelfia.

Como digna heredera de su madre Jessie, a lo largo de toda su trayectoria Alice Weeks apoyó firmemente la dedicación de las mujeres a la geología y, en general, a la ciencia. De hecho, fue miembro fundador del Comité de Mujeres Geocientíficas del Instituto Geológico Estadounidense en 1973. También fue miembro de la Sociedad Geológica de Estados Unidos, la Sociedad Mineralógica de Estados Unidos, la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y la Sociedad Geográfica Estadounidense, así como de otras organizaciones científicas. Como gran especialista en su área, acudió a infinidad de congresos y encuentros internacionales. De hecho, estaba en uno de ellos en Praga (entonces Checoslovaquia) cuando, en 1968, entraron en la ciudad las tropas rusas. Contaría después cómo se escondió en la bañera de su habitación de hotel mientras esperaba para «escapar» de vuelta a Occidente. No se sabe cómo salió de aquella situación.

A partir de 1980, Alice comenzó a desarrollar los síntomas de la enfermedad de Alzheimer y finalmente falleció el 27 de agosto de 1988, justo al día siguiente de cumplir 79 años. Como una de las primeras geólogas, su nombre figura en la lista de Hombres y Mujeres de Ciencia de Estados Unidos, incluso desde mucho antes de que se cambiara de nombre para incluir a las científicas.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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