La arqueóloga Harriet Boyd Hawes, nacida para rebelarse

Vidas científicas

Cuando se evocan los hallazgos sobre la civilización minoica en Creta hay que recordar el nombre de una arqueóloga norteamericana que, con un gran esfuerzo personal, logró abrirse su espacio para figurar en esa historia remota sucedida a miles de kilómetros de su hogar. Se llamaba Harriet Boyd Hawes y fue la primera mujer en dirigir una excavación arqueológica en el Mar Egeo, donde desde principios del siglo XX tuvieron lugar espectaculares descubrimientos, especialmente en Cnosos, pero también bajo su cincel y su pico.

Harriet Boyd-Hawes. Wikimedia Commons.

Harriet había nacido el 11 de octubre de 1871, en Boston, de una familia que poco tenía que ver con el mundo clásico al que dedicó su vida. Su padre comerciaba con cuero y su madre falleció cuando apenas tenía 10 meses, así que no la conoció. Desde muy niña se educó en el Prospect Hill School de Massachusetts, donde se graduó a los 17 años. Después se matriculó en Clásicos en el Smith College y comenzó a dar clases a los 21 años de lenguas antiguas y modernas en varias escuelas. Con muchas ganas de seguir aprendiendo, en 1896 decidió continuar sus estudios de posgrado en la Escuela Americana de Estudios Clásicos en Atenas (ASCSA).

Tras aquella estancia, y gracias a sus ahorros, viajó a Creta. A finales del siglo XIX, recientes hallazgos arqueológicos en la isla griega ya hablaban de una gran civilización que habría habitado allí dos mil años a. C. Era el momento en el que el británico Arthur J. Evans estaba excavando en Cnosos y encontraba el palacio de Minos. En las crónicas sobre su vida se recuerda cómo Harriet viajó por tierras cretenses haciendo una especie de «exposición itinerante de antigüedades», animando a los campesinos locales a mostrarle los objetos que recogían de sus tierras al cultivar: fragmentos de cerámica, sellos, monedas, trozos de bronce…También les convencía para que le mostraran los lugares de interés que conocían, como restos de murallas antiguas, cuevas o tumbas.

Fue el propio Evans quien, durante la visita a su yacimiento, le sugirió que explorara la región alrededor de Kavusi, al este de Creta, donde aún no trabajaba nadie. Pero por entonces estalló la guerra greco-turca, en la que el ejército turco derrotó al griego y muchos ciudadanos fueron desplazados. Harriet no lo dudó y decidió formarse en enfermería para ayudarlos, una actuación por la que después sería condecorada por Grecia. Aquella no sería su única incursión en un conflicto de la época: en 1898, también se fue como voluntaria a la guerra entre España y Estados Unidos por la independencia de Cuba.

Al regreso de su viaje a Estados Unidos, no se le quitaba la idea de excavar donde Evans le había aconsejado. Afortunadamente, en 1899 recibió la beca creada por la ASCSA en memoria de Agnes Hopkins, por valor de 1000 dólares. Era una ayuda para paliar las dificultades que afrontaban las mujeres para su carrera en el mundo arqueológico. Pero se encontró con un problema: la misma escuela que la becaba no aceptaba arqueólogas en sus excavaciones, así que le ofrecieron un puesto de bibliotecaria, que no aceptó. Harriet prefirió utilizar el dinero para financiar su propia excavación en lo que era su objetivo: Kavusi.

Una vez allí, bastaron cuatro meses para que lograr sacar a la luz casas y tumbas del período geométrico de la civilización minoica. Se convirtió así en la primera mujer en dirigir una excavación en el Egeo. Decían quienes la conocieron que era un genio para la organización y que llevaba registros meticulosos y detallados de todo lo acontecido.

Con todos los materiales, hizo su tesis de maestría ya de vuelta a su país. Sería también la primera mujer en ofrecer allí una conferencia ante las sociedades arqueológicas en 1902, las mismas a las que convenció para que le dieran apoyo financiero con el que seguir investigando en la isla griega. Desde 1901, su interés se había centrado en una zona periférica de Kavusi conocida como Gurniá. Con nuevos recursos, en 1904 comenzó a excavar allí con ayuda de su amiga y colega Blanche Emily Wheeler (1870-1936), que había estudiado con ella en el Smith College. Allí descubrieron una ciudad minoica y, en excavaciones posteriores, en la colina cercana de Sphoungaras, unas tumbas, siendo pionera también en lograr algo así. Las autoridades cretenses le permitieron enviar a la Sociedad Americana de Exploración una pequeña selección de los artefactos que encontró, que acabaron en las colecciones del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el Museo de Bellas Artes de Boston y el Museo Universitario de Filadelfia. Su informe sobre Gurniá se publicaría unos años después en el título de Gournia, Vasiliki, and Other Prehistoric Sites on the Isthmus of Hierapetra, Crete (1908).

Harriet Boyd Hawes (derecha, de pie y vestida toda de blanco) y los trabajadores de Gurniá, 1904.
Fuente: Women in archaeology.

Aquellos descubrimientos hicieron que Harriet fuera conocida todo el mundo. En 1905, cuando asistía al Congreso Internacional de Arqueología, conoció al arqueólogo y antropólogo británico Charles Henry Hawes (1867-1943), de la Universidad de Cambridge, que entonces estudiaba los cráneos antiguos. Por lo visto, enseguida surgió un romance entre ellos que acabó en boda al año siguiente. Una vez casada, Harriet renunció a la plaza que mantenía como profesora en el Smith College y juntos se fueron a vivir a Wisconsin, donde él daba clases.

Su primer libro, escrito junto a su esposo, fue Crete, the forerunner of Greece, apareció en 1909. En este volumen, se relata la vida del pueblo minoico en Creta, incluidos detalles tan complejos como el estilo de vestimenta que habría llevado la población femenina. Al año siguiente, Charles recibió un nombramiento en Dartmouth (Alemania) y la pareja se mudó a Europa. Ese 1910, Harriet también tuvo un reconocimiento: el doctorado honorario en Letras Humanitarias del Smith College.

Desde entonces, durante unos años a partir de los 40, abandonó en gran medida su actividad científica y académica. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, retomó su faceta como enfermera voluntaria. Estuvo en Corfú con la Cruz Roja ayudando a los refugiados serbios e incluso, entre 1917 y 1918, aplicó sus dotes organizadoras como primera directora de la unidad de socorro del Smith College en Francia. Más tarde, trabajó como auxiliar de enfermería del American Hospital de Longchamps francés.

La científica activista

Fue a partir de 1920, y hasta 1936, cuando volvió al mundo académico, como profesora de historia del arte en el Wellesley College de Boston, adonde regresó con su familia tras el conflicto. Se inició entonces en el activismo político, llegando a organizar un almuerzo con Eleanor Roosevelt, a la que presentarla su opinión sobre lo que estaba sucediendo en Europa. Harriet defendía, visionariamente, que Europa debía federarse y que Estados Unidos debería mantenerse neutral. No le gustaban los líderes como Winston Churchill que se dedicaban a construir imperios porque, decía, ninguna nación debería mandar sobre otra. Incluso escribió sobre la necesidad de crear la ONU antes de que existiera, precisando que esa organización debía contar con el respaldo tanto de un tribunal internacional como de personal militar. Llegó a describir la dominación mundial angloamericana como “repugnante”.

En su etapa de docente realizó muchas publicaciones. En 1922, publicó un ensayo titulado A Gift of Themistocles: The ‘Ludovisi Throne’ and the Boston Relief que fue polémico porque discrepaba de historiadores anteriores en sus interpretaciones. Boyd también había tomado en sus excavaciones notas meticulosas, con dibujos y fotografías, que más tarde se utilizaron para dar el contexto histórico completo a las exhibiciones arqueológicas en las que trabajó. Asimismo, escribió libros de divulgación de la arqueología, además de artículos científicos. Su inventario de tumbas sigue inspirando hoy estudios arqueológicos.

Esa labor la compaginaba con su compromiso político y social, que siempre tuvo. En 1938, a los 67 años, se fue a Checoslovaquia tras la toma alemana de los Sudetes, ocasión en la que fue detenida brevemente por las autoridades nazis. Los últimos años los pasó con su marido en una granja de Virginia. Él murió en 1943 y, finalmente, Harriet falleció en un asilo de ancianos el 31 de marzo de 1945, a los 74 años de edad. Sus memorias se publicaron póstumamente en dos artículos en 1965. ‘Eterna, imbatible y vívidamente viva’ hasta el final. Así se la recuerda en un libro más reciente sobre su vida, publicado en 2002 por Mary Allsebrook y Annie Allsebrook: Born to rebel : the life of Harriet Boyd Hawes.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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