La vida de Margaret Rigsby Becklake no sólo es inspiradora por unas pioneras investigaciones que ayudaron a generar justicia social para los mineros en Sudáfrica, una de las zonas del mundo donde todavía sufren más impactos en su salud, sino también por su feroz defensa de la igualdad en un país donde ser una persona negra era nacer con un estigma para siempre. Su figura, hoy poco conocida, forma parte de esa serie de heroínas anónimas que trabajaron, altruistamente y poniendo en riesgo su seguridad, para dejar un mundo mejor que aquel que les tocó vivir. Sin su visión científica y social, mucha gente hubiera fallecido en las minas.
Margaret nació en Londres el 27 de mayo de 1922, pero su padre ya vivía en la colonia británica de Sudáfrica, en Pretoria, donde dirigía la Casa de la Moneda, así que aún era un bebé cuando se trasladó allí toda la familia. Contaría después que su infancia estuvo rodeada de libros y paz, a medida que los afrikáneres más radicales se hacían fuertes en el país. Enseguida destacó como estudiante, para orgullo de sus padres. Apenas salida de la adolescencia, ya fue directora de una escuela secundaria femenina de Pretoria y luego se matriculó en Medicina en la Universidad de Witwatersrand. Allí estaba también el que luego sería su marido y también importante cardiólogo Maurice McGregor, aunque no se encontraron hasta que él volvió al país tras participar en la Segunda Guerra Mundial.
Ya casados, Margot –como la llamaban los allegados– y su marido decidieron completar su formación en la Escuela Británica de Postgrado en Medicina, donde ella hizo su tesis sobre la función respiratoria. Eran tiempos en los que la epidemiología no existía en los planes de estudio, pero en ese lugar era habitual que la ronda médica la hicieran médicos de diferentes especialidades, una forma de trabajo interdisciplinar que se les quedó grabada y que trasladaron a Johannesburgo a su regreso a Sudáfrica, en 1950.
De las minas de oro al laboratorio
En una entrevista en 2004, la científica recordaba que fue el doctor galés John Gilson quien la animó a investigar, y no solo diagnosticar, a los mineros del oro, que trabajaban entonces en condiciones infames. Además de ser nombrada profesora en la que había sido su universidad, también tenía una plaza como fisióloga de la Oficina de Neumoconiosis. Cuando Gilson supo que había una oficina donde se hacían pruebas médicas con radiografías del tórax, y a medio millón de mineros del oro, le dijo que era una gran oportunidad para investigar problemas epidemiológicos.
Pronto vio que muchos de ellos quedaban incapacitados pese a no tener manchas en los pulmones que indicaran silicosis y decidió ampliar el foco, como hizo en Londres, y abordar otras cuestiones escuchando a los pacientes, a sus familias, a otros colegas, y demostrando que la exposición crónica al polvo de oro podía provocar lo que hoy se conoce como enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), una afección potencialmente mortal que no se manifiesta con sombras en los pulmones y que se relacionaba solo con el tabaco. Gracias a este trabajo, muchos mineros vieron reconocidas incapacidades que antes les negaban las compañías. Y pudieron cuidarse.
Pero el ambiente racista del apartheid en Sudáfrica resultaba asfixiante para Margaret. A menudo, la pareja ayudaba a residentes negros, a quienes llevaban en su coche a sus trabajos porque no les dejaban usar el transporte público. Lo hacían pese al riesgo de ser detenidos por policías blancos que vigilaban a los pasajeros con otro color de piel. “Ella es así, vive según su brújula moral, como una feroz y seria desafiadora de los dogmas políticos y médicos; sabe lo que está bien y lo que está mal y qué puede hacer para solucionarlo. Si le preguntaras por qué está haciendo algo, te dirá que era lo correcto, y punto», señalaría años después su esposo.
Para una mujer que había logrado superar muchas barreras de género (en su facultad, menos de un tercio de un alumnado de 1951 era de mujeres), la situación se volvió insoportable, así que no se lo pensó cuando a su marido le ofrecieron un puesto en la Universidad McGill de Montreal (Canadá), adonde se trasladaron con sus dos hijos. Tampoco allí tuvo unos inicios fáciles. En ese país, los niños no almorzaban en los colegios, dado que se daba por hecho que las madres estaban en casa para hacerles la comida. Margaret tuvo que recurrir a dos escuelas privadas (una masculina y otra femenina) distantes, lo que la obligaba a perder mucho tiempo.
El amianto, el nuevo peligro
Tal como se había comprometido, la universidad canadiense le ofreció un puesto, primero de becaria en el Royal Victoria Hospital, si bien no tardó en comenzar a ascender, llegando a ser catedrática en Epidemiología y Bioestadística, donde acabó jubilándose como emérita. Su investigación, durante todas esas décadas, siguió centrada en los pulmones.
Fue al inicio de los años 70 cuando un colega, Corbett McDonald, le pidió crear un laboratorio que respaldara su investigación sobre los impactos pulmonares del amianto en mineros y molineros de Quebec, que estaban muy expuestos a ese compuesto de seis minerales muy usado entonces en la construcción (uralita), la industria y hasta el sector textil. Era un asunto muy desconocido y a ello se puso Margaret, dedicando varios años a hacer pruebas semanales a estos trabajadores. Sus investigadores ayudaron a mejorar sus condiciones de vida de los afectados, porque aún tardaría años en ser prohibido (en España, en 2002) debido a las presiones de los sectores implicados. En una entrevista en la revista Epidemiology, nuestra protagonista diría que el artículo con más impacto de su carrera fue precisamente Enfermedades de los pulmones y otros órganos relacionadas con el amianto, su epidemiología e implicaciones para la práctica clínica.
A lo largo de su vida, Becklake recibió varios reconocimientos por su trabajo. En 2007, fue nombrada Miembro de la Orden de Canadá por sus «contribuciones destacadas a la lucha contra las enfermedades pulmonares durante más de 60 años». Por cierto, en esos inicios del siglo XXI, su mayor preocupación pasó a ser la falta de implicación de los países desarrollados para poner freno a las epidemias del sida y la tuberculosis en países subsaharianos.
En sus últimos años de vida, Margaret se vio afectada por el Alzheimer, enfermedad que acabó causando su muerte cuando tenía 96 años, el 17 de octubre de 2018. Maurice McGregor recordaba:
Referencias
- Lisa Fitterman, Margaret Becklake, 96, fought apartheid fiercely before becoming an award-winning epidemiologist in Quebec, The Globe and Mail, 2 noviembre 2018
- Pierre Ernst, A Conversation With Margaret Becklake, Epidemiology 15 (2) (2004) 245-249
- Margaret Becklake (1922 – 2018), Ordre national du Québec
- Margaret Becklake, Wikipedia
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.
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