Desde la perspectiva que da el tiempo, hoy puede afirmarse que en la primera mitad del siglo XX disciplinas como la Antropología, la Arqueología, la Paleontología, la Prehistoria o la Biología, sirvieron todas de paraguas para explicar la vida de los primeros humanos según modelos repletos de asunciones sobre los hombres y las mujeres occidentales actuales.
Proyectar la ideología de la sociedad moderna a los tiempos pasados dio origen, según numerosos expertos, a la poco realista tesis de un hombre paleolítico aprovisionador y una mujer dependiente. Pese a que ese razonamiento no se sustenta ni se refleja en datos científicamente obtenidos, ha mantenido su vigencia largo tiempo debido en esencia a la falta de cuestionamientos críticos y de un simple examen más profundo de los hechos.
A partir de la década de 1970, gracias a que un elevado número de graduadas bien formadas comenzaba a egresar de las universidades, empezó por fin a investigarse, inicialmente en los Estados Unidos y posteriormente en muchos otros países, la participación de las mujeres en los orígenes de la humanidad con un rigor científico que nunca se había seguido antes.
La prestigiosa antropóloga feminista norteamericana Sally Linton Slocum fue una de las primeras estudiosas que contribuyó a sacar a la luz el minusvalorado papel asignado a las mujeres en la evolución humana. En 1975 publicó un notable trabajo titulado La mujer recolectora: el sesgo masculino de la Antropología, que ponía en duda que las actividades de la caza masculina hubiesen sido el medio principal de subsistencia de los homínidos y, al mismo tiempo, enfatizaba la actividad recolectora femenina.
Esta investigación tuvo una profunda influencia porque estableció las bases para un examen mucho más detallado del papel de las mujeres en las sociedades del pasado, y también en las actuales. En el contexto de estos nuevos retos, dos científicas, Nancy Tanner y Adrienne Zihlman, profesoras de la Universidad de California, escribieron sobre los orígenes humanos utilizando la nueva información que estaba emergiendo por aquellas fechas.
Entre 1976 y 1978 Tanner y Zihlman concentraron su atención en los primeros homínidos y en cuáles podían haber sido las actividades y funciones femeninas. A medida que sus observaciones avanzaban, el papel dominante de la caza se iba tornando cada vez más dudoso. Con los datos recogidos a partir de un amplio espectro de líneas de investigación (que comprendía trabajos de campo con primates no humanos, datos etnográficos, estudios de anatomía comparada, de paleontología y de prehistoria), las científicas expusieron un abundante número de razones para sostener una nueva tesis: durante el proceso de la evolución las mujeres habían sido contribuyentes fundamentales en la dieta alimenticia y, por lo tanto, activas participantes en la subsistencia.
Según estas autoras, numerosos especialistas habían pasado por alto que la alimentación humana no pudo haberse basado sólo en la carne y, siguiendo este razonamiento, sugirieron que si la caza era tarea masculina, probablemente la búsqueda de sustento de origen vegetal habría sido una tarea femenina, lo que desmentía su supuesto sedentarismo y pasividad propios de los modelos más antiguos. En este contexto, junto a otras científicas norteamericanas, se consolidó el modelo de «la mujer recolectora» con el objetivo prioritario de demostrar la importancia de la recolección en la dieta de los homínidos y en su comportamiento en general.
El nuevo modelo, como era de esperar, generó un considerable revuelo, y aquí es necesaria una matización. Dado que la mujer recolectora se articuló en los años setenta, ciertos autores pretendieron teorizar sobre su vínculo con el movimiento feminista de esa época. Así, algunos alegaron que constituía un producto del clima social del momento, que estaba impregnado de las tendencias de la moda dominantes y que carecía de rigor científico. Como resultado de estos argumentos, la tesis de la recolectora fue despreciada o ignorada por muchos paleoantropólogos (la mayoría hombres), limitándola a un mero contraataque feminista al hombre cazador.
Llama notablemente la atención que hubiera autores que aseveraran que la mujer recolectora no era resultado de una interpretación viable y objetiva de los datos, y por ello se creyeron con autoridad suficiente como para tachar el modelo de demasiado «ginocéntrico», «con sesgo femenino», concluyendo con su erudición que no podía tomarse en serio. Paradójicamente, sin embargo, la tesis del hombre cazador no era merecedora de tales críticas, pese a ser profundamente androcéntrica y carecer de datos rigurosos en los que basarse.
Sin dejarse desalentar, las estudiosas llegaron aún más lejos: defendieron que la recolección de alimentos vegetales había establecido los cimientos tecnológicos de las sociedades primitivas: «Las [primeras] herramientas no se usaron para cazar animales grandes, veloces y peligrosos, sino para recolectar plantas, huevos, miel, termes, hormigas y, probablemente, capturar pequeños animales». Este tipo de desafío, directamente dirigido al corazón del modelo del cazador, avivó cuestiones irritantes en las que a muchos nunca ha interesado detenerse.
¿Sólo los hombres fabricaban herramientas?
Cuando se hace referencia a los primeros utensilios fabricados por los homínidos, casi invariablemente nos imaginamos a uno o varios hombres tallando piedras. Sin embargo, es conveniente tener en cuenta que el estudio del registro arqueológico (esto es, el conjunto de los útiles líticos hallados en los yacimientos) no permite afirmar quién construyó las herramientas antiguas descubiertas, y por ende es imposible aseverar que fueran producidas únicamente por manos masculinas.
Son numerosas las expertas, y cada vez más expertos, que defienden la posibilidad de que las mujeres fuesen prolíficas fabricantes de los utensilios que empleaban. Parece poco creíble, continúan las especialistas, suponer que en los tiempos prehistóricos cada vez que las homínidas necesitasen una herramienta tuvieran que pedirlas prestadas a sus compañeros varones, o solicitar que se las hicieran. Sería más riguroso suponer que ellas, que también eran inteligentes y fuertes, fabricasen sus propios útiles.
Tradicionalmente, sin embargo, se ha considerado que las mujeres dada su escasa fuerza física son incapaces o carecen de la habilidad para tallar la piedra. Incluso ya entrado el siglo XXI existen arqueólogos que continúan describiendo a las mujeres del Paleolítico ligadas al hogar y con una tecnología lítica poco hábil y de escasa calidad.
Sólo a título de ejemplo, es interesante citar el trabajo de la antropóloga Kathryn Weedman Arthur (2010), que ha echado por tierra este prejuicio. Partiendo de una argumentada crítica hacia la concepción sesgada que asocia el trabajo de la piedra al hombre y al cazador de manera exclusiva y monolítica, la científica ha puesto de manifiesto que tal asociación es más bien fruto de lugares comunes, ideología y prejuicios historiográficos, y no de hechos probados.
Mediante un riguroso trabajo de investigación, basado en la observación de un grupo de mujeres Konso (sur de Etiopía), K. W. Arthur ha revelado que ellas tallan, usan y desechan diversas herramientas de piedra. Dado que la tecnología lítica de estas mujeres demuestra un excelente nivel de habilidad, que queda reflejado en la calidad de sus conjuntos de utensilios, la investigadora sugiere que los arqueólogos deberían considerar que las mujeres del Paleolítico muy bien podrían haber sido responsables al menos de una parte de las primeras tecnologías líticas conocidas.
En suma, Kathryn W. Arthur propone que el trabajo de las mujeres Konso ofrece «una alternativa al modelo del hombre elaborador de herramientas y redefine los roles de género occidentales «naturales».»
De los últimos estudios emana, y es muy importante subrayarlo, que en realidad no existen razones biológicas por las que las mujeres no puedan tallar la piedra o capturar animales, e igualmente, no hay argumentos para pensar que los hombres no puedan recolectar alimentos de origen vegetal. O dicho de otra manera, no hay coartada biológica para dividir el trabajo en función del sexo, y por lo tanto esa segregación debería considerarse un producto emanado desde postulados socio-culturales.
Como ha escrito la profesora de Antropología de la Universidad Autónoma de Barcelona, María Encarna Sanahuja (2002), con la información disponible, es altamente probable que las estrategias de alimentación fueran desarrolladas por los primeros homínidos independientemente de su sexo. La autora afirma que, «por los datos que se conocen en este momento, el modelo recolector se adapta mejor que el cazador, aunque sin una división estricta entre hembras/vegetales y machos/carne […]. En consecuencia, propongo descartar de una vez la teoría cinegética como factor crucial en el proceso de la evolución humana».
Referencias
- González, Marta I., Las sesgadas teorías del hombre cazador y la mujer recolectora, Ciencia para llevar, 2015
- Martínez Pulido, C. (2012). La senda mutilada. Biblioteca Nueva. Madrid
- Querol, M. A. y Triviño, C. (2004). La mujer en «El origen del hombre». Bellaterra. Barcelona
- Sanahuja, M. E. (2002). Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria. Cátedra. Madrid
Sobre la autora
Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia.
6 comentarios
La revista Science ha publicado en el año 2018 un interesante artículo: «This 8000-year-old «gum» holds surprises about ancient toolmakers». Todavía siguen investigando, pero tal vez estemos ante la evidencia científica de que mujeres y niños participaban en el proceso de fabricacion de armas.
Hola Edurne,
Cierto, están investigando si las mujeres y los niños fabricaban herramientas (que podrían utilizarse como armas), pero ya hay resultados, como el citado en este trabajo, firmado por Kathryn W. Arthur, que demuestra que las mujeres pueden tallar piedras, y hacerlo muy bien. Seguramente empleaban utensilios (que tendrían distintos usos), y por lo tanto las harían en función de sus necesidades. Y también resulta creible que los niños fueran enseñados en esas tareas.
Un cordial saludo, y gracias por tu comentario
Carolina
[…] cómo ocurrieron las revoluciones en cada una de las ramas de la ciencia. Pasen por la página de Mujeres Con Ciencia para más fuentes e […]
La mujer tiene mejor motricidad fina que el varón, muy útil para fabricar objetos pequeños. Creo que muchas puntas de flecha y buriles del paleolitico superior pudieran ser obra de mujeres, mas que de hombres
Hola Laura, gracias por tu comentario. Es posible que las mujeres fabricaran objetos pequeños, en una especie de división del trabajo, en las sociedades paleolíticas. Pero creo que en aquellos años las mujeres eran capaces de realizar un gran número de tareas, disfrutaban de una notable autonomía al igual que de una destacada fuerza física, sobre todo debido al tipo de a vida de los pueblos nómadas., donde la fragilidad y la dependencia tendrían muy poca cabida.
Un cordial saludo
Carolina
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