La medalla Florence Nightingale es la más alta distinción que otorga el Comité Internacional de la Cruz Roja. El lauro tiene el objetivo de honrar los servicios ejemplares y la entrega excepcional a favor de enfermos en ámbitos de prevención, salud pública y la formación de cuidados en Enfermería.
En 2007, Elvira Dávila Ortiz se convirtió en candidata para ser merecedora de tan distinguido premio. Tenía entonces 90 años. Sin embargo, no fue seleccionada para obtener el reconocimiento.
Un año más tarde, la enfermera colombiana fallecía rodeada de los suyos. A pesar de no alcanzar la distinción, la salubrista se distinguió por una visión innovadora en materia de ciencia e investigación. Sus esfuerzos contribuyeron a elevar el nombre de la medicina de su país a los ruedos internacionales.
Una infancia nómada
Elvira fue la penúltima hija del matrimonio formado por Paulina Ortiz Rodríguez-Ugarte y José Domingo Dávila Pumarejo. Este último fue un conocido industrial que amasó una importante fortuna familiar a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX.
Estuvo involucrado en la creación de la primera Zona Bananera de Colombia y el Banco Hipotecario nacional. También participó de la puesta en marcha del suministro ininterrumpido de energía eléctrica de Bogotá, así como de las primeras urbanizaciones de la capital.
Los negocios de Dávila Pumarejo le obligaban a recorrer diferentes puntos del país y, con frecuencia, se trasladaba a ellos con toda su familia. A pesar de esos frecuentes viajes, el empresario deseaba ofrecer la mejor educación a sus hijos.
Es por eso que en 1925, con ocho años, Elvira ingresó al colegio del Sagrado Corazón de Bogotá. En esa institución recibió las instrucciones elementales y dos años más tardes estaba lista para una nueva travesía.
Su padre siempre tuvo la aspiración de llevar a sus hijos a Europa, empresa que se vio frustrada cuando los niños eran más jóvenes por la Primera Guerra Mundial. No obstante, no se frenó en su empeño.
En 1927 la familia Dávila Ortiz se trasladó a Europa. Durante esa nueva etapa, Elvira estudió en prestigiosos internados como el Navity Convent (Inglaterra), el English Convent de Brujas y el Ixelles de Bruselas (ambos en Bélgica). La aventura se extendió por tres años, momento en que regresaron a Colombia.
La joven tenía ya 20 años cuando su padre decidió flexibilizar su postura y le permitió estudiar enfermería en el Centro Acción Social Infantil. La institución era dirigida por Ana e Isabel Sáenz Londoño, quienes habían estudiado la profesión en Francia y ahora introducían las prácticas más modernas en el país suramericano.
Una carrera profesional siempre en ascenso
A lo largo de su tiempo en esa academia, Elvira se interesó por el estudio de las transfusiones de sangre y plasma. Pronto decidió convertir la temática en su tesis de grado. Sin embargo, debido a las dificultades y lo novedoso de esa práctica en todo el mundo, sus profesores intentaron disuadirla.
Durante la Primera Guerra Mundial, las transfusiones de plasma habían conseguido resultados, pero las de sangre no reportaban ningún éxito. A pesar de las reticencias, la joven continuó con su proyecto.
En paralelo a la redacción de su tesis, Elvira inició sus prácticas de investigación científica en el Hospital de la Misericordia. En ese centro realizó transfusiones en la fontanela anterior de recién nacidos, quienes morían de anemia. Los resultados fueron tan satisfactorios que pronto la contactaron de los Departamentos de Cirugía y Enfermedades Tropicales del Hospital San Juan de Dios.
La institución le ofreció hacer ella misma los procedimientos puesto que en Colombia no había ninguna otra persona capacitada para ellos.
La tesis de Elvira fue aclamada por sus colegas y profesionales de mayor rango. Su ceremonia de graduación fue un evento sin precedentes en Iberoamérica debido a la originalidad y aplicación exitosa. Además, algunos de los médicos más prestigiosos del país participaron de su comité examinador.
Consiguió su diplomatura en marzo de 1943 y apenas unos meses más tarde tuvo la oportunidad de emprender uno de los principales proyectos de su carrera. Jorge E. Cavelier, director del Hospital Universitario de la Samaritana y entonces presidente de la Cruz Roja Colombiana, le propuso ocuparse de la creación del primer Banco de Sangre de la nación.
Elvira aceptó el reto y condujo una exhaustiva investigación durante varios meses. Las autoridades implicadas en su concreción aprobaron sus pesquisas e iniciaron las labores para su implementación. La consecución de los recursos para la puesta en marcha del proyecto fue donado a la Junta Directiva de Baviera S.A., por lo cual la obra se denominó Banco de Sangre Baviera.
Fue la primera institución de su tipo en Iberoamérica (América Latina y la península Ibérica). Asimismo, el proyecto no estuvo exento de dificultades.
En la época no había conocimientos populares sobre las ventajas y desventajas de la práctica médica. Las donaciones voluntarias eran prácticamente inexistentes. Por ello, en un principio se debía pagar cinco centavos de peso por centímetro cúbico de sangre donada. Aunque Elvira y sus colaboradores no se sentían satisfechos, centenares de vidas fueron salvadas en esa etapa primigenia.
Hacía 1944, el Banco de Sangre operaba con regularidad. Elvira determinó que la institución ya avanzaba por sí misma y decidió viajar a Nueva York para especializarse. Sus credenciales profesionales y académicas, así como su dominio del español, inglés y francés, le valieron su inclusión en el Consejo Internacional de Enfermeras del Hospital Memorial de esa ciudad estadounidense.
A lo largo de sus nuevos estudios, la joven se especializó en instrumentación quirúrgica, atención pre y post operatoria, así como el cuidado de pacientes con cáncer. Acudió a importantes entidades como el New York Presbyterian Hospital, el Hospital Universitario Weill Medical College de Cornell y el Medical College de médicos y cirujanos de Columbia.
Una vez más de regreso en su país, el doctor Cavelier la contactó para confiarle la dirección de seis salas de cirugía recién inauguradas en el Hospital de la Samaritana. Elvira se dedicó a ajustar los horarios de los cirujanos especialistas, pero también a centrar el desempeño de enfermeras recién graduadas.
A mediados de 1946 se casó con el urólogo Enrique Dávila Barreneche, con quien tuvo cuatro hijos. La vida profesional de Elvira y la personal nunca se vieron afectadas y el crecimiento de su carrera fue constante.
De hecho, poco después se convertía en la principal artífice de la Escuela de Enfermería de la Pontificia Universidad Javeriana. Por sí misma elaboró los planes curriculares y convocó a los mejores profesores del país. Elvira también se desempeñó como directora de Enfermería de la Clínica Psiquiátrica Monserrat y de las salas de cirugía Profamilia del Hospital San Ignacio.
Al final de su vida, nueve décadas de experiencias, Elvira había escrito algunas de las páginas más importantes en la historia de la enfermería colombiana.
Referencias
- Wikipedia
- Elvira Dávila Ortiz, News Europa, 3 marzo 2020
- Enfermeras visionarias: el poder de la sangre, Enfermería.TV, 18 febrero 2020
- Elvira Dávila Ortiz, pionera en la enfermería y de la transfusión de sangre, Radio Oro, Café con Piquete
Sobre la autora
Claudia Alemañy Castilla es periodista especializada en temas de ciencia y salud. Trabaja en la revista Juventud Técnica.