La vida entre arrecifes de coral de Nora Goreau

Vidas científicas

La vida de la bióloga marina Nora Isabel Goreau transcurrió en buena parte en las profundidades del mar. Pionera en la exploración de los corales y arrecifes tropicales, cuando aún no estaban afectados por el cambio climático y la actividad humana, se la considera la ‘madre’ de la ciencia sobre unos organismos que hasta mediados del siglo XX eran muy desconocidos y que hoy se sabe son hermosos semilleros de la vida marina. Fue Thomas, su marido, quien usó los primeros equipos de buceo profesional, que él mismo diseñaba, para conseguir muestras que luego analizaba con Nora.

Mural con Nora y Tom Goreau. UWI Museum.

Nora Isabel Arango de Urriola había nacido el 25 de abril de 1921 en la Ciudad de Panamá (Panamá), en una distinguida familia del país. Segunda de nueve hermanos, estaba estudiando Derecho cuando recibió una inesperada oferta de beca para irse a estudiar Biología a Estados Unidos. Y no se lo pensó mucho. En EE. UU., pasó por el Coe College, la Universidad Estatal de Iowa y la Universidad DePaul. El doctorado lo hizo en Neurofisiología en la Universidad de Chicago, donde publicó su primer artículo a los 28 años sobre unas enzimas fundamentales para el buen funcionamiento cerebral.

Fue en Chicago donde conoció a Thomas F. Goreau, hijo de un conocido científico, que hacía su doctorado en Ecología en la Universidad de Yale y otro, a la vez, en Medicina en Pensilvania. Tras casarse, a Thomas le ofrecieron dar clases de Fisiología en una nueva facultad de Medicina en la Universidad de las Indias Occidentales (Jamaica) y ambos aceptaron el reto. La afición al buceo de Tom venía de años atrás. En 1947, siendo estudiante, ya se había sumergido como buzo en el sitio de pruebas de la bomba atómica del atolón Bikini (Islas Marshall), donde recolectó muestras radiactivas. Recibió entonces una exposición letal a la radiación que le causaría la muerte a los 45 años por un rápido y funesto cáncer.

Mucho antes de eso, en su afán por explorar los fondos marinos, construyó equipos de buceo que permitían explorar las profundidades del Caribe como nunca antes. De hecho, se le considera el primer científico marino en practicar el buceo. Aunque Nora no le acompañaba en sus inmersiones, juntos realizaban luego los pioneros análisis de los arrecifes que conseguía: su bioquímica, fisiología, ecología y geología. Ella acabó siendo una gran especialista en estos campos para conocer lo que Tom encontraba. Como además trabajaban enseñando –él en la facultad, y ella en centros femeninos de secundaria– dedicaban a sus investigaciones los fines de semana, sin ningún tipo de apoyo económico y en condiciones muy precarias. Cuando Tom venía con material, ella, en el microscopio, identificaba los especímenes y organizaba experimentos para comprender su función biológica en el arrecife.

Muchos recuerdan que, además, como docente, tenía una gran capacidad para inspirar a sus alumnas: aunque hasta su llegada no habían estudiado nada de biología, algunas acabarían siendo las primeras científicas de Jamaica.

Laboratorio en unos urinarios

Durante esa década de 1950, el matrimonio se dedicó a explorar todos los prístinos arrecifes coralinos jamaicanos aunque, en 1951, el huracán Charlie provocó una destrucción masiva de corales, y también de su casa. Aprovechando unos urinarios abandonados en una playa, a inicios de 1960 montaron el Laboratorio Marino Discovery Bay, desde donde iban a investigar los arrecifes de la costa norte, un lugar con cañones verticales de hasta treinta metros de profundidad, entonces hervideros de vida y hoy auténticos cementerios. Para paliar la falta de agua dulce, un grave hándicap en su laboratorio, tuvieron que llegar a un acuerdo con un hotel cercano. Fueron tiempos de total precariedad. Pese a esos orígenes, el Discovery Bay llegaría a ser un centro de investigación líder en el mundo en biología marina tropical. Y trabajando junto a los pescadores, a quienes les venía muy bien lo que descubrían. Uno de sus hitos fue completar la descripción de la relación simbiótica entre el coral y las algas, que no se conocía hasta entonces.

Laboratorio Marino Discovery Bay (1970). UWI Museum.

Su trabajo comenzó a ser conocido más allá de Jamaica, hasta el punto que el biólogo marino Maurice Yonge, quien lideró una famosa expedición británica a la Gran Barrera de Coral australiana en los años 20 y se considera fundador de la investigación moderna sobre arrecifes de coral, los apadrinó como sus sucesores intelectuales y se unió a ellos cuando se jubiló fascinado por sus métodos científicos. Quería ampliar allí su investigación sobre la alimentación de los corales y sobre las almejas gigantes.

Fue gracias a Yonge y a una tía abuela de la Reina Isabel II, que los Goreau lograron financiación de la Fundación Wolfson de Inglaterra para construir un nuevo laboratorio, más moderno. De hecho, querían que fuera el mejor centro de investigación en ciencias tropicales del mundo. Por desgracia, Tom falleció antes, dejando a Nora con sus tres hijos a su cargo. Como hasta entonces el trabajo de campo había dejado poco tiempo para publicar los hallazgos, en los años siguientes Nora comenzó a darlos a conocer, describiendo cómo interactúan en los arrecifes los organismos, cómo funcionan captando carbono, cómo crecen sus esqueletos o cómo excretan sus residuos, entre otros muchos aspectos de su vida. También fue la primera en descubrir las esclerosponjas, a partir de especímenes que Tom había conseguido en cuevas a 90 metros de profundidad. Estos fósiles vivientes habían formado arrecifes hacía cientos de millones de años y se creían extintos desde mucho tiempo atrás. Pese a todos estos descubrimientos, su nombre era omitido injustificadamente de los artículos científicos que los describían debido al machismo imperante.

Durante las décadas siguientes, Nora también siguió adelante con el Discovery Bay, formando a nuevas generaciones de investigadores que llegaban de todo el mundo a sus clases en la facultad y su laboratorio. Con el científico Dunbar Steele hizo un trabajo fundamental sobre la regulación de las algas simbióticas y con Raymond Hayes, otro sobre la inmunología de los corales. Descubrió con microscopios electrónicos cómo estos organismos forman los diminutos cristales embrionarios de su esqueleto dentro de sus células y luego los dan forma para continuar creciendo debajo de ellas. Aún algunos recuerdan su calidez, su humildad, su amor por el conocimiento y su insistencia en el rigor y la excelencia.

Nora Goreau. Global Coral.

Además, Nora mantuvo las colecciones científicas de todos los esqueletos de coral del Caribe, con los portaobjetos de tejido de microscopio, especímenes, documentos y notas de campo, así como la colección más grande del mundo de fotografías de arrecifes de coral submarinos, que abarcan tres décadas. Es un mundo que ya está desaparecido debido al cambio climático que sube las temperaturas del agua, a la contaminación y a actividades como la pesca de arrastre de fondo.

Nora Goreau murió a los 95 años, el 18 de diciembre de 2016 en Old Waterford, Vermont (Estados Unidos). Su hijo Thomas J. Goreau ha sido un digno heredero del legado de sus padres. Desde niño, conoció la belleza oculta del océano y también se ha dedicado a su investigación. Pero le ha tocado vivir el declive. Hoy preside la organización sin fines de lucro Alianza Global para los Arrecifes de Coral (GCRA), ayudando a las comunidades locales e indígenas a identificar los factores de estrés que están destruyendo sus arrecifes locales y cómo reducir ese impacto negativo.

Referencias

Sobre la autora

Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.

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