Hay historias de vida que son dignas de una película y este es el caso de la intensa trayectoria de la paleontóloga y geóloga Carlotta J. Maury, conocida tanto por sus hallazgos de miles de fósiles y de nuevas especies de microvertebrados marinos del Terciario –hace entre 65 y 1,8 de años– como por ser una pionera en los estudios de los yacimientos de combustibles que, a comienzos del siglo XX, requería la incipiente industria automovilística y la llevaron a explorar la selva.
Carlotta nació en 1874, precisamente el año que George Brayton inventó el motor de combustión con petróleo como carburante. Su familia vivía entonces una finca de un pequeño pueblo del estado de Nueva York, en cuya universidad su abuelo materno había creado la Facultad de Medicina, además de ser astrónomo y pionero de la fotografía. En ese ambiente culto y científico, tanto su padre, un reverendo protestante que hizo un conocido manual de geografía, como su madre tenían por costumbre pasar tiempo con sus hijas, Antonia y Carlotta, y su hijo, John William, disfrutando en la naturaleza y recogiendo todo tipo de especímenes (vivos y fósiles) que luego examinaban en un microscopio. De hecho, como su padre cambiaba de localidad con frecuencia, los tres estudiaron en casa hasta su adolescencia, lo que favoreció que tuvieran un alto nivel de formación que les condujo hacia carreras científicas. Además, la muerte prematura de su madre les marcó y, en su caso, la unió mucho a su padre durante toda su vida.
Entre 1891 y 1894, entre los 17 y 20 años, la joven Maury se matriculó en el Radcliffe College, una universidad en Cambridge (Massachussets) donde fue una de las primeras mujeres en estudiar. También fue pionera su entrada en la Universidad Cornell, donde consiguió una beca para estudiar un año en la Sorbona de Francia. Fue a su regreso cuando obtuvo su doctorado en paleontología.
Decidida a seguir su carrera profesional –eran tiempos donde las mujeres tenían que elegir entre el matrimonio y el trabajo–, Carlotta comenzó a dar clases en algunas universidades de lo que más la apasionaba: la paleontología y la geología. En aquellos tiempos comenzaban las primeras investigaciones de microfósiles que se obtenían en los pozos petrolíferos, todo un mundo por descubrir que la atrajo como un imán. En 1907, con 33 años, entró a trabajar en el Servicio Geológico de Luisiana y la industria petrolera no tardó en captarla como consultora en sus cada vez más numerosos yacimientos. Para este organismo hizo las primeras investigaciones de la historia sobre los fósiles de aguas profundas del Golfo de México y de los depósitos de sal y petróleo de Luisiana. De hecho, hizo un mapa geológico del Golfo de México que tan sólo han sufrido pequeños ajustes más de un siglo después, tal era su nivel de precisión.
Primera expedición a la selva
En 1911, su espíritu aventurero la llevó a participar como paleontóloga en la que fue la Expedición Geológica Venezolana, patrocinada por la Compañía General del Asfalto, que buscaba en ese país nuevos pozos. Y se convirtió en consultora de la petrolera Royal Ducht Shell Petroleum Company en Venezuela, siendo la primera mujer en conseguir ese puesto. Para ambos exploraría grandes áreas, encontrando fósiles y fauna que eran los primeros de su tipo en el Caribe y Sudamérica.
Esa misma pasión por la aventura la llevó a aceptar dar clases de geología y zoología en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) entre 1912 y 1915, pero acabó regresando a Estados Unidos por la gran tensión bélica entre los colonos británicos y los habitantes locales.
A su regreso, la Universidad Cornell le concedió una beca de posdoctorado para mujeres que financiaba el inventor Emile Berliner, quien se había hecho rico tras inventar el gramófono y los discos de vinilo. Carlotta enseguida encontró destino a ese dinero: organizó y financió su propio viaje, la Expedición Maury a la República Dominicana para reiniciar las investigaciones paleontológicas que se habían interrumpido allí 40 años antes debido a conflictos coloniales. Junto a sus colegas Karl Patterson Schmidt, del Museo Americano de Historia Natural, y Axel Ollson, profesor en Cornell, viajó en 1916 a la isla en busca de fósiles que ayudaran a explicar el pasado de esa región del mundo y ordenar las capas del Mioceno y del Oligoceno. Pero tampoco llegó en buen momento. El país estaba inmerso en revueltas políticas que complicaron el trabajo, aunque el ‘grupo Maury’ no se amilanaba con facilidad. Se cuenta que ella llevaba una pistola en el equipaje por si era necesaria. Durante varias semanas, los tres vivieron en tiendas de campaña en los bosques, vadearon ríos y caminaron cerros en busca de especímenes.
En la República Dominicana consiguieron un material ingente para estudiar. Cuando se enteró de que un grupo científico rival de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia también trabajaba en fósiles del mismo lugar, se puso a trabajar con tal intensidad que en abril de 1917 ya publicaba en la revista Bulletins of American Paleontology un trabajo de 250 páginas donde revelaba más de 400 especies nuevas, muchas de hace entre seis y cinco millones de años. Adelantó a sus competidores por una semana. “La señorita Maury fue muy particular en cuanto a lo que se comprometía a hacer. No le atraía ningún trabajo común o rutinario; sólo le interesaban aquellos problemas que ofrecían una oportunidad especial para hacer algo excepcional”, dejaría escrito sobre ella Chester A. Reed en 1939.
En 1920, ya reconocida por sus trabajos sobre moluscos, comenzó a colaborar con el Servicio Geológico y Mineralógico de Brasil (SGMB) y realizó una profunda investigación sobre las faunas fósiles y las estratigrafías de ese país, lo que le llevó a viajar en condiciones muy duras por las selvas de Brasil. Era tan perfeccionista que empleaba a grabadores y dibujantes que mejoraban la presentación de sus informes cuando no tenía clara la forma de un nuevo fósil. Fruto de su trabajo con Brasil fue la publicación Fosseis Terciarios do Brasil com Descripção de Novas Formas Cretaceas, de 1925, donde describió muchas especies de moluscos nuevas. Además, Maury fue quien relacionó sus faunas con las del Caribe y el Golfo de México, que tan bien conocía, concluyendo que los fósiles del Terciario brasileño eran el centro original del que derivaban los otros. Para explicar la dispersión de la fauna en diferentes continentes, utilizaba la teoría de los “Puentes Continentales”, elevaciones en el fondo oceánico tan altas como para permitir que animales y plantas pasaran de uno a otro, la explicación más extendida antes de aceptarse la teoría de la deriva continental propuesta por el alemán Alfred Wegener.
El ‘canto del cisne’
A estas investigaciones, sumaba sus trabajos con el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York, donde catalogaba y preparaba fósiles para ser expuestos o escribía artículos por encargo. Con el paso de los años, su prestigio como especialista en faunas fósiles de las Antillas, Venezuela y Brasil fue en aumento. En 1935 ya había publicado 43 monografías académicas y artículos científicos y 16 informes extensos para la Royal Dutch Shell. La última, de 1937, fue Argilas fossilíferas do Plioceno do Território do Acre, que consideró su “canto del cisne” y lo consideró su mejor y más importante trabajo.
Amante de los viajes, en los últimos años de su vida, enferma de cáncer, decidió regalarse un crucero alrededor del mundo, durante el cual escribió a sus amigos para relatarles las maravillas que veía. Hasta 1923, cuando estaba de expedición, tuvo su hogar en Hastings (Nueva York), en una casa que alquilaba a su tía, pero cuando ésta falleció se mudó a un piso en una ciudad cercana del mismo estado, Yonkers. La pianista Virginia W. Kempton, que fue su vecina, recordaba que le gustaba usar sombreros grandes y ropa de colores brillantes y que disfrutaba hablando de su trabajo y sus viajes mientras daba largas caminatas por el barrio. Fue de esas mujeres que no lo tuvo fácil pero que llegó a ver reconocida su valía en vida, pues fue nombrada miembro de la Academia Brasileña de Ciencias, de la Sociedad Geológica de Estados Unidos, de Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y de la Sociedad Geográfica Estadounidense, entre otras entidades.
Cuando su salud se deterioró y precisó de cuidados especiales, tuvo que irse a vivir a un asilo, donde pasó los últimos meses de su vida. Allí falleció el 3 de enero de 1938, cuando iba a cumplir 64 años, siendo enterrada junto a su padre con vistas al río Hudson.
El legado científico que dejó Carlotta J. Maury, décadas después de su muerte, aún es muy valorado por los paleontólogos. Sus especímenes de República Dominicana (caracoles, bivalvos y corales, sobre todo) forman hoy parte de las colecciones del Instituto de Investigaciones Paleontológicas, un trabajo que completaron Emily y Harold Vokes en las décadas de 1970 y 1980.
Referencias
- Carlotta Maury, Museum of the Earth, Paleontological Research Institution
- Carlotta Maury, Wikipedia
- José E. Marcano M., Carlotta Joaquina Maury (1874-1938), Eco-Hispaniola
- Chester A. Reeds, Memorial to Carlotta Joaquina Maury, Proceedings of the Geological Society of America 6 (1939) 157-168
Sobre la autora
Rosa M. Tristán es periodista especializada en la divulgación científica y ambiental desde hace más de 20 años. Colabora de forma habitual en diferentes medios de prensa y radio de difusión nacional.
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