Desde que en 1978 naciera la primera bebé probeta del mundo, la fecundación in vitro ha sido un tratamiento exitoso para un porcentaje elevado de personas con problemas de fertilidad. En casi medio siglo, han nacido ya más de ocho millones de bebés gracias a esta técnica que debe sus orígenes a Miriam Friedman Menkin (1901-1992), la primera científica que consiguió fecundar un óvulo fuera del cuerpo humano.
Miriam Friedman nació el 8 de agosto de 1901 en Riga, Letonia. Su padre era médico y la familia se mudó a Estados Unidos cuando ella tenía solo dos años. Miriam se graduó en la Universidad de Cornell en 1922, con un título en histología y anatomía comparada, y al año siguiente obtuvo su maestría en genética en la Universidad de Columbia. Durante un tiempo, enseñó biología y fisiología en Nueva York. Decidió seguir los pasos de su padre e intentó matricularse en varias facultades de medicina, cosa que no consiguió, ya que el número de plazas disponibles para las mujeres era muy reducido.
En 1924 se casó con Valy Menkin, un estudiante de medicina de Harvard, y pasó a llamarse Miriam Friedman Menkin (también Miriam F. Menkin o, simplemente, Miriam Menkin). Aunque ella estaba decidida a realizar un doctorado en biología, necesitaba proporcionar recursos económicos mientras su marido terminaba sus estudios, por lo que obtuvo una segunda licenciatura en estudios de secretaría de la Simmons College. A pesar de todo, Miriam supo aprovechar su proximidad con la academia para formarse en bacteriología y embriología y ayudar a su marido a realizar experimentos en el laboratorio. Fue allí donde conoció a Gregory Pincus, un biólogo de Harvard que años más tarde se convertiría, junto con John Rock, en el codesarrollador de la píldora anticonceptiva.
A principios de la década de 1939 Menkin trabajó como investigadora en patología en la Escuela de Medicina de Harvard, y posteriormente como técnica de laboratorio para Pincus, en la misma universidad. Por aquella época, este investigador ya había alcanzado cierta notoriedad científica debido a que había informado sobre la posibilidad de crear conejos por partenogénesis, es decir, a partir de óvulos no fecundados. Gregory Pincus perdió su puesto en Harvard en 1937, lo que también dejó a Miriam sin empleo.
Miriam Menkin trabajó en los laboratorios estatales durante un año y luego solicitó un puesto de investigación con John Rock, un médico especialista en fertilidad que desarrollaba su actividad en Boston. A pesar de no ser un investigador conocido, Rock había seguido con interés las últimas novedades en las investigaciones de Pincus, y se proponía trasladar aquellos experimentos con animales a la práctica clínica. Rock contrató a Miriam Menkin para supervisar el trabajo que se realizaba en su laboratorio. Juntos se propusieron determinar el momento exacto de la ovulación en el ciclo menstrual de las mujeres.
Rutina semanal
A partir de 1938, Rock y Menkin buscaron a mujeres dispuestas a participar en sus estudios. Rock practicaba histerectomías en el Free Hospital for Women, un centro de caridad en Massachusetts para mujeres de bajos ingresos. Los procedimientos quirúrgicos se programaban de manera que ocurrieran justo antes de la ovulación. De esa manera, cada semana Rock entregaba a Menkin pequeñas muestras de ovarios humanos recién extraídos, que ella diseccionaba en el laboratorio en busca de óvulos listos para ser fecundados. A pesar de ser una de las células más grandes del cuerpo, el óvulo humano es muy pequeño –su diámetro de asemeja al de un pelo– y la mayoría de las personas necesita una lupa para verlo a modo de mancha oscura. Miriam, en cambio, era capaz de identificar óvulos a simple vista e incluso saber si eran normales o estaban deformados.
La rutina de laboratorio se repetía semanalmente: obtener óvulos el martes, mezclarlos con esperma el miércoles, «rezar» el jueves y observarlos al microscopio el viernes. A pesar de ir incorporando pequeñas variaciones en el protocolo, como cambiar las concentraciones de esperma y/o alterar las condiciones de incubación, durante seis largos años, todo lo que Miriam encontró los viernes fueron células únicas, óvulos sin fertilizar entre esperma muerto. Hasta que algo cambió un viernes, 6 de febrero de 1944.
Un descuido con final feliz
El martes de aquella semana John había extraído el ovario de una mujer cuyo cuello uterino y útero habían prolapsado tras el nacimiento de sus hijos. Miriam buscó el óvulo en su interior y los puso en contacto con esperma para que interaccionaran durante los treinta minutos que marcaba su protocolo. Aquel día la investigadora se encontraba particularmente cansada, ya que una mala noche de su hija Lucy la había mantenido en vela. Mientras observaba la interacción del óvulo y los espermatozoides al microscopio, Miriam descuidó el tiempo de espera, que terminó sobrepasando la duración establecida. El viernes siguiente, para su sorpresa, Menkin descubrió que la división celular había comenzado, lo que confirmaba que el óvulo había sido fecundado in vitro.
Menkin se olvidó de tomar una foto inmediata de su descubrimiento, y cuando finalmente quiso obtenerla, el óvulo fecundado ya había muerto. Posteriormente consiguió fertilizar y fotografiar hasta tres óvulos más, ninguno de los cuales sobrepasó las tres células antes de morir. Rock y Menkin decidieron publicar su trabajo en un breve informe. La revista Science publicó sus hallazgos en el artículo “Fertilización in vitro y escisión de óvulos humanos” en agosto de 1944. La revista Associated Press y los periódicos The New York Times y Time también se hicieron eco de la noticia, que en general fue acogida con mucha esperanza por parte de las familias infértiles. Aunque el primer bebé probeta tardaría en llegar (Louise Brown, 1978), este descubrimiento sentó las bases científicas para la investigación de la infertilidad realizada hasta la actualidad. No en vano, Rock y Menkin fueron nominados a recibir el premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1951, en reconocimiento de su contribución al desarrollo de la fecundación in vitro.
Dificultades añadidas
Miriam Menkin estaba preparada para seguir cruzando las fronteras de la reproducción humana y convertirse en una científica de referencia, sin embargo ocurrió algo que ni ella ni Rock podrían haber anticipado: el marido de Miriam perdió su trabajo en Boston. Fue contratado por la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, lugar al que se trasladaron la pareja y sus dos hijos. La investigación en Boston se detuvo; sin el conocimiento y las habilidades de Miriam Menkin, el laboratorio de Rock no volvería a lograr fertilizar un óvulo in vitro nunca más. Mientras, en Carolina del Norte, la fertilización in vitro era considerada un escándalo.
Tras aguantar años de control económico y amenazas de agresión, Miriam decidió separarse de su marido Valy en 1949, y quedó a cargo del cuidado sus hijos. Esto le dificultó aún más el poder seguir progresando en su carrera; tenía dificultades para llegar a fin de mes, y a menudo le tocada cuidar de su hija Lucy, que padecía epilepsia y precisaba de asistencia médica con frecuencia. En aquella época, Miriam Menkin recibió varias ofertas no remuneradas para usar los laboratorios de otros investigadores durante las noches y los fines de semana, cosa que ella no pudo permitirse.
A principios de la década de 1950, Menkin regresó a Boston para inscribir a Lucy en una escuela para niños con necesidades especiales. Se reunió con Rock en su laboratorio, pero las cosas también habían cambiado para él durante los últimos años. El reto reproductivo del momento ya no era conseguir que nacieran más bebés, sino evitar que lo hicieran. La misión principal de John Rock era ya la de desarrollar un método anticonceptivo, hito que conseguiría en colaboración con Gregory Pincus y que llevaría a la histórica aprobación de la píldora anticonceptiva en 1960. Ni Menkin ni Rock volvieron a trabajar en investigación reproductiva.
Miriam Friedman Menkin murió en Boston el 8 de junio de 1992, a los 91 años. Es difícil predecir lo que esta científica podría haber logrado si su vida hubiera sido diferente, si no se hubiera casado con Valy o si hubiera recibido su merecido doctorado (cumplió con los requisitos de doctorado de Harvard en dos ocasiones, pero no puedo obtener su título porque carecía de los medios para pagar las tasas correspondientes). Lo que sí podemos afirmar es que su época y circunstancias personales la pusieron en una tesitura muy particular: la de una científica brillante desconcertada por las limitaciones laborales y económicas de una mujer obligada a criar en solitario.
Referencias
- Rachel E Gross, Miriam Menkin, la científica que cambió la fertilidad humana para siempre (y qué tuvo que ver una siesta en ello), BBC Future, 19 enero 2020
- Artificial Fertilization, Science News 46 (7), 1944
- Miriam Menkin, Wikipedia
Sobre la autora
Edurne Gaston Estanga es doctora en ciencia y tecnología de los alimentos. Actualmente se dedica a la gestión de proyectos en organizaciones que fomentan la difusión del conocimiento de la ciencia y la tecnología.
1 comentario
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