La esperanza de vida sufrió un incremento sin parangón a lo largo de la pasada centuria, permitiendo a un porcentaje cada vez más elevado de personas alcanzar cotas de edad antes insospechadas. Sin embargo, la esperanza de vida es un promedio estadístico delicado que se ve significativamente alterado en su resultado por múltiples factores. Sobre todo, cuando nuestro estudio se basa en comunidades sociales complejas como la humana, en la que intrincados factores sociales y ambientales condicionan la esperanza de vida.
En este contexto llama la atención cómo, en la mayoría de los casos y escenarios, las mujeres son más longevas que los hombres. Esto nos conduce directamente a una pregunta: ¿vive más años la mujer porque así lo dicta su fisiología o porque su mortalidad es menor?
Porque, ojo, no es lo mismo supervivencia que longevidad. Parece claramente demostrado que la mujer tiene una mayor capacidad de resistencia que el hombre ante situaciones muy adversas como hambrunas, epidemias o esclavitud. Sobre todo si nos referimos a sus primeros momentos de vida. Y eso, no cabe duda, afecta a su longevidad.
Sin embargo, en ambientes saludables y protectores para el individuo, las diferencias de esperanza de vida entre ambos sexos se atenúan.
Más años de vida, sí, pero con dependencia
Por otro lado, si en la ecuación introducimos un nuevo término, la dependencia, los valores cambian radicalmente. Con dependencia nos referimos a la incapacidad funcional para el desempeño de las actividades de la vida diaria, que suele asociarse a comorbilidad e incapacita al individuo para disfrutar de un envejecimiento saludable.
Múltiples estudios en toda Europa han mostrado un mayor grado de dependencia en las mujeres que en los hombres, lo que implica que la mayoría de la ganancia en esperanza de vida de la mujer se desarrolla con bajos niveles de independencia y necesidad de cuidados diarios por parte de terceros. Esta característica, de amplia repercusión en lo que a esperanza de vida se refiere, no puede ser valorada en otras especies distintas a la humana.
Lo que sí se ha comprobado profusamente en otras especies es que, por regla general, las hembras son más longevas. El último dato en este sentido procede de un estudio de 2020 realizado por la Universidad de Bath y publicado en la revista PNAS que estima que en un 60 % de las especies salvajes estudiadas (101 en total), las hembras viven un 18,6 % más que los machos. En los humanos, la ventaja es de “solo” un 7,8 %.
¿Longevidad o resistencia?
En cualquier caso, en una sociedad tan compleja como la humana, la esperanza de vida no debería ser el único factor a tener en cuenta al hablar de longevidad. Aunque parece demostrado que las mujeres viven más años que los hombres por razones tanto genéticas como ambientales, el hecho de que estos años de más ganados para la vida en el caso de las mujeres sean disfrutados con frecuencia con una escasa calidad de vida nos debería hacer recapacitar.
Solo cuando alcancemos un envejecimiento saludable en el que el individuo tenga plena capacidad de disfrute de los últimos años de su vida, sin dependencia, podremos valorar, de verdad, si las mujeres viven más que los hombres.
Y a la vista de la información que poseemos actualmente, muy probablemente, cuando ese envejecimiento libre de discapacidad se alcance, nos daremos cuenta de que las diferencias entre sexos se minimizan. Y probablemente confirmemos que la mujer no es más longeva sino, sencillamente, más resistente.
Sobre la autora
Ana Mª Coto Montes, Catedratica de Biologia Celular, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Ir al artículo original.