Al genoma del ratón se le conoce como la piedra Rosetta, ya que como aquella inscripción en roca que sirvió de guía para interpretar los jeroglíficos egipcios, contenía la clave para entender el humano. Porque los ratones son, si bien no iguales a nosotros, sí un modelo que conocemos lo suficiente como para interpretarlo en el laboratorio de forma que sepamos qué esperar cuando sometamos a los humanos a los mismos experimentos que a estos roedores.
“Un estudio realizado en ratones”, decimos, sin pararnos a pensar por qué ratones, desde cuándo ratones.
Pues desde 1902. En ese año uno de los ratones criados por Abbie E. C. Lathrop se convirtió en el primero en ser utilizado en un laboratorio de investigación, y hasta hoy. Lathrop es a menudo reducida a un pequeño comentario o una nota a pie de página en la historia de la ciencia y concretamente de la investigación del cáncer, una mujer con una extraña querencia por los ratones que poco más o menos estaba en el momento preciso en el sitio justo.
Pero Lathrop también fue una sagaz empresaria, una mente curiosa y una criadora meticulosa que ayudó a estandarizar algunos procedimientos científicos que se siguen empleando a día de hoy.
Profesora, criadora de pollos y, por fin, de ratones
Lathrop nació en Illinois, Estados Unidos, en 1868, y no se sabe mucho sobre su infancia. Sus padres eran maestros y la educaron en casa hasta los 16 años, y luego asistió al colegio durante dos años para obtener el título necesario para ser maestra en ese estado. Dio clases durante varios años, pero terminó dejándolo por problemas de salud. Puso en marcha una granja de aves, un negocio que fracasó, así que terminó dedicándose a la cría y venta de roedores que vendía como mascotas.
Era hábil para cruzarlos y también para criarlos. Así, llegó en unos años a tener 10 000 ejemplares que vivían en varias colonias en su granja. Dos amigas trabajaban con ella, y contrataba a niños del pueblo para que le ayudasen a limpiar las jaulas. También supo identificar y potenciar aquellos rasgos que hacían más valiosos a los animales de cara a los potenciales compradores, como cuerpos más esbeltos, colores más interesantes o pelajes más suaves.
En 1902 el genetista William Ernest Castle hizo su primer pedido de ratones a Lathrop. El científico, especialmente interesado en la genética de los mamíferos, había llegado a la conclusión de que los rápidos ciclos de vida de los ratones los convertía en los animales ideales a observar para aprender sobre los traspasos genéticos entre generaciones. El control de sus distintos rasgos y su habilidad para cruzarlos y de alguna forma dirigirlos hacía de Lathrop una proveedora ideal para esos experimentos.
En el Instituto Bussey, perteneciente a la Universidad de Harvard, otro científico, C. C. Little, fue el encargado de cuidar de la colonia de ratones. Little empezó a experimentar con los ratones de Lathrop y sus distintas líneas genéticas, y demostró que, cruzando ratones de la misma línea se podían preservar las variedades genéticas interesantes para una investigación. Esto fue importante en la investigación oncológica, ya que significó la creación de líneas genéticas estables en las que estudiar las características biológicas y genéticas del cáncer sin que las variaciones aleatorias o no controladas interfiriesen en los resultados, algo que sigue en la base de la investigación con ratones hasta hoy.
Sus propios experimentos
Lathrop no se limitó a ser una proveedora logística de otros científicos, sino que llevó a cabo su propia investigación. En algún momento comenzó a observar problemas en la piel de algunos de sus ratones, y escribió a algunos de sus clientes para preguntarles si los ratones que les había vendido mostraban el mismo problema. El patólogo Leo Loeb de la Universidad de Pensilvania, contestó a su carta diciéndole que había llegado a la conclusión de que se trataba de lesiones cancerosas.
Estas cartas resultaron en una provechosa colaboración en la investigación contra el cáncer. Lathrop empezó a realizar experimentos con sus líneas de ratones en 1910, y el trabajo conjunto de ambos es “el primer trabajo que establece una conexión entre determinadas líneas de ratones y el cáncer hereditario”, asegura la historiadora científica Karen Rader.
Sus resultados mostraron que la incidencia de cáncer variaba de unas familias de ratones a otras, y que al cruzar a un ratón de una familia con una alta incidencia con otro de una familia de baja incidencia, los descendientes mostrarían la alta incidencia, y no la baja. Latrhop y Loeb también descubrieron la conexión entre hormonas y cáncer: observaron que los tumores mamarios eran menos frecuentes en las ratonas que habían sido sometidas a una extracción de los ovarios, y eran más frecuentes en las ratonas embarazadas.
Otro científico obtuvo su fama
Entre 1913 y 1919, Lathrop y Loeb firmaron a medias una decena de artículos basados en sus experimentos que fueron publicados en revistas científicas de prestigio, como el Journal of Experimental Medicine y el Journal of Cancer Research. Sin embargo, Little fue el científico reconocido por sentar las bases de la experimentación con ratones híbridos, herencia y cáncer. En 1929, Little fundó el Jackson Laboratory, que a día de hoy es el principal proveedor de ratones de laboratorio. Aun vende algunas líneas genéticas que surgieron en la granja de ratones de Lathrop.
Lathrop murió en 1918 por una anemia perniciosa, una disminución de los glóbulos rojos de la sangre que ocurre cuando los intestinos no pueden absorber apropiadamente la vitamina B12. Trágicamente, la anemia perniciosa comenzó a ser tratable muy poco después, en los años 20. Los descubridores de este tratamiento recibieron el Nobel por su hallazgo en 1934, pero llegaron tarde para la madre de los ratones de laboratorio.
Algo más que una mujer excéntrica
Aunque su aportación científica hoy es indudable, el reconocimiento le fue racaneado durante su vida y décadas después. Little le dedicó una línea en un artículo que publicó en 1931, refiriéndose a ella como una “amante de los ratones con más cuidado e interés científico del habitual”. La prensa de la época se refería a ella como un personaje excéntrico, una mujer peculiar que había superado el estereotipo del miedo femenino a los ratones. En un artículo de 1907 en Los Angeles Times, al que hace referencia este reportaje en la revista The Smithsonian, se podía leer: “En contra de la tradición del miedo irracional de las mujeres a las ratas y los ratones, la señorita Abbie E. C. Latrhop se gana la vida dirigiendo una granja de ratas y ratones”.
Pero Lathrop hizo más que eso. En sus notas se comprueba que fue una mujer observadora, cuidadosa y metódica. Llevaba un registro detallado de las distintas líneas de ratones y de cómo las cruzaba, e iba haciendo anotaciones de peculiaridades y anécdotas de muchas de ellas. Su trabajo sobre cáncer y genética sigue vivo hoy, tanto en sus publicaciones como en los ratones que siguen protagonizando investigaciones en todo el mundo.
Referencias
- Una página de las notas de Abbie Latrhop, Jackson Laboratory
- Leila McNeill, The History of Breeding Mice for Science Begins With a Woman in a Barn, The Smithsonian, 20 marzo 2018
- Abbie Lathrop, Wikipedia (consultado 14 noviembre 2018)
- David P. Steensma, Robert A. Kyle, and Marc A. Shampo (2010). Abbie Lathrop, the “Mouse Woman of Granby”: Rodent Fancier and Accidental Genetics Pioneer. Mayo Clin Proc. 85 (11): e83. doi: 10.4065/mcp.2010.0647
- C. C. Little (1931). The Role of Heredity in Determining the Incidence and Growth of Cancer. American Association of Cancer Research 15 (4), 2780-2789
Sobre la autora
Rocío Pérez Benavente (@galatea128) es periodista.