Han sido muchas las mujeres que han dejado su huella en numerosas actividades en la historia –literatura, ciencia, educación, arte, cultura, artesanas, campesinas, obreras, intelectuales, etc–, pero han contado con una muy pobre visibilidad para el resto de humanos. Ha sido un mundo predominantemente mostrado desde la perspectiva de los hombres. Durante todo el siglo XIX se ven de forma bastante clara los diferentes espacios que ocupan tanto hombres como mujeres; en lo relativo a ellos, su actividad fundamental se encuentra en el camino de las cosas públicas: trabajo, enseñanza, universidad, política. Las mujeres tendrán restringida su actividad fundamentalmente al ámbito privado, a la alimentación y la atención de los hijos y a la educación doméstica, es decir, a las tareas que marcan el terreno de la maternidad como el asignado al género femenino en su trayectoria vital. Será desde la segunda mitad del XIX y sobre todo a partir de las últimas décadas de este cuando la situación comenzará a cambiar, a pesar de las frecuentes e intensas controversias, y veremos mujeres –aunque de forma muy discreta al principio– que progresivamente tendrán cada vez más presencia en algunas industrias y fábricas.
En el tránsito del siglo XIX al XX empezó a plantearse de manera seria cómo se deberían atender las exigencias de las mujeres en todos los ámbitos, ya fueran domésticos, educativos, científicos, culturales políticos o laborales. Se asistía a una visión que concordaba más con lo que marcaba el nuevo tiempo, donde la mujer tenía un recorrido propio, fuera del papel marcado por los hombres, y en el que ellas aspiraban a tener pleno dominio sobre aspectos tan diferentes como la maternidad, la educación o la participación política. En el campo educativo, a pesar de haber un debate intenso entre el modelo religioso y el modelo laico, a partir de los años setenta y ochenta del siglo XIX, en Europa y principalmente en Inglaterra y Francia, se inicia el camino que llevará a las estudiantes a poder obtener el primer bachillerato y posteriormente el acceso a la Universidad. Este proceso no culminará hasta los primeros años del siglo XX, cuando se establecerá de manera progresiva, en los diferentes países de nuestro continente, el acceso reglado y normativo de la mujer a la enseñanza superior, y los estudios de medicina serán los que escogerán predominantemente.
¿Qué sucede en España y en València durante esta época entre siglos? Aunque tuvo sus inicios en las primeras décadas del ochocientos, en lo relacionado con establecer determinados estudios superiores, habrá que esperar a la ley Moyano (1857) para ver cómo se instituía la formación de maestras en las escuelas normales y cómo se determinaba el establecimiento de los estudios superiores de ciencias como una trayectoria propia. Este sería un avance significativo, pero no suficiente en el camino de la incorporación general de la mujer en la universidad, ya que todavía tendrá que sufrir trabas, como el hecho de pedir autorización oficial en los años ochenta del XIX para poder acceder a los estudios. Un requisito del que no se desprenderá hasta el 1910, año en el que queda ya establecida la libertad de inscripción en la universidad.
En cuanto a València y en una línea similar a la de otras universidades españolas, hacia el final del Sexenio Democrático y coincidiendo con la Primera República, empiezan a entrar las primeras mujeres universitarias, lo que supuso que, en la Facultad de Medicina primero y en la Facultad de Ciencias después, entraran a estudiar las primeras estudiantes de nuestra Universidad. Se tiene constancia de que entre los cursos que van del 1874 al 1889 iniciaron los estudios superiores siete mujeres: una en la carrera de ciencias y seis en la de medicina.
En este contexto de cambios y de comienzo de la participación de las mujeres en la formación de sus estudios superiores, hemos de entender el significado que tuvo la presencia de la estudiante Manuela Solís Clarás en la Facultad de Medicina de València durante el curso 1882-1883. Es considerada como una de las tres primeras estudiantes de nuestra Universidad, junto con Concepción Aleixandre Ballester y Trinidad Sánchez Fernández, e integró el grupo precursor de las mujeres que estudiaron en la universidad española. Las tres estudiantes mencionadas cursaron la formación en medicina, aunque la última marchó al poco de iniciar los estudios hacia la universidad madrileña.
Manuela Solís nació el mes de junio del 1862 en València y, como queda constante en el informe del rector de la parroquia de Sant Pere de València, era hija de Prudencio Solís y Manuela de Clarás. El padre fue profesor de la Escuela Normal de la Provincia de Valencia y estuvo implicado de forma decidida en las reformas escolares a través de publicaciones y traducciones diversas, así como en asociaciones profesionales o en congresos pedagógicos. También tenía un hermano, León Solís Clarás, médico, que fue docente en la carrera de medicina. Se entiende, por tanto que la futura doctora Solís se educó en un ambiente culto y, después de cursar los estudios respectivos de bachillerato, obtuvo el grado correspondiente en junio de 1882, un requisito que superó con excelente y que le permitió, después de la obtención del título, iniciar los estudios universitarios.
Igual que otras mujeres universitarias del momento, elige medicina, que durante los últimos años del XIX era la carrera de preferencia de las estudiantes que habían acabado el bachillerato en España. En el expediente de obtención de la licenciatura en Medicina y Cirugía, que inició en el curso 1882-1883 y acabó en el 1888-1889, se consignó el magnífico resultado de sus calificaciones, que en la totalidad de las asignaturas fue de excelente. Al acabar estos estudios y para obtener el grado de licenciatura pasó por varios ejercicios, como el diagnóstico de un enfermo de tuberculosis o la disección de un cadáver, que fue el último ejercicio y superó con excelente. En el tribunal de estas pruebas podemos observar la firma, como presidente, del profesor Nicolás Ferrer Julve, que era entonces catedrático de la asignatura de Anatomía Quirúrgica de la facultad médica valenciana. Una vez obtenido el grado de licenciatura, para ampliar estudios, marchó hacia la capital española, donde ingresó en el Instituto Rubio del Hospital Universitario de la Princesa, institución que fue creada el 1852 y dentro de la cual, de forma independiente, se crea el Instituto de Terapéutica Operatoria, que fue creado y dirigido por el médico Federico Rubio Galí. Este último centro fue el primero en el ámbito español que practicó ovariotomía e histerectomía, entre otras intervenciones, y ha sido considerado el centro hospitalario pionero en docencia y asistencia y en el que se han practicado nuevos tipos de cirugía. Se puede deducir, por tanto, que la Dra. Solís estaba en contacto con los últimos avances en cirugía que tanto la ayudarían en su trayectoria como ginecóloga.
Posteriormente a su estancia en la capital española, para ampliar conocimientos en su formación específica, marchó a París, donde entró en la Clínica de Partos de la Facultad de Medicina de París. Allí estuvo con los doctores Tarnier, Varnier, Pinard y Pozzi, el primero de los cuales dio nombre a varios instrumentos obstétricos como el fórceps de Tarnier, el basiotribo de Tarnier (que permitía la reducción del cráneo y la extracción en los casos de fetos muertos dentro del útero) y otros, además de concebir una incubadora de medidas más reducidas y más económica. El segundo médico, Henri Vanier, fue profesor de obstetricia, alumno de Pinard, e hizo, junto con el anatomista Farabeuf, el tratado, bastante reconocido, Introduction à l’étude clinique et à la pratique des accouchements, sobre la atención clínica en los partos. El tercero, el Dr. Pinard, fue otro obstetra que dio mucha importancia a la exploración abdominal de la embarazada y sobre todo es conocido por haber inventado un estetoscopio monoaural en forma de copa estrechada perforada por ambos lados. Y ya por último, el Dr. Pozzi, considerado por muchos el padre de la ginecología francesa, introdujo la antisepsia de Lister y consiguió la primera cátedra de Ginecología de la Facultad de Medicina de París, además de diseñar instrumentos quirúrgicos. Esto explica la base sólida en la formación de la doctora valenciana, que tiempo después aplicaría en su práctica diaria.
Al volver de la capital francesa y después de su paso temporal por València, donde trabaja de ginecóloga con reconocimiento social, se instala en Madrid, donde hace compatible la asistencia privada y la atención clínica en varias instituciones benéfico-sociales. Así consta en la portada de su libro Higiene del embarazo y de la primera infancia, publicado en Madrid, donde se muestra la diversa actividad que realizó. Además de su formación en Madrid y París, mencionada anteriormente, desarrolló una tarea profesional en centros como los asilos Cuna de Jesús, Real Hermandad de Esperanza y Real Policlínica de Socorro. En la segunda de estas instituciones, cuyo nombre completo era Santa y Real Hermandad de María Santísima de Esperanza y Santo Celo de la Salvación de las Almas y tuvo un papel significativo en la atención a mujeres solteras que, sin practicar la prostitución, se quedaban embarazadas, la doctora Solís actuó como tocóloga. Así vemos, pues, su clara trayectoria en favor de las mujeres con menos recursos y que presentaban problemas de índole social en la sociedad madrileña en el tránsito del XIX al XX.
Los años que vive y trabaja en Madrid, junto con los de su estancia anterior en París, le ayudan a documentarse además de a adquirir experiencia y, como resultado de este hecho, presenta su tesis, El cordón umbilical, en 1905. Antes de la presentación cursó las correspondientes asignaturas del doctorado integradas por Historia crítica de la medicina, Análisis químico y en particular de los venenos, Antropología y Ampliación de la higiene pública. Superado todo este proceso académico, obtuvo el grado de doctora, el 18 de octubre de 1905, con excelente. Al leer detenidamente su tesis, que se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, ya en las primeras líneas la doctora valenciana destaca la importancia de conocer el cordón, tanto desde la vertiente anatomofisiológica como atendiendo a sus alteraciones, por la implicación de este tema en la práctica diaria de los tocólogos. A continuación, hace una división del trabajo en dos partes: por un lado, los aspectos relacionados con la situación normal de este elemento anatómico y, por otro, habla de los aspectos anormales y patológicos.
A través de las páginas de la primera parte, que ocupan una mayor extensión, va describiendo con cierto detalle aspectos de la anatomía y la fisiología, como por ejemplo: definición, origen y desarrollo, descripción de su relación anatómica y fisiológica con el entorno (como la placenta materna o el cuerpo en formación del futuro niño) y la diferente inserción del cordón en la placenta según diferentes autores. En esta parte también describe la diferente longitud que puede tener (de 0,02 m a los 2 meses a 0,50 m en el momento del nacimiento) y menciona a Alexandre Lacassagne (médico y criminólogo francés que fue el fundador de la Escuela de Criminología en Lyon), una vez atendida la importancia de la longitud, para poder ofrecer información útil en medicina legal. Otros aspectos tratados tienen relación con la estructura, la consistencia y las características físicas. Por último, dentro del mismo primer apartado, muestra una casuística de diferentes autores con varias observaciones sobre la relación entre la rotura del cordón y la postura de la madre. En la segunda parte de la tesis habla en primer lugar de las anomalías: de inserción, de longitud, de calibre, de dirección y de forma. A continuación, hace un relato de los estados patológicos, como por ejemplo las adherencias o la obstrucción de la circulación umbilical. Por último, sus conclusiones cierran el trabajo doctoral.
A causa de su trayectoria, tanto científica como social, fue reconocida, no solamente por sociedades profesionales –fue elegida para ser integrante de la Sociedad Española de Ginecología en 1906–, sino también por su destacada tarea en diarios como por ejemplo el ABC o El Pueblo. Concretamente en este último, con fecha de julio del 1908, se dedicó una columna central de la primera página a hacer un recorrido de su trayectoria, donde se destacó la actividad que hizo en París para recibir formación:
Como fruto de la tarea desarrollada en las diversas actuaciones clínicas, tanto públicas como privadas, y con el objetivo principal de instruir a las madres, escribió el libro Higiene del embarazo y de la primera infancia, que apareció en 1908 en Madrid y fue prologado por Santiago Ramón y Cajal, que había sido profesor suyo. En el libro reconoce su trayectoria científica profesional (la de Ramón y Cajal) poniéndola como modelo a seguir. En una época de consolidación del movimiento higienista y también del papel significativo que estaba teniendo la educación en amplias capas de población en el estado español, la incorporación progresiva de la mujer al trabajo y a los estudios universitarios marcó un comienzo de siglo veinte alentador. El libro de la doctora Solís trata tanto de aspectos específicamente ocurridos durante los meses de embarazo como de los que hacían referencia a los hijos, recalcando –y así lo expresa en las primeras páginas– que su interés es difundir conocimientos básicos y fáciles de comprender para que la mujer sepa cómo atender su propia salud y la del niño que va a nacer.
La publicación queda estructurada en dos partes: la primera, destinada fundamentalmente a hablar sobre la higiene de la embarazada, da inicialmente unas ideas generales como por ejemplo la duración del embarazo, los cambios observables e incluso los embarazos que no lo son. Recomienda la observación específica de un profesional, además de comentar los diversos elementos que pueden intervenir en el cuerpo materno como los alimentos, la ropa, el ejercicio o los viajes. En el apartado de alimentación, ya opinaba sobre cómo era de injustificado recomendar a las mujeres embarazadas comer por dos y remarcaba los riesgos de seguir este consejo tan extendido entre la población. Más adelante habla de las ligeras alteraciones que pueden aparecer durante estos meses y de los consejos que da para resolverlas. A pocas semanas del parto, habla sobre la conveniencia de realizar irrigaciones intravaginales para mantener limpio el canal por donde pasará el neonato. Por último, hace mención de cómo tiene que estar preparada la futura madre en los momentos próximos al parto y acaba abordando el tema de la lactancia, donde la recomendación en aquellos años y durante mucho tiempo era que el neonato fuera puesto al pecho de la madre a las 4-6 horas del parto. Las otras recomendaciones sobre el amamantamiento materno, en una gran mayoría de aspectos, han pervivido en el tiempo (concretamente en lo referente a la duración de la lactancia materna) de forma similar a cómo se realizan ahora. La Dra. Solís expone que el lactante no necesita ningún otro alimento durante los primeros 6 o 7 meses de vida.
La segunda parte está dedicada a la primera etapa de la infancia desde un punto de vista higiénico. Aborda aspectos como por ejemplo los primeros auxilios en las primeras horas, qué hay que hacer en los primeros días, incidiendo en los elementos de puericultura más elementales para cuidar de un lactante en la primera etapa. Por último trata las vacunas. En este capítulo habla de la vacuna contra la viruela, que era la única que se administraba de forma sistemática desde la centuria anterior. En las primeras páginas hace referencia a los beneficios y ventajas de recibirla, mencionando que también había una parte de la población que no tenía clara su administración y le imputaba muchos problemas y complicaciones, que en muchos casos no estaban demostrados. Habla también de los diferentes tipos de vacuna: por un lado, la humana o jenneriana, que es la que se aplicaba de brazo a brazo y fue usada durante muchos años (es la que utilizó el médico alicantino Balmis en su gran expedición filantrópica en los países americanos a principios del XIX); por otro lado, se sacó la vacuna animal ‘linfa de ternera’, más actual y más disponible gracias a la existencia en muchos países de los institutos de vacunación. La médica valenciana continúa explicando otros aspectos en el mismo capítulo como que el inicio de la vacunación tiene que ser hacia los 3-4 meses y que las inoculaciones tienen que ser tres en cada brazo, basándose en que, en este momento, se pensaba que, cuanto mayor fuera el número de pústulas, más inmunidad se generaba. Y en cuanto a los remedios frente a las molestias o el prurito en la zona de alrededor de la pústula, habla de aplicar polvo de arroz (que desde hace mucho tiempo ha sido utilizado en muchos problemas de piel) e incluso, en inflamaciones más importantes, poner cataplasmas de fécula de patata o de harina de arroz.
Manuela Solís Clarás murió en 1910, después de una intensa y fructífera tarea personal y profesional, año que marcó un hecho significativo, puesto que a partir de esta fecha se establecía legislativamente en el estado español el derecho y la igualdad entre mujeres y hombres para el acceso a todos los niveles educativos. Pasados más de cien años de la presencia de la doctora Manuela Solís entre nosotros, además de quedar reflejada su tarea en múltiples publicaciones, su figura continúa estando muy presente. De esta manera, se realizó el proyecto didáctico Manuela Solís Clarás. Una mujer luchadora ante las adversidades, realizado en la Universidad Cardenal Herrera-CEU, en 2013. En este proyecto se hacen varias sesiones en el aula donde se tratan fundamentalmente la educación entre el siglo XIX y el XXI, el papel de la mujer y su acceso a los estudios y una visión de la España contemporánea. A través de la figura de Manuela Solís se lleva a cabo la discusión de los hechos más relevantes de su vida y cómo han ido cambiando aspectos educativos y de igualdad entre hombres y mujeres durante la última centuria. También hemos de citar como reconocimiento reciente y necesario por ser la primera médica valenciana, que la corporación municipal actual de València ha acordado poner su nombre a una calle de València.
Lecturas recomendadas
- Álvarez Ricart, M. Del Carmen. La mujer como profesional de la medicina en la España del siglo XIX. Barcelona, Ed. Anthropos, 1988
- Flecha, C. Las primeras universitarias en España, 1872-1910. Madrid, Narcea de Ediciones, 1996
Sobre el artículo original
El artículo Manuela Solís Clarás, la primera médica de la medicina valenciana se publicó en la página de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València.
Forma parte del proyecto Personajes y espacios de ciencia de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València, proyecto que cuenta con la colaboración del Institut d’Història de la Medicina i de la Ciència ‘López Piñero’ y con el apoyo de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y del Ministerio de Economía, Industria y Competitividad.
Un especial agradecimiento al autor, Joan Lloret, al Director del Institut d’Història de la Medicina i de la Ciència ‘López Piñero’, José Ramón Bertomeu-Sánchez, y a las personas responsables de la Unitat de Cultura Científica i de la Innovació de la Universitat de València por permitir su reproducción en Mujeres con ciencia.
Sobre el autor
Joan Lloret. Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia, Universitat de València.
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